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28 mayo 2008

DE CAPA Y DAGA


Roma se sirvió de los traidores, pero no les pagó, conocedora como era que al incumplir con su compromiso, su inexistencia no estaba asegurada. Consustancial al ser humano, el golpe por la espalda estaría a su disposición tantas y cuantas veces hiciera falta, fuese cual fuese su cometido.

La traición y la lealtad que juntas han ido acrisolando el mundo, nunca han estado ausentes en los entresijos del ser humano. Fijas como las cuatro estaciones y de continuo unidas, siempre han estado al acecho, dispuestas a su provecho. En su relación de amor y odio jugueteando con el honor, han escrito tanto páginas de gloria como de infames tragedias, donde la navaja de larga hoja (siempre más noticiable y de actualidad permanente) se convertiría en el embozo de la más cobarde actitud, apartando de cuajo cualquier escollo humano, sin la menor contemplación.

Al mismo tiempo estaba, como un recurso más, el uso del veneno (el que nada nos hace suponer el fin de su vigencia), que elimina al contrario utilizando la crueldad de su minucia y la calma de su lentitud que, al contrario de la fulminante daga que, ora con el bizarro cara a cara, ora a traición y por la espalda, manda un aviso a la parca para que con su acto de presencia, el golpe mortal a quien estorbara sus planes, estuviese garantizado.

Vil acción escondida de piel hacia dentro, en quienes víctimas de una locura impredecible, cuyos amarres voltean al viento, su dominio es inalcanzable. Sin saber dónde se aloja, si en la cabeza fría o en el corazón caliente de quien por un momento se convierte en la bestia que lleva alojada en su mente.

Sólo el destino es capaz mostrarnos y con todo detalle, el camino por donde discurre la venganza del golpe por la espalda en un flas que nos estremece y nos llena de estupor. Quizá, impere en él, el deseo de mostrarnos en toda su crudeza hasta donde es capaz de llegar la enfermiza mente de quienes están dispuestos a terminar con la vida de sus allegados recurriendo a la traición, pero valiéndose de la lealtad que dentro de ella se esconden.

24 mayo 2008

VICENTE DOMENECH, EL "PALLETER"


El 23 de Mayo de 1808, Vicente Domenech, “el palleter”, un valenciano que vendía pajuelas en la Plaza del Mercado de Valencia, al enterarse a través de la Gazeta de Madrid de los sucesos del 2 de Mayo y el destronamiento del rey español por parte del Emperador, inconforme con las instrucciones de los gobernantes afrancesados de nuestra ciudad, acudió a la Plaza de les Panses detrás de La Lonja, rompió los panfletos, cogió una caña, habilitó con su faja una bandera con una foto de Fernando VII y la “Maredeueta dels Desamparats”, se subió a una silla y declaró la guerra a Napoleón.

Cumplidos doscientos años, esta misma tarde y en el mismo lugar, hemos disfrutado los allí presentes de una recreación histórica cuyo simbolismo nos sirve de orgullo a todos los valencianos.
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Sin embargo, hace cien años, y en el primer centenario de la efeméride, no se hizo ningún acto homenaje en nuestra ciudad.

Eran los tiempos de que un ciego y confuso republicanismo hospedado en nuestra alcaldía, diera la espalda a un sentimiento español que, sin duda, ellos, no llegaron a comprender.

Y es que, como siempre, la historia no la escriben los hombres, sino los vientos que soplan.

20 mayo 2008

LA VIRGEN BLANCA

Al dar la última campanada en el reloj de la torre, las calles estrechas estaban vacías de gente. Empezaba a clarear en Torrelosnegros y como adivinando la fiesta, el cielo se presentaba sin una nube; el mejor de los presagios para un día de fiesta. Su inicio, en la hora de acción de gracias a la Virgen Blanca daría paso a una jornada de júbilo, en la que el desquite esperado por la derrota del año anterior, junto al orgullo por renovar su condición de banda triunfal, merced que daría al vencedor el honor del concierto en el templete de la plaza mayor durante todos los domingos del año, era la razón principal de la fiesta en la que las dos bandas competían. Tradición que, mantenida de abuelos a padres y de padres a nietos, convertía a Torrelosnegros en una cuna musical en la que el pueblo se mecía durante todos los días del año.

