Conocido como “el procés”, ha tenido sus tempos. No obstante, la sinfonía al logro de la tormenta perfecta ha sido siempre la misma. Su escenificación durante los últimos años ha sido centro de atención en telediarios y en tertulias televisivas con veladas inagotables; en primeras, en segundas y en terceras columnas de los diarios más acreditados, hasta llegar al hastío, se han rubricado con las mejores plumas, aunque como suele decirse no todo el monte es orégano.
Y también en las páginas de sucesos
hemos visto daños colaterales con cierta algarabía. Lamentable, en mi opinión,
tanto en cuanto no se haya hecho hincapié y con mayor insistencia, acerca de
los puntos claves de una hoja de ruta cuidada con esmero en cada uno de los
instantes de su proceso, lo que no significa veracidad de sus actos, las más de
las veces tan falsos como maliciosos.
Una sinfonía que vio la luz en la Sala
de los Ponentes del Parador de Gredos con la aceptación por parte de los
presentes de una Carta Magna consensuada en la que aparecían unas Comunidades
Históricas que jamás habían existido, validadas por el zascandil argumento de
unos estatutos de autonomía de dudosa legalidad, cuanto menos. Su aprobación en
referéndum dio validez a la patraña y la inescrutable sinfonía iniciaba su
marcha. En muchas ocasiones desde la deslealtad, tal y como el paso del tiempo
ha demostrado.
Su allegro en base a una falsa
historiografía tuvo su inicio cuando una vez transferida la enseñanza a la
Generalitat Catalana, fueron sustituidos unos 25.000 profesores por otros nuevos
con encomiendas precisas ajenas a su función, o sea a la carta y con textos
zurcidos al gusto del disfraz nacionalista. Rebatir sus hechos históricos nos
resulta tan fácil como lo ha sido llevarlos a la naturaleza de dogma sin que el
freno constitucional actuara contra la añagaza. El camino a las kilométricas
Diadas estaba trazado y la trampa sutil nacía de las aulas.
Luego llegó la hora del adagio en forma
de slogan y el “Espanya ens roba” retumbó por calles y plazas de
Cataluña emitido desde las instituciones autonómicas sin que la Fiscalía
General del Estado saliera al paso de la infamia, mientras que para la
televisión pública catalana tan sólo representaba un preciado comic en aras de
la mayor audiencia.
Apareció un día el minuetto centrado en
el amañado “derecho a decidir”, urdido a bombo y platillo, propio de un
sainete que, pese ser un derecho inalienable a las personas, su límite debe
circunscribirse a aquello que a uno le pertenece, sin más circunloquios.
La soberanía reside en la totalidad del
pueblo español y no de una parte de ella en exclusiva, por lo que no es cierta
la legitimidad que se propaga desde unas instituciones tuteladas por quienes no
son más que funcionarios del Estado al que desde tiempo inmemorial se deben
faenando por su cohesión.
La España romana ya sabía de su vía
augusta trazada desde los Pirineos a Cádiz. Por otra parte, y en cuestión de
derechos inalienables, dicho sea de paso, es cierto que cualquier parte de un
todo debe o debería tener la opción a abandonar su aposento, pero con las
cuentas claras. Claras y pagadas. Si imagináramos esa posibilidad, trescientos
años de proteccionismo español volcado desde el propio Estado y en beneficio
de Cataluña tiene su precio, más si cabe, cuando el resto de la nación no ha
tenido las mismas prebendas. Que se echen las cuentas.
El presto, o traca final, ha sido la
proclamación de la República Catalana con un órdago a la “Constitución
Española del 78”, fruto de una transición política considerada como
ejemplar hasta hace pocos años, en la actualidad denigrada tanto por los
independentista como por el populismo surgido en un periodo de recesión
económica que les ha venido al pelo a los patrocinadores del “procés”,
quienes en todo momento se han encontrado a favor de un viento que más que
frenarlo, ha sido la judicatura española la que le ha dado alas, tanto en
cuanto la Fiscalía General del Estado en su dejadez de funciones ha
representado para los dispuestos al golpismo y a la sedición su mejor baluarte.
Fuegos de artificio que por su apoteosis
final ante unas próximas elecciones autonómicas al dente del 155, quedará en
falso letargo, siempre despierto a la espera de un nuevo brío con la
complacencia de medios afines, de jueces impertérritos con la mirada hacia otra
parte, y con una panda de políticos nacionalistas que juraron o prometieron
lealtad a la Constitución que ahora difaman. También las Cortes Catalanas del
1700 juraron lealtad a Felipe V cuando
su llegada a España.
Cataluña sólo se entiende desde el
artificio, dicho en román paladino desde la mentira.
Julio Cob Tortajada - Escritor y bloguero.