Don Santiago Ramón y Cajal
Gloria de la ciencia española y Premio Nobel de Medicina en 1906.
"...No soy adversario, en principio, de la concesión de privilegios regionales, pero a condición de que no rocen en lo más mínimo el sagrado principio de la Unidad Nacional..."
“El mundo visto a los 80 años” de Santiago Ramón y Cajal se publicó en 1934 poco antes de su muerte. Fue su último libro editado en vida y en su capitulo XII, nos habla de aquellos momentos en torno al separatismo vasco y catalán. En sus comentarios no hace más que resaltar los falsos argumentos utilizados para justificar un adoctrinamiento como único sistema posible para los propósitos de cuatro descerebrados que, más que amor a su tierra, a su paisanaje, optan por la falta de escrúpulo y respeto que les merecen, por lo que han laborado aprovechándose de la ignorancia de unos súbditos previa y sutilmente adocenados.
Si en 1934, tras “el golpe de estado de la izquierda” sucedió tal y como expresa el Diario Oficial de la República:
En la actualidad, en unos momentos de convulsión económica, aprovechan igualmente la situación para conseguir sus fines utilizando igualmente la mentira y la difamación. La única diferencia reside en que el adoctrinamiento ha dejado más callo; pero no en las manos, sino en los cerebros.
Que si les dije que prefería a Unamuno, a Baroja, a Maeztu o a Fernando Savater, a quien le deseo larga vida, aquí les dejo la “visión” de nuestro Premio Nóbel D. Santiago Ramón y Cajal, que si observaba con certera eficacia el “comportamiento de las neuronas” en el ser humano en su dedicación profesional, igualmente sabía de unas miserias permanentes en el tiempo y útiles para los fines más perversos, tal y como él mismo denuncia.
Le dejo parte de sus comentarios, en su visión de aquellos años 30 que Rodríguez Zapatero se empeñó en trasladar hasta la actualidad y de cuya responsabilidad la historia le pedirá cuentas.
La de España, sí, que permanecerá en el tiempo. Otra cosa será la de su partido, el PSOE, llamado a convertirse en minoritario y residual. Al tiempo.
Palabras de Don Santiago Ramón y Cajal
(El Mundo a los Ochenta Años. Madrid 1934)
“Deprime y entristece el ánimo, el considerar la ingratitud de los vascos, cuya gran mayoría desea separarse de la Patria común. Hasta en la noble Navarra existe un partido separatista o nacionalista, robusto y bien organizado, junto con el Tradicionalista que enarbola todavía la vieja bandera de Dios, Patria y Rey.
En la Facultad de Medicina de Barcelona, todos los profesores, menos dos, son catalanes nacionalistas; por donde se explica la emigración de catedráticos y de estudiantes, que no llega hoy, según mis informes, al tercio de los matriculados en años anteriores. Casi todos los maestros dan la enseñanza en catalán con acuerdo y consejo tácitos del consabido Patronato, empeñado en catalanizar a todo trance una institución costeada por el Estado.
A guisa de explicaciones del desvío actual de las regiones periféricas, se han imaginado varias hipótesis, algunas con ínfulas filosóficas. No nos hagamos ilusiones. La causa real carece de idealidad y es puramente económica. El movimiento desintegrador surgió en 1900, y tuvo por causa principal, aunque no exclusiva, con relación a Cataluña, la pérdida irreparable del espléndido mercado colonial. En cuanto a los vascos, proceden por imitación gregaria. Resignémonos los idealistas impenitentes a soslayar raíces raciales o incompatibilidades ideológicas profundas, para contraernos a motivos prosaicos y circunstanciales.
¡Pobre Madrid, la supuesta aborrecida sede del imperialismo castellano! ¡Y pobre Castilla, la eterna abandonada por reyes y gobiernos!
Ella, despojada primeramente de sus libertades, bajo el odioso despotismo de Carlos V, ayudado por los vascos, sufre ahora la amargura de ver cómo las provincias más vivas, mimadas y privilegiadas por el Estado, le echan en cara su centralismo avasallador.
No me explico este desafecto a España de Cataluña y Vasconia. Si recordaran la Historia y juzgaran imparcialmente a los castellanos, caerían en la cuenta de que su despego carece de fundamento moral, ni cabe explicarlo por móviles utilitarios. A este respecto, la amnesia de los vizcaitarras es algo incomprensible. Los cacareados Fueros, cuyo fundamento histórico es harto problemático, fueron ratificados por Carlos V en pago de la ayuda que le habían prestado los vizcaínos en Villalar, ¡estrangulando las libertades castellanas! ¡Cuánta ingratitud tendenciosa alberga el alma primitiva y sugestionable de los secuaces del vacuo y jactancioso Sabino Arana y del descomedido hermano que lo representa!.
La lista interminable de subvenciones generosamente otorgadas a las provincias vascas constituye algo indignante. Las cifras globales son aterradoras. Y todo para congraciarse con una raza (sic) que corresponde a la magnanimidad castellana (los despreciables «maketos») con la más negra ingratitud.
A pesar de todo lo dicho, esperamos que en las regiones favorecidas por los Estatutos, prevalezca el buen sentido, sin llegar a situaciones de violencia y desmembraciones fatales para todos. Estamos convencidos de la sensatez catalana, aunque no se nos oculte que en los pueblos envenenados sistemáticamente durante más de tres decenios por la pasión o prejuicios seculares, son difíciles las actitudes ecuánimes y serenas.
No soy adversario, en principio, de la concesión de privilegios regionales, pero a condición de que no rocen en lo más mínimo el sagrado principio de la Unidad Nacional. Sean autónomas las regiones, mas sin comprometer la Hacienda del Estado. Sufráguese el costo de los servicios cedidos, sin menoscabo de un excedente razonable para los inexcusables gastos de soberanía.
La sinceridad me obliga a confesar que este movimiento centrífugo es peligroso, más que en sí mismo, en relación con la especial psicología de los pueblos hispanos. Preciso es recordar –así lo proclama toda nuestra Historia– que somos incoherentes, indisciplinados, apasionadamente localistas, amén de tornadizos e imprevisores. El todo o nada es nuestra divisa. Nos falta el culto de la Patria Grande. Si España estuviera poblada de franceses e italianos, alemanes o británicos, mis alarmas por el futuro de España se disiparían. Porque estos pueblos sensatos saben sacrificar sus pequeñas querellas de campanario en aras de la concordia y del provecho común.”
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