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23 marzo 2009

LA LEY DEL ABORTO


Entre quienes opinan que la actual crisis económica tiene el mismo alcance de la que asoló los cimientos de Wall Stret en 1929 y los que aseguran que ambas situaciones no tienen nada en común, debe haber un punto medio. Estos últimos mantienen que las circunstancias actuales que la han hecho aflorar en nada se parecen a la del derrumbe neoyorquino; la actual situación y sus diferencias sociales, en nada se asemejan con las de hace exactamente ochenta años.

Ante esta situación, el español de a pie que escucha ambas aseveraciones, pone sus pies en el suelo y hace lo que puede para acoplarse a los tiempos que corren, con el único consuelo que alguien sepa girar pronto su rumbo y la cuesta arriba por la que se desplaza, se convierta en un sendero llano, tranquilo, apacible y de dulce caminar lo más pronto posible. Y en esa esperanza vivimos todos.

Sin embargo, para hacer más llevadera la cuesta arriba, la conveniencia de enfrascarnos en otras disquisiciones está servida, y Zapatero, como siempre, marca su ruta ajena a la situación de cada momento y le indica a su Bibiana querida que anime al cotarro entreteniendo al personal.

Tensión, tensión, fue lo que le pidió en su día a su lacayo Gabilondo en crucial momento. ¡Sastres, invéntate sastres! Le ha dicho recientemente Zapatero a Baltasar –también atento a los momentos clave- cuya orden ha cumplido a la perfección, aún no escarmentado de una cacería en la que el cazador fue el cazado.

Comenzada la temporada taurina, ahora tenemos en cartel los preparativos para la lidia de una nueva Ley del Aborto que dividirá a la opinión pública entre “manoletes” y ”arruzas”, “litris” y “aparicios”, “ponces” y “tomases”. El caso es tenernos distraídos -lo que en el fondo se agradece- en un manido juego de a dos, en el que se enfrentan los conservadores (defensores de sus prebendas: de eso se les acusa) y los progresistas (generosos en el desprendimiento: de ello presumen), maniqueísmo tan manido como falso, porque nunca supe, ni nadie conoce, de un progresista que renunciara a conservar su mejor peculio.

Y en su faena habitual de a manoletinas y de a pecho, su mejor suerte es la del engaño, presentando la práctica del aborto como uno ley progresista, cuya proclama es un desprecio al ser humano del que tan vilmente se sirven.

¿Cuándo una solución violenta bañada con la sangre de un inocente tiene el sello del progreso? Muerto el perro o el lince, se acabó la rabia. ¿Es esto progreso?

El aborto es una solución violenta ante una situación que no se quiere afrontar por quien la practica, a la que se recurre según la conciencia individual de cada persona; allá cada cual con la suya. Pero tal decisión supone la prohibición a la vida de un ser humano y sólo el negarlo degrada a quien lo sostenga. Sea desde una observancia atea, sea la de un falso creyente, sea comulgando con la Iglesia, o sea con las ruedas de molino de un laicista credo.

Está claro que la aplicación de la Ley del Aborto corresponde a los que legislan y según mejor les convenga, porque así es como funcionan estas cosas en nuestra sociedad, mal que nos pese. Una nueva Ley, no obstante, que sólo servirá para despenalizar a quienes la anterior infringían, y a los que Baltasar no les ha dedicado ni un segundo de su tiempo, más atento a otros fines muy lucrativos, pero sin olvidar su afición: la de afinar la puntería aunque sea a blancos imaginarios, pero eso sí, de muy buen provecho.

Por ello, sostener que el aborto sea una medida progresista, es más bien un insulto a la inteligencia humana a la que tratan de engañar como auténticos profesionales que son de “su verdad” macerada desde la mentira mil veces repetida: siniestra destreza en la que son maestros.

Más parece, sea todo ello consecuencia de un fervor anticlerical al que la izquierda no renuncia. Sus razones son fruto de una oclusión neuronal, producto de un problema cultural que les atenaza de antiguo, a cuya credencial no renuncian.

Lo que les convierte en esclavos de su ignorancia, y que a falta de argumentos sólidos incitan y utilizan a sus bases a su oposición a la Iglesia, como único salvoconducto de un falso progresismo cual pose rancia y de cutre antigualla, como siempre a espaldas del pueblo.

