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23 diciembre 2006

"CUENTO DE NAVIDAD"



EL OJO DE CRISTAL

Cuando vieron mi ciudad les gustó. No quedaron “encantados” porque eran los Reyes Magos y en ellos está innata esa cualidad; pero lo cierto es que decidieron quedarse en mi ciudad. Momentos antes, una estela muy larga tan larga como una autopista en el cielo había desaparecido entre las nubes como si su misión en el firmamento hubiese finiquitado. De ella habían descendido los Reyes sujetados por el viento y con la suavidad de una pluma aterrizaron en el jardín del viejo cauce. En un principio surgieron de sus labios murmullos de inquietud propios de quienes desorientados se ven ante un extraño lugar pero al darse cuenta de todo el brillo que les envolvía, su temor se convirtió en paz. De todas las estructuras que tenían antes sus ojos salían destellos del Sol, de quien podían ser sus más excelsos embajadores.

Sintieron una suave brisa en sus rostros y celebraron que el nuevo lugar era distinto a muchos de los que habían visitado. Era éste uno más de sus viajes que tantas veces repitieron a principios de cada año, en recuerdo de aquel primero cuando les llegó la noticia, hace ya mucho tiempo, de que un nuevo Rey había nacido en un lugar del Occidente. Salieron entonces en su busca y llegaron a un pesebre. Le ofrecieron los presentes del oro, del incienso y de la mirra, que simbolizaban el carácter regio, divino y humilde del recién nacido como lo demostraba el lugar elegido para su nacimiento.

Sin embargo en esta ocasión el motivo del viaje era diferente. A los Reyes Magos les había llegado la hora de su jubilación y quedaron a merced del destino, al que pertenecían. Quiso éste dirigirlos hacia mi ciudad y los dejó en el mejor entorno que podía haber escogido.

Debieron llegar a lomos de las nubes por una autopista sin señales de información por lo que ignoraban el lugar donde se encontraban. Asimilada la emoción que sintieron desde el primer instante de su llegada, se recrearon contemplando los alrededores del jardín donde abundaban los pinos, los naranjos, el tomillo, el romero y los olivos. De uno de ellos cogieron una rama como símbolo de paz, semejante a como hiciera el pajarillo con su pico ante el Arca de Noe cuando cesó el Diluvio Universal.

La primera impresión que tuvieron fue la de encontrarse ante una ciudad muy moderna. Vieron un jardín con muchas láminas de agua y de una de ellas salía un ojo de cristal mirando hacia el cielo en permanente observación. Junto a él, un casco guerrero de gran tamaño en cuyo frontis emergía lo que parecía una boca de tiburón. El lugar estaba lleno de edificios sorprendentes y uno de ellos era como un esqueleto tumbado, que de serlo, podría aparentar al de un enorme dinosaurio. Descansaron bajo una sucesión de arcos que formaban un túnel rodeado de vegetación que les aliviaba del Sol y cuando desde allí divisaron todo lo que veían con sus ojos, les pareció un escenario increíble lleno de encanto y de magia de la que tanto sabían. Un perro se quedó mirándoles; las palomas picoteaban por el suelo, los niños jugueteaban por el parque, el ruido de los coches llegaba hasta ellos, las personas iban de una parte a otra con bolsos de regalos en sus manos, los turistas disparaban sus máquinas digitales a todo lo que admiraban y las largas avenidas estaban engalanadas con juegos de luces y motivos de Navidad.

Los Reyes Magos en esta ocasión no habían traído juguetes, ni colonias, ni pantallas panorámicas para el Internet. Llegaron a pecho descubierto, pero con guantes y bufandas para protegerse del frío. Era su primer viaje con las manos vacías, sin camellos, sin pajes que portaran en sus carros paquetes de colores con lacitos de color azul, ni cestos con dulces, ni muñecas, ni juegos Play Station; ni cestitas con carbón. Y pese a ello, sólo los niños se les acercaban con caras de inocencia como esperando algo que no se atrevían a pedir.

- ¿Sois vosotros los Reyes Magos? ¿Los de verdad? –La pregunta la hizo una niña que al verlos por primera vez en carne y hueso, asombrada, quiso conocerlos de cerca.

- Claro, somos Melchor, Gaspar y Baltasar. El destino nos ha traído a este extraño lugar que desconocíamos y la verdad…, nos parece genial.

- ¿Entonces? ¿Nos habréis traído muchos juguetes, verdad?

Los Reyes que aún se sentían los Magos se preguntaron ¿cómo explicarle a aquella niña que en esta ocasión no habían traído ningún regalo? Conversaron con ella preguntándole por cosas de la ciudad, averiguando, que aquella niña pecosa, atrevida y perspicaz estaba enamorada de aquel lugar y que todos los días se acercaba a observar el ojo de cristal.

- Si, somos los Reyes Magos, pero cuando hemos conocido este pequeño paraíso hemos decidido quedarnos para siempre. Bueno… ¿Explícanos qué es todo esto que tanto te gusta?

Cualquier otro ruego, no le hubiese hecho tan feliz a la niña que se sintió tan importante como Campanilla, el hada de Peter Pan.

- “Mirad, ese ojo es el de la Sabiduría. Todo lo que sucede en el mundo lo conoce. Las gentes acuden a verlo, entran en sus tripas y aprenden todas las maravillas del universo. Sólo sabe observar y por eso es un ojo sabio. Junto a él y como tumbado, podréis ver ese esqueleto enorme con patas de un gran animal o como una araña gigante. Su interior alberga todos los inventos de la Ciencia. Los niños y los mayores entran a entender el funcionamiento de todos los aparatos científicos que nos ayudan a disponer de un mundo mejor.

Fijaros –continuó la niña cada vez más emocionada - en ese casco grande de guerrero con adornos en la cresta que parece que están en el aire. Si lo veis de frente es la boca de un tiburón o la proa de un barco. En su interior se ofrecen los mejores conciertos y las óperas más importantes. Es el Palacio de las Artes, nosotros le decimos, El Palau de les Arts”


María es una niña que vive frente la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia y desde sus pocos años, cuando tenía tres, todos los días se ha ido asomando al balcón para ver crecer las obras al mismo tiempo que su imaginación se ha ido desbordando con toda clase de ficciones. María acaba de cumplir siete años y cuando se ha despertado y se ha asomado al balcón para coger los regalos de los Reyes Magos, sólo se ha encontrado con una rama de olivo y una carta encima de un escabel.

- “Querida niña: Haz agua de azahar y conserva en ella este presente. Será tu varita mágica que deberás de cuidar. Acude con ella todos los días al ojo de cristal y pídele que te cuente todo lo que ve. Entre otras muchas cosas, siempre sabrás de nosotros.

Melchor, Gaspar y Baltasar”

Diciembre 2006-12-22

09 diciembre 2006

UN ESPEJO EN MI ALCOBA


Descubrir el significado de la palabra hipocondría me pareció algo excitante. Es una de esas palabras que al ser halladas te produce una extraña atracción quedando anudadas a tus tripas. Es como una fuerza extraña que te engancha y crea en ti el efecto de una adición. Esto es lo que me sucedió y quizá por ello la encontré sabia y cultivada. Nada que ver con alfábega o albahaca u otras muy venerables, tantas veces glosadas como ultrajadas.

Sabía de aquella palabra por mi propia experiencia nada baladí que me obligaba a buscar y almacenar en mi alacena medicamentos dispares. Unos para el sistema nervioso, otros para el digestivo, otros para el sistema respiratorio, algunos depurativos de la sangre, otros reguladores de la tensión arterial y unos pocos para las migrañas.

Pero todo esto me suponía una ocupación agobiante, demasiadas cosas en las que fijar mi atención. Lo mejor era encontrar un elemento que diera solución a todos mis conflictos. Me faltaba pues el aglutinante, la respuesta rápida, sola e inequívoca y quizá con la impronta de la fe.

Es cuando fui en su busca convencido de su necesidad. Si por separado cada uno de ellos podía ser conveniente para mi fortaleza interior, la suma de todos podía ser una solución. Si en ésta se resumía todo, las demás propuestas que llegaban a mis oídos ya no me importaban, eran innecesarias. Y di con ella.

Sentado en el suelo con una vieja jofaina entre mis piernas, mi almirez y una pequeña daga, convertía todos los medicamentos en polvo que amasado con mis dedos lo guardaba dentro de una pequeña cajita de madera con incrustaciones de marfil, semejante a un libro, colocada encima de una peana en forma de media luna. Todas las mañanas cuando la aldaba de mi alma anunciaba el nuevo día, acudía a mi cajita, engullía la droga salvadora y me sentía fortalecido.

Seguía mi ritual arrodillado en la alcoba, frente a un cóncavo espejo de plata que recibía mi mirada y a través de la ventana refractaba hacia un punto fijo, muy distante, como necesario ejercicio de relajación. El contenido de la cajita y aquel punto lejano eran mi única referencia, la ruta de mi almanaque, mi alfil salvador. Mi dosis diaria era de cinco tomas y siempre con la mirada fija en el espejo de mi alcoba. En mi relajo, tenía ensoñaciones semejantes a un cántico que debía llegar a mi interior desde un sitio alto pero cercano.

Un amanecer, las sabanas mojadas y mi frente ardiente me despertaron de una pesadilla en medio de una fiebre que me asustó. La fiebre hizo que sonaran mis alarmas pues algo desconocido me ocurría, jamás había tenido semejante sensación. Tenía sed, bebí agua. Desesperado, acudí a la ventana. Apoyado en el alféizar busqué mi punto lejano, redentor, mi ayuda necesaria. Su ausencia me llenó de congoja, no daba con él.


Volví a la alcoba arrodillándome hacía mi espejo y guía. Escudriñé con la mirada al igual que todos los días, pero resultó en vano. Me sentía inseguro, turbado, y seguía buscando por todo el espejo la salida que no encontraba, por arriba, por abajo, por la derecha, por la izquierda, por todos los puntos y lados.

En mi delirio lancé retos al espejo, lo veía (mejor no veía nada) como un enemigo que buscaba mi destrucción. Mi cabeza iba de un lado a otro buscando la luz, por allí, por aquí, como perro en presa. De repente, mi espejo cóncavo de plata empezó a mover sus bordes, como intentando hablar. Y con sonrisa indulgente me contestó: ¡Confía en mí! ¿Por alli? ¡Por Alá!

Diciembre 2006-12-09

(“Un espejo en mi alcoba”” es un que ha participado en el 12º Proyecto Anthology. Tema: El Islam)

08 diciembre 2006

AÑORADA CIUDAD

Por ser tema de actualidad, rescato de mi baúl este cuento de hace ahora dos años y unos días. Tiempos, como en otros tantos, en los que también sucedía lo mismo.

La historia de este relato es la propia de una ciudad con una población ligeramente superior a la media, la que nos indica el Centro de Estudios Medio Ambientales Europeo, para ciudades con la misma extensión y un nivel de riqueza semejante. El conocimiento de este dato, su número de habitantes, resulta fundamental para el Comité Pro Árbol, creado en el Ayuntamiento para determinar el número de árboles necesario en la ciudad, que contribuyan, por fotosíntesis, a enriquecer el aire y procurar mejor salud para sus ciudadanos. Por consiguiente, debido a la consideración hacia el referido Centro de Estudios, es fácil deducir que la ciudad en cuestión es europea.

Determinado el dato, es de utilidad tener en cuenta los años de vida de cada especie. El Centro Meteorológico Español, facilitará, a petición del Comité, los días de lluvia, temperaturas y grados de humedad de cada una de sus zonas climáticas. La importancia de este dato es muy aconsejable, pues de él, dependerán las especies idóneas para su plantación. Ya sabemos, por la fuente de información, que la ciudad en cuestión está situada en España.

