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10 noviembre 2017

"EL RATA DE PUIGDEMONT"



Visto lo visto en cuanto a la actuación de los independentistas catalanes y de quienes son ágiles en el desprecio de nuestra España, en la que tantos unos como otros se retroalimentan con la misma sustancia que no es otra más que la perentoria  necesidad de mentir, cuando no ejercitarse en la insidia, tal y como hemos tenido ocasión de comprobar en  múltiples ocasiones, hay que tomar decisiones.

Las historias y leyendas que aportan es un cúmulo de falsedades desde la A a la Z del índice historiográfico. El rigor que pretenden es un insulto a la inteligencia, especialmente dirigido por los independentistas a los ciudadanos sitos desde Port Bou a Alcanar, desde Fraga a Calella de Parafrugell,  instados desde el caciquismo actual al enfrentamiento social y familiar, logro que han conseguido con creces. Y qué hablar del distanciamiento producido entre los “vecinos de barrio” sitos en la Cataluña entera.

A su mayor grado de independentismo, la perversidad en sus acciones es el marco de referencia que ya ha dejado de sorprendernos: la maldad es su foco, tal y como estamos viendo en “el rata de Puigdemont” que en su pretensión de colocar una pica en Flandes, lo único que está logrando es el testimonio de su perversidad; y más como persona, que como político.

Por estos y por aquellos que de una forma u otra, vestidos de buenísimos unos, de tan distinguidos como falsarios demócratas otros, han participado en alimentar directa o indirectamente el carcinoma que destruye a una región española, sin importarles un pito que se extienda por la piel de toro, desde esta red social, desde mi muro, manifiesto mi pretensión es dejar de participar en lo que representa un coro de fariseos de contrastada autenticidad por sus soflamas.

De todo ello, a principios del siglo XX ya fue denunciado por Blasco Ibáñez con el acertado titular de La Lepra Catalanista en la portada de su periódico El Pueblo, lacra que actualmente tiene su punto de infección en “el rata de Puigdemont”.

05 noviembre 2017

AL FISCAL GENERAL DEL ESTADO


A nadie se le escapa que la situación política en España es grave. Amenazada aún más por el independentismo catalán que en su imaginario colectivo ha vivido en las últimas semanas instantes de gloria, caminando por el resbaladizo tejado que guarda la Carta Magna: el baluarte legislativo que nos protege a todos, en lo individual y en lo colectivo.

Para escenificar la última proximidad al edén soñado, en prolíficos alardes a los que son propensos los nacionalistas catalanes, eligieron la escalera interior del Parlament desde donde entonaron Els Segadors: himno advenedizo que no destaca precisamente por ser un cántico a la paz.

Pero ante la metáfora de unos escalones que representan el camino a su ascenso, veamos también el recorrido que han realizado en los últimos años para llegar a su actual rellano, tras haber ultrajado, no sólo la Constitución Española, sino el hemiciclo de las Cortes Catalanas en dos maratonianas sesiones parlamentarias donde con las continuas violaciones de sus propias reglas, dieron el jaque mate a la dignidad de la institución.

Sin embargo, igual de grave ha sido la vieja y urdida campaña de que “España nos roba”, a la que unieron un interminable merchandising  teledirigido en su conjunto al pueblo catalán (también al exterior europeo) sin importar la edad del receptor, y con mayor intensidad si cabe al segmento juvenil, por su condición de fácil presa.

Pero esto sólo ha representado el decorado de un auto sacramental historiográfico sustentado en la falsedad permanente de los hechos. Las más de las veces con la invención de unos sucesos que nunca sucedieron, entre los que acaecidos tras la llegada de Felipe V y en falsario vodevil, alcanza la cota más alta por su desvergonzada representación teatral, aderezada con morcillas de insidias que no resisten la crítica de cualquier historiador, a excepción de aquellos que en su encomienda están a las órdenes de la Generalitat Catalana con el único certificado docente de estar al servicio de la causa.

Dicen los más osados, carentes de argumentos sólidos, que la solución está en una República Federal, que por otra parte ni explican, ni nos dicen en qué consiste. Y la falta de atrevimiento a este reto, es porque en la comparación, saben muy bien que la capacidad de autogobierno de la autonomía catalana en la actualidad, es difícilmente superable en su observación ante cualquier otra región europea, trátese bajo el paraguas de una monarquía o de una república.

Mientras que lo que trasciende en el fondo, tiene en su exigencia en la demanda de una mejor financiación, que básicamente se reduce a recibir más pelas. Lo que no deja de ser en su fundamento una inmoralidad manifiesta si comparamos la calidad de servicios de los que se benefician los ciudadanos catalanes, ante la observancia con los existentes en otras regiones españolas.

Y en la igualdad de todos, está la sustancia de ese Estado Democrático del que tanto se les llena la boca a los incumplidores de la Ley.

Mala solución tiene la enfermedad cuando su virus se ha inoculado en la sociedad catalana desde unas instituciones corruptas, tanto en lo económico con el 3% conocido por todos, como en lo mediático, prensa, radio y caja tonta, aderezado todo con aromas del Montserrat  y con la escenificación de unas diadas tendentes al logro de un fanatismo evocador que imposibilita a sus reclutados para el más leve discernimiento.

Dígase lo que se diga, el peligro no está en la enfermedad, sino en el virus que una clase política desvergonzada y autoritaria, no cesa de inocular.

Enfermedad que podía haber sido sanada si la Fiscalía General del Estado en los últimos años hubiese cumplido con su obligación, en lugar mirar hacia otro lado ante “el procés”.

Por lo que su prevaricación ha sido una constante.

A su conocimiento.