21 marzo 2009

BLANCA

Lucio tenía el teléfono de un viejo amigo, el del bohemio y trotamundos Celes, en quien, con toda seguridad, encontraría la ayuda que necesitaba cuando ya cumplidos los cincuenta años había roto con su mujer. Un portazo a su vida.

Efectivamente, así ocurrió, Celes, su Celestino amigo, le brindó toda su hospitalidad y puesto al día de lo ocurrido, supo encontrar de inmediato el consuelo que Lucio necesitaba.

¡Una tacha se quita con otra tacha!, -le dijo un Celes convencido y rotundo- Hoy nos vamos a comer juntos y te presentaré a Blanca, ¡es lo que necesitas en estos momentos, ya lo verás!

Así fue como Lucio conoció a Blanca, una bella mujer portadora de una dulzura tal, que era capaz de enloquecer a un hombre nada más mirarla a los ojos, si es que los de ella se detenían en los suyos. Así son las cosas que el destino hace a su capricho. Blanca acababa de ser abandonada por su marido. Se refugió en la amistad de Celes, a quien al mismo tiempo acudía Lucio buscando su apoyo. Para el errante amigo todo aquello le resultó muy fácil; les cartas le habían llegado de tal forma que ponerlas en juego sólo era cuestión de iniciarlo; no tuvo pues que recurrir al ingenio.

En pocos días ambos amantes pasaban su repentina “luna de miel” en una playa de Lanzarote. La habitación del hotel fue un nido de amor, más aún de deseo, más aún de sexo ardiente calmado por los alisios que mecían las cortinas a ras del jardín, cual alfombra de un peñasco: un totum revolutum de sábanas revueltas de las que salían fuego, a veces sofocado pero siempre avivado por el sudor de sus cuerpos insaciables. Aquella pasión convirtió a Lucio en un hombre obsesionado por Blanca.

Tenía razón su amigo Celes con aquello de la tacha.

A sus cuarenta y dos años, Blanca era una mujer de una belleza absorbente y juntos iniciaron su vida en un ático con vistas a la Casa de Campo madrileña. Aquello que para algunos podía ser un “picadero” feliz, para ellos significó un cielo en truenos: un cielo rojizo, lleno de rescoldos, en los que ambos se abrasaban entre retozos en sus horas de fuego.

Una tarde Blanca se ausentó, y no regresó hasta pasados dos días, contándole que su marido le había pedido que volviera con él. Y que debía pensarlo, y que le esperase por un tiempo, no más de una semana; y se lo dijo después de darle un beso con el sabor del veneno: el fluido dulce habitual en sus labios.

Aquellos días fueron eternos para Lucio. Se refugió en su alcoba, pero sólo consiguió perderse más en sí mismo. Aquel lecho de lujuria le había convertido en un esclavo de Blanca, en un muñeco de Blanca, en un juguete en manos de Blanca.

Soñoliento, una noche apareció ella. Y Lucio, furioso y celoso y lleno de pasión, la tomó en sus brazos. Y como el aliviadero abierto que rompe en la presa, se volcó e inundó el cuerpo de aquella turbadora mujer. Sus ojos salieron en su dirección estallando como espumarajos al viento cubriéndola toda; y sus manos buscaron sus manos y sus cuerpos temblorosos se fundieron en el crisol de la sangre enrojeciendo el color de sus carnes, carnes revueltas en el humedal de la lascivia.

-¡Blanca eres mi sueño, mi locura!-pudo decirle con un gran esfuerzo y débil voz, pero no por ello rendido.

Unos labios fueron a otros labios. Que pétalo sobre pétalo en principio, después fuego sobre fuego. Convulsión. Aquellas manos arañaban sus cuerpos, y de sus bocas rugía el eco de la agitación, que a su descanso, los labios ansiosos de Lucio flotaban sobre bellas cordilleras, sobre temblorosa pendiente, sobre mágico bosque, rumbo al templo del amor: fortaleza sobre bellas columnas que allí se le mostraban al rito sagrado de turbadores inciensos y en cuyo umbral abierto, ella ansiaba recibirlo.

Cuerpo sobre cuerpo. Manos que se encuentran. Boca sobre boca. Boca sobre cuerpo. Y rítmicos e impetuosos torrentes de placer, como sucesivos aluviones de goce eterno. Cordilleras, pendiente y bosque. Ambos gozaron o sufrieron en aquella larga noche como jamás habían imaginado. Lució, extenuado por el placer, sucumbía ante Blanca que siendo suya él sabía que pertenecía a otro.

