27 agosto 2014
¿SI ME IMPORTA UN HIGO?
19 agosto 2014
EL PANTALÓN CAMPANA
Hubo un tiempo que nos dio por llevar el pantalón campana. Todos llevábamos esas perneras que ocultaban los zapatos arrastradas por el suelo. Como a un centímetro escaso de él, no fuera a ser que se acompañaran de las inmundicias que abandonábamos sobre el camino.
El pantalón campana no tenía ninguna connotación política, ni imprimía carácter, ni distinción alguna, ni aireaba las piernas, algunas más velludas que otras, por lo común lo propio de unas herencias genéticas que nadie había demandado.
Pero ya avanzados los setenta causó furor la barba abundante, el pelo largo y el brazo en alto con el puño cerrado, que si corrías perseguido por los grises era lo más de lo más que te podía suceder (según algunos, pues lo cierto es que no eran en gran número, que todo hay que decirlo) y que como medallas cum laude sirvieron luego para hacer "carrera" merced a la tan rentable puesta a punto en tan azarosa década.
Han tenido que pasar muchos, muchos años, para que, los de la misma edad de entonces, merced a nuevas modas, huyan embozados lanzando piedras con las manos en proverbial y adiestrada guerrilla urbana, que en la actualidad ha ido in crescendo con ínsulas de algarada.
Cosas de la política que con el viento a favor ha logrado que la dialéctica del hemiciclo se haya trasladado a un campo de batalla sito en la ciudad, con trincheras de fuego gracias a ligeros contenedores, de facto escenificando un hábitat casi natural que por desgracia ha dejado ya de sorprendernos.
De tal guisa que no nos queda más remedio que aceptar tan gran berenjenal, aunque hayamos olvidado el pantalón campana, mientras que los pelos largos con barba marxista -ahora mutados al surtido look del perro flauta y con la complacencia de una sociedad que pese a ello los mira de reojo- hayan dejado de interesarnos. Salvo a unos cuantos.
La veleta gira y gira. Los vientos son los mismos, pero nuevas tecnologías y con mayor precisión, nos anuncian de su presencia mientras diseñadores “pret a porter” traman nuevas modas que ocuparan nuestra atención. El iPhone y el Ipad, la tertulia televisiva junto a la tele basura, todos a una como en Fuenteovejuna facilitan el camino, al tiempo que la publicidad nos entusiasma anunciando unas cremas depilatorias que darán mayor soltura a nuestras piernas con bermudas.
Pero la veleta, como les decía, gira y dicen que las modas vuelven.
Sí, sí, y hasta puede que la del pantalón campana.
14 agosto 2014
A TI TE LO DIGO
11 agosto 2014
EL PÁJARO DEL COLOR DEL ARCO IRIS
Se refería a un pájaro con el color del arco iris. De su pico partía una fina línea del color del vino que se estiraba entre sus ojos, y por el centro de su cabeza se prolongaba por la espalda hasta llegar a la cola que tomaba en toda ella su mismo color, pero con más fuerza.
Esta era su singularidad, a la sazón más singular aún, al pertenecer a una especie única no conocida en ningún lugar del mundo.
Un día, a su dueño, le llegó la sorprendente noticia de que en un lugar lejano, en lo alto de un monte sagrado conocido como del Azafrán, sito a diez días de vuelo, se sabía de otro pájaro igual y que por ser lugar de peregrinaje había llamado la atención a los fieles devotos.
Su dueño le dijo al pájaro del color del arco iris.
-Ve a su encuentro y cuando des con él, invítale a que regrese contigo. Os espero.
El pájaro cuya cola y como les decía era del color fuerte del vino, voló a su hallazgo y encontró a su hermano de la misma especie en la rama de un árbol.
Se posó junto a él y le dijo el motivo de su visita.
De repente, nada más escucharle, el pájaro del monte sagrado cayó muerto sobre la tierra.
El pájaro del color del arco iris regresó rápido ante su dueño para contarle lo sucedido.
-¿Has dado con él?- le preguntó nada más verlo.
Y tan pronto le escuchó, el pájaro del color del arco iris cayó muerto en el acto.
Sorprendido pero enojado, su amo, lo sacó de la jaula y lo lanzó contra el suelo.
Y fue cuando, el pájaro con la cola del color del fuerte vino, levantó su vuelo sobre la casa y supo de su libertad.
09 agosto 2014
LOS VIENTOS QUE SOPLAN
Las dunas las forman los vientos. Y no de una forma caprichosa sino siguiendo unas reglas fijas. Unas reglas escritas que nos llegan del estudio de unas fuerzas que se han ido presentando en sociedad fieles a los saltos térmicos con los que nos sorprende la naturaleza.