De todos es sabido que las Comunidades Autónomas procuran y aconsejan a sus ciudades, a cambio de contraprestaciones económicas que no se pueden despreciar, el tipo de embellecimiento deseable como seña de identidad. Por tal motivo, nuestro Comité, contactó con la Consejería de Urbanismo y Embellecimiento de Cantabria para que informara del tipo de especie aconsejable. Sabemos pues, que nos estamos situando en la Comunidad Cántabra.

Y finalmente, fue necesario solicitar por parte del Comité al Departamento de Personal del Ayuntamiento de Santander, el conocimiento del material humano disponible, así como el presupuesto económico asignado, para asegurar el perfecto estado de conservación y reposición del arbolado de la ciudad. Si especulan que este prólogo ha servido para anunciarles que la ciudad de este relato es la capital de Cantabria, tengo que decirles que han acertado de pleno.

Introduzcámonos pues, en la historia de este relato sucedido en la mencionada capital. Ocurrió en el seno de una familia tan numerosa cuya magnitud en principio es de muy difícil cuantificación; sobre todo debido a los emparejamientos, divorcios, natalicios y fallecimientos que se fueron prodigando en sus últimas generaciones. Dado el carácter nada religioso de esta gran familia, los emparejamientos y los divorcios ocurrieron de forma reiterada. Si existen familias que destacan en la rama de la medicina, otras en la del derecho, y otras en las artes, la que nos ocupa destaca en todos sus miembros por su gran afición al apareamiento constante. Esta familia ha eliminado de sus costumbres la planificación familiar, tan avanzada en la sociedad gracias a los minuciosos estudios sobre el comportamiento de los espermatozoides en su captura por el hambriento óvulo. Las contradicciones de la vida se manifiestan en este clan, y en este sentido, su comportamiento es idéntico al que siguen los más fervientes seguidores de la doctrina de la Santísima Madre Iglesia en su afán procreador, pese a su condición atea y por ello tendente a ignorar las reglas y comportamientos que dicta la Divina Institución. Si especulan que esta introducción ha servido para anunciarles que la afición favorita de esta familia es la del pertinaz ayuntamiento carnal, tengo que decirles que han acertado de pleno.

En la bella y limpia ciudad de Santander existen varias zonas residenciales distribuidas al este, sur y oeste de la ciudad. Debido a la existencia de un mar de frías aguas situado al norte, en esta zona, la existencia de albergues es de imposible construcción. Por lo tanto, esparcidos por los tres puntos cardinales restantes, existen antiguas viviendas con baja ocupación; grandes y suntuosos palacios indianos con galerías subterráneas, muchas de ellas abandonadas; y amplias calles con edificios modernistas comunicados entre si. En el interior de todos ellos, estómagos agradecidos tejen y destejen sus vergüenzas, así como sus miserias. Y las celebran junto a fiestas y banquetes, donde hasta con gula sacian sus deseos a costa de sus confiados paisanos. Y es en estos citados lugares, donde conviven los principales personajes de este relato. Si especulan que este inicio en la acción sirve para anunciarles el lugar de residencia de esta estirpe mundana, tengo que decirles que han acertado de pleno.

Tenemos pues la localidad donde se producen los hechos, los hábitos más frecuentes en nuestra familia protagonista y el sitio preferido de su residencia. Nos falta por conocer a que se dedican y los medios con que cuentan para la ejecución de sus planes.

Pero antes de contarles tales extremos, deseo, pues es mi privilegio de autor, repetirles que elegí Santander para esta historia por ser la ciudad más limpia que he visitado, sorprendiéndome en ella la ausencia de hedores y toda clase de inmundicias. Pese a no profundizar con sus gentes, si detecté bondad y sencillez en aquellos pocos que traté. También me agradó su carácter austero, legal, desprendido, honrado y sobre todo, su disposición al ofrecimiento a quienes ni siquiera demandamos beneficio alguno.

Y ojalá así fuera en todos los lugares de la tierra. Pues entonces, no nos sería necesario soterrar, en su más oscura profundidad para que jamás pudieran aflorar -embutiéndoles hasta sus más negras entrañas, lugar donde existe el fuego eterno en el que perecieran- los enriquecidos promotores del ladrillo, auténticas ratas de ciudad.

Si especulan que este relato ha servido para denunciarles que las ratas escondidas en el hedor de la ciudad y dedicadas a la copulación insistente, son los promotores de la construcción gracias a sus ayuntamientos (nunca mejor dicho) carnales con miserables de su misma especie, tengo que decirles que han acertado de pleno.

Finalmente debo decirles que la acción de este cuento no sucedió en Santander, pero sí en cualquier otra ciudad de este mundo que llamamos civilizado y avanzado. Y con el deseo de que la limpieza de la capital cántabra sea ejemplo de todas las demás y podamos eliminar ratas y ratones, termino este cuento en el que les pido perdón si lento fui, siendo mi deseo que llegaran hasta el final.

Noviembre de 2004

22 noviembre 2006

LOLA Y AURORA


A Kamae:

Mi apreciada montañesa que me enseñó que 69 se escribe sesenta y nueve.

Boscán.

"CELOS OCULTOS"

Al ayudarte a soplar las cien velitas he tenido deseos de romperte la tarta en la cara, ¡qué la abuelas también tenemos nuestro genio! pero en nada ha quedado mi apetencia, y de verdad, yo sería incapaz de ello, pero…

Son tantos los recuerdos que me han venido en ese momento que hasta la rabieta ha debido notarse en mi rostro. Ni este mar de arrugas que lo cubre, ha conseguido ahogarla, mientras sonriéndote, acompañando a toda la familia, te cantaba el cumpleaños feliz. El que seas mi hermana mayor por dos años y que desde hace más de treinta, cuando enviudamos, vivamos juntas, no consigue hacerme olvidar aquel disgusto tan grande que me diste. Pero como siempre, me he tenido que aguantar.

Como cuando me quitaste el novio, ¿qué hace muchos años de eso? ¿Qué no debo pensar en esas cosas? ¡Ya lo sé! Pero bien guardadito lo he tenido que sufrir toda mi vida.

Pero, ¿qué bien supiste hacerlo? como eras culona y yo poquita cosa, pues, ¡ale! ¡A movérselo! Y él, que estaba loquito por mí, que me quería por mi dulzura, no supo resistirse a tus meneos y claro, yo la pequeña, la que aun no era para novios ¡a callar! y que padre no se enterara ¡qué la Lola ya era mayor de edad! y por tanto, en edad de merecer.

¡Cómo sabías lo que hacías! Él iba para rico, y, como tu eras la mayor, pues eso, como desde siempre. Ya desde muy pequeñas, desde la primera muñeca o cuando aquella cocinita azul, cuando yo como una tonta cogía enfados, sofocos… ¡Tenías dos años más y más de todo! mucho más alta, como mucho más mayor y… ¡claro, todo era para ti! Y luego lo de culona ¡pero qué tontos son los hombres! ¡Ven un culo y como bobos!

Te casaste enseguida y pasaste a ser la dueña. No sólo de él sino también de todo lo que él tenía. Me casé años después con un obrero de su fábrica ¡tu fábrica! Tú de reina, en tu casa de palacio y yo alquilada. ¡Claro! como tu marido era rico y el mío su empleado, pues… ¿Cómo jefa tenía que verte? ¡Encima eso!


Luego enviudamos las dos; ¡ahí sí que fui la primera! Y me quedé en mi casa sola pero con siete hijos casados ¡qué mi marido era muy machote! Seis meses después se murió él, y con solo un hijo te quedaste, que mucho fijarse en tu culo, pero… pa ná, ¡en eso también te gané!

¿Vente a vivir conmigo, Aurora? Y yo como tonta, a tu casa. Tú de dueña, y yo, yo de… ¿de criada?, o casi.

"CUMPLEAÑOS FELIZ"

Toda la familia participaba en la fiesta de cumpleaños más deseada desde hacía años pues estaban convencidos que la abuela Lola tenía cuerda para eso y para mucho más. Y allí estaban todos en derredor de la centenaria: su hermana Aurora, los ocho hijos de ambas, veintidós nietos, siete bisnietos. ¡Una tarta! hasta seis ¡y mucha sidra!: que es más dulce y tanto encanta a las abuelas.

Estaban en la casa de campo, de esas grandes con sabor a arados, a caballos, a sacos de grano. Las caballerizas están abandonadas y las cambras son en la actualidad lugar de recuerdos para hijos y nietos, de escondites para los bisnietos. Tiene un patio interior muy amplio, con su pozo de agua fresca, con la sombra de un algarrobo. Y un parral que estira sus brazos buscando apoyos a la vez que muestra sus racimos de gruesas uvas. Es el que sirve de cobijo a la fiesta de la abuela Lola.

Es una casa labriega heredada del bisabuelo que sirve de lugar de veraneo a toda la familia y que turnándose, van ocupándola con ilusión. Hasta hace unos años, unos labradores la cuidaban durante todo el año y en el gran corral, hoy vacío, daban vida a conejos y gallinas que repartían a toda la familia. Los pavos se paseaban por el corral, orgullosos y altivos, cebándose para el mejor adorno de las mesas navideñas.

"CARIÑO SINCERO"


Bajo el parral, entre cuyas hojas se iban alojando los tapones de sidra que subían de la fiesta, se escuchó una voz:

-¡A ver! Silvia “la escritora” ¡qué nos cuente algo!

Y Silvia, sin dudarlo, estirando sus brazos en uve como señal de fiesta y alegría abrazó a su abuela Lola, a la tía Aurora y haciéndose un lugar pidió silencio:

- “Abuela, abuelilla, que todos te queremos mucho, que ya tienes cien años y son muchos más los que te quedan, por guapa y sobre todo, por buena. Todos los años celebramos esta fiesta, la de los dos cumpleaños, pues si tú los cumples el día trece, la tia Aurora, el dieciséis, y, ya sois las abuelas con más años en toda la comarca.

Pero anoche –continuó Silvia entusiasmada – tía Aurora me dijo que para ella no era la fiesta, y aunque me dijo que no te lo contara, yo sí voy a decírtelo. Me pidió que este año, al ser el de tu centenario ¡sólo Lola debiera ser la reina! y, que para ella todos los besos y todos los agasajos, incluso los de ella misma, los de su hermana en especial, que en sus noventa y ocho años, a ella, a Lola, le había dado su vida entera.

¡Silvia! Cariño, dile que la quiero desde el primer día, me pidió tu hermana que te dijera, incluso cuando de pequeñas tú te quedabas con todo, o hasta cuando le quitaste el novio, pues esas cosas pasan, dice tu Aurora y que pese a ello jamás dejó de quererte.

¡Dale las gracias en mi nombre! me ha dicho que te dijera, pues por ella conocí a mi Juan, el hombre que me dio siete hijos. Y que Juan era tan bueno como Lola y por eso, cuando me quedé sola, me fui a vivir a su casa ¿a dónde podía ir, sino con ella?

Y dile, que si cosas raras han pasado por mi cabeza soñándolas en voz alta, pues sólo así ella ha podido enterarse, dile que no era yo quién hablaba, que era el diablo, que ese si que es malo y todo lo quiere enturbiar, más conmigo no puede, pues si tanto la quiero ¿cómo la voy a odiar?”

"EL MEJOR REGALO"

Terminó el cumpleaños feliz con el triunfo de toda la familia en torno a Lola y Aurora, con recuerdos, con besos, con regalos. Pero el mayor de todos, el mejor de ellos, es el que está envuelto con la piel de tía Aurora en la cajita de su corazón, donde unos celos ocultos no impedían una vida entera de entrega fraternal.