Anochecía, y la Casa de Campo se cubría de cálido manto ocultándose a los ojos de Lucio asomado al ático, allí soñoliento. Allá abajo, en el paseo de Rosales, junto al Templo de Debod dedicado a Amón y a Isis, los dioses que tantas veces han presenciado el mismo oscurecer. Y cercano, un banco vacío al que Lucio miraba todos los días desde las horas del atardecer, pero sin saber hasta cuándo.

(“Blanca” es un relato que ha participado en el 43º Proyecto Anthology. Tema: LUJURIA)

18 marzo 2009

VALENCIA Y SUS DIAS DE FALLAS

Las fiestas de las Fallas son fruto de la fantasía y del fuego en torno al arte. Las Fallas son fuego. Fundamentalmente fuego. Fuego que alumbra el ingenio y sirve al mismo tiempo para expulsar en pavesas todo lo que estorba en nuestras mochilas.

¡Qué menos que un día al año sirva en purificar nuestras vidas al tiempo que aparece joven la primavera, cuando servicial como siempre se ofrece generosa.

En las Fallas hay bullicio, pero adornado con la música de las bandas valencianas que discurren por las calles entre trajes de falleras que las inundan de color. Allí se mezclan con el aroma de la pólvora sahumando la ciudad entre nubes de estruendos y ríos de gentes que navegan por sus calles al encuentro de un remanso donde surge el “ninot” lleno de ingenio y gracia.

Las Fallas son un popurrí popular en el que el arte se pone al servicio de la crítica urbana y se repite año tras año. Desde la sátira punzante, al esplendor del monumento exultante de barrocos retazos.

Las Fallas convierten a Valencia por unos días en una ciudad peatonal, ciudad en la que la noche y el día se funden entre la “mascletá” que sacude nuestros cuerpos al mediodía y los castillos que los relajan cuando las palmeras de luz y de colores se pierden en el cielo de la noche.

Las Fallas son traca y melodía, blusón y puro, chocolate entre buñuelos, cansancio y resuello, peineta y ramo, “ninot” y denuncia, petardo y “despertá”, “truc” y porfía, premios y lloros, arte e ingenio, realidad y sueños, “cremá” y “ninot indultat” que se libra del fuego. Son un derroche de pólvora, de arte, de gracia, de ingenio y de gentes que disfrutan agotándose por las calles. De fiesta de calle que fue, a fiesta de Ciudad a la que se conduce, rivalizando, no obstante y pese a ello, en unas comisiones enfrentadas tras el mejor de los premios.

Gentes que acuden y gentes que huyen alejándose de la fiestas porque así son siempre: los que las idolatran y quienes de ellas reniegan.

Pero la mujer valenciana se engalana y deja unas lágrimas ante su Virgen Patrona, que, desnuda, la visten de flores en el centro de su Plaza con los miles de ramos que la cubren de fervor al son de la música y con el desfile del mundo fallero, artífice de la fiesta, que pasa ante sus pies.

Trabajo de todo un año que desaparece en pocos minutos, pero que surge en la mente del artista fallero al mismo tiempo que arde la falla: cuando sus pavesas vuelan al cielo perdiéndose en la noche.

Muerte que no fenece renaciendo generación tras generación. La falla infantil de hoy, será la falla grande del mañana, en la que el espíritu fallero agotado por estos días de fiesta, resurgirá vibrante tan pronto el fuego pierda su última llama.

13 marzo 2009

ÁNGEL LUNA Y SUS VÓMITOS CRÓNICOS



Es de figura patética, sólo superada por su oratoria infame a cuyo ejercicio se dedica sin pelos en la lengua, dedicada ésta al aliviadero por el que verter el limo de su interior. Sobre la tarima de Les Corts asoma su cabeza y fija su presencia con sus brazos extendidos sobre el atril, dispuesto al inicio de sus habituales tufos que le salen de dentro: allí donde se mezcla la acidez de sus jugos con la podredumbre que le atenaza.

¿Dónde está el escabel?, me pregunto, en el que pudiera alzar, si la tuviera, su gallarda figura cuya falta tanto le acompleja. Me asalta pues la duda y me pregunto el por qué de su ausencia: la del escabel, me digo.

