Su Majestad el Rey Juan Carlos I, tal y como le puede suceder y le sucede a cualquier ser humano y más de avanzada edad, ha tenido la fatalidad de sufrir por lo que nadie está libre: tener un inesperado traspié dando con su nariz en el suelo tras haber evitado un mal mayor gracias a la fortaleza de sus brazos que amortiguaron la caída.
Las cámaras allí presentes captaron con rigurosa fidelidad el percance, lo que ha motivado la ocasión de difundir las imágenes por las redes sociales con los más diversos comentarios tendentes a ridiculizar su imagen y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, lo que él mismo representa.
Sin embargo, aquellos que buscan su momento de gloria y para ello utilizan cualquier trance y al que estiman de buen provecho para su solapado objetivo, no se dan cuenta de que con su tramoya, lo que mayormente consiguen es dar patente de su auténtico pedigrí, que no es otro que el más opuesto al que les gusta presumir.
¿Se imaginan que el suceso lo sufriera, Santiago Carrillo y no se molesten con la elección, y que algún sector de la sociedad optara por mofarse de él por el mismo percance?
Los mismos que ridiculizan estos días a Su Majestad, serían quienes pondrían su grito en el “cielo” al mismo tiempo que pedirían el mayor de los respetos, dando a su campaña de desagravio el máximo de publicidad y utilizando toda clase de soflamas incendiarias contra quienes vinieran a mofarse del anciano político.
Y es que echando mano al refranero español, el dime de qué presumes y te diré de lo que careces, viene al pelo para denunciar a quienes dicen luchar por una sociedad respetuosa, pero según les convenga, pues llegado el caso como lo sucedido al actual Jefe del Estado, su actitud deja mucho que desear.
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