20 noviembre 2006

VIC Y VALL DE SAU COLLASACABRA


Vic es la capital de la comarca barcelonesa de Osona. A medio camino entre los Pirineos y Barcelona, Vic es una ciudad histórica, cosmopolita, con un gran patrimonio cultural y en lo gastronómico, famosa por sus embutidos. ¿Quién no ha probado el salchichón de Vic? Habíamos llegado al Parador el día anterior que lo pasamos descansando, con una muy buena comida y gozando de sus instalaciones. Cuando entramos por primera vez en la ciudad de Vic, después de aparcar, nos dirigimos a la Plaza Mayor. Cuando te dicen que es día de mercado y que éste se celebra en la plaza principal de la ciudad, no dudas en aceptar tan buena sugerencia. Conforme nos acercábamos por sus callejuelas, el río de gente nos avisaba que íbamos llegando al sitio elegido. Las plazas mayores de todas las ciudades vestidas de mercado tienen un encanto especial. Pero siendo cierto, en esta ocasión, el tumulto del mercado y sus arracimados puestos, impedían a nuestros ojos gozar de la belleza de la plaza, de los soportales y de las añejas tiendas que en ellos se escondían. No podíamos ver de una parte a otra de la enorme plaza los puestos de mil y una cosas diferentes expuestas al fiel comprador. Así que después de un pequeño recorrido por los pasillos interiores nos fuimos hacia la zona turística cuyos bajos eran tiendas de corte moderno con diseños vanguardistas. En ellas, el comercio y la cultura se ensamblan con el buen gusto de sus casas, de sus limpias callejuelas y con la amabilidad de sus gentes. Vimos la Catedral con su magnífico claustro de dos pisos en cuyo centro está el mausoleo donde descansa el filósofo Jaime Balmes. El claustro románico sirve de sujeción al gótico, creando un cuadro arquitectónico de gran belleza. También está presente el barroco, que hace acto de presencia en algunas de sus capillas interiores.

Junto a la Catedral está el Museo Episcopal de Vic. Sabía del famoso embutido, pero no que estaba a punto de entrar, no solo al mejor Museo de España, sino a uno de los tres mejores del mundo en su género. Sus piezas originales del románico rivalizan con las del gótico y juntas representan una incomparable exposición de la pintura y escultura medievales. Su larga existencia de más de cien años, ha ido enriqueciendo al Museo que ha estado situado en distintas sedes, creciendo siempre gracias al esfuerzo de quienes le han ofrecido una gran dedicación. El esfuerzo ha valido la pena y desde hace siete años la construcción del nuevo Museo de Vic ha supuesto el broche de oro para las interesantes colecciones que albergan sus cuatro plantas. Arqueología, románico, gótico, tejido, indumentarias, vidrios, piel, orfebrería, numismática y cerámica ilustran a los visitantes del bello museo, único, de rico contenido y en su mejor emplazamiento.

Comimos donde nos recomendó Laura, nuestra amiga del Parador, gran conocedora de la zona y por lo tanto quien nos diseñó las mejores rutas. Ca Basset con su buena cocina y de trato muy amable conforman la mejor carta. Confieso que hacer caso a Laura, valió la pena.

No todo terminó ahí pues tuvimos una sorpresa inesperada por increíble. Nos fuimos a tomar café a la Plaza Mayor y como por arte de magia el tupido mercado había desaparecido. Podado todo el entramado, la gran plaza, limpia y guapa, sin una sola muestra de lo que había sido un par de horas antes, nos enseñaba su encanto señorial. Cerrada al tráfico, todo el suelo central es de tierra. Bajo los porches en todo su rectángulo, se escondían sus tiendas comerciales. Sentados, girábamos las miradas para ver las casas de estilos diferentes: modernistas, barrocas, renacentistas y algunas con elementos góticos. Lo que no pudimos ver por la mañana lo disfrutamos en la primera hora de la tarde tomando de forma plácida un café descafeinado de máquina y un chupito de orujo amarillo.

Abandonamos Vic y nos fuimos a ver la vida monástica del siglo XI: el Monasterio de Sant Pere de Casserres. Es uno de los monumentos más importantes de la arquitectura románica catalana y está situada en lo alto de una península escarpada, por cuyos lados el río Ter se va embalsando en un valle ocultando con sus aguas un pueblo del que sobresale el campanario que indica el nivel de ellas. Aproveché los pocos momentos de sol para hacer unas magníficas fotos.

Al día siguiente nos fuimos hacía el Pirineo barcelonés en la comarca del Ripolles para visitar Ripoll, San Joan de les Abadeses, Camprodón y Setcases ya en pleno Pirineo.

A Wifredo el Velloso se le debe el grandioso Monasterio de Ripoll, bella construcción del arte románico, llamado la Covadonga catalana, entre cuyas ruinas duermen el sueño eterno los primeros condes de Barcelona. La creación de la Marca Hispánica supuso el freno del avance musulmán más allá de los Pirineos. Fueron Carlomagno y sus sucesores quienes lo impidieron uniéndose al mismo fin los condes de aquellas tierras. Con Wifredo el Velloso dio principio aquella serie de condes de Barcelona, soberanos e independientes, que habían de elevar a tan alto grado aquel nuevo Estado cristiano de la España oriental.


Camprodón y Setcases son pequeños pueblos pirenaicos totalmente restaurados dispuestos para que el turismo disfrute de sus bellos paisajes. Es una lástima que para su restauración se haya perdido el sabor de pueblo antiguo que sin duda tiene el pueblo de Rupit y que ibamos a conocer al día siguiente. Coincidimos con el cambio de hoja lo que hizo que resultaran aún más bellos sus agrestes paisajes. Comimos en Ca Japet: buenos entrantes y carnes a la brasa. Una magnífica comida.

El miércoles nos fuimos a Rupit situado en Collsacabra en el extremo de la comarca de Osona. Su nombre nace de una roca, al igual que los hacen sus calles. El suelo que pisábamos en todo el poblado es una roca. Rupit está situado encima de una roca. De su calle principal sube otra perpendicular buscando la parte más alta. Está escalonada por los cortes naturales de la roca y aunque empinada, como sus gajos son largos, el ascenso se convierte en un suave paseo entre casas de piedras con entradas y rincones sorprendentes. Rupit es un pueblo antiguo situado en zona de riscos. Un puente colgante de madera, como entrada peatonal al pueblo, le da un encanto especial. Desde el mismo puente hice muchas fotos al poblado y el cambio de hoja, siempre presente, recrea el paisaje con sus pinceladas rojizas y amarillentas. Comimos en Ca Estragués, cuyas piedras desde 1805, más la última ampliación, dan cobijo y comida al visitante.

El Collsacabra es una zona de riscos y Tavertet es su mejor mirador. Fue una pena que el día no acompañase: lluvioso y muy cerrado impedía la contemplación del paisaje con todo su esplendor. El pueblo tiene una iglesia románica del silgo XI, una muralla ibérica y vestigios del neolítico. Tavertet está situado sobre un risco de 200 mts, y pese a ello, está muy bien comunicado gracias a una buena carretera que facilita acercarse a un paraje impresionante. Desde el Mirador el tiempo se para, el silencio embelesa y si aspiras el aire húmedo, la envidia del pájaro que observas en su vuelo te convierte en un ser inferior.

Regresamos al Parador de Vic, situado enfrente del embalse de Vic Sau, pasamos nuestra cuarta noche y al día siguiente nos despedimos de la niebla sobre el pantano. Por la carretera hacía Vic dos cabras monteses estaban quietas y pegadas al asfalto, vigilantes, asegurando cruzar ante el peligro que ya debían de conocer. Por mi espejo retrovisor las vi cruzar. Fue una lástima, pero por la zona de curvas donde las encontré, hizo que fuera imposible detenerme para darles paso.

Noviembre 2006-11-19

13 noviembre 2006

PÉRDIDAS Y QUEBRANTOS


Leí una vez que un médico de Avilés había llegado a la conclusión de que el hombre pierde todos los días ochenta pelos de su cabello. El dato concreto e inequívoco no me planteó, en principio, ningún problema pues son tantas las cosas que vamos perdiendo, que al ser yo poco coqueto la pérdida de una parte de mi cuerpo, de algo de mi cabello, lo consideré irrelevante.

Sin embargo, luego de pensar en ello la curiosidad me pudo y quise satisfacer mi incipiente deseo. Si mi cabeza era el punto de partida de aquella huida, mi espacio tangible iba a ser el destino de mis desechos. Para comprobar la veracidad del aserto, mi espacio debía de estar limitado, sin ningún resquicio incontrolable. Como al aire libre me lo impide, esa agencia de viajes que desplaza de forma gratuita hacia las letrinas de la tierra algunos de nuestro detritus, decidí pasar veinticuatro horas en el interior de mi aposento privado, mi clausura particular. Aquel aislamiento hizo que mis cabellos adquirieron un mayor valor. Son tantas las cosas valiosas que podemos devaluar sin darnos cuenta de ello, que no está de más, alguna vez en la vida, ejercer un control riguroso sobre lo que es nuestro.

Lo terrible es cuando siendo consciente de tus cosas, las pierdes sin darte cuenta, bien porque te desentiendes de ellas y alguien se las encuentra o bien porque el destino te las arrebata.

Llegué a mi casa en una mañana lluviosa, fuera de programa, cuando Susana no me esperaba y la encontré con un amigo. Alguien en quien siempre había confiado, pero allí estaban los dos, a lo suyo. Justo en el momento que fui consciente que aquello dejaba de ser mío. De repente, toda una vida juntos y llega su punto y final de una forma increíble. Estábamos hechos el uno para el otro y en un zas todo se perdió, como aquel pelo que deja de ser cabello en décimas de segundo quizá por el desaliño.

Siempre creí que si no aceptas lo que el destino te pone eres un mal jugador, así que acepté el envite, dejé aquella casa, mi mundo hasta entonces y me fui, expulsado de mi interior como los pelos caidos que quieren ignorarte. Fue cuando comprendí que estábamos hechos para ir desprendiéndonos unos de otros porque sólo es posible cuando algo se tiene. Aquello ya tenía cierto sentido, por alguna ley natural estamos llamados a perder parte de nosotros mismos, cabello a cabello.

Cuando perdí a mi mejor amigo, victima de un accidente de tráfico, algo se desgajó de mí. Desde nuestros juegos infantiles el uno nada sabía hacer sin el otro. Fue tal la empatía que se nos fue creando, que dar un paso adelante necesitaba la mutua aprobación, pero no para autorizar cualquier decisión sino porque desde ese momento cada uno de nosotros tomaba la acción como propia. Al despedir a mi amigo que vi desaparecer de mis ojos mientras las manos rudas del sepulturero sellaba la cortina de mármol, me fui al km. 13 de aquella carretera vecinal, punto en el que Segundo perdió su vida en el acto.

Sentado en una piedra observé los restos del accidente: un frenazo en el asfalto producido por mi amigo en su lucha contra el destino, los tallos segados de los arbustos al borde de la carretera y el tronco tronchado, todavía unido por su corteza como un cordón umbilical que separa la vida de la muerte allí donde se produjo. En aquel lugar y en aquel mismo instante fluyeron por mi mente recuerdos imborrables. En breves instantes rememoré toda una vida, no tan cercana por los años ya pasados, pero que las circunstancias me trajeron de golpe. Valorando todo, medité que con el tiempo todo se pierde diluyéndose por cualquier desagüe, de tal manera, que recuperar lo deseado es un imposible.

