El barco varado frente la playa del Saler valenciano a cuya contemplación y disfrute ha acudido la gente en dominical y festiva jornada con el escaso gasto de unos litros de carburante, suple y hace de relleno ante la carencia por el goce turístico a un destino que por ahora resulta imposible.
Hasta de feliz metáfora de la frustración pudiera convenirse, al igual que la más clara del estancamiento de la economía que todos quieren que se mueva pero ignoran cómo.
Al menos que no lo haga hacia la seca duna del falso dorado, pues llegado el caso y para su vuelta al ancho mar, el esfuerzo seria más costoso una vez encallado en un arenal de hondo desconocido.
La mar tranquila nos muestra un barco enfermo, triste y aburrido. O lo parece. Envejecido y sin rugidos, pero al menos a salvo de las amenazas del hábitat para el que fue creado y del que por su peligrosa ebullición parece huir, pues más sabe el diablo por viejo que por diablo.
¿Surcarán sus velas algún día?
Nos dicen que aun quedan malos vientos por doquier, pero mientras tanto y a duras penas, el gentío disfruta de su vista porque siempre habrá un lugar para el disfrute y al que amarrarse.
Por extraño que lo parezca, quien no se consuela es porque no quiere. O lo parece.
Ante tal situación, existe quien alarma de evidentes peligros en el arenal de la playa por su influencia presente; es por lo que se impone el “rescate”, pese al costo que supone.
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