Ni lo fueron los intelectuales de 1931, ni tampoco los de 1934, ni siquiera los de 1936, intelectuales e ilustrados de aquel entonces quienes propusieran la desmembración de España. Un deseo en exclusiva a merced de unos personajillos alimentados de vapores nacionalistas que más que oxigenar sus mentes, les restringieron de cualquier manifestación cultural.
Las ideas nacionalistas de aquellos años, así como las actuales del siglo XXI, ni calaron ni han sido asumidas por quienes saben muy bien hacía donde fijar sus miras, siempre en las antípodas de unos movimientos separatistas cuya mayor aceptación la han tenido y la tienen en los campos de la ignorancia en época de barbecho.
Ni la generación del 27 de los Azorín, Diego y Machado, ni los Marañón y Ortega-Gasset, ni Madariaga, ni tantos otros, así como los ya fallecidos Ramón de Ayala, Dámaso Alonso, o los afortunadamente aún vivos, como Marsé, Carlos Mendoza, Pérez-Reverte, en fin una lista que sería interminable, ni uno sólo de todos ellos inculcó entonces o clama ahora por las ideas separatistas. Ni el Boscán del XVI, ni el Balmes del XIX, ni el Joseph Pla del XX, catalanes todos.
El poso cultural de todos ellos, su conocimiento de la España de siempre, la de las luces y de las sombras, no ha logrado más que reafirmar la existencia de la vieja nación europea, España, que sólo desde el más profundo cerrilismo se pretende cercenar al grito del lerdo.
Es triste y penoso escuchar y observar que las doctrinas incendiarias de cuatro desvergonzados politicastros del tres al cuarto, de reputación cuestionada, hayan calado en un sector de la sociedad que lo es desnortado, rancio y paleto, dispuesto a lo que sea y que en momentos de necesaria solidaridad, como los actuales, se deciden por la algarabía callejera, dispuestos a mostrar el lado más oscuro del ser humano; de lo que aquellos sinvergüenzas se benefician desde la más incomprensible impunidad.
Y más aún cuando se presentan ante la sociedad en sus propuestas excluyentes como personas doctas, investidos con halo cultural y piel dorada por fuera, aunque lo cierto sea ser que resulta negra, muy negra en su interior y de cieno olor: allí dónde esconden los más pueriles argumentos sahumados de mentiras.
Qué no, qué no. Que ningún aporte cultural les induce a semejante correría, por muchas que seas las bambalinas, falsas como la más falsa moneda y de las que alardean.
Tinta negra sobre papel mojado.
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