De vuelta a casa ojeé el periódico buscando la página de sucesos, y me llamó la atención un comentario realizado por un médico de Avilés que hablaba del cabello del hombre y su forma de perderlo. Argumentaba el médico que el hombre puede perder hasta ochenta pelos todos los días sin que exista nada ni nadie que lo remedie.

01 noviembre 2006

LA ESCALERA


En su momento fue uno de los edificios más importantes de la ciudad, muy popular, de los más altos y quizá de los más voluminosos. Su patio de entrada es muy amplio, hondo, con una lámpara araña de bronce bajo un techo con talla palaciega. Cuatro escalones de mármol comunican con el hall, en el que dos ascensores laterales y un escondido montacargas dan servicio a una treintena de familias. En él está la portería en la que, junto al enorme hueco de la escalera que bajaba desde el cielo, trabajaba mi padre. Junto a mis padres, mis tres hermanos y mi abuela, en el último piso de aquel serio edificio teníamos la vivienda, disfrutando de una terraza enorme en la que igual jugábamos al balón que al escondite.

A mis siete u ocho años, como a los de cualquiera en semejante edad, se me prohibía coger el ascensor en solitario. Para subir aquellos once pisos tenía que recurrir al acompañamiento de cualquier mayor, cosa que me resultaba muy fácil; al menos, mi padre, siempre estaba allí. Pero bajar era mucho más sencillo, no necesitaba de nadie.

Así pues, deseoso de salir a la calle o por cualquier otro motivo, me lanzaba escaleras a bajo con la ligereza de mis pocos años ayudado por la ley de la gravedad, lo que conseguía sin peligro alguno gracias a mi pericia y al conocimiento del terreno que me servían para alcanzar una gran velocidad. La escalera es de mármol, con tramos largos de ocho escalones que con dos o tres zancadas los bajaba. Cinco tenían los cortos para los que me bastaba en ocasiones con una sola. Los rellanos, espaciosos y con cuatro o cinco viviendas, me servían para bien poco a no ser para contarlos y era en los cuatro recodos del pasamano, que nunca debía soltar, cuando cogía mayor impulso en mi descenso.

Si los pájaros disfrutan volando a mí me pasaba lo mismo y jamás fui alcanzado por nadie que me arrojase sobre el suelo. Del decimoprimero al cuarto siempre había luz solar gracias a los amplios ventanales situadas en la parte trasera del edificio, pero a partir del tercer piso sólo los automáticos iluminaban mi descenso. El segundo y el primero con las luces apagadas representaban la oscuridad total. Aún quedaban dos alturas para llegar al patio, las de los despachos que siempre tenían la claridad de los anuncios. Pero el peor momento de la bajada era mi paso por los oscuros segundo y primero pisos que Vds. pensarán podían encerrar cierto peligro, pero no van por ahí los tiros. La oscuridad tenía otros pagos.

Llegado en mi descenso al segundo piso, la oscuridad se mezclaba con el miedo que sentía en el tiempo que necesitaba para pasarlos, lo que me hacía ir aún más rápido para bajarlos en un santiamén. Eran unos momentos de angustia en los que no me podía permitir parar. Muchas veces los pasé a oscuras porque me los sabía de memoria y un fallo por un traspié era un imposible porque mi seguridad era total, pero… ni siquiera podía frenar para activar la luz en el rellano, el temor me lo impedía.

Si mi seguridad estaba sellada al pasamano el miedo se engullía en mi interior y mi cuerpo sentía el cosquilleo de la angustia. No me faltaba el aire porque éste nunca huye, como aquellos rincones oscuros que sentía a mi paso, siempre fijos y donde en cualquier momento “alguien” podía salir para cortarme el paso.

Llegar a la zona de luz significaba el alivio. Detrás quedaban mis temores y mis miedos, dentro del cajón oscuro de mi alma. Sólo la inconsciencia de mis años cuando llegaba al final del descenso, hacía que me olvidara de todo y la luz venciera a la pesadilla. Los motivos, ocultos en mi cajón, eran cosa mía y a nadie le importaba.

(“La escalera” es un relato modificado del que ha participado en el 11º Proyecto Anthology. Tema Oscuridad)

Noviembre 2006-11-01

28 octubre 2006

EL HOMBRE SENTADO ANTE EL MAR

Las raíces del árbol en la tierra son como los ríos que van al mar, un enredo caprichoso sometido a toda suerte de escollos. Sus nutrientes navegan hacia su fruto mientras que las aguas buscan transformarse en sal de la tierra.

Decía el hombre sentado ante el mar que alcanzar a ver todo lo que tenía ante sus ojos es más fácil que reconocerse a si mismo. El hombre sentado ante el mar sabía muy bien lo que se decía. Imaginar todo aquel horizonte lejano, comprenderlo, es muy fácil, se decía, pues siempre podrás conseguir ayuda de alguien para lograrlo. En cambio ¿quién puede hablarte de ti?

Sabemos del árbol comiendo su fruto siempre intacto, verde o maduro, constante en su sabor; las raíces de la tierra lo uniforman. Sabemos del inmenso mar, de su volumen constante que sazona la vida del hombre en la tierra.

En cambio, el hombre sentado ante el mar, sabía que era él, el gran desconocido, porque en su navegar por las aguas de la tierra unos le ven como goleta, otros como galeón y los más como un velero a la deriva. Y si acaso necesita preguntar cómo es, tendrá diferentes respuestas, nadie verá en él un mismo fruto sazonado con el mismo punto de sal.

Octubre 2006-10-28




11 octubre 2006

"EL LIBRO DE ..."

La biblioteca estaba llena de polvo y su aspecto denotaba que, aparte de él, en aquella vieja librería y en muchos años, no había entrado ni un solo rayo de luz. Su atmósfera densa gravitaba en la oscuridad y cuando abrí un ventanal, no sin esfuerzo, la sacudida de la luz solar delató los muebles enfundados y los cuadros como los candelabros igualmente protegidos mediante paños que en algún tiempo debieron ser blancos. Fue cuando tuve la certeza de que en muchos años, por allí, sólo había pasado el tiempo.

Tuve un libro en mis manos y su titulo me llamó la atención: “El libro de…”. Su color, como el de los miles de libros que le acompañaban era el del trigo maduro. Su aroma, semejante al alcohol de baja graduación, era la de siempre en este tipo de tomos que tienen mucho de reliquias, y, que al abrirlos, aparece en ellos, entre sus tapas, la amenaza de la carcoma. Quizá, la humedad del cantábrico sobre aquel palacio arriba del acantilado, propiedad del único indiano de la familia, era quien había dejado en ellos su huella destructora.

La razón de haberlo cogido fue que me fijé en el lugar donde más polvo había y al apartar éste con mis dedos, me llamó la atención por ser el único libro cuyo lomo, estaba vacío de letras. Su titulo indefinido aumentó mi interés y tras unos soplidos de limpieza quise saber de él. En aquel mismo instante sonó mi móvil: era una llamada de la Notaría que me confirmaban la hora de mi presencia. Me citaban como heredero universal de los bienes de un pariente de mi padre y dueño de aquel viejo caserón. El tiempo pues me apremiaba, me guardé el libro y abandoné el lugar.

De vuelta al hotel, para cambiarme de ropa, no lo pude resistir, me tumbé en la cama y abrí el libro. “El libro de…”, repetía en su primera página. Ni un solo dato. Ni la editorial, ni su año de edición, ni siquiera una dedicatoria, ni su autor. Todo aquello me resultó tan enigmático como sorprendente.

Pasé la hoja: Capitulo I; estaba en blanco, pero sin embargo, abajo, un “-3-“ daba vida al libro. Avancé por ellas y todas estaban huérfanas de palabras. El número impar a pie de página iba creciendo como único testimonio de lo que me asombraba.

Aquello era alucinante y tras abaniquear sus hojas allí estaban inmaculadas, solitarias, las entradas a los Capítulos II, III… XI y XII. Jamás había terminado un libro tan rápido cuando me impresionó ver al final, de forma inequívoca, sola, la palabra Fin; era el primer vestigio de algo claro, después de su título inicial, sin tener en cuenta, claro está, el de los “Capítulo” que sólo indicaban los inicios de la nada.

La siguiente impar era la del Epílogo con dos hojas más que le seguían y ya por fin, esta vez sí, con sus signos de escritura. Pero también ilegibles, porque si hay renglones torcidos en nuestra vida, allí solo habían como cagaditas de mosca. Ordenadas y con sus márgenes fijos, pero cagaditas de mosca. Terminaba el libro en la última línea de forma ya clara y concisa: El Autor. Ahí, lo más seguro, sí quería decir algo. Abajo el impar, el “-365-“.

Podía ser la historia de un año sabático de un autor genial que se había ganado el derecho a escribirla. Quizá el espíritu rebelde de un libro vendiendo su alma al diablo. O quizá, el homenaje entrañable al libro de quien como autor, sólo quiso dejar perpetuado su embalaje en la gran Biblioteca. Cualquiera de ellos podían ser el motivo, pero el real, jamás lo supe.

(“El Libro de…” es un relato que ha participado en el 10º Proyecto Anthology, tema: Bibliotecas/Libros)

09 octubre 2006

ESTAMBUL, EL PODER DE UNA FASCINACIÓN


Llegamos a Estambul el día 19 de Septiembre a las cuatro de la madrugada y tras el visado y la recogida de maletas nos fuimos al hotel. Llegamos a las seis y dormimos dos horas. Desayunamos en la terraza del hotel con vistas al Estrecho de Bósforo y aunque estaba nublado era magnifico disfrutar de aquella primera impresión de la ciudad y ver al mismo tiempo la gran cantidad de embarcaciones sobre el mar Mármara. Me fijé en todo el barrio alrededor del hotel y sus tejados daban sensación de abandono. La zona del hotel correspondía a la parte vieja de la ciudad y vi por primera vez la Iglesia de Santa Sofía. Estábamos muy cerca del Estambul histórico y había que descubrirlo, así que nos fuimos a ver la Mezquita de Solimán.

En la puerta del hotel pedimos un taxi y en el trayecto tuve la segunda impresión de Estambul en aquel barrio que me pareció muy atrasado y con mucha gente por las calles. Los coches antiguos, viejos, destartalados y con señales de pobreza. La gente por la calle caminaba muy deprisa al igual que mis elucubraciones. En unos días iba a descubrir la verdad del barrio de Beyazit, la zona donde estaba alojado el The President, un buen hotel con muchos españoles y a un paso de la historia de Bizancio, Constantinopla y Estambul.

La Mezquita de Solimán I el Magnifico es toda de mármol y sus alrededores están un poco abandonados. Nada mas entrar en el recinto vimos un cementerio con losas y piedras alzadas como troncos con adornos floreados. En el centro un gran mausoleo guarda los restos de Solimán y en otro cercano y más pequeño descansa su esposa Roxalena.

El patio central de la mezquita tiene cuatro minaretes en recuerdo del cuarto sultán de su dinastía. Solimán la mandó construir en el año 1550 y después de casi diez años, el arquitecto Sinán terminó su obra maestra. Una fuente cubierta viste el centro del patio a la entrada de la Mezquita. Uno de sus laterales al exterior es un esplendido mirador del Cuerno de Oro con la parte moderna de Estambul al fondo, destacando la Torre Galata.

La entrada a la Mezquita es gratuita aunque piden la voluntad. Entramos descalzos sobre el suelo alfombrado. En las entradas de todas las mezquitas hay pequeños muebles donde dejar los zapatos, sin embargo la mujer occidental no está obligada a cubrirse la cabeza. Imagino que es porque Turquía quiere abrirse a Europa y esto pudiera ser una prueba de ello; como es imposible entenderse con un turco, y sólo por cuestión de idioma, no pregunté el motivo.

