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29 junio 2016

TODOS CONTRA UNO


El 26-J ha hablado y la geografía española se ha cubierto con el azul de la prudencia, tal y como si las aguas del Mediterráneo abrazaran las del océano, ambas dispuestas a las mejores empresas.

El todos contra uno de Fuenteovejuna, en esta ocasión, ha supuesto el triunfo del uno contra todos, y la Comunidad Valenciana, con el freno a la provocación, clamado en las urnas, ha contribuido con su aportación a que se imponga, tras seis meses de auténticos dislates, la sensatez que tanta falta nos viene haciendo.

Ahora se abre de nuevo el tiempo que se dice “de los pactos”, siempre conveniente, para formar buen gobierno. El resultado electoral deja bien a las claras quién debe optar a la presidencia gubernamental, dadas las diferencias entre las cuatro opciones que optaban a mejorar la convivencia del pueblo español. Y éste, ha dicho sin tapujos quién debe coger el mando hacia la salida de una crisis ya demasiada larga.

Y en las formas lentas pero seguras, el cómo ha sido nítido, desechando encantos de sirenas que más se antojan desquites de zafios camuflados de pura banalidad.

No se trata de un órdago, sino de la mejor receta. Y en ella, el ganador de las elecciones, Mariano Rajoy, plantea “la gran coalición” que daría la necesaria y benefactora estabilidad política con el valor añadido de que seis ojos ven más y mejor que dos, al menos en la labor de vigilancia desde el mismo barco. Dispuestos, como debería ser, para la vista en lontananza desde babor, desde estribor, desde el timón de mando. Todos a una.

Barco que sin duda necesitará de una muy buena crujía y firmes jarcias, sin duda, pero en su ejemplo de gran coalición reside su mejor higiene, tanto en cuanto muy bien pudiera ser el inicio hacia el punto y final de las llamadas dos Españas, siempre enfrentadas.

Gran pacto que sin duda sería suscrito y en especial por la mayoría silenciosa, independientemente de a quien hubiese dado su voto.

Sin embargo, el río revuelto, la lucha sin cuartel en forma de algarada y el enfrentamiento social permanente, tienen sus adeptos.


De ello viven.

19 junio 2016

REMENDANDO, QUE ES GERUNDIO




La "transición española" cuyo bordado fue considerado como ejemplar, siendo elogiada dentro y allende nuestra frontera, tuvo sin embargo dos “remiendos” cuyo perjuicio directo estamos sufriendo en la actualidad. Nada es perfecto.

Uno de ellos tuvo lugar en el curro de los ponentes de Gredos, quienes al frescor de sus cumbres caminaron en aras de un consenso que, tras los años, nos hemos dado cuenta de que en su recorrido, la pifia habitual les surgió al paso sin advertir de su peligro: metieron en la mochila la existencia de tres comunidades históricas que si algo deseaban era romper la armonía existente en nuestra orografía nacional, a lo largo de sus valles y de sus ríos.

De aquel barro estos lodos. España parece que se rompe, o más bien bastardos intereses pretenden hacerlo. Otros, de sobra bien conocidos, como única solución a la sinrazón existente, recurren al dislate de un Estado Federal, cuando el actual estado autonómico es puro federalismo en su más alto y puro grado.

Otro de los remiendos se produjo tras el fallido intento de una reconciliación nacional, por otra parte ya lograda en la primera mitad de los setenta, que jugada a dos bandas, no se aplicó el reglamento. Si la derecha rompió de cuajo con el franquismo llevando al centro político a los nostálgicos del entonces llamado bunker, que de facto desapareció del escenario nacional, la izquierda, en lugar de hacer lo mismo desprendiéndose de un pasado del que debiera avergonzarse, optó por levantar bandera del mismo, para con los años retrotraernos a una época en la que el enfrentamiento social de entonces, tienda a llenar las primeras páginas de la prensa actual, tal y como estamos viendo.

Dos remiendos que en lugar de cicatrizarlos para siempre, se hurga sin disimulo en la herida para que produzca el mayor daño, y el pus se expanda por el resto de la geografía nacional tanto en lo social como en lo político.

Y en ello estamos.


14 junio 2016

EL GRAN PACTO


Por lo que hemos visto y oído el “gran pacto de gobierno” es una quimera. Llevamos  seis largos meses con un “gobierno en funciones” cuya única misión bien podríamos decir que es la de mantener el protocolo en un horizonte que nos llena de incertidumbre.

Y entre tanto, haberlos haylos que se lo saltan. Al protocolo me refiero. Sujeto como está, y así debe ser, a un marco constitucional que haberlos haylos también que están dispuestos a incumplirlo.  A pasárselo por la entrepierna, vamos. Es lo que dicen en repetidas ocasiones sin ningún tipo reparo ante los medios, que a la par que nos informan, nos aburren. Es lo que hay.

Vemos pues que de lo que se trata en estos días de campaña electoral es instar a un presumible treinta por ciento de indecisos, dicen, para que se inclinen sus integrantes por una u otra opción de las que se presentan ante las urnas.  Opciones todas, y cada una de ellas, que nos ofrecen la pócima redentora de nuestras inquietudes.

Sin embargo, el encaje de bolillos, tal y como está la España nuestra que por lo visto ya no es la de todos, tiene la complicación de que se corresponde con una nación que ha dejado de ser “una”. Tampoco es  “grande”, pues hace milenios que perdió tal condición; y en cuanto a “libre” se nos antoja que no, condicionados como estamos a los avatares de una crisis económica cuya única solución pasa por una estabilidad política que –sálvese quien pueda- no vislumbramos.

Luego está, aunque en el mismo saco, la existencia de las dos Españas enfrentadas motu proprio, aunque lo cierto es que el rifirrafe viene motivado por una Ley de Memoria Histórica que, dígase lo que se diga, más que unir ha roto.

Así, puestas la cosas, el gran pacto electoral nos daría la necesaria estabilidad política, que, a más, sería un claro aviso para los navegantes furtivos, cuya única pretensión es romper la hoja de ruta que a su largo nos ha permitido avanzar como nunca en las últimas cuatro décadas, por lo que cuanto menos se merece un respeto, que una minoría, y gracias a una determinada afinidad ideológica que le insufla aire, desprecia.

Pacto electoral que daría paso a la sensatez, a la vez que a los acuerdos obligados entre una amplia mayoría, siendo freno al populismo y dejando en fuera de juego a la insidia, salvo las de la citada minoría que siempre se alimentara de ellas. 

Un gran paso adelante que bien pudiera significar una ventana abierta al fin de las dos Españas. 

Pero… ¿A quién o quienes interesa siga el enfrentamiento que las separa?