La respuesta me viene dada cuando le escucho, de la necesidad ineludible en Ángel Luna de estar más próximo del cuenco donde vomitar su pestilencia, la que al nacer de sus propias entrañas necesita de un lugar cercano donde volcar la acidez con el pus de una herida no curada, producto de su deambular eterno por los caminos de la oposición, cuyo zumo hediondo necesita derramar sobre el atril en el que se sustenta.

¿Qué mejor entonces que tener próximo a su boca el pozal de sus vomiteras renunciando al escabel desde el que mostrar su figura?

Diputado autonómico, acusador profesional, juez sin toga, verdugo frustrado y comisario político deseoso del parte de muerte: política por supuesto. Él acusa, él juzga y él sentencia, todo a una como Fuenteovejuna, en una práctica tantas veces utilizada y que en su aprendizaje ha logrado la mejor nota.

¿Para qué pues el escabel? ¡Mejor el atril en el que esconderse!


08 marzo 2009

PEÑISCOLA EN EL RECUERDO

Día 7
Era el día que nos tocaba abandonar el Parador de Aiguablava ya de regreso a casa, lugar de deliciosa estancia enclavado en lo alto de un acantilado en el que pasamos unos días de grato recuerdo.

Teníamos previsto hacer parada en Peñicosla donde comer presenciando su playa de tan grata nostalgia para nosotros. Día de sol y no muy fuerte viento, en el que paseamos por “la porteta” (desafortunadamente restaurada) y el Puerto añorando los muchos años de estancias estivales en la entrada al casco viejo de la Ciudad que permanece intacta. No así otras zonas, con un crecimiento imparable, como la zona del estanque, moderna, con un Palacio de Congresos y lujoso hotel al lado.

A la vuelta a casa, después de unos días tranquilos recuperadores de fuerzas, nos encontramos con el bullicio y las Fallas ya por las calles preparadas para su “plantá”. Nada que ver el ruido de los petardos y el olor a pólvora con los graznidos de las gaviotas y el salobre del mar, mezcla tan apetecible como relajante, a cuyo regreso vale la pena.

EL VIENTO Y PALAU-SATOR

Día 6
Todo hacía presagiar para el día siguiente la presencia de un fuerte viento, prescripción que se cumplió e hizo que apareciera sobre las tranquilas aguas del Mediterráneo la lucha de sus corrientes: un campo de batalla de denso oleaje, aplanchado, enfrentándose entre sí en remolinos batientes en el que el viento iza cortinas de agua levantando el vuelo, mientras se desplazan frágiles sobre la superficie barnizada de plomo. Desde el Parador de Aiguablava, el mar embravecido dibujaba surcos enloquecidos, mientras los bufidos del viento ahogaban los graznidos de las gaviotas, que quizá temerosas de su presencia renunciaban a su permanente vuelo refugiándose en las rocas.

Visitamos la Playa de Pals atravesando un bosque de pinos, lugar y refugio de un famoso campo de golf, pero que al llegar a la arena frente a las Islas Medas, el fuerte viento sólo nos dio la opción de unas pocas fotos, abandonando rápido la costa camino a los alrededores de Pals, donde nos habían recomendado un restaurante de “cuina casolana” en el pequeño poblado de Palau-Sator.

Disfrutamos de la carne a la brasa, aceptando la sugerencia como entrante de unas “habas y guisantes ahogados” de delicioso paladar en el Mas Pou: una casa restaurada con mucho gusto compuesta de varias salas unidas vestidas con muebles viejos, los propios de sus antiguos moradores, lo que hizo la comida aún más grata en tan confortable estancia rural.

Por la tarde, nos refugiamos del viento en el Parador, donde terminamos el día gozando de su tranquilidad y de la vista desde el balcón atento a un mar revuelto, donde las corrientes furiosas combatían tratando de imponerse unas a otras. Un revoltijo de círculos que se estiraban, volvían a unirse envolviéndose unos a otros y abriendo gajos de agua al viento por un soplido implacable caído del cielo que la partía en dos. Los graznidos de las gaviotas, ausentes, eran sustituidos por los de los buitres que acosaban a la Catedral de Estrasburgo, cuando tumbado en la cama, me sumergía en lecturas de intrigas.