Ya en su interior llama la atención la belleza tanto de sus bóvedas como de sus vidrieras. De los techos cuelgan una maraña de lámparas que llegan hasta poco más de un metro de nuestras cabezas. Antiguamente eran de aceite y en recuerdo a ello permanecen cercanas al suelo aunque han sustituido las lámparas por bombillas. En el interior no hay bancos y el único sitio para sentarse es en el suelo. Los musulmanes se arrodillan en dirección a La Meca y así inician su momento de oración.

Paseando por el exterior me encontré con una pareja española y tras una pequeña conversación me aconsejaron que fuera a comer al Puente de Galata. El día anterior comieron una dorada exquisita y un postre por veinte euros. Así que decidí aceptar el consejo y nos fuimos hacia el Puente Galata.

Como todo es cuesta abajo – Estambul al igual que Roma está situado sobre siete colinas – nos fuimos andando; vimos mucha gente por unas calles muy estrechas y llenas de comercios por todas partes al mismo tiempo que íbamos sorteando los coches. Pasamos por el Bazar de las Especias y quedé encantado porque lo descubrí de golpe, pues sin saber nada me encontré de repente dentro de él; resultaba una mezcla de colores y aromas entre murmullos de una increíble actividad. Escuché voces en español y es que sus vendedores están en un ejercicio constante de su función y tan pronto ven cercano al turista, identifican su nacionalidad y convierten sus palabras en eficaces reclamos.

Al lado del Bazar de las Especias está la Mezquita Nueva y en una de sus entradas hay una nube de palomas grises en constante revoltijo pero fijas ante una de las puertas de entrada a la Mezquita. Existen unos pequeños puestecillos donde venden cereal para las inquietas palomas. En un café bajo la sombra de unos plátanos nos sentamos para tomar un té de manzana. Es muy complicado entenderse con los turcos; le pedí algo que acompañara al té y me ofreció unas raciones de pollo. Acepté la propuesta pero le pedí una ración pequeña. Me trajo dos y un poco grandes. Era pollo asado y desmenuzado a tiras. Lo probamos y estaba riquísimo; acompañaba muy bien al té de manzana pero para que no nos quitara el apetito comimos muy poco.

Estábamos en el Cuerno de Oro y las vistas nos resultaban mágicas allá donde miráramos. Fantásticas mezquitas por todas partes y lejanos minaretes nos llenaban de satisfacción al encontrarnos en un lugar que hasta entonces no habíamos imaginado. Llevábamos pocas horas en Estambul y aquello era alucinante. Torre Galata a la otra parte del Cuerno de Oro que nacía en el Estrecho del Bósforo. A la otra parte Asia y en la amplía plaza, gente, mucha gente. Entre la explanada y los embarcaderos una amplia avenida con un tráfico intenso y muy veloz. Y en las aguas muchas embarcaciones que iban de una parte a otra, imagino que llenando de encanto a los embarcados en sus pequeños cruceros a través del Cuerno de Oro y el Estrecho que nos separa de Asia.

Fuimos hacia el Puente de Galata buscando su parte baja, la de los restaurantes. Comimos muy bien pero nos costó ciento diez euros. Fue entonces cuando me acordé de la parejita de los veinte euros, pero pese a ello, la comida me pareció fantástica y de un extraordinario sabor. Pero no por la comida en si, que estuvo exquisita, sino por el ambiente que nos rodeaba que será motivo de otro relato.

Octubre 2006-10-09

EL PALACIO IMPERIAL DE TOPKAPI


Entenderse con los turcos es imposible y la elección de un restaurante muy complicado, además de los traslados de una parte a otra de la ciudad que sin duda nos restarían tiempo. Por estas razones, en nuestro segundo día en Estambul decidimos solicitar las visitas guiadas durante nuestra estancia en la ciudad de los minaretes. Nos llevaron a la Mezquita de Solimán el Magnífico que ya habíamos visto el día anterior pero ahora la conocimos con más detalle. Luego fuimos en bus a conocer el Palacio Imperial de Topkapi. Un recinto grandioso y lleno de tesoros mandado construir por el sultán Mehmet Fatih pensando en Versalles pocos años después de la conquista de Constantinopla. El Palacio está situado en la ladera de una de las más bellas colinas de Estambul y “tal vez del mundo entero”, como decía Lamartine. El recuerdo de Roma y sus también siete colinas, como Estambul, resultó inevitable. Fue residencia de los sultanes y el sabor oriental está presente en toda su construcción. Es enorme y con cuatro patios interiores separados, pero comunicados, por puertas de gran belleza. Es una sucesión de salones y pabellones cada cual mas bello y cada uno con su función en los tiempos esplendorosos del imperio otomano. Los patios ajardinados compiten en belleza y en cada uno de ellos alberga historias y recuerdos diferentes. Los jardines, muy cuidados, nos deslumbraban a todos.

La vigilancia y control de entrada nos daba a entender que allí debía de haber algo muy especial Las joyas que atesora son auténticas y es la primera vez que vimos tantas esmeraldas juntas y de gran tamaño, así como brillantes, diamantes y mucho oro. También vimos, consideradas como reliquias de Mahoma, penachos de su pelo y huellas de sus pies. Y huesecillos de San Juan Bautista. Lo que fue una pena es que toda la información estaba en turco y en inglés, lo que nos impedía informarnos acerca de los tesoros que íbamos viendo con nuestros ojos. El Palacio es enorme, muy amplio, por lo que nos resultaba muy grata la visita a pesar de que había muchísima gente visitando el Palacio. En los laterales existen miradores sobre el Mar Mármara y la ciudad con vistas inolvidables. Qué pena por el día nublado que nos acompañaba. Las fotos, con cielo limpio, hubiesen sido magníficas.

Comimos en el único restaurante dentro del Palacio en un precioso mirador ajardinado sobre el estrecho de Bósforo. Comida turca con la que, quizá por el bello lugar, quedamos bastante complacidos. Terminamos la visita del Palacio y nos fuimos caminando, veinte minutos, a visitar la Mezquita Azul. Si por fuera es colosal, con una cascada de cúpulas y medias cúpulas, su interior es bellísimo. Sus adornos azules dan nombre a la Mezquita. Vimos a musulmanes jóvenes rezando con sus movimientos característicos y acompasados.

Al lado de la Mezquita está la plaza del hipódromo y vimos el obelisco egipcio construido por un faraón y transportado a Constantinopla en tiempos de Teodosio; la columna serpentina traída desde el templo de Apolo en Delfos y la fuente del kaiser Guillermo II regalada al sultán Abdil Hamit. En Estambul hay muchas fuentes de mármol y son utilizadas por los musulmanes antes de su entrada a las mezquitas que lo deben hacer con los pies limpios. Vimos a muchos turcos en esta práctica antes de su entrada al interior para la oración. Muchas de la fuentes que vimos son auténticas joyas urbanas que sorprenden por sus artísticos acabados.

Visitamos el Bazar de las Especias donde compramos el té de manzana y el té de jazmín en una tienda regentada por una española que nos dijo que el de jazmín es muy bueno para los huesos. No lo pensamos dos veces, ¿encontraremos alguna mejoría?, el tiempo lo dirá.

La visita guiada terminó en el Gran Bazar y en su parte exterior descansamos tomando una cerveza con la agradable compañía de dos parejas del grupo con las que poco a poco fuimos haciendo una gran amistad.

Nos metimos en el Gran Bazar para tener una primera impresión y conocerlo un poco. Teníamos mucha ilusión y no nos defraudó. Tiene a lo largo de todo su recorrido más de tres mil tiendas y no vi ni un solo hueco entre dos de ellas. Todas rebosantes y con una gran actividad comercial. En cada una de ellas, ante la puerta, están los vendedores llamando la atención del visitante. Para este fin son muy simpáticos y cuando detectan que somos españoles se nos dirigen con expresiones nuestras. Imagino que harán lo mismo con los de otras naciones. Creo que allí se encuentran los mejores vendedores del mundo, por lo menos en ese tipo de venta que tiene algo de bullanguera y alegre, pero que no puede ser de otra manera.

Conocerlo me ha resultado muy interesante y hemos decidido que el último día en Estambul lo dedicaremos a las compras. Hasta que llegue ese momento, todos los días pasaremos a dar una vuelta por ese laberinto interminable para ir conociéndolo mejor.

Cenamos en el Hotel y después de tomar un delicioso té de manzana dimos por finalizado el día.

Octubre 2006-10-09


08 octubre 2006

ESTAMBUL, UN DOMINGO CON PEDRO


Hoy domingo, primer día del Ramadán, hemos disfrutado de la amabilidad de Pedro, un amigo de Eli que trabaja en Turquía en cosas de prospecciones petrolíferas. Alquilar un coche sin conocer Estambul no se lo recomiendo a nadie, pero ir en el de Pedro, buen conocedor de Estambul, amigo tuyo y además español es todo un lujo. Nos ha llevado a las orillas del Bósforo europeo, a Ortakoy, pequeño barrio artesanal con su mercadillo junto a la mezquita Mecidiye Cami, preciosa por si misma y por estar junto a la orilla del mar. Ortakoy es un pequeño barrio de pescadores convertido en embarcadero cuyas calles tienen un sabor antiguo magnífico gracias a su estupenda restauración. Junto a los tenderetes, mirando al Bósforo, existen restaurantes y cafés donde tomamos el irremplazable té de manzana.

Pedro ha querido que conociéramos mejor Estambul y nos ha llevado por algunos de sus barrios, cada uno con su singularidad. Así hemos conocido la zona de Besiktas, nos llevó después a la zona de los rascacielos comunicadas por autovías con un intenso trafico pese a ser día festivo. Fuimos a comer a un restaurante, amigos de Pedro, en el que hablaban un buen español. Preferimos sentarnos en la calle junto a otros restaurantes. La comida fue muy agradable, por la grata compañía, por el ambiente y por el clásico licor de anís turco, el raki, que nos invitaron al final junto al té de manzana. Recorrimos la zona, próxima a Santa Sofía y me pareció muy coqueta, con sus casas de madera de auténtico estilo otomano. Entramos en una pequeña mezquita en los momentos de oración y el encargado no tuvo inconveniente en que grabara un video como recuerdo.

Pedro nos llevó a Fatih, barrio muy musulmán en el que me sorprendió la enorme cantidad de gente en un domingo a las cuatro de la tarde. Ignoro si el motivo era debido a ser aquel día el primero de Ramadán pero Pedro me dijo que los turcos hacen su vida en las calles. El ambiente en la zona es el más turco que he visto en Estambul. La vestimenta de las mujeres de negro total y con la cara casi tapada, resultaba la anécdota principal, además de ser nosotros los únicos turistas que vi por el barrio de Fatih. Nos fotografiamos junto a su grandiosa mezquita, compré unos dátiles estupendos y bajé a unos lavabos subterráneos de mármol donde hice más fotos.

Después de darnos una vuelta por otros barrios nos llevó al hotel. Pedro tenía que desplazarse a su ciudad, a cien kilómetros de Estambul y no podía estar más tiempo con nosotros.

Por ser el inicio de Ramadán, en las plazas mas grandiosas de Estambul, como la del Hipódromo o Taxim, habían instaladas muchas casetas, unas a continuación de otras. En ellas, a la puesta del Sol, se iban a reunir los musulmanes para romper la hora del ayuno en un ambiente muy festivo. Nos encontrábamos un poco cansados por lo que decidimos renunciar a conocer un momento que sin duda sería muy interesante. Quizá no tengamos otra ocasión semejante.

