De la Valencia conventual intramuros, cuyas casas de religión superaron el centenar dedicadas en su especial tarea a velar por el cuidado tanto del enfermo como del necesitado y a la sazón en beneficio de sus almas, quedó inculcada en la población la devoción a los santos y a las vírgenes a cuyo amparo se establecían, así como a los que por su especial significación fueron elegidos como patronos de los muchos gremios, a cuya protección se aglutinaban los integrantes de cada uno de los oficios. A lo que se sumaba la devoción hacia antiguas leyendas, fruto de milagrosas apariciones o a la más importante de todas las advocaciones marianas que existían en nuestra terreta: la de la figura de la Cheperudeta. Como también la fe a nuestros santos patronos vicentinos, como lo fueron primero San Vicente, el último mártir poco antes de la conversión al cristianismo de Roma, y la emergente figura de San Vicente Ferrer, quien no sólo destacó por sus innumerables milagros, sino también por su elevada talla política tan decisiva en la resoluciones del Cisma de Avigñón y la del conflicto dinástico de la Corona de Aragón celebrado en Caspe, de tan feliz resultado para su Reino.
Y de toda aquella efervescencia urbana y como señal de agradecimiento en quienes gozaron de sus favores, surgieron no sólo en todos los barrios, sino también en las distintas calles que formaban cada uno de ellos, multitud de fiestas que completaban todos los meses del año, sucediéndose unas tras otras.
Fueron las conocidas como “les festes de carrer”, alcanzando a celebrarse en más de un centenar en la Valencia decimonónica y que desgraciadamente han ido desapareciendo, no sólo en su celebración, sino también en su conocimiento, aunque de algunas pocas nos quede su recuerdo, incluso por fortuna hayan llegado hasta nuestros días en su festejo.
No es esta la ocasión de entretenerse en todas ellas, dado su volumen que agotarían al lector, pero si el citar algunas a sabiendas de que serán la mayoría las que se queden en el tintero; lo que dará idea de su abundancia, a la par de sentir la tristeza de ver algunas perdidas en las cenizas del tiempo; “festes de carrer” que se certificaban en los muchos altarcillos cerámicos que en su homenaje decoraban las calles de Valencia.
En honor a San Cristóbal habían más de veinte paneles cerámicos, lo que nos habla de la elocuencia del santo dentro de la ciudad; así como los de San Jorge y Santa Catalina sobre la muralla cristiana, de la misma manera que existieron a lo largo de ella y en su honor, el de la Cruz de Santa Elena, el de San Andrés en el “fossar del jueus”, el de la Trinidad, en la puerta de su nombre, el de la Virgen de la Bona Vía con San Vicente Mártir en la porta de la Mar y de San Vicent, así como los que destacaban en recuerdo de Santa Isabel, de la Mare de Deu, de la del Rosario, y de San Jorge, que fueron titulares de las puertas de los Inocentes, del Portal Nou y del Temple.
En la plaza del Ángel y en memoria de San Miguel, el Ángel Custodio; Santa María de Gracia en la calle de su nombre; “del Santets” en la Plaza de la Congregación; la calle del Mar con la casa natalicia de Vicente Ferrer; la Mare de Deu de la Misericordia en el Convento de la Puridad, cercano al Tossal; la plaza de San Jaime con su altarcillo, aún en nuestros días; la Santa Cena en la Casa de Beguins, de la plaza San Agustín; la festa de San Donís con sus llumenárias, trons i masclets; los miracles de San Vicent; la fiesta del Corpus, con sus rocas y bíblicos personajes; o la universal de nuestras fallas de San José, o las de San Jaime, nuestra Feria de Julio que culmina con una batalla floral.
Convienen citar para dejar constancia de su abundancia, la Fiesta de Nuestra Sra. de los Ángeles de la calle Pie de la Cruz; la fiesta de la Virgen del Carmen, de la calle Espada, antiguamente de los Asnos; también a la misma Virgen en el carrer Baix de Alfondech; a Nuestra Señora de la Soledad en la calle Bany del Pavesos; la de San Roque en la calle Vinatea, al igual que en la de la Bolsería al mismo santo; a la Purísima Concepción en la calle las Botellas; la fiesta de la Cruz, situada en el convento de Santa Tecla, derribado para la apertura de la calle de la Paz; la fiesta de Gaspar Bono, en la calle Cañete, cada vez más vigente; la de La Pilarica en la calle de Santa Teresa; la fiestas de San Roque, en la plaza de la Merced; la fiesta de Sant Bult, en la Xerea; la de la Cofradía de los Sastres, en la actual calle Pascual y Genís en honor a San Vicente Mártir, su patrón; la ya citada Virgen de la Bona Vía en la calle Comú dels Peixcadors, junto al Convento de San Francisco; San Cristofol, patrón de los pelaires en la calle de la Corona; o Nuestra Señora de los Ángeles de la calle de En Sanz, o la que aún se celebra todos los años en la calle de Sagunto: la “festa de Sant Antoni del porquet” con el recuerdo a la olivera ante el Santuario a la que había que dar la vuelta.
Citar más “festes de carrer” no conseguiría acrecentar la evidencia de la Valencia festiva durante todas las semanas del año, y el no mencionar todas, sí el inferir quizá algo de malestar en algunos al notar su ausencia como fiesta querida y sentida. Festejos todos de gran devoción popular y en los que nunca faltaban el incienso de les panolles, de los porrats, de la carabaça, dels codonyets, de les sireres, del llirons, del meló de alger, etc. en sus ambulantes paradas que les ocupaban todo el año, y en las que tampoco faltaban los recuerdos de cerámica o las estampas devotas dentro de un amplio programa de festejos en cada una de las fiestas.
“Festes de carrer” que como recuerdo es el de un pasado arraigado en nuestras tradiciones, muchas de ellas desgraciadamente dormidas y otras olvidadas para siempre.
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