En “eso” que llaman el “Centro Cultural 9 de Octubre” aquí en Valencia, han acogido la presencia de Oriol Junqueras: el diputado de ERC que ha venido a casa ajena con la intención de convertirla en casa propia.
A Oriol Junqueras si le ves de perfil puedes imaginar cualquier cosa sin desdeñar el esperpento.
En tiempos de crisis y aplicación de recortes, por lo visto, hay quien tiene tiempo y recursos para acudir a donde no le llaman. Salvo cuando le llegan ecos de quienes renegando de sus raíces, creen en un pedigrí adulterado, dogmatizados por falsas leyendas que les inducen a caer rendidos a los pies de quien, obcecado y desde la prepotencia, busca una tierra prometida. Más por hechizos redentores, que por una base cultural y a la sazón documentada de la que valerse.
Si lo ves de frente, empiezas a entenderlo sin temor al engaño. Como cuando las cartas están descubiertas sobre la mesa que despejan las dudas.
No es de las personas que cuando habla mira a los ojos. Es un imaginario que como tal alza su mirada al cielo como ofreciendo una patria a cuyo cobijo y a quienes allí se encuentren, promete que gozarán de la paz eterna bajo el manto protector de un estado del bienestar donde no sólo serán felices, sino como en el cuento, al final comerán perdices.
Oriol Junqueras quiere ampliar sus dominios, tal y como si ya fuera dueño de un territorio que, sin pertenecerle, quiere ampliar sus lindes. Tiene porte de un señor feudal a la caza de unas mejores rentas que por lo visto unos “adelantados” le sugieren.
Por ello busca dónde encontrarlas sin importarle un pepino el sentir de los valencianos a quienes provoca. Eso sí, sabiéndolo de antemano.
Un iluminado, el Oriol Junqueras, que cobra buen sueldo de lo que él llama Estado Español a final de mes y “opresor” el resto de los días.
Oriol Junqueras (y él se lo cree) está llamado a las más altas hazañas, necesitado de un rebaño al son del cencerro.
Oriol Junqueras ha venido a Valencia donde tiene siempre dispuesto un alto sitial para lanzar sus prédicas adormecedores. Púlpito construido, por supuesto, con un dinero de la Generalitat Catalana que no tuvo ningún inconveniente en desviar un capazo de millones de euros a nuestra Comunidad dedicados a su empresa. Cuestión ésta, dicho sea de paso, cuya investigación debiera pasar por los Juzgados.
Un iluminado de ojos abiertos, les decía, que no mira a las personas, sino al alto cielo desde donde un día le llegó el eco de ser el llamado a la redención de un pueblo que manipulando su pasado, sueña en un futuro en solitario alimentado con “pa i tomaca”.
Ahora quiere la paella.
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