Cenamos en el Hotel, tomamos té de manzana y me puse a recabar información sobre los sitios que habíamos visitados. Fue cuando me enteré que Fatih es el barrio más peligroso de Estambul.

Octubre 2006-10-08

07 octubre 2006

EL PALACIO DE DALMABAHCE Y LA KARIYE CAPII


Hoy nos han llevado a visitar el Palacio de Dalmabahce situado en la orilla europea del Bósforo. Es un bellísimo palacio imperial, residencia de varios sultanes. En él falleció Ataturk, el instaurador de la actual Republica de Turquía que en 1923 destronó a los sultanes y creó un estado laico. Dicen que todos los relojes del palacio marcan la hora de su fallecimiento pero sólo sucede esto en el de su lujosa habitación, donde murió el 10 de Noviembre de 1938 a las 9,05 horas. Todos los años, en toda Turquía, recuerdan su fallecimiento en el mismo día y a la misma hora de su muerte guardando un minuto de silencio en su memoria.

A diferencia del Palacio de Topkapi de tendencia occidental, Dalmabahce es típicamente oriental. En la visita a los dos palacios me llamó la atención la gran vigilancia que existe, pero en Dalmabahce, el celo y las normas son muy superiores. Unos bellos jardines adornan su entrada y mientras esperábamos el turno que nos correspondía, contemplamos el cambio de guardia en la puerta principal del Palacio. Cada cincuenta minutos se produce la marcial ceremonia y terminado el cambio, sobre una pequeña tarima, queda en posición de firmes con su fusil, un soldado a quien se le somete a un puntilloso repaso para que se quede justo en el sitio y en la forma que las normas les exigen. Otro soldado lo observaba cuidando todos los detalles: su barboquejo, su correaje, toda su indumentaria, su fusil y milimétricamente situó al guardián en el sitio exacto donde debían descansar sus botas durante los cincuenta minutos siguientes y sin mover ninguna parte de su cuerpo. Pensé que era una escuela de mimos con gran porvenir.

En las visitas todos los grupos tienen un horario fijado. En la entrada, además de su precio, cobran seis liras turcas a quien desea pasar su maquina fotográfica, por supuesto sin flash. Durante la visita no pudimos abandonar la alfombra que va indicando todo el recorrido. De ello se encargaba un vigilante que nos seguía con gran atención y estaba al tanto de cualquier descuido. También nos obligaron a enfundarnos los zapatos con un plástico que nos ofrecieron en la entrada.

Como dato importante, en la construcción del Palacio, para su vestimenta y decoración interior se utilizaron catorce toneladas de oro y tuvieron que recurrir, por primera vez en Turquía, a un crédito exterior para acometer las obras. Asombra el mobiliario, los regalos de otros Jefes de Estado, los cortinajes, las alfombras, sus cuadros y sobre todo sus lámparas embellecidas con oro y piedras preciosas. El sesenta por ciento de todos los elementos que visten su interior son auténticos, el resto reproducciones de gran valor. El Palacio tiene dos partes, una que utilizaban los hombres y que es la que se muestra al público visitante y otra de las mujeres que permanece cerrada. Imagino que como en su época de gran esplendor. El Palacio de Dalmabhace es una visita obligada para el turista de Estambul y la hora asignada de visita me supo a poco. Salimos por una puerta al Bósforo donde hicimos unas fotos y recorriendo los jardines llegamos a la puerta principal donde nos esperaba el bus.

Estambul en su parte histórica tiene los restos de las murallas de Teodosio del siglo V. Fuimos a ver una pequeña iglesia cristiana y para llegar a su emplazamiento, el bus salió de las murallas y bordeándolas fuimos conociéndolas. Aún no habíamos visitado aquella zona y las veíamos por primera vez. Gran parte de ellas están abandonadas y sólo en los tramos de las antiguas puertas de Estambul presentan un mejor estado. Volvimos a cruzarlas para llegar a la Kariye Capii, conocida como la Iglesia de San Salvador de Cora, cerca de la cima de la sexta colina. Sus frescos y mosaicos son, con mucha diferencia, las obras pictóricas bizantinas más importantes del mundo tanto por su belleza como por su número. En sus bóvedas están los mosaicos representando la vida de la Virgen María y de su hijo Jesucristo y su estado de conservación es magnífico. Fue construida a finales del siglo XI y cinco siglos después, con el Sultán Bayaceto II convertida en Mezquita. Los mosaicos bizantinos fueron cubiertos por yeso y posteriormente en 1848 fueron restaurados mostrando en la actualidad toda su belleza. Representan los episodios del Nuevo Testamento ilustrando los momentos más importantes de María, de José y de Jesús. La Anunciación, la Virgen embarazada, el momento en que José se enteró del embarazo de María, el nacimiento en Belén de Jesús, la visita de los Reyes Magos, la huida de la Santa Familia a Egipto, los milagros de Jesús y la muerte de María rodeada de los apóstoles son todos ellos mosaicos de una gran belleza al igual que el fresco del Juicio Final y otras alusiones evangélicas. La Iglesia, pequeña, es una auténtica joya. La interpretación del Nuevo Testamento que allí vimos me resultó desconocida. En un mosaico vimos a los cuatro hijos de José fruto de su primer matrimonio. Viendo cosas uno llega a la conclusión de lo mucho que nos queda por aprender.

Llegó la hora de la comida y fuimos a un restaurante típico donde probé unas brochetas de pollo estupendas. De entrante los típicos platitos turcos, algunos picantes y otros no tanto. De postre arroz con leche pero preparado de forma diferente, como una masa muy consistente. Estaba delicioso.

El restaurante estaba junto a las cisternas de Estambul y allí nos llevaron. Están situadas en el centro de la antigua Constantinopla y el aljibe es conocido como la Stoa Basílica porque su construcción a base de columnas de mármol y de bóvedas así lo parece. Se construyó en la época de Constantino el Grande y tras ser destruido por un incendio, fue reconstruido por Justiniano en el año 532. Allí se recibía el agua para suministrar a la ciudad que venía del bosque de Belgrado. En la actualidad es una visita de mucho interés turístico y que resulta muy atractiva. Es una cisterna subterránea y en algunas de sus columnas vimos grabadas en su base unas medusas como alusiones a la mitología griega. En la actualidad celebran conciertos aprovechando la calidad de sonido que allí se produce. El guía era musulmán y cuando le dije que en Valencia también teníamos unos aljibes para el mismo fin y que en la actualidad son el Museo Histórico de la Ciudad, me preguntó qué es un aljibe. Esto me sorprendió pues es una palabra árabe. Él la desconocía, pero cuando se dio cuenta que efectivamente así era, la memorizó.

Como era costumbre nos dejaron en el Gran Bazar, hicimos algunas compras y regresamos al Hotel para descansar un rato, esperar la cena y tomar un té en la cafetería del Hotel junto a una fuente donde el sonido del agua nos producía un agradable relajo.

Octubre 2006-10-06

06 octubre 2006

SANTA SOFÍA Y EL BÓSFORO


Visitamos Santa Sofía. Fue primero iglesia cristiana y luego mezquita, hasta que Ataturk, después de crear la Republica de Turquía, la convirtió en Museo.

Es impresionante la grandeza de Santa Sofía. Recoge toda la historia de Bizancio, Constantinopla y Estambul. Bajo su inmensa cúpula se constatan las sucesivas agresiones del templo que fue destruido y reconstruido en tiempo de las cruzadas, así como las huellas de los terremotos que lo castigaron. Sus contrafuertes externos de protección así como los del interior, al asegurar las columnas vitales con bloques de mármol adheridos a ellas, fueron necesarios para asegurar que su cúpula no se fuera abajo. Cuando fue inaugurada, Justiniano dijo: ¡Salomón, te he superado!. A ras de suelo se ven las consecuencias de los terremotos, sobre todo en su primer piso, con el suelo de mármol ondulado y resquebrajado.

De Santa Sofía nos fuimos a conocer la Colina de los Enamorados situada en el Estambul asiático. Dejamos Europa y nos fuimos a Asia. Dicho así es muy sencillo pero a mi me pareció algo increíble. Para cruzar ambos continentes hay dos largos puentes, construidos en la segunda mitad del siglo XX. En ocasiones cruzar por alguno de ellos puede suponer algunas horas debido al enorme tráfico; pero tuvimos suerte y lo cruzamos muy rápido. En este trayecto descubrí que hay muchos Estambules. Me habían hablado de dos zonas: de la parte vieja y de la moderna; pero no es del todo así. Dentro de ambas hay muchas situaciones que se diferencian. Decir cuantos Estambules hay es difícil, pero cuando íbamos de una parte a otra de la ciudad parecía que estábamos en una cultura diferente. Son casi dieciséis millones de habitantes y debe de ser muy complicado administrar una ciudad como Estambul. La zona antigua, aparte de lo que históricamente representa es una zona con una industria manufacturera en constante ebullición. Sus edificios no pueden ser derribados, sólo restaurados, por lo que adecentarlos se convierte en una tarea imposible y su estado en muchas ocasiones es bastante lamentable. Pero allí están, ocupados por industriales de la piel, muy activos y con mucha demanda exterior. Confeccionan de todo, abundando las prendas de piel y la fabricación de calzado para mayoristas. También hay talleres donde trabajan los plásticos, las telas y otros que manipulan los metales. Esta es la razón fundamental de que por las calles de esta zona los hombres turcos predominen sobre las mujeres que se ven muy pocas. El turco trabajando y su mujer en casa. En esta parte vieja es dónde más se ve el uso del chador por parte de la mujer turca. Pero nunca se ve la mujer con la cara tapada que está prohibido en Turquía.

Desde lo alto de la Colina de los Enamorados se ve el Estambul europeo y también el asiático asombrando en ambos su espacio habitado que resulta enorme. Estambul tiene más de dos mil mezquitas y desde lo alto de la colina si uno tuviera alguna duda de ello, se lo cree. La vista del Estrecho del Bósforo es esplendida, con sus puentes y el gran número de embarcaciones que navegan por sus aguas. Los grandes petroleros y los barcos de contenedores con sus idas y venidas entre Europa y Asia se mezclaban con los cruceros turísticos, los barcos de pesca y los yates privados. Impresionante.

Divisamos la zona europea de los rascacielos de muy elevado nivel; otro Estambul. Así como ambas orillas del estrecho, con sus casas y palacios alineados donde la residencia más barata cuesta un millón de euros. Es otro Estambul. Me informaron que Turquía está dominada económicamente por unas seiscientas familias e imagino que las casas a orillas del Bósforo, en Europa y Asia, son de ellas.

Volvimos Europa, cruzamos los bosques de Belgrado y nos llevaron muy cerca del Mar Negro a comer una dorada con los típicos entrantes de la cocina turca. Luego embarcamos y durante una hora y media conocimos el Estrecho del Bósforo en su salsa, desde el mar. Ambas orillas son una sucesión continua de bellas casas con diferentes estilos: algunas de madera, la clásica construcción otomana; vimos bellos edificios de diseño moderno; palacios, como el de Dalmabahce que conoceríamos al día siguiente; nos fijamos en los castillos que fueron fortalezas defensivas; nos encantaron las mezquitas que al estar a pie del mar resultaban mágicas y nos llamó la atención, especialmente, la casa más antigua del Bósforo que parece una cabaña de troncos y que está actualmente en restauración. El barco que nos transportaba iba acercándonos de una orilla a otra, según aconsejaba ver más cerca la belleza de aquellas casas. En la orilla europea está el hotel más caro de Estambul y el utilizar sus instalaciones sólo está al alcance de muy pocas familias.

