Negar la existencia de la corrupción sólo es equiparable a la de la negación del ser humano y en la certeza de que cada cual tiene su precio, las excepciones son inescrutables. Negar su evidencia dentro de la clase política es la mejor definición que se puede aplicar al sectario que con su fidelidad a una ideología diestra en la venta de humo, hace bueno aquello de que “el humo ciega tus ojos”, tanto en cuanto se complementa con la totalidad de la mente a la que se desea anular.
Aquí tenemos y todos conocemos el ejemplo de los últimos treinta años de quienes saliendo a la palestra con jerseys y chaquetas de pana adquiridos de baratillos con barbas tan canas como abundantes, más como afiliados a una ideología política que por razones de esnob, no tardaron, sin embargo, en arrinconar su vestimenta, al tiempo que sus patrimonios y cuenta corrientes crecían al tiempo que menguaban sus largos pelos, que una vez “esculpidos” a navaja presumían de su nuevo look, cual imagen burguesa de la que ya no se avergonzaban una vez al cobijo del pesebre, bien fuera el del partido, bien el de la universidad a la que accedieron con dudoso ingreso, o bien al ocupar el cuerpo de asesores puestos al servicio de un felipismo cuyo único objetivo era el de enriquecerse, alertados por el anuncio de Solchaga, a quien en aquellos días todo el monte le semejaba orégano.
Pero si es el dinero, de singular y especial encanto, el objeto de la corrupción y en beneficio de quien la ejecuta, existen otras formas de corruptelas más miserables, más despreciables, porque van dirigidas de forma premeditada y con eficaz diseño sobre determinadas mentes a las que se quieren adocenar; mentes que bien por su ignorancia las menos veces, o por su orgullo u odio ancestral las más, son fáciles presas de sus propósitos a los que con la técnica del parany tratan de embaucar sin ninguna clase de escrúpulos, a los que consideran como vulgares pajarillos cuya falta de libertad están dispuestos a aceptar.
Cuando vemos, oímos y leemos los procedimientos y exabruptos usados por Ángel Luna desde su falta de lealtad hacia sus propios electores; cuando sentimos vergüenza por las esperpénticas y desalmadas maneras de Mónica Oltra instigadora de acciones violentas; cuando escuchamos el farisaísmo doctrinario de Juan Soto; o detectamos las acciones chulescas de Carmen Alborch, y todos ellos desde hemiciclos democráticos con el consentimiento a la sazón del “curita de Alacuás”, quien después de bajar del Sinaí con sus tablas que de inmediato tuvo que arrinconar amenazado desde su mismo partido, es cuando se demuestra que la corrupción no es en exclusiva producto del vil metal, sino practicada cínicamente por quienes en la política han visto la mejor manera de medrar, y dispuestos a inocular a sus incondicionales el zumo ácido de sus mentiras.
Denuncias presentadas por la izquierda, que como los sepulcros blanqueados, lucientes y hermosos, conservan en su interior la peor de sus inmundicias.
1 comentario:
El talante de Luna quedó al descubierto, cuando presentó documentos bajo secreto sumarial, añadiendo, con toda su cara, que no tendría inconveniente en pagar de su bolsillo todos los que le llegaran, relacionados con el PP. Incitando con ello a la corrupción de cualquier funcionario.
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