BEGUR Y CALELLA


Día 5
No esperábamos para la jornada siguiente disfrutar de un día de sol, pero las prescripciones meteorológicas también se equivocan, lo que nos permitió volver al centro urbano de Begur y tras coger las fuerzas necesarias, emprender el ascenso al mirador del antiguo castillo medieval.

En solitario ascenso (mi esposa decidió abandonarme) emprendí la ruta dejando en el camino una de sus muchas torres de defensa gratamente restaurada. Unos pasos después, la ermita de San Ramón, enclavada en un mirador desde el que ya se anuncia la hermosa vista a gozar en lo alto de la colina. Destruido finalmente el Castillo en la guerra napoleónica, de él no queda nada, y un cerco de protección, almenado, configura el mejor lugar para observar gran parte de la Costa Brava en los días claros. Se alcanza con la mirada desde el Cabo de Creus hasta las montañas del interior, en las que destaca lejano el Montseny y su parque natural. Más al norte las cumbres nevadas de la cordillera pirenaica con la cima de Canigó que inspirara a Jacinto Verdaguer; así como la costa bajo un cielo entre sutiles algodones que estirándose se funden con el mar. Muy cercanas, las Islas Medas; las playas de Rosas arriba y su abrupta costa en la que se adivinan sus pequeñas calas pinceladas de agua azul, escondidas en los entrantes de sus acantilados. Un círculo cóncavo, informativo cardinal, indica al cansado caminante los lugares en lontananza abiertos gracias al día de límpido cielo. La bajada, relajante y tonificadora, hace olvidar el penoso ascenso, así como refuerza la recompensa de haber gozado de tan hermosa vista el grato encuentro de un lugareño en su cotidiano recorrido acompañado de su perro. Agradable y coloquial, me habló de cuando los corsarios utilizaban el castillo como lugar de refugio de sus presas, explayándose en el anecdotario medieval del derecho de pernada de los señores feudales, a los que sus súbditos tenían la obligación de darles agua de beber cuando pasaban por sus calles de subida al Castillo.

A la salida de Begur, visitamos la cala de Sa Tuna, solitaria y de limpias aguas, en cuya superficie se reflejaban sus casas pequeñas junto a las rocas, observada por las constantes gaviotas cortando el paisaje sobre los alegres espumarajos levantados por el choque del agua en las rocas junto a la playa.

Calella de Palafrugell, es otro de los lugares emblemáticos de este trozo de la Costa Brava, uno de los lugares residenciales de la burguesía catalana con sus playas de gruesa arena y su paso bajo las arcadas de las casa blancas frente al mar. Punto de encuentro con el buen pescado donde cumplir con el rito diario de la buena mesa, cubierta por una abundante y sabrosa parrillada y amenizada por la grata conversación con un lugareño elogioso de su tierra.

Y como las tardes están para descansar, nos refugiamos en el Parador, donde contemplando el paisaje entre lecturas, completamos una jornada más en el entorno de Aiguablava con sus limpias aguas.

GERONA Y SU BARRIO JUDIO

Día 4
En nuestro cuarto día por el Bajo Ampurdán, optamos por conocer Gerona. Con esa idea aceptamos el sabio consejo de que lo hiciéramos de forma cómoda utilizando el servicio de autobuses que nos dejaría próximos al centro histórico, incrustado en su barrio judío que bien valía la pena visitar. Así pues, nos decidimos por el consejo renunciando al coche, y terminada la jornada dimos las gracias en la recepción del Parador por tan conveniente recomendación.

Una vez en la capital y bien orientados, emprendimos la ruta a la Catedral desde la rambla, no sin antes hacer unas fotos desde el Puente de Piedra , que al observar sus casas junto al rio nos vino el recuerdo de Venecia, pero sin góndolas. Puente de Piedra construido en tiempos de Isabel II, según reza en su arco central, con su columna jónica sobre el pretil cercano. Los alrededores de la Plaza de Cataluña, próxima al puente, tienen el encanto de las vistas más emblemáticas de la ciudad, con la Catedral al fondo y la Torre de Sant Feliu.

Nos adentramos en el barrio judío a través de la “calle de la fuerza”, ligeramente empinada y de casas nobles, hoy utilizadas con fines culturales y comerciales, con un recorrido en el que nacen de ella calles estrechas y escalonadas, que como afluentes, bajan de la zona alta de la muralla que circunda la parte vieja de la ciudad.

Si la “calle de la fuerza” recibe su popular nombre por la ascensión a la Plaza de la Catedral, los noventa escalones ante la majestuosidad del templo, es un reto a las piernas ya algo cansadas desde el inicio de su andadura en las aguas del rio Onyar a los pies de la ciudad, junto a la rambla de la Libertad.

En la Catedral de Gerona, actualmente en restauración de su interior, confluyen los estilos románicos, góticos, renacentistas y barrocos que dan esplendor tanto a su enorme fachada, como a sus bóvedas y cristaleras góticas, como a sus dos grandes rosetones acristalados sobre sus múltiples capillas barrocas. En una de sus capillas se puede contemplar el sepulcro de Ramón Berenguer II, el Conde de Barcelona. Digno de observar, es su pequeño claustro románico con multitud de losas funerarias y sarcófagos sobre las paredes, así como un pozo de piedra en el epicentro de tan bello panteón con su toque tan singular.

Comimos en Draps, un restaurante de moderno diseño y cuya originalidad reside en sus platos, abundantes y cuidados, que se ofrecen para compartir. Tomando el café, vimos por la ventana el discurrir tranquilo de un tren turístico, por lo que en ese momento la decisión de acudir a su cita la tomamos en el acto. Con su traqueteo nos volvimos a adentrar más cómodos en el viejo casco, ascendiendo por sus empinadas calles hasta la Catedral, para luego seguir viajando por la zona amurallada, esplendida y bien conservada.

Tras un pequeño paseo por la rambla y la visita a un coqueto café irlandés, llegó la hora de salida del autobús, que tras una hora bajo un cielo cubierto y lluvioso, nos devolvió a Palafrugell, ya próximo el Parador.

La visita a Gerona dejó en un nuestro ánimo la satisfacción de haber conocido una ciudad que bien valía saber de ella, de lo que dimos cuenta en Recepción agradeciéndoles el consejo de renunciar a nuestro coche.

BEGUR Y LLANFRAC

Día 3
El martes, recorrimos las calles de Begur, tranquilo pueblo que discurre bajo una alta colina, lugar dominado por un castillo medieval en de su época feudal del que hoy nada queda, convertido en un magnífico mirador desde el que se contempla la belleza de la Costa Brava; deleite reservado para los días de límpido azul por lo que no pudimos gozar de su contemplación: el cielo encapotado no contribuía a tan bella vista, por lo que fue innecesario su ascenso.

En las calles de Bagur, destacan las excelencias de sus casas coloniales, testimonios del último colonialismo de ultramar pertenecientes a diversas familias catalanas emigrantes a la Cuba española donde lograron su riqueza con el negocio del corcho, especialmente, procedente de los alcornocales gerundenses.

En la actualidad, el recorrido urbano contemplado tan ricas casas que rivalizan en sus diversas vistas, donde las balaustradas, las pilastras, los balcones, sus fachadas de bellos ventanales, sus arcadas y sus singularidades arquitectónicas, así como también, la contemplación de sus torres de defensa en su casco urbano, justifica el paseo en la hora del aperitivo, haciendo tiempo a la hora de la comida, para la que habíamos previsto trasladarnos a LLafranc: un cercano pueblo marinero y residencial, donde un sabroso “suquet de peix” nos esperaba. El sitio elegido fue el nostálgico Restaurante Llafranc, de rico pasado folklórico y sabor daliniano, del que sólo permanece la elaboración del típico guiso de pescado, junto al recuerdo, eso sí, de los famosos de la farándula que decoran las paredes de su interior.

La tarde para descansar en las instalaciones del Parador, era nuestra principal tarea vespertina, con los constantes graznidos de las gaviotas, a los que una vez acostumbrado, el relajo tenía el atractivo de sus gráciles susurros.

PALS, PERATELLADA Y EL MEDIOEVO

Día 2
En nuestro segundo día de estancia, optamos por visitar Pals y Peratallada, dos pueblos muy cercanos en la distancia, pero lejanos en el tiempo: dos auténticos lujos medievales y de cuidada restauración con varios miradores, en especial el primero, situados en sus revueltas, desde los que se divisa el esplendor del Bajo Ampurdán, en el que los arrozales esperan el momento de la siembra y el verde en sus campos, pese al plomizo cielo que lo cubría no impedía contemplarlo en toda su belleza, agradable más aún, por el agradecido perfume embriagador que desprenden los campos impregnados de lluvia, como era el caso de la del día anterior, dejando sobre la verde alfombra tan bucólica aroma.