Desembarcamos en el Cuerno de Oro, al lado de Puente Galata y nos llevaron al Gran Bazar, lugar donde siempre nos dejaba el autocar. Después de dar una vuelta por aquel laberinto comercial para ir viendo algunas de las compras que deseábamos, nos fuimos a nuestro hotel que lo teníamos a tres minutos caminando. Descansamos hasta la hora de la cena y después, el delicioso té de manzana al que nos habíamos acostumbrado tanto Mari como yo.

Octubre 2006-10-05

04 octubre 2006

UN DIA EN ESTAMBUL : 21 de Septiembre.


Había dormido muy bien pero al salir del hotel comenzó un fuerte chaparrón lo que me hizo temer que igual teníamos que suspender lo previsto para el día. Subí a la terraza del hotel y un cielo denso, cerrado cubría Estambul. Pregunté en el hotel qué tal se presentaba aquel día tan lluvioso y me dijeron que en un par de horas cesaría la lluvia y escamparía el cielo. Así pues optamos por esperar y retrasar la salida para iniciar el recorrido que nos habíamos propuesto. Cuando menguó un poco la lluvia Mari, Eli y Rosa fueron a ver una pequeña fábrica de prendas de piel cercana al hotel. Regresaron con una buena compra de dos abrigos de piel a un precio muy bajo y una vez dejados en la habitación nos fuimos a ver Estambul.

El plan del día era el siguiente: prescindimos del guía pues no nos hacía falta para ir a conocer la parte moderna de Estambul. Llegaríamos a ella subiendo a un tranvía cercano al hotel para coger luego un funicular que nos llevaría a la Plaza Taxim, centro del la zona moderna. Luego iríamos andando a la Torre Galata y después de comer y tomar café en el Pera Palas regresaríamos al hotel para descansar y esperar la noche que iríamos, ahora sí concertado con los guías, a una cena espectáculo de la danza del vientre.

Fuimos a la plaza Beyazit a coger el tranvía y nos sucedió la primera anécdota del día. Dejé a las tres mujeres en el andén y me fui a por los billetes. Bueno, eso es lo que yo pensaba, pero en los tranvías de Estambul no hay billetes. Al lado de las paradas hay unas cabinas para el pago del peaje, 1,3 liras turcas o sea la mitad que en Valencia en recorrido urbano. Al abonar el importe me dieron cuatro monedas que son las necesarias para unos tornos que allí existen y que hasta ese momento desconocía. Pasé a través de ellos metiendo las cuatro monedas y me fui al andén. En la parada había mucha gente cuando llegó el tranvía. Se abrieron las puertas y mi esposa subió la primera entre mucha gente, luego Rosa y Eli y tras ellas subí yo. Pero justo en ese momento y abriéndose paso entre la gente subió una persona sin uniforme de ningún tipo y sin entendernos hizo bajar a mi esposa, a Rosa, y a Eli. Bajé tras ellas y le dije al señor que yo había pagado por los cuatro pero no me entendía ni yo a él. Así que las hizo ir hacia la entrada para pagar su billete. Como era imposible entenderme con el turco desistí y fuimos todos tras él. Junto a los tornos había un empleado que me había visto pasar con las cuatro monedas pues en aquel momento así se lo indiqué. Hablaron entre ellos y cuando el celoso guardián de su deber se informó que yo había pagado los cuatro pasajes se dirigió a mi y juntando las manos, ignoro si en cristiano o en musulmán, parecía que me pedía perdón.

Subimos a un tranvía lleno de gente, muy limpio y moderno. Poco a poco se fue vaciando hasta que nos sentamos y al poco, llegamos al final del trayecto. Justo allí se iniciaba el funicular hasta la Plaza Taxim. Así pues en poco menos de veinte minutos estábamos sentados en la terraza a la calle del Hotel Mármara, un hotel moderno, de muchas alturas y con una selecta cafetería. Tomamos un té de manzana mientras veíamos a la gente pasar por aquella gran Plaza Taxim. El ambiente era auténtico europeo y las mujeres iban vestidas igual que las de la calle Colón de Valencia. En la Plaza nos dimos cuentas que estaban instalando unas casetas para celebrar el próximo domingo la llegada del Ramadán.

Después de descansar un rato nos metimos de lleno en una calle peatonal, llena de gente, con muchas tiendas y que nos llevaría hasta Torre Galata, la Istiklal Caddesi. Es una calle muy comercial, a la europea, y así iban vestidas las mujeres, viendo algunas, muy pocas, con chador. Esto me sorprendió mucho más al ser un sitio muy concurrido y en la media hora del trayecto la masa humana que subía o bajaba era increíble. Pasamos por dos Iglesias cristianas y una mezquita, justo en el momento en que se oían las oraciones islámicas desde un minarate. No vi a nadie arrodillarse como tampoco lo he visto en ninguna de las mezquitas, al exterior de ellas, durante los siete días de mi estancia en Estambul. Las oraciones están grabadas y se escuchan a través de unos altavoces adheridos a los altos minaretes cinco veces al día.

Vimos muchos sitios de comida pero me llamó la atención un pasaje muy bello, lleno de flores, con techo abovedado del que colgaban centros de flores como si fuesen lámparas. En su interior solo hay restaurantes y comimos muy bien en uno de ellos. Luego me enteré que aquel sitio es conocido como el Pasaje de las Flores y es muy recomendado. No tomamos café pues teníamos previsto hacerlo en el Hotel Pera Palas que nos cogía de camino. El Pera Palas guarda todo su sabor de antaño y tomar un café entre tantos recuerdos fue un placer. El hotel fue creado en 1892 por la Compañía Wagons-lits para acoger a los viajeros del Orient Express y su lujo aunque deteriorado está presente. Allí tuvieron sus habitaciones el Presidente Ataturk, hoy convertida en museo. Fue residencia de Greta Garbo, de Mata Hari, de Sarah Bernhardt y fue dónde Agata Christie escribió “Asesinato en el Orient Express”. Subimos a su habitación que permanece intacta con sus recuerdos tal y como los dejó. Subimos en el viejo ascensor acompañados por un ascensorista que nos iba detallando su descuidado estado, aunque seguro. El turco buscaba una buena propina, pero valió la pena.

A unos pocos minutos llegamos a Torre Galata. Es una gigantesca construcción cuyo techo cónico alcanza los 67 metros y domina toda la orilla septentrional del Cuerno de Oro. Fue construida por los genoveses en el siglo XIV y ha sido utilizada para diversos usos a lo largo de su historia. Hoy se sube en ascensor. En lo alto hay dos plantas de restaurantes y su circular mirador es el mejor punto de observación del Cuerno de Oro, del Estambul histórico y de gran parte del Bósforo. Hice muchas fotos pero no acompañaba el día, estaba nublado y la monumentalidad de Estambul no se apreciaba con claridad. Una lástima.

Con un taxi regresamos al hotel para descansar, aún quedaba día y por la noche teníamos espectáculo. Fuimos al Kervansaray, en cena programada por lo que nos llevaron en autobús. Aprovechamos para ver la ciudad de noche y me quedé con las ganas de fotografiar no sólo la Mezquita de Soliman sino muchos sitios más. Aquel paseo de veinte minutos por la ciudad nocturna fue fantástico.

Como nos resultó la cena-espectáculo en la que varias mujeres turcas nos deleitaron con la danza del vientre. Fue una gran velada en la que coincidimos gentes de todo el mundo. Que recuerde bien, habían: japoneses, coreanos, indios, pakistaníes, de Dubai, Australia, Canadá, EEUU, México, Ecuador, Colombia, Argentina, Inglaterra, franceses, belgas, alemanes, suizos, italianos, rumanos, griegos, egipcios, irakies, por supuesto españoles y algunos más de otras naciones. Impresionante. Al menos a mi me lo pareció. Es difícil imaginar la reunión de tantas gentes diferentes por el único interés de un rato agradable. El final del show estuvo a cargo de un excelente artista que identificó a todos los presentes con sus melodías. Cuando entonó el clásico “Y viva España” todos los españoles nos sentimos hermanados al segundo y la melodía se extendió por toda la sala. Esto, que hubiese parecido lógico en cualquier ciudad turística española, me sorprendió que sucediera tan lejos, en Estambul.

Nadie de los presentes echó en falta a los políticos, allí sobraban. Quizá sin ellos, ignoro si las cosas nos irían mejor o peor, pero la buena armonía fue muy evidente.

En cuanto a la danza del vientre hay que ver la capacidad del cuerpo de una mujer para mover todo su cuerpo al mismo tiempo. También presenciamos números del folklore turco de una gran calidad.

Terminada la feliz velada nos devolvieron al hotel y aprovechamos el momento para seguir viendo el Estambul nocturno que por si solo es un auténtico espectáculo. Aún tuvimos ocasión a la llegada al Hotel de tomar un té de manzana.

Octubre 2006-10-04



02 octubre 2006

EL GRAN BAZAR DE ESTAMBUL

Es uno de los mercados más célebres del mundo, el Kapali Carsi o mercado cubierto y es conocido por todos como Gran Bazar. El Gran Bazar de Estambul es un laberinto; el Gran Bazar es un tornillo sin fin; el Gran Bazar es el cuento de nunca acabar. Alguien puede pensar que es como la cueva de Alibabá, pero el Gran Bazar de Estambul es cualquier cosa menos eso. La gente es muy amable y servicial y en su interminable túnel comercial es donde más se escucha el español en todo Estambul. Sus mercaderes son muy correctos aunque un poco pesados y recorriendo sus tres mil tiendas repletas de gente me sentía muy seguro.

Ellos se acercan a ti, te saludan cordiales, te dan una palmadita en el hombro y con una sonrisa te invitan a pasar a su tienda. Quizá los mejores vendedores del mundo están dentro del Gran Bazar y aunque no nacieron en sus pasadizos, muchos de ellos dieron sus primeros pasos por sus galerías cubiertas de adornos orientales, de alfombras, de pieles, de joyería, de miles de cosas y con el perfume del té de manzana que sirven como agasajo al futuro comprador.

Cuando estás dentro de sus bulliciosos subterráneos es muy fácil perderse pues después de un buen rato de caminar has perdido la orientación y ya no sabes donde te encuentras, pero al poco tiempo te das cuentas de que estás casi en el mismo sitio. Son tiendas, muchas tiendas, una tras otra, sin ningún hueco, y sin encontrar nunca el final. Los pasillos engalanados de luces y con el perfume de las prendas de piel, se cruzan unos con otros y cuando buscas tu norte, la estrella imaginaria del Gran Bazar destaca por todas partes y eliges un camino que no sabes hacia dónde va.

Hay una regla en el Gran Bazar y es la del regateo y como me dijo mi amigo Pedro, buen conocedor de Estambul, aunque no lo creas, al final de tu compra, siempre te han engañado. Pero yo no pienso así, pues “ese” es el precio que vale conocer y vivir el Gran Bazar. No comprar en el Gran Bazar es un imposible y la variedad de productos que se ofrecen ante tus ojos, su bajo precio porque allí nada es caro, y el exotismo que allí se encierra te incita a la compra. Luego viene el regateo que siempre existe. Y cuando llegas al precio medio después de que el vendedor haya bajado en su pretensión y tú hayas subido la tuya, es cuando cierras el trato y crees que has conseguido una buena compra. Y realmente así es. Pero luego, observando y viendo el mismo producto en otras tiendas te das cuenta que lo podías haber conseguido más barato. De ahí lo que dice mi amigo Pedro, pero como yo pienso, el precio que se paga por entrar en el Gran Bazar está en la compra. Nadie te engaña en el Gran Bazar, tú pagas su precio.

