Aristóteles, filosofo griego del siglo IV a.C. ya desde su juventud vivió inmerso en el mundo intelectual de la época, lo que le hizo brillar con luz propia siendo faro y guía para todos los interesados por la ciencia del pensamiento.
Discípulo de Platón, después de sus profundas reflexiones, se opuso a las teorías de su maestro, pues en lo “racional”, estaba la solución a toda la problemática que planteaba el ser humano. Al contrario que Platón quien planteaba su dilema por la existencia de dos flujos diferenciados, uno de ellos no al alcance del pensamiento del ser humano.
Aristóteles consideraba al hombre como un ser racional, en consonancia como lo harían los ilustrados del XVIII, que situaron al hombre como el centro de la razón, adelantándose el griego a estos en el largo periodo de veintidós siglos; lo que nos indica de su capacidad intelectual, sólo entendible gracias al mundo griego en el que nació, punto originario de la cultura occidental que se ha perpetuado hasta nuestros días, una vez tamizada por la erudición romana, como primera de sus hijos.
Padre de la lógica, reflexionó sobre lo divino y lo humano, y en el infinito de estos campos, con el horizonte de la ética, discernió en sus pensamientos.
Su extensa obra y en todos los campos ha llegado hasta nuestros días y salvo algunas modificaciones, la esencia de sus reflexiones es considerada como fundamental en el avance del hombre hacia su perfección.
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Aristóteles, filósofo griego del siglo IV a.C. y por su influencia en las posteriores culturas, junto a otros hombres de semejante talla, contribuyeron a la existencia de movimientos que dividen al hombre en dos grupos sociales diferenciados: el amo y el esclavo. Conocer el pasado es de necesidad para no repetir en el futuro los errores cometidos. Cualquier movimiento semejante al de nuestros ancestros, debe estar sometido al imperio de la ley y a disposición de la Justicia.
Aunque la esclavitud es de rigurosa actualidad en muchas partes del mundo, de derecho fue abolida con la Declaración de los Derechos del Hombre a finales del XVIII coincidiendo con la Revolución Francesa, aunque esto no supuso su eliminación; no lo ha sido de hecho.
Sus orígenes se remontan a la antigüedad y tanto en la civilización griega primero, como romana después, su presencia era consustancial con la sociedad en la que convivía. Su razón de ser venía dada por la necesidad del hombre ilustrado de abdicar del trabajo para el que no estaba predestinado, considerando al esclavo a semejanza de los animales, y ambos y en su conjunto, eran quienes laboraban para satisfacer las necesidades de la clase dominante: los ilustrados de la antigüedad.
Firme defensor de la esclavitud, Aristóteles consideraba al esclavo como un animal y con el mismo cometido, por lo que su necesidad hacía incuestionable su permanencia y que el paso de los siglos no ha sido capaz de su total exterminio.
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He aquí dos formas de contar la Historia, distintas y distantes. La primera, situando los hechos en el contexto de su época, limitándose sus autores simplemente a la obligación de su ejercicio: contar los hecho tal y como sucedieron sin entrar en juicios de valor, porque entre otras cosas no les corresponde. La Historia con mayúsculas es pasado y es misión del historiador, limitarse a contar los hechos tal y como sucedieron.
Quien se decide por la segunda formula, relatando los hechos desde la perspectiva de la actualidad y los hábitos y costumbres de nuestros días, nada tiene que ver con la misión del historiador. Su historia con minúsculas se convierte en una práctica habitual que por el fin que persigue degrada a su autor, introduciéndolo en el campo de la manipulación y en el ejercicio de una pretendida “memoria histórica” que entra de lleno en el campo de la insidia y de la mezquindad.
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