Observen la cara de Oriol Junqueras. Fíjense en sus ojos con su objetivo fijo; su cabeza quieta, ausente de dudas; su faz seria, concluyente. La de un iluminado en fin.
Puede que un día subiera al Montserrat y que de un zarzal surgieran unas palabras. Él las percibió; algo debió decirle aquella voz en pausada melancolía que bien pudiera ser así:
-“Allá a lo lejos, próximo al ancho mar, tienes mi obrador en el que trabajé seis días. Del barro de esa misma tierra desciendes tú. Tiempos vendrán que alguien dirá que lo hiciste del mono, pero no es cierto, pese a que el óvalo de tú cara y brazos caídos les asemejen, aunque en tu caso y por tu corpulencia, lo harías de un gorila. Mira y observa; junto a lo que será la Barceloneta hice el Paraíso Terrenal, cuya único fruto prohibido era el “madriloño”.
Y sabía muy bien, pues esa intención tuve, que llegaría el día que uno de tus paisanos iba a descubrir un Nuevo Continente. Ese iba a ser el día que el mundo se partiría en dos: América para los americanos y Cataluña para el resto.
Si piensas que exagero – continuó la voz- pueda que fuese cierto, pues el tiempo nos dirá que la ausencia de la verdad tiene sus adeptos, pero más resulta ser para imprimirte el carácter que vas a necesitar para lo que estás predestinado. Así estará escrito, o más bien llegarás a creértelo”.
Pasados los siglos, vaya que se lo ha creído el Oriol sin entrar en la diatriba de si ha sido un sueño o por la más que posible reencarnación en su persona desde los tiempos del Edén.
Y en ello anda, como un iluminado a trancas y barrancas entre el Montjuic y el Montserrat, paseando por las Ramblas hasta la estatua de Colón a quien voz en alto le exclama:
- ¡Bon día, Cristofol! - A lo que el navegante le responde:
- Cierra tus ojos, Junqueras, que me deslumbras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario