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10 octubre 2008

MEDINA DEL CAMPO, MÁS QUE PARADA Y FONDA

27/9/2008
Existen lugares a lo largo de nuestra geografía hispana que por su situación estratégica pueden ser considerados como “de parada y fonda”: lugares de descanso dentro de un largo recorrido de una punta a otra de nuestra piel de toro. Lo que nos lleva de esta forma a caer en el habitual error del desconocimiento del lugar transito, cometido por culpa de la idea preconcebida de fijarte un punto de destino ignorando otros que bien vale la pena conocerlos, sobre todo en situ. Dicen que las prisas son prácticas habituales tanto en los ladrones como en los malos toreros, a los que yo uniría a quienes desde su afición por el gusto por viajar eliminan de su equipaje el zurrón de la calma.

Pasar de largo por Medina del Campo y Tordesillas dejándolas tras el retrovisor del vehículo en una o dos ocasiones no es pecado; pero insistir en ello otras veces y no prestarles la atención que se merecen tampoco lo es, ni venial ni mortal, pero alimentar nuestra mochila con las prisas volviendo a dejarlas de lado, nos priva del placer de viajar, deja éste de tener sentido y de tal guisa, perdemos su faceta más natural: la de aprovechar el tiempo y lugar en el que estamos, sabiendo algo de lo que fuimos, como sucede en estos lugares: páginas importantes de nuestra historia.

Medina del Campo es a Isabel la Católica, lo que Tordesillas es a su hija Juana, la que llamaron “la loca”; amén de su famoso Tratado que partió al mundo en dos mitades: el que hiciera dueños a España y Portugal de las tierras por conocer en cada una de sus dos partes señaladas.

Pero todo esto es Historia, y pensando en ella, dedicarle uno de nuestros días a Medina y otro a Tordesillas paseando por sus calles, visitando sus puntos clave y gozando de sus bien cuidadas ciudades es un alto en el camino gozosamente recompensando.

El Castillo de la Mota, situado en un pequeño cerro (mota) es el embrión de la ciudad de Medina, de cuyos primeros pobladores, los vacceos, se ha conocido su existencia merced a un centro turístico situado frente al Castillo de reciente construcción, en cuyas excavaciones se han hallado unos restos arqueológicos datados en el siglo V a.C. En torno al Castillo fue creciendo su núcleo poblacional, llegando a convertirse la ciudad durante los siglos XV y XVI en el lugar que daba cobijo a las más famosas ferias de Europa. Esplendor que tuvo su final con el traslado de la Corte a Madrid, como capital de las Españas.

Auténtica fortaleza militar, el Castillo de la Mota se inició en su construcción en el siglo XII, no como Palacio, sino como defensa inexpugnable; eficazmente diseñado se convirtió en un bastión jamás vencido, merced a sus muros de ladrillo y argamasa, su foso circundante que nunca albergó agua y sus extensos pasillos interiores: prolíficos de troneras que resistieron todos los embates enemigos, los de los cristianos principalmente. Pero lo mejor es contemplarlo con toda su belleza y amplia panorámica con la que ha llegado hasta nuestros días, en la que sólo han sido precisas algunas restauraciones de sus almenas dañadas por la acción del tiempo. Su torre del homenaje se alza orgullosa resistiendo un pasado que sí supo de la destrucción bajo sus pies de todo su entramado interno, pero eficazmente reconstruido a lo largo de todo el siglo XX con múltiples y provechosas utilizaciones de las que hoy puede gozar el afortunado viajero.

En la Plaza Mayor de la Hispanidad, la de mayor extensión de España rivalizando con la de Salamanca, se reúnen la Casa de los Arcos; el Palacio Real Testamentario de Isabel I, donde se encontró con la muerte y entre sus paredes queda patente la fuerte personalidad y gran magnanimidad de la Católica Reina (una esplendida recreación histórica nos habla de cuando la creencia imperante en la composición plana de la Tierra con varios documentos pictóricos que así la mostraban, así como también del fuerte convencimiento del navegante Colón, la ayuda de Isabel y el astrolabio, que hicieron posible el descubrimiento de un nuevo mundo); su Ayuntamiento; la Colegiata (con su graciosa capilla exterior: un balcón desde el que se oficiaba en las horas de mercado, con la Virgen del Pópulo sobre el altar, anulando los acuerdos establecidos previos a la celebración de la misa) y la Casa del Peso Real.

Sobre su amplio enlosado se encuentran esparcidas unas placas de bronce donde figuran nominados los diferentes oficios, señalizado el lugar exacto que ocupaban los mercaderes durante sus jornadas de feria.

En la actualidad la Plaza de Medina del Campo es el escenario donde se celebran diversas exposiciones artesanales, espectáculos taurinos, Ferias de Muestras, de productos de la tierra, de la Hispanidad y de la Juventud.

Todo esto en su Plaza Mayor, pero perdiéndose por su calles el testimonio de la monumentalidad se encuentra por doquier: Palacios, Conventos, Mercados, Ermitas, Iglesias, Hospitales, Reales Carnicerías, así como su espléndida Estación del Ferrocarril, su Palacio Balneario y una multitud de casonas que dan fe de todo ello, junto al magnífico Cuartel Marqués de la Ensenada hoy desgraciada e incomprensiblemente cerradas sus puertas.

Dice el escudo de la ciudad que “ni Rey ofició, ni el Papa benefició” dada su autonomía en los nombramientos civiles y religiosos.

1 comentario:

Benê dijo...

Te dire como diria aqui en Brasil, "Me Deus!", ese castillo es un sueño, gracias.