También los "vientos que soplan" condicionan nuestras mentes, nos presionan y nos sugieren, o mejor dicho, nos seducen, a seguir un sendero con multitud de alarmas que nos obligan a ello. Y no solo alarmas, sino también cepos.
Cepos que a nuestro favor nos obligan a circular en dirección prohibida y es cuando de repente el placer por contradecir las reglas nos excita, al tiempo que la rebeldía aumenta nuestra autoestima con el consiguiente influjo en la autoridad moral que por el derecho a decidir, tan en boga en la actualidad, nos otorgamos a nosotros mismos, sin que sea necesario la presencia de un tribunal que nos faculte su mérito.
Ni falta que nos hace.
Dunas ante la inmensidad de los mares con su agradable brisa, como también en el secarral del desierto que alucina nuestras mentes, sólo aliviadas cuando en su delirio se entusiasman ante el oasis redentor.
Vientos que troquelan dunas y mentes en un totum revolutum cual tormenta perfecta que se forja en nuestra presencia, asistiendo por ello y como convidados de piedra y en nuestra indefensión, ante un mar de mares, ora embravecido, ora calmado, en el que nuestro único interés es el de nadar y guardar la ropa, si la ocasión lo merece mientras tengamos resortes para ello.
¡En nuestra pajolera existencia podíamos imaginar de nuestra importancia y en la consideración que nos tienen!
Palabras, apenas palabras y al albur de los vientos.
06 agosto 2014
¿PODEMOS?
Al saltar de la litera y con sus pies descalzos en el suelo, Ismel, notó que el agua inundaba su pequeña estancia. Su misión de guardián de la bodega en la parte más profunda de la quilla le obligaba a pernoctar alejado de la tripulación.
Salió al largo pasillo y se dio cuenta que junto a una de las cuadernas de estribor, penetraba, aún con escasa fuerza, una brecha de agua en la embarcación. Surcaba perdida por el Antártico tras haber sufrido durante unos días la furia de una voluptuosa tempestad.
Ismel dio la alarma y tras comprobar los oficiales el alcance de la tragedia que se avecinaba, el capitán Meniot los citó en el puesto de mando. Tras informarles de la grave situación, una vez reunidos todos los datos, le dijo al cartógrafo.
-Coge los mapas y junto a un par de tus ayudantes os espero en mi camarote.
A allí sobre la mesa de trabajo dejaron una carpeta anudada con lazos que contenía planos de océanos y mares del hemisferio sur. Tras desplegarlos, apartaron el resto, extendiendo en la mesa tres cartografías que se correspondían con las aguas por donde navegaban.
-Centremos la situación a la que nos enfrentamos -les dijo el capitán Meniot que continuó impertérrito- Después de haber comprobado la imposibilidad de achicar el agua y de acuerdo con la estimación de mis oficiales, en unas diez horas la nave empezará a inclinarse y a partir de ese momento quedaremos en las manos de Dios. Así que no nos queda otra que buscar una isla próxima donde naufragar. Venga, abrid bien los ojos y tratemos de fijar nuestra situación para dirigirnos con los botes a ella. No hay tiempo que perder.
De vuelta al camarote y con el astrolabio bajo el brazo, el cartógrafo marco el punto exacto dónde se encontraban, dada su pericia en navegar sobre el papel entre grados y cuadrantes con el auxilio de reglas y el recorrido de un compás.
-Este es nuestro punto exacto. No hay tierra a la redonda. Estamos perdidos -dijo el cartógrafo fijando un dedo en el plano.
Cundió la alarma y el capitán Meniot, aterido entonces por el presagio, frunció el entrecejo y guardó silencio.
Los ayudantes escudriñaron con aplomo el mapa y una y otra vez lo recorrían con los dedos fijando cada centímetro del papel.
Las manos les temblaban y en la sequedad de sus bocas se manifestaba la angustia de su interior.
De repente, al cartógrafo ilustrado le salió un eureka leído en alguna parte y exclamó categórico un exultante vaticinio.
-! Salvados! Ahí está, una isla muy próxima. ¡Tierra!
El capitán Meniot le miró incrédulo, y pasó el índice de su mano derecha por el mapa, mientras que con la otra se apoyaba en la mesa.
-¿Estás seguro que daremos con tierra?
-Mi capitán, ¡podemos! – le contestó con energía el cartógrafo
-¿Podemos?, ¿seguro? -Dudó el capitán Meniot- Pues que sea una isla, porque si es una “cagadita” de mosca aviados estamos.
