El colmo del ridículo es como esa marca olímpica que siempre se supera, siendo lo normal que sea por segundos. O por sus décimas. Siempre batiendo el record.
Ya puede uno recurrir al más cotidiano de los esperpentos, que por ser en él lo habitual, en Juan Soto, y como marca de la casa, la más reciente de las ridiculeces que se le ocurra se convierte en pasado y a su vez en la antesala del futuro que le surgirá de inmediato.
Y antes de entrar en la cuestión, si al perro ladrador no le hace falta bozal porque aseguran que no muerde, por aquel por si acaso, nunca estará de más sujetar las fauces de su boca por la esperada dentellada dispuesta en cada momento. Y si es él mismo quien se lo coloca, el bozal, bienvenida sea su decisión y que lo haga por mucho tiempo: cuanto más dilatado sea, mejor, que se lo agradeceremos.
-Perro que ladra no muerde – dicen. Bueno, bueno, pero por si acaso.
Juan Soto se ha puesto un bozal en su boca y si no fuera por la sonrisa que muestra, tan propia como la del engaño, nuestra dicha seria completa. Al menos para los desfavorecidos, que siempre a su merced y a la corneta de sus propósitos -que no es otra que la de aprovecharse del débil en forma de rédito y a su beneficio- el verlo amordazado es la mejor garantía de que su lengua viperina se vea impedida a sembrar la inquietud a quienes astutamente trata como allegados.
Nada mejor pues, que el pegamento que ha utilizado para su silencio sea de eficacia contrastada, duradero en el tiempo y sin fecha de caducidad, no sea que resulte ser como la falsa huelga de hambre que renunciando al plato caliente, se recurre a unos nutrientes dispuestos y a buen recaudo en la recamara del embuste.
Sr. Soto, puesto por Vd mismo su bozal, calle para siempre. El buen gusto y el respeto al ciudadano les quedarán para siempre sumamente agradecidos.
Cochina envidia hacia la Mónica Oltra a quien trata de superar.
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