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12 octubre 2008

ASTURIAS COSTA DE ENCANTOS

05/10/2008
Nada mejor que para empezar el día que un pequeño paseo por el Parque de Isabel La Católica: el de mayor superficie en la ciudad y al que se accede desde el mismo Parador Nacional, un antiguo molino anexo al Parque, en el que al otro extremo está situado el Estadio del Molinón.

Espléndido Parque cubierto de una vegetación rica en especies arbóreas, luce un bello estanque habitado por una variada fauna que alcanza más de cien especies de aves diferentes, muchas de ellas llegadas en sus flujos migratorias desde los puntos más alejados de Europa. Para distracción del visitante destacan en “el estanque de los patos” una gran variedad de cisnes, gansos, ocas, patos, gaviotas, y muy próximo a él, un palomar junto a un aviario, albergan faisanes, pavos reales, gallos y gallinas, palomas y demás especies extrañas que también se pasean sueltas por el césped luciendo elegantes y coloridos plumajes, o esconden sus picos en el estanque donde calman su sed y chapotean sus aguas. A través de sus pasillos ajardinados, se llega a la playa de San Lorenzo, punto en el que arranca el paseo marítimo y que muere a los pies de la Iglesia de San Pedro en el otro extremo de la ciudad.

Quisimos conocer dos pequeños pueblos costeños elogiosamente recomendados: Lastres y Tazones. Pero con anterioridad y como nos cogía de camino, fuimos a conocer la Universidad Laboral de Gijón que construida a mediados del pasado siglo, se caracteriza por su monumentalidad. Referenciada por su creador con reminiscencias clásicas de Roma, Grecia y el Renacimiento, sorprende por lo inesperado. A su interior se accede desde una puerta de aspecto medieval pasando a través de un Patio Corintio voluminoso y de espléndidas columnas jónicas: punto de entrada a la magnífica plaza interior en la que se observa una lograda conjunción entre las clásicas plazas castellanas y el sabor veneciano de la famosa Plaza de San Marcos, cuya extensión es semejante. Más que una Universidad es un espacio abierto al siglo XXI donde la cultura y al arte mantendrán viva su mejor proyección creativa encaminada a los mejores logros, tanto artísticos como productivos.

Visitamos Lastres, con su pequeño puerto y casas blancas de tejas rojas que se reflejaban en el mar cristalino que lamía su dársena. Subimos al mirador junto a la Capilla de San Roque, desde donde divisamos las cumbres nevadas de los Picos de Europa en un día espléndido de sol, mientras nos deleitábamos al mismo tiempo con el poblado a nuestros pies. Las brumas lejanas entre las montañas y la espuma del mar sobre los pequeños acantilados ribeteaban Lastres, que escalonada sobre un pedestal de arbustos y musgo, la observamos desde lo más alto.

Llegamos a Tazones a la hora de comer, según nos fijaba la ruta elegida, y lugar por donde Carlos I hizo su entrada en España. Nada más llegar una procesión de gaitas ascendía desde el puerto hacía una ermita precediendo a la Virgen del Carmen, cuyo recibimiento no podía ser más oportuno. Tazones es un pueblo muy pequeño apretado al mar donde la oferta gastronómica es abundante. La belleza de sus casas, a una y otra parte del camino de bajada al puerto, configuran unas callejuelas llenas de sabor asturiano perfumado por los ofrecimientos de sidra volteada desde unas manos tan generosas como diestras. En una de sus retorcidas callejuelas una casa cubierta de conchas junto a un hórreo recreaba un rincón pintoresco.

Y ya sentados frente al mar tomando una sidrina y esperando ver qué nos ofrecían para comer, los gaiteros ocuparon el centro de la calle y con su “Asturias patria querida” nos alegraron a todos los que nos disponíamos a gozar de aquel espacio asturiano; como lo hicimos poco después con un surtido y extenso marisco, el mejor de los frutos del mar.

De vuelta a Gijón y tras un rato de descanso completamos la tarde con un pequeño paseo viendo cómo las aguas abandonaban la playa para refugiarse otra vez en el mar, desde donde horas más tarde volverían a surgir suavemente para cubrir toda la playa de San Lorenzo de un espejo de plata y en el que volverían a reflejarse los destellos de Gijón en su vaivén interminable.




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