Pals es un bello lugar de inspiraciones góticas en el que destaca su conjunto. El de la deliciosa Plaza Mayor y su arco de entrada, su Iglesia de Sant Pere, mezcla de románico, gótico y barroco, y su Torre del Homenaje junto a los restos de un castillo magníficamente incorporados a una casa familiar. Igualmente son de admirar parte de su muralla, la Casa Pruna y todo el recorrido por el casco urbano perdiéndose en sus calles. Al igual que Peratallada, pueblo cercano, lleno de bellos rincones, con su zona de arcos y pasadizos que nos trasladan al Medioevo.

Comimos en Tamariu, un pequeño pueblecito estival junto a la playa, escaso de gente, y donde dimos con un pequeño restaurante cuya oferta de un arroz marinero aceptamos con agrado, próximos al mar, donde una lengua de agua cristalina penetra en la dorada arena y se recrea en pequeña playa. Luego, tarde de descanso en el Parador, apacible y tranquilo, esperando la llegada del día siguiente con la tarea de grata lectura.

El PARADOR DE AIGUABLAVA Y SU ENTORNO MEDIEVAL

1 de Marzo.
Nuestro primer día en la zona de Aiguablava se limitó a la llegada al Parador enclavado en un abrupto y bello paraje rodeado de agua azul que hace honor a su nombre, al que se llega a través de un recorrido tan sinuoso como escondido. Decidimos gozar del espléndido mirador de su comedor y aprovechar la tarde del domingo para descansar en sus instalaciones con el relajo de la lectura, momentos después al de una larga y reparadora siesta. Las clásicas fotos en rededor, donde las gaviotas abundan quietas y tranquilas, disfrutando de su propia casa, dan ocasión para cualquier encuadre en tan bello paraje, donde la blanca y elegante palmípeda de pico rojizo, muestra su gracia y elegancia como si de una pieza de cerámica se tratase, dando con su presencia al toque de gracia a cualquiera de las fotos. Fotografías que por culpa de un cielo ceniciento generoso de chapuzones, no era el de nuestra llegada el día más adecuado para el recuerdo, pero allí estaban las gaviotas espléndidas en su contribución a la ocasión de las fotos en los alrededores del Parador de Aiguablava, tentación, por otra parte, difícil de resistir.

03 marzo 2009

RÚBRICAS DE IDENTIDAD

Cuando Joaquín Sorolla descansaba su inquietud, sentado sobre el catre anclado en su playa de la Malvarrosa, sólo era la luz irradiada en lontananza lo que excitaba su ánimo.

Sus ojos, ventanales abiertos, daban vía libre a la exigencia de su corazón, pues no era su mirada la que gozaba entonces en el deleite ante él ofrecido. De sus manos, sus dedos, no eran más que la prolongación última de un sentimiento en él anidado.

Ellos, proyectados a lo largo de un modesto pincel restregado sobre el multicolor de su paleta, exploraban y descubrían en un revoltijo de colores los matices claros y llenos de luz que veía desde su interior; eran entonces sus dedos los encargados de trasladar al lienzo todo el brillo de su alma, dejando para la posteridad los más bellos testimonios. Vislumbres estos, que no nacían de la milenaria luz de su mediterráneo, sino de la sensibilidad innata que le albergaba desde el día que nació.

Sin embargo, en los antípodas de Sorolla y en lo más hondo de la degradación humana, la oscuridad y el esbozo de la cobardía del salvaje de turno, da ocasión a que el vandalismo y la bazofia, nacidos en las entrañas de la ruindad se manifiesten a diario por la ciudad. Para ello, le basta con un espray proyectado desde los tentáculos de su demencia, ajeno a una paleta dónde explorar el vaho de su pestilencia; porque lo que sale del interior al bárbaro, es la huella de la bestia a la busca de un lugar donde dejar su rúbrica, a la que orgulloso de su obra se dedica insaciable.

Nada de luz, ni de brillos, ni de claridad de ideas. Los destellos de Sorolla hieren a sus ojos, y el vándalo, en la negrura de la noche, se encuentra consigo mismo en el catre de su tumba.