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23 diciembre 2006

"CUENTO DE NAVIDAD"



EL OJO DE CRISTAL

Cuando vieron mi ciudad les gustó. No quedaron “encantados” porque eran los Reyes Magos y en ellos está innata esa cualidad; pero lo cierto es que decidieron quedarse en mi ciudad. Momentos antes, una estela muy larga tan larga como una autopista en el cielo había desaparecido entre las nubes como si su misión en el firmamento hubiese finiquitado. De ella habían descendido los Reyes sujetados por el viento y con la suavidad de una pluma aterrizaron en el jardín del viejo cauce. En un principio surgieron de sus labios murmullos de inquietud propios de quienes desorientados se ven ante un extraño lugar pero al darse cuenta de todo el brillo que les envolvía, su temor se convirtió en paz. De todas las estructuras que tenían antes sus ojos salían destellos del Sol, de quien podían ser sus más excelsos embajadores.

Sintieron una suave brisa en sus rostros y celebraron que el nuevo lugar era distinto a muchos de los que habían visitado. Era éste uno más de sus viajes que tantas veces repitieron a principios de cada año, en recuerdo de aquel primero cuando les llegó la noticia, hace ya mucho tiempo, de que un nuevo Rey había nacido en un lugar del Occidente. Salieron entonces en su busca y llegaron a un pesebre. Le ofrecieron los presentes del oro, del incienso y de la mirra, que simbolizaban el carácter regio, divino y humilde del recién nacido como lo demostraba el lugar elegido para su nacimiento.

Sin embargo en esta ocasión el motivo del viaje era diferente. A los Reyes Magos les había llegado la hora de su jubilación y quedaron a merced del destino, al que pertenecían. Quiso éste dirigirlos hacia mi ciudad y los dejó en el mejor entorno que podía haber escogido.

Debieron llegar a lomos de las nubes por una autopista sin señales de información por lo que ignoraban el lugar donde se encontraban. Asimilada la emoción que sintieron desde el primer instante de su llegada, se recrearon contemplando los alrededores del jardín donde abundaban los pinos, los naranjos, el tomillo, el romero y los olivos. De uno de ellos cogieron una rama como símbolo de paz, semejante a como hiciera el pajarillo con su pico ante el Arca de Noe cuando cesó el Diluvio Universal.

La primera impresión que tuvieron fue la de encontrarse ante una ciudad muy moderna. Vieron un jardín con muchas láminas de agua y de una de ellas salía un ojo de cristal mirando hacia el cielo en permanente observación. Junto a él, un casco guerrero de gran tamaño en cuyo frontis emergía lo que parecía una boca de tiburón. El lugar estaba lleno de edificios sorprendentes y uno de ellos era como un esqueleto tumbado, que de serlo, podría aparentar al de un enorme dinosaurio. Descansaron bajo una sucesión de arcos que formaban un túnel rodeado de vegetación que les aliviaba del Sol y cuando desde allí divisaron todo lo que veían con sus ojos, les pareció un escenario increíble lleno de encanto y de magia de la que tanto sabían. Un perro se quedó mirándoles; las palomas picoteaban por el suelo, los niños jugueteaban por el parque, el ruido de los coches llegaba hasta ellos, las personas iban de una parte a otra con bolsos de regalos en sus manos, los turistas disparaban sus máquinas digitales a todo lo que admiraban y las largas avenidas estaban engalanadas con juegos de luces y motivos de Navidad.

Los Reyes Magos en esta ocasión no habían traído juguetes, ni colonias, ni pantallas panorámicas para el Internet. Llegaron a pecho descubierto, pero con guantes y bufandas para protegerse del frío. Era su primer viaje con las manos vacías, sin camellos, sin pajes que portaran en sus carros paquetes de colores con lacitos de color azul, ni cestos con dulces, ni muñecas, ni juegos Play Station; ni cestitas con carbón. Y pese a ello, sólo los niños se les acercaban con caras de inocencia como esperando algo que no se atrevían a pedir.