Hay zonas de Restaurantes dentro del Gran Bazar en un puro ambiente turco y vale la pena comer saciándote no por su comida que resulta agradable sino por el ambiente tan especial que allí se respira. Comer en el Gran Bazar y compararlo comiendo en la cafetería de un Corte Inglés cualquiera tiene la pena de un pecado mortal. Si hay cosas diferentes, pero que pueden tener algún parecido, este no es el caso. Nada que se le parezca. Comimos una deliciosa parrillada de carne con un entrante de yogurt exquisito. Siempre hay yogurt en todas las comidas turcas y nunca como postre. De postre, higos con nueces: pura delicia. A Mari, mi esposa, le encantó la comida y nos costó dieciocho euros con el té de manzana incluido.

Cuando sales del Gran Bazar colgando de tus manos las bolsas de tus compras siempre te queda el resquemor de una compra no efectuada. Aquel ábaco antiguo, gastado, sucio, que no compré y quizá nunca encuentre; debí comprarlo.

- Escucha, amigo, no encontrarás nada igual en todo el Gran Bazar.

Era mi último día en Estambul y pocas horas después subíamos al avión de regreso.

Octubre 2006-10-02

29 septiembre 2006

HAY MÁS DE UN ESTAMBUL: BEYAZIT


Hemos comido en el Bósforo. Bajo el Puente de Galata. El puente tiene dos plantas, la superior para los vehículos y la inferior llena de restaurantes. La parte central del puente es levadiza para los barcos de mayor calado que se adentran en el Cuerno de Oro, entrante de mar y de más de siete kilómetros. Se le llama de Oro porque cuando se pone el Sol, desde el alto del Café de Pierre Lopi, se observa el dorado que cubre las aguas. Es lo que dicen los admiradores de tanta belleza, aunque su nombre viene de la época en la que sus orillas constituían uno de los lugares de placer de los sultanes repleto de jardines y de palacios.

Desde semejante mirador literario los altos minaretes a una y otra parte del Cuerno de Oro crean en al entorno las mejores pinceladas que pudieran salir de la paleta de cualquier enamorado pintor.

Las gaviotas salpicaban el agua y mi amigo Alibabá nos ofrecía lo mejor de su casa. La mar tirabuzoneaba sosiegos y al frente, Asia, nos daba un abrazo de hermandad. La música suave del Istambul Balik, donde degustaba las carnes prietas de una hija del Bósforo, llamada lubina, me acercaba a la mezquita de Solimán el Magnifico en su siesta de cinco siglos. Asia, Europa y el Bósforo: tanto y en tan poco espacio.

Estambul es una enorme ciudad de gentes y en sus viejas calles no hay espacio para la soledad. Es un río de voces que navegan por recodos de comercios rancios, cutres pero muy vivos y de andares ligeros, abriéndose paso unos a otros siempre con prisas. Me refiero a Beyazit porque Estambul es mucho más que un solo Estambul. Beyazit, donde teníamos el hotel, está próxima a la parte histórica de la ciudad y en sus calles existe una industria manufacturera especializada en el negocio de la piel. Suministra sus terminados a empresas turcas y del Este europeo que llegan a la antigua Constantinopla para hacer sus negocios.

Una mañana observé descargar un camión sorprendentemente cargado, por procedimientos manuales. Las fardos de pieles, quizá de cien kilos, se depositaban sobre la espalda de un turco quien con su andar lento y seguro, mirada al frente semejante a un galápago, transportaba la mercancía para luego ser distribuida por las múltiples y pequeñas fabricas ubicadas en los destartalados bajos y sótanos de Beyazit.

Beyazit es un barrio muy vivo, con mucho movimiento de personas. Al anochecer, junto a las aceras, se ven montañitas de despojos: retales de pieles, de telas, de plásticos. Son los testimonios de una gran actividad manufacturera que al amanecer han desparecido para que sus calles vuelvan a llenarse de gentes y coches arriba y coches abajo.

Por la noche descubrí la parte baja de Beyazit, muy próximo al Bósforo, donde existe entre unas pocas calles, un lugar lleno de restaurantes, abigarrado, de gran encanto y con musiquillas suaves donde sirven la deliciosa comida turca llena de colorido. Es la de verduras exquisitas, de sus obligados yogures como entrante, de sus picadillos picantes y las carnes de cordero o ternera o sus magníficos pinchos de pollo. La fruta en Estambul es exquisita y la macedonia es la mejor que he conocido. Y muy cerca, junto a la orilla del estrecho, los restaurantes de pescado que ofrecen sus doradas y lubinas como auténticos manjares.

De vuelta al hotel no pudimos evitar la tentación de tomarnos un té de manzana. En Estambul me aficioné tanto a él, que no podía prescindir de su grato sabor. Recordando todo lo visto durante el día me vinieron a la memoria los baxtaisos de la Catedral de Santa Maria de la Mar que Idelfonso Falcones nos cuenta en su libro La Catedral del Mar. Si hace siete siglos aquellos esforzados hombres trasladaban sobre sus espaldas, piedra a piedra, las necesarias para la construcción de la Catedral, aquí y ahora, en Estambul, el semblante del turco con su bala de pieles sobre la espalda debe de ser el mismo. Los baxtaisos tenían fe en lo que hacían; los gestos, la figura y la serenidad en las caras de un pequeño grupo de portadores turcos, también denotaban la fe en su esfuerzo. Pero aquello fue otra historia.

Septiembre 2006-09

29 agosto 2006

CASUALIDADES

Accioné el monomando: agua caliente y graduación de 35º. Unos minutos de vapor abrían mis poros y la sacudida del agua fría me producía la sensación de quedarme anclado por extrañas fuerzas contrapuestas. Medio minuto más y otra vez los 35º daban a mi cuerpo el placer del relajo. Otro aluvión de agua fría me hacía despegar con la fuerza de un formula uno cuando arranca de la parrilla.

Todos me llaman Poveda. Aquella mañana al abrir la ventana coincidió ante mis ojos el veloz vuelo de un pajarraco negro. Jamás por mi barrio había contemplado ave semejante. Me quedé extrañado y el bufido de la cafetera me dirigió hacia la tostadora. Un poco de aceite y sal, junto un café amargo, suponía mi primer refuerzo de todos los días.

Siempre procuraba que mi primer paso al salir del portal fuese con el pie izquierdo. Frente a mi casa, un tabernucho viejo pero limpio era la primera visita de todos los días. Salinas me informaba de las noticias del barrio y en aquella ocasión me comentó que los yankis no tenían preparada ninguna invasión:-¡pero tenemos que estar alerta!- decía con entusiasmo. Salinas no era un hombre como el Marlboro, de sabor genuino americano, pero siempre tenía en mente a Marylin.

Ya informado de todo lo importante y trascendental abandoné el local. Mi intención, además de visitar al notario más tarde, era caminar hacia el centro comercial situado a doscientos metros a la derecha de mi casa. Y así lo hice, cuando vi venir, quizá del mismo lugar, una torda de veinte y pocos años, igual menos de veinte. Iba de ceñido traje chaqueta color vino, falda por la rodilla, redondeces las tan justas como excitantes, pelo largo y negro caído por la espalda y una cara que para sí la hubiese querido la diosa Afrodita.

¡A estribor tus naves! me dije. Dejándola pasar, adiviné que ella se sabía observada y con andares rítmicos, insinuados por unos tacones de punta fina, apenas a cinco pasos de ella, seguí su marcha y por mi interior la sangre circulaba con la misma presión que el bólido en su salida. Mis ojos amenazaban salirse de sus órbitas ante aquel manjar mañanero. Jamás estuve más despierto. Ni en el cambio de guardia de la Reina Madre, los altivos soldados marcaban sus pasos con la misma exactitud que la elegante jamelga balanceaba suavemente su lascivo mapamundi.

¡Sujeta y aguanta!, me decía. Al final de la calle estaba el gran bulevar y la coincidencia del coche de Galarza, mi noble amigo, quien frenó en seco. Ignoro si por mí o por haber vislumbrado a tan fastuosa hembra. Jamás lo supe. El caso es que me invitó a subir a su coche y me fui con él sin pensar a donde. Había perdido mi norte y justificadas razones existían para ello. Todavía a través del retrovisor la vi perderse entre los árboles. Decidí olvidarla, convencido de que el abandono de aquel recuerdo me sería mas grato que la obsesión por su asedio.

- Amigo Poveda, vamos al embarcadero del Cabo Pacos. -me dijo Galarza. -Allí nos subiremos en una barca y un buen amigo me va a capturar una langosta prometida desde hace tiempo. De ti depende su preparación para la comida de hoy.

Ni al centro comercial ni al notario, quién quedaría esperándome. Todo cambió aquella mañana y hacia “Los Maresmes” nos dirigimos. Después de media hora de conversa el salitre del mar entraba por nuestras narices.

Era una barca pequeña. Cuatro remos, un bidón de agua, redes y cuerdas. A poco bogar, ya saliendo por la bocana y a escasas brazadas de las rocas, al poco doblar el malecón, una moto náutica de esas conducidas por un loco de esos, vino hacia nosotros y sin posibilidad de reacción se estrelló contra nosotros. Visto lo visto pude lanzarme al mar y llegar a las rocas. Ronco de gritos vi hundirse la barca. Galarza con la cabeza ensangrentada descansaba sobre unos maderos y herido de muerte y sin fuerzas, sentía perder su vida.

Ambulancias, policías y curiosos. Galarza, emigrante chileno y buen amigo de hacía treinta años, decidió vivir su vida en solitario; ningún familiar iba a llorar su muerte. Era buena gente y sólo a sus amigos, uno de ellos yo, iba a amargar aquel fatal desenlace.

Me trajeron a casa y al llegar al barrio, las calles cortadas anunciaban algún suceso. Envuelto en una manta visité a mi informador Salinas para que me pusiera al corriente de todo lo sucedido. Al verme cómo entraba en su taberna quiso saber qué me había ocurrido y ya puesto al detalle de mi aventura, me dijo:

- Peor ha sido por aquí. Nada mas irte esta mañana, veinte minutos después, una bomba ha estallado en el Centro Comercial: veintidós muertos y sesenta heridos. Todo el techo abajo. Un desastre.

Como si los 35º grados del monomando y el aluvión de agua fría hubiesen bloqueado mi cuerpo me quede paralizado. Afrodita me salvó la vida alejándome del centro comercial y quizás Neptuno, haciendo causa común con la diosa, evitó mi muerte en el mar.

Subí a mi casa y puse el contestador. ¡Contacte urgentemente con la notaría! Era el único mensaje que tenía el aparatito. Marqué el número y pregunté por el notario. Se puso:

- Sr. Poveda, estaba citado Vd. a las doce de hoy. Lamento decirle y Vd. lo sabía perfectamente, que a esa hora, tal y como estaba ordenado, era el momento de abrir el testamento del indiano D. Federico Poveda y Ruescas, primo hermano de su padre. Debo informarle que le dejaba a Vd. toda su millonaria fortuna a cambio de que estuviese Vd. presente en la hora de la lectura de su testamento. En caso contrario, como así ha sido, todo el legado pasa de forma automática a la propiedad de la Iglesia de la Dulce Espera.

Así resultan las amargas casualidades de la vida. Las que ignoramos cuando poco significan, pero que a veces, como en este día, se convierten en un antes y un después convencidos de que hemos vuelto a nacer. El coincidente cuervo, la casual torda, la fatal moto náutica y la langosta que no pudimos comer.

Febrero 2005