Tras la proclamación de la República Catalana por parte del
gobierno autonómico en un proceso golpista que amordazó a la oposición, Mariano
Rajoy, en su obligación constitucional y como hombre de Estado, anunció
elecciones para unas nuevas cortes catalanas que se celebran hoy.
El poder judicial, de inmediato, se puso al curro -después
de unos años de dejadez en su obligaciones de salir en defensa del Estado- y
con prisión preventiva mandó a la cárcel a una pequeña parte de los facciosos,
dejándose seducir días después por las mentiras disfrazadas de arrepentimiento
de buena parte de los detenidos, que lograron, por este procedimiento, salir de
prisión, para ya, en campaña electoral, y acto seguido, manifestar su pase por la
entrepierna de todo cuanto emana de la Carta Magna y en especial de los jueces.
Hoy es el día del voto y vamos a ver dentro de unas horas el
resultado de unas elecciones en las que no se busca la forma de gobierno, sino
el dar luz al retrato de una sociedad de la que no tenemos claro si persiste en
el mantenimiento del otrora peculiar seny catalán, o mostrar al público un grabado cincelado
desde la infamia con la utilización del fino buril de la farsa, a la
sazón mediatizado y a golpe de martillo gracias a la corrupción mediática,
judicial y docente, que, algunos más que
otros, aceptan con algarabía.
Un sector de la población catalana éste, que ha mutado
desde su ancestral seny catalán a su integración en las filas del vocerío –bien a
las claras o de forma sibilina- dispuesto al enfrentamiento social, familiar y a
lo que haga falta, incluso a la deriva económica que ya asoma por doquier. Manifestado vemos que aquello de que para los catalanes la
pela es la pela, queda en entredicho.
Cual fuere el resultado no hay otra:
O Carles Puigdemont a la cárcel, o Puigdemont I, President de la Generalitat, de correcaminos.
En el exilio, por supuesto.