La tiranía y el poder se relacionan y como en su pretensión siempre se ofrecen como polos opuestos, su tendencia natural es la de unirse. Es un axioma tan irrefutable, como la evidencia de que la opresión y el despotismo sólo son posibles cuando en la escena aparece el poder.
Y son tantos los ejemplos de tiranía padecida por la sociedad desde el primer instante de su creación, que el detenernos en su historiografía sólo puede servirnos como objeto de recuerdo y con la mirada hacia atrás, sin caer en la cuenta de su rabiosa actualidad y cómo y de qué forma tan sibilina nos la ofrecen en bandeja de plata con reflejos dorados.
A diferencia de recientes tiranías basadas en la prohibición y en la persecución del oponente, principalmente, y de cuyas consecuencias éramos conscientes, la nueva tiranía ejercida desde el poder tiene en sí lo más dañino: lograr que en nuestra inconsciencia no nos sintamos sometidos.
A la prohibición por decreto, se le ha sustituido la autorización a todos los caprichos adictos al goce material de cualquier acto placentero, que si antes eran reprimidos, ahora nos los sirven como manjar exquisitos y para nuestro deleite, incluso incitándonos a su mayor prolijidad.
Para que la nueva tiranía pueda cumplir su fin propuesto sabe del mejor campo a abonar, que no es otro que el del mundo de la enseñanza, aprovechando la ocasión del derecho y obligación a participar en ella que tiene nuestra juventud. Por lo que el rizo va adquiriendo su forma, sin desdeñar la telebasura que invade los hogares, siendo el más claro ejemplo el de “La Noria”, producto televisivo en las antípodas de aquel en blanco y negro de “La Clave”, que tan pronto la izquierda llegara al poder, apartó de las ondas por sus altas cuotas de audiencia y por su ineficacia para sus planes.
Basta apartar de los sucesivos planes de enseñanza asignaturas tan básicas como la de humanidades y la de filosofía, propensas para un mejor discernimiento que tratan de anular, adulterar de paso nuestra historia unido con la eliminación en la aulas de la religión en su aspecto cultural, así como abundar en el desprestigio del latín cual origen de nuestra lengua de cuyo conocimiento fundamental nos llevaría a comprender en lo literal lo mejor de nuestro pasado, basta pues con todo ello, para dejarnos huérfanos y a merced del tirano.
Tirano, que a cambio de darnos todo lo que anteriormente teníamos prohibido, tiene a su rebaño asegurado y a la sazón inconsciente de su esclavitud. Esclavitud a la que está sometido como victima del falso goce que el poder le ofrece a cambio de su servidumbre. Con su “educación para la ciudadanía” en la que todo el monte es orégano, completan el bucle, y cualquier desliz que entorpezca el ansia del disfrute, producto de unos impulsos naturales a los que más que a educarnos a ellos nos inducen, como eficaz solución al mismo, presentan al aborto como un derecho ciudadano aderezado de pantalón vaquero progresista, cuando en realidad no es más que un acto violento y sangriento para solucionar un problema no deseado al que nos han encaminado. Aborto, cual fruto a esterilizar, como consecuencia de la oferta de un mundo feliz y que interesadamente nos presentan como halagüeño.
De todo esto nos habla el ilustre y marginado por los medios adictos al poder el escritor Juan Manuel de Prada en su libro “La nueva tiranía”. Incide en la anécdota de la constante propensión a lo peyorativo que encierran ciertas palabras, como es el caso de lo “tradicional” y de la “autoridad”, cuyas acepciones más publicitadas son las asociadas a lo retrogrado o carca, y a lo autoritario. Del conocimiento del latín se sabría entonces que lo primero significa transmisión: transmisión de conocimientos y a lo segundo, autorizado: propio de quien se ha ganado el derecho a transmitir sus conocimientos.
Inculcado todo este entramado en la juventud y a la sazón en la sociedad, “La nueva tiranía” cumple con su propósito, y nuevas generaciones les ofrecerán su incondicional servilismo a cambio de la ausencia de lo prohibido y de la oferta prometida de un paraíso terrenal en vida. Aunque eso si, por supuesto, absortos en la más inconsciente enajenación.
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