Unos eran los “negrones” y los otros los “albinos”. Los unos pertenecían a la “Banda del seis doble” y los otros a la “Banda de la blanca pito”; y todos, desde su más tierna edad, iban ensanchando sus pulmones debido a la gran profusión de trompetas, también de clarinetes y algún que otro instrumento, pero siempre de los de viento.

Don Servando, hizo el ademán al monaguillo y el balanceo de campanas dio la señal para que ambas bandas, que estaban ocultas bajo los porches, salieran al centro de la plaza, situándose una enfrente a la otra.

Las trompetas, más que sonoras enloquecidas, sacudieron las grietas de la plaza y a ella acudieron en algarabía los vecinos, que tras aquel estruendo matinal, pasaron al interior de la Iglesia para homenajear a la Virgen Blanca cuando el Sol ya se dejaba ver en lo alto de la torre.

Atónitos quedaron mirando la hornacina, cuando en su oquedad encontraron el vacío. La Virgen Blanca brillaba por su ausencia, por lo que con gran pena y contrición cristiana regresaron todos a sus casas.

Pese a la desolación y a la afrenta del sacrilegio cometido, por cuya autoría todos se preguntaban, Don Servando y el Alcalde, quienes, sin embargo, eran enemigos irreconciliables, acudieron aquella tarde a su cita diaria sobre la mesa de dominó, y con ellos, los dos maestros de las bandas. Y allí estaban, sentados, sobre la fría mesa de mármol del viejo casino en su habitual partida de media tarde. Echada la suerte, don Servando y el maestro “albino” hicieron pareja, dispuestos a ahogarles el seis doble al Alcalde y al maestro de los “negrones”.

-El dominó es puro y sano arte, y un gran divertimento, Sr. Alcalde –le dijo el cura cuando llevaban media mano y avanzada la partida entonando la voz-; no como esos tejemanejes que Vd. se lleva entre las suyas. Lo primero es mezclar con gracia y hacer bailar las fichas sobre el mármol, para que una vez en las manos, preparar la estrategia frente al rival, en este caso Vd. ¡Puro conocimiento y concentración!, ¡seis uno!- puso la ficha sobre la mesa un sonriente Don Servando, que ya había adivinado que el seis doble estaba entre las manos de la autoridad.

El clic agudo, que sonó con fuerza sobre la mesa, intimidó al Alcalde: ¡Paso! –respondió con voz grave y tragando algo de saliva.

El “albino” –compañero del cura- cantando por bemoles y exultante, hizo su juego en el extremo opuesto de las piezas: -¡Me doblo a cincos!

-Ahí lo esperaba- replicó el “negrones”- ¡cinco seis!- entonó contento convencido que daría paz y sosiego a su compañero de juego, al que notaba algo angustiado.

-¡Seis blanca y ahogado! –dijo exultante don Servando, mirando a su diestra y con tono de apoteosis.

-¡Cachis la Virgen! Farfulló el regidor, viendo como se tragaba ya por quinta vez en aquella tarde tan desafortunada pieza.

-¡Deje a la Virgen tranquila! que siempre está Vd. metiéndose con ella. En lugar de blasfemar, mejor sería que reconociese nuestra superioridad en el juego, y que aumentase su inteligencia, que buena falta le hace. Y de paso, ordenara buscar a la Virgen, que aunque no crea en ella, es de su incumbencia encontrar a los ladrones.

-¿Ladrones? ¿A saber que habrá hecho Vd. a la Virgen para que se aleje de su casa?

-¡Calle y siga jugando, ¡blasfemo!

En aquel momento el reloj de la torre dio la última campanada de las veinte horas, cuando a las dos bandas, sin que nadie las dirigiese y enfrentadas en el centro de la plaza, abarrotada por los habitantes de Torrelosnegros, les había llegado la hora del concierto que daría vencedor a la que más fuese aplaudida por los vecinos. Faltaban pues, los maestros de los dos bandos en sus peanas vacías, como también Don Servando, la autoridad eclesial, y el Alcalde, la personificación del orden y de la economía local.