05 agosto 2014
EL TROVADOR IMPENITENTE
El historiador entre cafés de insomnios y con luces de luna llena, de muchas horas indagando por archivos y bibliotecas, que trata de llevar a sus libros hallazgos referentes a qué éramos y cómo vivíamos en años antiguos, ansioso en el saber de cuáles eran las penurias y disfrutes de nuestros antepasados desde un tiempo inmemorial, está en autorizada ventaja con el futuro lector, al igual que con quienes zambullidos en el cómodo sofá, atentos a la pantalla televisiva, visionan un histórico documental de TVE-2 o del canal Historia.
¿Están en desventaja los lectores u oyentes respecto al investigador? Sí; porque el tiempo de la narración pertenece al pasado, una época en la que el interesado y por razones obvias, no vivió en sus trincheras.
Sin embargo, cuando leemos o escuchamos referirse al pasado más reciente, al suficientemente próximo para haberlo conocido, el fiel de la balanza se equipara, se traslada de inmediato al punto cero y la ventaja del sagaz historiador se aminora.
Es el colmo de la desfachatez, cuando quien opta al "te cuento", nos habla de una época en la que él aún no ha había nacido, sin darse cuenta que el oyente que le escucha, sí la ha vivido.
Produce esperpento ver cómo nacidos después de mediados los setenta, que al cumplir sus primeros diez años apenas sabían lo poco o nada que les habían contado y unas décadas después lo que han leído, más o menos tergiversado, es alucinante que vayan a explicarle a otros lo que sí han conocido y en directo, con sus propios ojos, sin darse cuenta que estos han vivido el momento de los hechos, mientras que el trovador impenitente, ni estaba, ni se le esperaba.
Puro teatro que causa sonrojo cuando te das cuenta de jóvenes y obscenos tertulianos, que aceptan viejas retóricas de mercachifles, con la osadía añadida de vociferar de lo que no han conocido, y, precisamente, a quienes lo vivieron.
02 agosto 2014
REFLEJOS ANTE UN MAR DE CONFUSIÓN
Con el verano, estamos en un mar de profunda confusión. Lo único cierto es la trayectoria política del Jordi Pujol que, a semejanza de la sociedad feudal de sus ancestros, ha ido urdiendo para su familia el poder del dinero, toda vez que el que otorgaba la espada junto al mamporro era del Medievo.
Ni el Papa Borgia en el Vaticano se atrevió a tanto. Desde su Montserrat particular y a pie de la Moreneta -que si la limpiaran del mugre de los velones emergería su verdadero rostro- y que de forma análoga, al haber sentido Jordi Pujol el aliento policial en su nuca, le ha obligado a revelar su propia cara, anunciando el diezmo acumulado en mérito a su condición de padre de una patria, tan falsa e inventada como útil para sus fines.
En este mar picado de escondidas corrientes pintan vientos afines para el lienzo que se ofrece. Los depredadores de la voluntad ajena están en su salsa y nada más fácil que vender un corcho ante tantos alcornoques incitados a su demanda.
“España ens roba”, cuando lo cierto es que una retahíla de mostrencos trata de dejarla escuálida.
Los “hijos de algo” del XVII rechazaban el curro y los actuales hidalgos sueñan con embajadas y consulados sin dar palo al agua, gracias a un ADN de nuevo cuño pero con raíz identitaria de origen falseado.
“Esteladas y coletas” alardean sin pudor: el mar, que está bien cebado, en la hora de la pesca promete. La veda arde en los contenedores de las calles que dejaron de ser patrimonio de los ciudadanos, para ser propiedad de quienes borrachos de soflamas e inconsciente esclavitud, rubrican con adoquines de fuego.
En los claustros docentes se cierran los libros, se embozan las mentes y las tan viejas como trasnochadas ideologías buscan los ojos del Guadiana por donde navegar ligeras.
Nos salvamos del rescate, sí, pero otros quieren aprovechar sus rentas. La masa embravecida aplaude largas horas de circo. No sabe, pero sí responde.
El Partido Popular tiene poco tirón en Cataluña y en las Vascongadas. Sus quiméricos votantes, uniformados de montaraz nacionalismo, están borrachos de autoridad identitaria, al igual que lo hace la izquierda presumiendo de una moral que se subroga.
Todo es cuestión de otorgárselas. El snob derecho a decidir, les confiere aún más la propiedad de adueñarse de lo que no es suyo.
El mar de la confusión es infinito y a las boyas de seguridad les han soltado las amarras.
Nadie ha sido.