Jordi Sevilla exmininistro de Administraciones Públicas, refiriéndose al problema catalán, concluye afirmando que no hay nada más injusto que tratar por igual a quienes son diferentes.
Ignoro qué sistema utiliza el Sr. Sevilla para diagnosticar cual es la condición que nos distingue a unos de otros, porque salvo en los hermanos gemelos, quienes por cierto también tienen sus diferencias, me gustaría que me confirmase en que parcela de la vida hay casos idénticos, por lo cual y según su aserto, aplicar una política igualitaria es un ejercicio injusto, seguramente deleznable.
¿Quiere decir con ello el exministro que como somos más de 40 mm los españoles, a cada uno corresponde una receta distinta? Puede que exagere quien escribe estas líneas, así que rebajemos el listón.
¿Hay que aplicar entonces políticas diferentes a las diecisiete Comunidades Autónomas, tanto en cuanto cada una tiene su singularidad?
Verdad que chirría y hasta que suena mal este discurso cuando viene de la boca de quien formara parte de un gobierno socialista en el que se creó el Ministerio de la Igualdad, a la sazón desde una ideología que dice oponerse al trato desigual.
¿Qué querrá decirnos pues?
Acabáramos. Lo que subyace en el fondo es que en la España nuestra pertenecemos a dos grupos: catalanes y el resto. Por ahí van los tiros tras leer la entrevista a que le somete el periodista tras la presentación de su libro "La economía en dos tardes".
Por cierto, ¿Les recuerda algo su título y a quién iba dirigida la oferta de autoayuda?
En fin, lo que nos quiere decir el exministro es que la política a aplicar en Cataluña tiene que ser diferente a la del resto de las regiones que forman España, y por supuesto con trato de favor, toda vez que si su aplicación fuera igualitaria el gran pecado seria entonces el de la injusticia, a cuya condena habría que recurrir a un “tribunal competente” cuyo nombre tendría que ser antónimo de la igualdad.
Y toda esta pantomima cuando nuestra actual Constitución dice que todos los españoles somos iguales ante la ley, tanto en derechos como en obligaciones.
Ahí está la necesidad de su cambio que algunos pregonan; y por supuesto sin referéndum.
O sea, con vaselina.
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