De repente, la música, leve y suave, empezó a escucharse en la plaza. Las flautas, dulces y sugerentes de armonías, acallaron los murmullos y una grata sinfonía inició su camino por los soportales infiltrándose entre la gente. Los clarinetes, los más sonoros, vibraban en su melodía, y los oboes, graves y profundos, junto a un solo de saxo, brillante y espectacular, se adueñaron del ambiente. Un buen rato después, el más bello concierto jamás escuchado en el pueblo puso fin a la fiesta, y como premio, los aplausos, que dieron como justo vencedor a las dos bandas unidas.

Aquella tarde la música sonó más bella que nunca, como si los ángeles bajaran a su encuentro. ¿Vendría con ellos la Virgen Blanca, lo único que echaron de menos?

(“La virgen blanca” es un relato que ha participado en el 32º Proyecto Anthology. Tema: Música)

17 mayo 2008

EL CRISTAL DEL OJO


Aquello del color y del cristal y de la mentira y de la verdad y del mundo a través de la mirada, que puesto en su cierto orden viene a decir que nada es lo que parece, y que sólo la fijación en un hecho deseado se corresponde con la propia verdad de cada uno aunque ésta sea falaz o imaginada, es una constante a la que estamos empeñados por más que despreciemos las mentiras, que siempre serán las de los otros.

Nada es lo que parece ante nuestros ojos, aunque sí lo que figure, y si bajo el manto guardián, suave y fresco de un bello prado ofrecido a los ojos ensimismados de una fémina allí sentada, ajena a las galerías por las que transitan miles de insectos depositando el huevo fecundador, si los bichos y demás sabandijas que corren se instalaran por todo su cuerpo tras su solaz retozo, la bucólica seducción se iría entonces al traste, y del encanto al abatimiento la distancia sería tan corta, como la que separa los bordes del pequeño torrente, en los que se unen el berro y el junco.

Sin embargo, la perspicacia y vista de águila del Mosso de d’Esquadra de Lliçá de Vall, no dio lugar al engaño ni a lo que a él le pareció, y en su imaginación, como una efigie cierta, no tuvo después ningún reparo en convertirla en la más veraz de todas. Ante la fémina en este caso alucinada, que por tocarse los cabellos mientras conducía su utilitario fuera motivo de multa, toda vez que le había parecido al guardián del orden la cercanía de un inexistente móvil a la oreja de la joven hablando por él mientras conducía, ello hizo que hiciera acto de presencia la lentilla multicolor en los ojos del municipal recaudador.

Nada es pues lo que parece, y sólo sabemos de lo que alcanzan ver nuestros ojos, aunque luego sea una falsa imagen. Quizá la joven, si en lugar de mesar su pelo hubiese suavizado un leve escozor en su rodilla, o de cualquier otra parte de su bajo cuerpo, abandonando al mismo tiempo su mano del volante, la imaginación del Mosso no sabríamos dónde estaría, si perdiéndose por prados y valles, o pensando en la forma falsa de resolver un sudoku vertiendo sobre el papel lo que a él le diera la república gana.

15 mayo 2008

MARÍA SAN GIL


Juan Manuel Pinuel quería coger una mochila, echársela al hombro y recorrer Tailandia. Fumaba en el balcón porque su mujer no le dejaba dentro de su casa, pero como lo que deseaba era pasear con su hijo, pensando en él, esperaba a la salida del colegio exhalando de sus pulmones lo mejor de sí mismo, tal era su desprendimiento hacía su entorno familiar.

Su ilusión por estar junto a los suyos, le hizo acudir a un acuartelamiento del País Vasco en busca de un plus, cuyo premio por lo visto es tener más próxima la muerte.

A su puesto de vigía en las horas de la cobarde noche llegó la onda del odio, andanada pestilente accionada desde el albergue de la maldad donde se cobijan quienes como único patrimonio sólo disfrutan el del resentimiento, hacienda heredada de una falsa creencia y fruto incrustado en su mente perversa.

Juan Manuel ha muerto porque el odio no le ha dado la posibilidad de seguir viviendo en aquella su casa que es la de todos, y porque en la animadversión de quienes le han segado la vida, se anida la venganza de su ruindad.

