Sí la gran mayoría de los historiadores coinciden en la calificación del siglo XIX como el de un largo y convulso periodo, uno de sus más ilustres hijos cuya figura emergió en sus últimos treinta años fue un firme defensor de la instauración del sistema republicano por el que luchó decidido. Y me refiero a D. Emilio Castelar, tan brillante orador como hombre ilustrado, que si luchó por su implantación, al mismo tiempo lo hizo por la defensa de la unidad de la nación española que de forma alocada se había empecinado en unas revueltas cantonales carentes de sentido.
Pero Don Emilio Castelar tuvo que luchar contra la intransigencia, contra el fanatismo, contra los radicales; él mismo fue la principal víctima de aquella I República por la que había dado todo lo mejor de sí mismo. Lejos de pretenderlo y enfrentándose a quienes le rodeaban, no pudo dar freno a “aquella bestia” que se estaba gestando, que asoló a España, y que en sed de sangre y con el devenir de los día, llevó, como no podía ser de otra manera, a la restauración borbónica.
Sin duda, la lealtad y el amor a su nación, hizo que su figura, la de Don Emilio Castelar, fuera reconocida y ensalzada. Como lo demuestra que ya en el siglo XX y durante muchos años, su nombre figurara en calles y plazas de España.
La plaza principal de Valencia y con su nombre se conoció como tal durante cuarenta largos años, y su estatua ecuestre sigue adornando el Paseo de la Castellana madrileña desde hace más de un siglo. Por citar dos ejemplos de especial relevancia.
También el siglo XX tuvo su hijo ilustre. Don José Ortega y Gasset, filósofo y ensayista, hombre intelectual e ilustrado, humanista y gran defensor del sistema republicano. Fue el principal estandarte que aglutinó a todas las fuerzas políticas emplazadas a derribar a un sistema monárquico cuyo norte había perdido. No obstante, los primeros treinta años del nuevo siglo nada tenían que ver los convulsos del periodo decimonónico, pues aquellos primeros del nuevo siglo fueron más prósperos pese a tener que enfrentarse a un incipiente pistolerismo y a unos grupos radicales que iban “alimentándose” de ecos que les llegaban del exterior. De tierras lejanas.
Sin Don Emilio Castelar puede tener y lo tiene, el mérito de estar a la altura del mejor político español del siglo XIX, Don José Ortega y Gasset estuvo a su altura. Igualmente se le puede considerar el mejor político del siglo XX aunque no llegara a ejercer labores de gobierno. Su punto en común: su firme decisión republicana y la “carne en el asador” que ambos pusieron y en idéntica cuantía para lograr que el sistema que deseaban se implantara en una nación española que amaban con delirio.
Pero algo más les ha identificado ante la historia. También Don José, como Don Emilio, fue “devorado” por el mismo sistema que había defendido. En cualquier vergel es capaz de florecer un tallo borde que regado a discreción es capaz de devorar incluso a quienes sembraron la semilla en la que creían.
Lejano el XIX, pasado el XX, estamos ya en un nuevo milenio sin que hasta el momento haya surgido su hijo ilustre y a la altura de aquellos.
Si se ha dicho que es bueno conocer el pasado para evitar que sus errores vuelvan a repetirse, bueno sería poner en práctica el aserto para evitar quede como una frase hecha.
Frase que presumo que en quienes la dicen y que al menos en otros tiempos repitieron, sea tan hueca de contenido como llena de rencor, por supuesto salpimentada desde la ignorancia, cocinada primero a fuego lento y adobada con gasolina después, con la receta en la mano para saciar al más profundo analfabetismo y todo ello condimentando y ensalzado desde la perversidad.
Son los cocineros que todos sabemos. Y están dispuestos a ello. Y alerta.
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