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13 diciembre 2012

OTRO 98 ES NECESARIO

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Si es cierta la existencia de ciclos, tanto de años de bonanza como de penuria, no lo es menos la aparición de los llamados años convulsos, que, independientemente sean sus causas, las que subyacen en el fondo son siempre las de tipo económico.

La nación española de hace algo más de cien años vivió un cambio de siglo instada más a la incertidumbre que al sosiego, a pesar de venir de un periodo, el conocido como de “la restauración”, en el que un sistema bipartidista de dudosa condición democrática, conducía a la sociedad española por unos caminos más prósperos que los sufridos con anterioridad.

El punto de inflexión hacia la desconfianza se produjo en 1898 con la pérdida de las colonias de ultramar. Desazón que caló en la sociedad española, especialmente en la clase adinerada, que veía finiquitada su capacidad de negocio.

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Con todo, el gran descontento nacional era con la clase política, a la que el pueblo y en mayor medida la sociedad ilustrada, le acusaba de su mal hacer, de su mal gobierno.

Así surgieron, especialmente en el mundo de las letras, una serie de personajes que cada uno con su estilo, puso en solfa a los gobernantes clamando por la necesidad de cambios de gran calado en la vida política y social de España.

Sin embargo, aquellos hombres ilustres tenían un común denominador: ninguno cuestionó la unidad de la nación española a la que deseaban que superara las calamidades que en aquellos años se estaban produciendo.

Aquel movimiento cultural se le dio el nombre de “La generación del 98” en recuerdo del “desastre de Cuba” sin que ello supusiera el año de su nacimiento, toda vez que el grueso de sus denuncias y su nominación, se acometieron avanzado el siglo.

Literatos de todo estilo y condición, mayoritariamente periféricos, instaban a una España mejor, sin cuestionar su integridad.

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Pese a su dificultad, clamaban por la semejanza con las naciones europeas que habían conseguido un mayor poder económico gracias a una revolución industrial a la que España trataba de incorporarse, pero a paso muy lento, y sobre todo a gran distancia.

Han transcurrido cien años desde entonces. En este último periodo se han producido diversas crisis económicas de índole diferente y en escenarios políticos distintos.

La actual que sufrimos es una más, pero su magnitud era inesperada hasta hace escasos años. Pese a su carácter universal, la torpeza en su conducción por parte de nuestros gobernantes, está produciendo en el ciudadano, en nuestro tejido social y empresarial, una gran incertidumbre, al igual que la producida a comienzos del pasado siglo.

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Y la situación se agrava aún más por el protagonismo que están logrando los partidos nacionalistas en un camino a ninguna parte, sin cabida posible en el mundo occidental al que pertenecemos, valiéndose de una ciudadanía manipulada a su antojo y a la que han ocultado de forma intencionada la realidad de su histórico pasado.

Por lo tanto, creo sinceramente la urgente necesidad de un movimiento cultural al estilo de aquella “generación llamada del 98”, la de Unamuno, Baroja, Valle Inclán, los Machado, Ortega y Gasset, Ramiro Maeztu, Azorín, como les decía periféricos, capaz de dar un “toque de trompeta” con el temple de la pluma, que despierte del letargo a la sociedad del momento.

Considero importante hacer mención de la posterior y conocida como “generación del 27”, que a diferencia de la del 98, su motivación era básicamente lírica, pero tampoco cuestionaba la unidad de España.

Es necesario que no posible –me atreví a sugerirle un día al profesor Sr. De la Peña hace ahora año y medio- que surja un grupo de personas decididas a inculcar en la sociedad española la urgencia de remar con orgullo patrio en beneficio de nuestra nación y en su consecuencia, de todos los ciudadanos. El libro de Pedro J. de la Peña que hoy nos presenta su autor es un eficaz ejemplo al que otros intelectuales debieran sumarse.

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Finalizo desde mi humilde condición, clamando por la urgencia de una generación cultural con el empeño de las de antaño. Y también lo hago con mi felicitación al amigo Pedro, tan gran narrador como poeta, inmerso de lleno en el ambiente cultural español y con mayor y más eficaz tribuna, al igual que a los compañeros de mesa, por su firme decisión de impulsar a la “necesidad de una nueva generación ilustrada” que alerte al ciudadano que nuestra nación española existe, sin que ningún motivo justifique su división; salvo para quienes caminan desnortados desde el puerto en el que les embarcaron.

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Tarea ésta, la de navegar entre brumas y tinieblas, a la que los diferentes programas docentes de los últimos treinta años y de forma lamentable, han contribuido a ello.

Señoras y señores, muchas gracias por su atención.

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