De nada sirven minutos de silencio ni condenas firmes mil veces repetidas cuando quienes tienen la obligación de erradicar la maleza han estado más dispuestos a dejarla crecer, como la mala hierba que se expande y se apodera del verde y bello manto que cubre a las tres provincias vascas.

La cadena perpetua a los delitos de terrorismos es un clamor popular al que hacen oídos sordos quienes nos gobiernan. La condena integra de las penas es un clamor popular al que hacen oídos sordos los jueces, cuyos ojos están más diestros el fleco de la ley que se tuerce en los recovecos favorables al reo, aunque en él sus deseos de matar permanezcan imborrables.

Al odio y a la mentira cogidos de la mano en su ya larga carrera de tantos años y libres de obstáculos, hace falta la réplica de la palabra libre y clara de personas como Maria San Gil, la donosti del barrio antiguo de San Sebastián, reveladora de tanta patraña y orgullosa de su tierra, con los justos redaños que ya los quisieran tener tantos. La gudari de manos blancas que, desde su escaño, se ha enfrentado a iluminados cuyas únicas aportaciones han sido la de alimentar a la bestia: la que se alimenta del odio y de la mentira.

12 mayo 2008

CRUCE DE CABLES


Los cortacircuitos encierran el peligro de su imprevisibilidad, y por muchas precauciones que tomemos, en cualquier desajuste propio del mundo en que vivimos sube el voltaje y los hilos conductores de nuestras vidas se desparraman como lava incandescente que asola todo lo que encuentra a su paso, pese al diferencial, que como un ángel de la guarda vela por nosotros.

Mucho se ha escrito sobre las causas de nuestros desajustes emocionales, y los expertos, ante la complejidad de los hilos que programan al hombre, no se ponen de acuerdo, certificando, que si vivimos en un mismo mundo, cada uno tiene el suyo y recurrir al de todos es una tarea interminable. La compleja protección, tan necesaria, de contar con la mejor toma de tierra por donde se desfoguen nuestras reacciones es un recurso débil, en el que muy pocos confían.

El mundo racional al que pertenecemos y en él vivimos, no tiene caminos insalvables con el de los irracionales. Con ellos estamos cada vez más identificados, como ellos con nosotros. En el actual universo sin fronteras que la tecnología ha puesto a nuestro alcance, en ocasiones, actos idénticos se presentan ante nuestros ojos cada vez más acostumbrados a lo impredecible y que ya a nadie extrañan.

Fátima es una mujer hondureña de 40 años, afincada en nuestra ciudad. Circulando a bordo de su coche ve sobre la calzada a un pobre perro amenazado de muerte por la presión que le someten otros conductores ajenos a su presencia. Fátima, cual diferencial que vela por los demás, está activada, y es cuando abandona su coche y se lanza sobre el pobre animal con la intención de salvar su vida.

El cruce de cables se produce en el can, y salta la chispa, quizá por motivos en este caso entendibles. Y es el animal, quien no deseando perder su libertad, se lanza contra la mano que intenta salvarle y por dos veces la muerde. Fátima no se acobarda y sigue en su empeño de apoderarse del perro con la intención de que no perezca, lográndolo finalmente, a pesar de su mano herida, víctima de varias dentelladas.

Los cortacircuitos no son únicamente fallos producidos en los conductos que abastecen nuestras necesidades domésticas, sino también sacudidas en nuestro entorno diario que nos impulsan a reacciones de las que más tarde nos arrepentimos, aunque no lo sea siempre.

Quien no se arrepentirá es el pobre animal, cuya reacción es fruto de la costumbre de verse golpeado por otro animal del mundo racional, ambos cada vez más mezclados como vemos con frecuencia en actitudes cada vez más idénticas.
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Sin embargo, el que el mejor de los logros sea la presencia de Fátima, quien sin ningún tipo de seguridad y con los pies inmersos en el balde de agua fría donde convergen amenazantes todo tipo de descargas, se decida a salvar la vida de un pobre animal, representa un triunfo de la especie humana, culpable al mismo tiempo también, del cruce de cables en la mente del perro, cruces cada vez más frecuentes en quienes dicen ser sus dueños.

