En cierta ocasión, Pérez-Reverte, periodista y reportero, dijo que se había apartado de su profesional faceta cuando se dio cuenta que había tomado partido por uno de los bandos. Entendía que debía de ofrecerse a la profesión con toda la dignidad que la misma se merecía, es decir contando el suceso y qué cada cual aplicase el color al cristal ante sus ojos. No todos quienes informan al oyente tienen la misma crianza.
Y fue a partir de ese momento cuando su nueva carrera como escritor alcanzara más brillo, pues al verse libre como un pájaro, nos ha ido dejando en el negro sobre blanco lo mejor de sí mismo. Y no sólo con la mejor calidad literaria, sino también con su particular sello periodístico denunciando cuantas acciones canallescas siguen de actualidad. Que también desde los altavoces de las editoriales se puede y debe ejercer la oportuna denuncia.
Pocas veces encontraremos mejor, más sana y a la vez honrada reflexión que la de Pérez-Reverte, para que en corto flash se retrate lo que debe ser un periodista que quiere ejercitar su profesión desde la dignidad y no desde el partidismo.
Que un periodista tome partido y lo ejercite ante las cámaras televisivas en un medio que pretende ser neutral, no hace más que poner en entredicho al medio en el que participa.
Tenemos al caso de Ana Blanco que ante las cámaras de TVE, independientemente del gobierno de turno, sigue ofreciendo la dignidad propia de su profesión, manteniéndose en primer plano ante la cámara desde su primer día, lustro tras lustro y cada vez con mayor profesionalidad y respeto a su público. Su mantenimiento de siempre y en horas de mayor audiencia, aleja toda duda de sospecha sobre su actitud y aptitud en beneficio de su audiencia.
Nada que ver, por supuesto, con la “vedette” Ana Pastor que desde el momento en que ha optado por el victimismo, con su consecuente falta de señorío, nos deja claro que no es oro todo lo que reluce, optando por la búsqueda de una rentabilidad añadida a sabiendas de que la “santa hermandad”, la gran dictadura del siglo XXI en su constante ejercicio de lo políticamente correcto, saldrá en su defensa.
Ay, Ana Pastor, qué pena, penita, pena.
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