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28 octubre 2011

La mala fe, quienes se lo debieran mirar y una sandez.

MalaIntencion

Tras una campaña de persecución política contra el concejal del Ayuntamiento de Valencia, Jorge Bellver, el juez José Flors, en una sentencia impecable, le absuelve, así como a otros honrados profesionales de su trabajo, del “acoso y derribo” a que se han visto sometidos durante un periodo superior a un año bajo la batuta de un fiscal cuya actuación raya la mala fe, incluso la supera, instado por la mezquina actitud del PSPV y su sibilina utilización de un sectario colectivo dispuesto “a lo que toca”.

Es un hecho objetivo que la construcción del parking de la calle Severo Ochoa fue aprobada por un Pleno Municipal donde la izquierda se abstuvo, es decir, no se opuso, sin que en todo el procedimiento existiera por parte de la misma la menor denuncia de una presunta irregularidad, que si no la ejerció, es porque no la había.

Así pues, la “mala fe” en este caso, no existe sólo en el fiscal que se ha pasado por la entrepierna todo el proceso municipal que autorizó en su día el parking subterráneo, sino también en la izquierda municipal a cuya dedicación se empeña con la ligereza de siempre. Lo que demuestra la estima que tienen de los ciudadanos valencianos a los que consideran tan idiotas como desmemoriados.

Esteban González Pons, también trata de idiotas, aunque se haya retractado de ello, a quien esté dispuesto a dar su voto a un político que demandó en su día la necesidad de un “gobierno que no nos mienta”, pero que llegado al poder, “el pan nuestro de cada día” ha sido el de la mentira desde un Gobierno del que él ha formado parte relevante durante sus siete años de muy mal gobierno. Y a más, sin poner en práctica unas medidas económicas que ahora nos ofrece como panacea, si no universal, al menos nacional. Que quiero pensar que se corresponda con la española: la única Nación Constitucional existente en nuestra piel de toro, salvo alguna que otra sandez que se escucha machaconamente basada por la receta goebbeliana de que una mentira mil veces repetida, se puede disfrazar de adulterada verdad.

Más comedido ha sido un articulista valenciano que sin tratar de idiotas a quienes estén dispuestos a otorgar su voto al PSPV, les aconseja que mejor fuera “que se lo hicieran mirar”

Y ya que hablamos de sandeces, la de mejor nota corresponde a la proclamada por uno de los padres de nuestra actual Constitución, D. Gregorio Peces-Barbas, quien transmutándose al siglo XVII se ha atrevido a decir que “quizá nos hubiera ido mejor con Portugal que con Cataluña”.

No hace falta el que se haya remontado hasta hace cinco siglos. Hubiese bastado con su rotunda oposición, por irreal y falsaria, a que en la Carta Magna de 1978 figurase en su articulado la existencia de tres comunidades históricas que jamás existieron en España desde nuestros primeros pobladores ibéricos. De aquel barro, estos lodos.

Si de su reconocimiento histórico se hubiese tratado, podría haber hablado de la Hispania romana, de la España Visigótica, del inicio de la Reconquista con el Reino de Asturias, de León, de Navarra, de Castilla y de la Corona de Aragón. Al igual que de la firme e inequívoca decisión tendente a una unidad nacional refrendada y auspiciada por los innumerables matrimonios de los hijos de reyes de los diferentes reinos cristianos (entre ellos con los de Portugal) con el único fin de unificar sus territorios. Logro que fuera conseguido mal que les pese a los carentes de todo rigor histórico y por ende cultural, más tendentes a la ignorancia o a comulgar con las ruedas de molino que malintencionadamente les ofrecen.

De lo que se deduce que el Sr. Peces-Barbas se ha pasado de largo por las páginas de los dos últimos siglos constitucionales, con más de veinte Cartas Magnas, sin contar las franquistas, en las que jamás fue cuestionada por nadie la existencia de la Nación Española: desde los partidarios del absolutismo coincidentes en ello con los liberales, sin olvidarnos de los progresistas, de los republicanos e incluso de los que anhelaban un paraíso que terminó amurallado. Inducidos estos por una intelectualidad de la que gran parte de ella se ha sentido avergonzada por su defensa, incluso por la responsabilidad que temerariamente aceptaron.