El diputado de nombre Juan Soto ha tenido la desfachatez de pedir en Las Cortes Valencianas que una parte del patrimonio eclesial valorado en 150 mm de euros sea devuelto en beneficio de la ciudadanía, dado que una parte de nuestros impuestos van a las arcas de la católica Iglesia.
¡Cómo si no lo fuera ya!
Ahí están templos, iglesias y catedrales de casi diez siglos a disposición de todo aquel que tenga deseos no sólo cuidar su alma, sino de aquellos interesados por conocer en el plató de los hechos, el devenir de nuestra historia.
Con seguridad el manipulador Juan Soto no asistirá a ellos, desinteresado en ambos temas, y cierto que por ser víctima de un enfermizo rechazo, o bien porque su interés por el pasado sea nulo. O más bien por ambas razones. Que sí.
Y digo todo esto porque sé del quehacer diario de tan desagradable personaje cuyo destile he visto muchas veces en el hemiciclo de nuestra Casa Consistorial ante la luz y taquígrafos que representa verlo en su escaño.
Lugar que siempre ha utilizado como fruto de su trabajo, pero para servir el más rancio rancho que ni en el frente de Teruel lo hubiere.
Lugar desde el que igualmente ha dispuesto el vino mísero y cabezón para estigmatizar a sus seguidores, así como ha certificado en cajitas de seda el fruto de la manzana podrida destinado a ensañar cualquier mesa que por su gratuidad lo acoja.
¿Qué de nuestros impuestos se ha beneficiado la Iglesia?
Y de quienes ha sufrido el más blasfemo ataque, destrozando, saqueando e incendiado su patrimonio, cuya restauración ha sido muy bien acogida por la mayoría del pueblo español y al mismo tiempo costeada de nuestros impuestos.
Qué se resarza el Estado de tal cuantía del sueldo de Juan Soto y de las arcas del su partido, toda vez que fueron sus mismos correligionarios quienes con su vandalismo rancio, mísero, cabezón y podrido destrozaron gran parte de nuestra de historia: la nacida cuando Europa era conocida como la Cristiandad y de la que España formaba parte.
Juan Soto: cuantifique el daño y pague.
Y hecho esto, deje ya de una vez de contar mentiras, de las muchas que allí se han escuchado aprovechando su cargo. Y si de paso se acoge al reglamento institucional al que acude, con cortesía y educación, al menos, le dará la dignidad y seriedad que con su presencia desmerecen.
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