08 mayo 2008

OPERACIÓN TRIUNFO


Bajo los focos deslumbrantes de “Operación Triunfo”, una hornada de técnicos especializados en el diseño de nuevas estrellas encaminadas a poblar el firmamento del espectáculo, se afanan por el alcanzar el mejor logro en los bastidores de un quirófano, ora en grabación interna, ora en abierto a las ondas, y siempre en las horas de mayor audiencia.

El salto a la fama y sin red, tantas veces procurado por quienes tienen fe en sí mismos, es un acto consciente cuyo único peligro es el salto al vacío carente de cualquier liana donde cogerse, o del brazo de un amigo que tienda su mano convencido de una valía personal que desea darse a la luz, o ligados sólo por el afecto que les une.

Pero no sólo en la conciencia deseosa del triunfo está el secreto de su logro, ni siquiera en la pertinaz insistencia a las largas colas de casting que se ofrecen a diario por los encargados de mantener en vilo a los ansiosos de rotular sus nombres en el neón de las noches bohemias, o de estampar su cara en las caratulas de los anaqueles de cualquier centro comercial, o en mostrarse asiduos en los circuitos televisivos que nos invaden.

También el salto a la fama es posible desde la más absoluta ignorancia, sin ser preciso, incluso, acudir a la azulada ventanilla de los juegos de azar en busca del pozo acumulado merced al olvido de la diosa fortuna que no ha querido hacer acto de presencia en los últimos sorteos, quizá entregada al abrazo lascivo de algún dios bohemio y calavera.

En su más profunda tosquedad e incapaz de saber lo que hacía, Paloma, la más apacible vaquilla encargada de animar las fiestas de Montroy, y situada ante el umbral ofrecido de una confiada casa, inició la escalada hacía un destino anónimo a la altura de tres pisos, ignorando que tras el ascenso la caída es inminente. Al despeñarse por el “deslunado”, el salto a la fama le ha llegado a la vaca en ese mismo instante, ajena a todo guión, hueca de directrices y con el mérito de un sainete inesperado, pero con la mejor de las morcillas tan del agrado del genial Luis Sánchez Polak, Tip para quienes con él gozamos.

Paloma, la inocente vaquilla, ha alcanzado el salto a la fama restregando sus amplias grupas por un estrecho pasadizo para ella desconocido que le ha dado una alta cotización. Ya tiene pues, cubiertas todas las jornadas festivas del próximo verano con un largo bolo en el que, sin duda, será la estrella estival, pero ajena y en su más bondadosa ignorancia. Y sin saberlo ni pretenderlo: como una gran estrella que surge de la nada.

05 mayo 2008

EL COBRE


Junto a la huerta valenciana crecieron los naranjales que durante los años treinta del pasado siglo, su fruto, fue el principal producto exportador que sustentaba la economía nacional, calmando su balanza de pagos. Y es de la misma huerta de donde siguen saliendo sus frutos, mientras los huertanos, al ver que se les niega el agua que necesitan, se ven obligados al recurso de los pozos perforados de los que también mana el agua, el zumo de sus entrañas, gracias a los motores que vibran furiosos insuflados por las acometidas de cobre, y que por su enorme extensión, son del agrado de las mafias que siempre dispuestas están al acecho.

Al servicio del hampa, los ladrones del cable se aprovechan tanto de la oscuridad de la noche, como del distraído atardecer, y estiran las venas doradas que corren por el campo desconectándolo del mundo, al que la huerta abastece. Sedientos y sin trabajo, buscan los pozos no para saciarse, sino para procurar un amasijo de cables desvencijados y mugrientos, que les será uno de sus modos de vida con la intención de seguir tirando, al menos por unos días. Aunque eso sí, acumulados y a gran peso, servirá a la avaricia del estafador de turno que desea enriquecerse a consta de unos seres famélicos necesitados de un jornal.

El campo valenciano olvidado de quien dice que nos gobierna, cada vez más seco y desamparado, asiste callado al esperpento de ver atónito cómo hay quienes aseguran que la misma palabra significa otras cosas, y asiste perplejo a la rutina del donde dije digo, digo Diego, o queda avergonzado por los compromisos preelectorales que salen a la luz una vez que el pueblo ya ha votado. Por ello, se siente aún más estafado: no solo por los ladrones de cable que se mofan de las leyes, sino también, por quienes tienen tanto la obligación de hacerlas como la de proteger sus intereses.

