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25 septiembre 2011

EL LAGO DEL BALNEARIO TERMAS PALLARÉS EN ALHAMA DE ARAGÓN.



La tibieza del lago y su efecto balsámico sobre la artrosis de mi cuerpo son el acicate que me impulsa a bracear por una tenue corriente que, pareciendo inexistente, se mece al suave ritmo que le impulsa un inagotable manantial que desde las cavernas de la tierra escupe su bonanza al exterior.

Todo el entorno es bello, único y singular, cubierto por una bóveda azul que deja su brillo sobre un agua limpia, murada por una arboleda de pinos y plataneros en la que destacan los paraísos (unos pequeños arbolillos que dicen ahuyentar los mosquitos) las choperas -en su balanceo interminable- y demás arbustos que pincelan un paradisíaco lugar y en el que a través de la superficie se filtran los rayos del sol dejando una estela en un fondo de pequeñas piedras en el que se vislumbra el dorado que el astro rey ofrece.

Una infinidad de diminutos pececillos se mueven por su hondo buscando su alimento, al tiempo que sirven para una eficaz limpieza de los pies de quienes disfrutan en su baño, convertidos aquellos en expertos pedicuros, y a la vez alegres protagonistas del baño termal.

Cuando amanece, en la bonanza de los últimos días estivales, un halo de luz irradia todo el entorno. Se funde con las aguas y embruja la vista a quienquiera que se aproxime a sus orillas.

En su mezcolanza, un verde esmeralda se esparce sobre la superficie, al tiempo que los reflejos silvestres y la calidez del sol, como fieles enamorados, se funden en el lecho lacustre que la naturaleza para tal fin ha creado.

Ignoro cómo fue el paraíso en el que Adán y Eva cometieron el primer pecado y del que tenemos conocimiento, pero difícilmente puede existir un lugar más idílico, cual bello lago termal, que si no es a su semejanza, de seguro que aquél así debió ser creado; o al menos, parecérsele, y por ello mismo imposible de olvidar.

A sus dos existentes islas y como lugares de recreo, se acceden a través de un puente de suelo cerámico y barandillas de hierro que se dirige al encuentro del murmullo que emana una fuente que brota sobre una pequeña figura de bronce ante un decimonónico edificio coronado por templete bajo la copa de un esbelto un pino, cual palo mayor, formando ambos en su centro geográfico el emblemático encuadre que personaliza a tan singular remanso de paz y descanso.

Un sendero lo rodea y es de utilidad para escudriñar los diferentes reflejos que emergen de las sulfurosas aguas desde el primer momento del alba hasta el último segundo crepuscular.

Un pequeño y antiguo panteón familiar, abandonado, se deja ver entre la frondosidad que circunda al lago fuera de la escondida muralla como mudo testimonio de un pasado que desea olvidar.

La tarde es cálida. El azul del cielo junto a la musicalidad del agua que golpea la alberca, justo a mi lado, y la suave brisa que mece la arboleda, hace grato a un silencio sólo truncado por el ladrido de un can desde un lugar cercano; lo que no es óbice, sino que contribuye aún más, al deleite en las últimas horas de la tarde en un lugar que es el fiel reflejo de aquel vergel que en jornada de siete días nos regaló el Hacedor.

Mas si así no fue creado, aquí está cual fruto de la tierra: un lago, un vergel, un paraíso, que desde lejanos tiempos de un periodo inmemorial ha llegado hasta nuestros dias.

10 septiembre 2011

La España de Zapatero

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 Sobran las palabras: es la España de Zapatero. La que nos prometió con un nuevo talante que en principio no supo ni quiso explicar y que la realidad de los hechos nos ha llevado su correcta comprensión.

Jamás en España se había visto cosa de tal alcance en los últimos cincuenta años. En plena calle Colón, lugar céntrico de Valencia, como en tantos otras calles y lugares de España, los necesitados, que no los “indignados”, acuden a recoger la comida caducada que arrojan en los contenedores los comercios alimentarios de la zona.

Si una imagen vale más que mil palabras; todas éstas sobran.

Pero, mal a quien le pese, éste es su legado: el fruto de su gestión de gobierno a bordo de una nave que con el timón en sus manos, al divisar su rumbo, fueron varios sus Ministros quienes la abandonaron conscientes de su derrumbe, carente su capitán del más mínimo conocimiento en las arte de navegación.

De su ineptitud y de la de quienes desde su irresponsabilidad le han acompañado en su travesía, ansiosos de un botín que por su valía no esperaban, han llegado estos lodos. Lodos vertidos a diario en los contenedores de la vía pública a los que acuden quienes sufren en mayor medida el resultado de su gestión.