La dieta mediterránea está basada fundamentalmente en el trigo, la vid y el olivo, siendo sus productos los más universales.
Sin embargo, donde no hay harina, todo es mohína. Pero vaya si la hay y de la mejor calidad, aunque esté silenciosa, como escondida, con seguridad preocupada, incluso temerosa y amordazada.
Cosechado el trigo, tras una serie de procesos de trillado y aireado, se culmina en su molido donde aparece la harina, limpia y blanca, dispuesta para la elaboración del pan, alimento del que se beneficiarán todas las clases sociales, sea cual fuere su presentación, desde la sencilla barra del supermercado, hasta la ofrecida como delicatessen en el mejor establecimiento comercial. Y más de lo mismo sucede con los otros dos productos, que limpios de su escoria, ofrecen al ciudadano lo mejor que conservan.
Adulterar el proceso con toda clase de sucedáneos, sólo conduce a que lleguen ante el consumidor como un producto falso, mezquino, cuyo único resultado es el que las nutrientes no sean las esperadas y nuestras defensas disminuyan, camino al abandono.
Los agricultores catalanes del XVII ya sabían de ello, pues su cultura de campos y bancales les venía de antiguo. Y cuando en la ciudad de Barcelona, en aquella fiesta del Corpus de 1640 estalló una fuerte tempestad de violencia y mar de sangre contra el Virrey y los próceres de la ciudad que se beneficiaban de un pueblo catalán engañado, desataron sus iras al grito de ¡Viva el Rey! ¡Mueran los traidores”.
Es decir, viva Felipe IV, Rey de España –pues como españoles se veían- mueran quienes desde las instituciones catalanas –los Diputados de la Generalidad Catalana- gobernaban en su propio beneficio, es decir como traidores.
Y así fue cómo se manifestó el pueblo catalán (els segadors) por las calles de Barcelona en aquel día del Corpus. Hecho histórico manipulado en la actualidad, tanto en cuanto ensalzan y en su nombre, mediante un himno manoseado, el recuerdo de una furia que no era otra que la que el mismo pueblo arremetía, exaltados, por un mal gobierno que se trataba de esconder.
La historia se repite pues en la misma forma e intensidad que en aquel Corpus del XVII, pero con la harina adulterada en versión “Diada 2012”, adoctrinada, con el único objetivo de desviar a la opinión pública del más alto grado de corrupción existente en España en un institución pública, manifestado en numerosas redadas policiales contra los más altos cargos catalanes que muy sutilmente han sabido devaluar en su calado.
Lo que hace bueno el refrán que cuando no hay harina, todo es mohína.
Limpio el pueblo catalán de tanto sucedáneo, de tanta miseria y porquería como la que se esconde en un magma dominante que manipula hasta la saciedad el cultivo del trigo, olivo y aceite, de seguro que aún queda lo más grano y selecto de una ciudadanía mayoritaria, silenciosa y hasta con miedo a un futuro, del que estoy convencido saldrán adelante con el seny de su españolidad.
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