A voz pausada, mencionando todos los puntos que indicaba la sentencia a quienes sentados en el banquillo ante la mesa del Tribunal de la Audiencia malagueña escuchaban asustados lo que les llegaba a los oídos, alguien de los acusados, bien arqueó una ceja, bien frunció su ceño o bien movió un brazo.
Algo que no le gustó al Sr. Juez, dueño, amo y señor del estrado.
De inmediato, "su señoría", ordenó a la secretaria que pausara su dictamen judicial y exigió a quienes estaban escuchando su propia sentencia que no quería ver en ellos ni un solo gesto, ni una sola una mueca, ni una sola arruga en sus rostros.
!Cuánta chulería, pardiez!
!Vaya jueces de... tenemos!
Qué fácil resulta ensañarse con el débil rendido a sus pies, una vez descubiertas sus codicias.
Me gustaría ver a este chulito de prepotente toga, al igual que a su colega Climent de la Audiencia valenciana cuando en su día juzgó a Paco Camps, que en idéntica actitud chulesca por detectar igualmente alguna arruga en el rostro de quien finalmente sería absuelto, me gustaría, les decía, ver a este par de jueces de soberbia contrastada, juzgar a un par de etarras asistiendo a la sala con actitudes de pancarta agresiva, puños en alto, soflamas amenazantes y con unas manos libres en las que lo único que les falta es un vaso de chacolí en ocasión de cualquier vodevil publicitario que montan en las salas en la hora de ser juzgados.
¡Cuánto asco, pardiez!
Vaya panda de jueces tenemos, tanto en cuanto les encanta humillar al débil, pero en cambio, ante el asesino canalla, les salen arrugas. En esta ocasión a ellos, en sus cobardes redaños.
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