Y mientras los ladrones reparten su botín, hay quienes tragan gozosos ante la manipulación mediática de la prensa nacional; los hay quienes aceptan que la magnesia sea la gimnasia para que el trasvase no les produzca el sabor de la purga, mientras, eso sí, ocultan su vergüenza con sus alquimias de rigor. El gran cambalache está servido, y Murphi, más de político que de huertano, dice, que no importa la frecuencia con que se demuestre que una mentira es falsa; pues siempre habrá algunas personas que crean que es verdad, cuestión tan demostrada en estos últimos años.

Como el cobre, que si para quienes corren por el campo con él a cuestas representa el pan para hoy y el hambre de mañana, para otros, los que manejan los hilos del gran cambalache, se ufanan de lo que oro parece, cuando lo único que sabemos es que cobre es.

Ese revoltijo de cables inconexos, más parece una madeja mediática de la propaganda oficial, que, tanto a través de la prensa escrita nacida en la penumbra de la Moncloa, del discurrir por el aire viciado que condiciona el bonsái de las ondas de la SER y amasada en los obradores televisivos con cierta “prisa”, fuerzan nuestra voluntad no con el interés unirnos unos a otros, sino para situar nuestras cotas de discernimiento en su más bajo nivel.

03 mayo 2008

ESCANER DE URGENCIA



La ciencia, gracias a la investigación cada vez más avanzada y con la ayuda de sofisticados aparatos provistos de extremidades que se proyectan sobre nuestro cuerpo, consigue ver todo lo maligno y tumoral que tenemos dentro. Son como los tentáculos de un pulpo que se estiran por nuestra caverna y allí donde llegan y encuentran algo extraño, imprimen en su memoria las zonas dañadas y reportan al exterior en lenguaje diagramático un informe de nuestras dolencias.

La cirugía, como el mejor adelantado en beneficio de nuestra salud, corta por lo sano y es capaz de resolver nuestros problemas cada vez con mejor resultado. Y cual revisión de ITV, repone las piezas necesarias y nos faculta aptos hasta la próxima ocasión que todos esperamos no llegue nunca.

Sin embargo, la amenaza de muerte sobre un joven de 29 años, instalada en el cadalso de un tumor de quince kilos que le ha ido creciendo durante diez años en el interior de su cuerpo, alimentado de forma inconsciente, es un ejemplo de la desidia de quienes entienden su profesión como un simple pasatiempo.

En su dejadez, han llevado al martirio a quien en su vaivén por el corredor de la muerte sólo pedía auxilio, y se ha visto sometido en diferentes ocasiones a intervenciones que no eran más que salvoconductos temporales a la espera del definitivo, del que llegó a dejar de creer.

Afortunadamente, el túnel sombrío por el que transitaba ha llegado a su fin, gracias a la profesionalidad de un cirujano dedicado a honrar una profesión, que pese a algunos, está cada vez mejor dotada.

Lástima que los ojos endoscópicos que penetran en nuestro interior, no estén aún preparados para detectar la capacidad que nos invade contra nosotros mismos, dominando nuestra voluntad; para sumergirnos en el mar de la esclavitud de nuestras propias vanidades, eliminándolas; para limpiarnos de los estrechos pasadizos de la envidia; aligerar los recodos que reprimen nuestra ansia de vivir; o purgar los almacenes donde guardamos lo ruin que llevamos dentro, como si fueran los tesoros de una falsa personalidad.

Ni la ciencia, ni la cirugía, ni los aparatos más complejos, ni las mejores manos esterilizadas tienen la capacidad suficiente para encajar en las celdas del pensamiento humano el más bello y racional libro de viajes que nos ayude a transitar ajenos a la violencia y degradación que tanto nos asola, o conseguir, si acaso, erradicar el desprecio por la vida de los seres más allegados a los que tanto se les atormenta.

Mientras tanto, el ejemplo del doctor Don Pedro Cavadas, cirujano de la Clínica El Consuelo de Valencia, nos hace sentirnos mejor. Y con su genial aportación, restituye el mal que otros hacen.