- ¿Sois vosotros los Reyes Magos? ¿Los de verdad? –La pregunta la hizo una niña que al verlos por primera vez en carne y hueso, asombrada, quiso conocerlos de cerca.

- Claro, somos Melchor, Gaspar y Baltasar. El destino nos ha traído a este extraño lugar que desconocíamos y la verdad…, nos parece genial.

- ¿Entonces? ¿Nos habréis traído muchos juguetes, verdad?

Los Reyes que aún se sentían los Magos se preguntaron ¿cómo explicarle a aquella niña que en esta ocasión no habían traído ningún regalo? Conversaron con ella preguntándole por cosas de la ciudad, averiguando, que aquella niña pecosa, atrevida y perspicaz estaba enamorada de aquel lugar y que todos los días se acercaba a observar el ojo de cristal.

- Si, somos los Reyes Magos, pero cuando hemos conocido este pequeño paraíso hemos decidido quedarnos para siempre. Bueno… ¿Explícanos qué es todo esto que tanto te gusta?

Cualquier otro ruego, no le hubiese hecho tan feliz a la niña que se sintió tan importante como Campanilla, el hada de Peter Pan.

- “Mirad, ese ojo es el de la Sabiduría. Todo lo que sucede en el mundo lo conoce. Las gentes acuden a verlo, entran en sus tripas y aprenden todas las maravillas del universo. Sólo sabe observar y por eso es un ojo sabio. Junto a él y como tumbado, podréis ver ese esqueleto enorme con patas de un gran animal o como una araña gigante. Su interior alberga todos los inventos de la Ciencia. Los niños y los mayores entran a entender el funcionamiento de todos los aparatos científicos que nos ayudan a disponer de un mundo mejor.

Fijaros –continuó la niña cada vez más emocionada - en ese casco grande de guerrero con adornos en la cresta que parece que están en el aire. Si lo veis de frente es la boca de un tiburón o la proa de un barco. En su interior se ofrecen los mejores conciertos y las óperas más importantes. Es el Palacio de las Artes, nosotros le decimos, El Palau de les Arts”


María es una niña que vive frente la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia y desde sus pocos años, cuando tenía tres, todos los días se ha ido asomando al balcón para ver crecer las obras al mismo tiempo que su imaginación se ha ido desbordando con toda clase de ficciones. María acaba de cumplir siete años y cuando se ha despertado y se ha asomado al balcón para coger los regalos de los Reyes Magos, sólo se ha encontrado con una rama de olivo y una carta encima de un escabel.

- “Querida niña: Haz agua de azahar y conserva en ella este presente. Será tu varita mágica que deberás de cuidar. Acude con ella todos los días al ojo de cristal y pídele que te cuente todo lo que ve. Entre otras muchas cosas, siempre sabrás de nosotros.

Melchor, Gaspar y Baltasar”

Diciembre 2006-12-22

09 diciembre 2006

UN ESPEJO EN MI ALCOBA


Descubrir el significado de la palabra hipocondría me pareció algo excitante. Es una de esas palabras que al ser halladas te produce una extraña atracción quedando anudadas a tus tripas. Es como una fuerza extraña que te engancha y crea en ti el efecto de una adición. Esto es lo que me sucedió y quizá por ello la encontré sabia y cultivada. Nada que ver con alfábega o albahaca u otras muy venerables, tantas veces glosadas como ultrajadas.

Sabía de aquella palabra por mi propia experiencia nada baladí que me obligaba a buscar y almacenar en mi alacena medicamentos dispares. Unos para el sistema nervioso, otros para el digestivo, otros para el sistema respiratorio, algunos depurativos de la sangre, otros reguladores de la tensión arterial y unos pocos para las migrañas.

Pero todo esto me suponía una ocupación agobiante, demasiadas cosas en las que fijar mi atención. Lo mejor era encontrar un elemento que diera solución a todos mis conflictos. Me faltaba pues el aglutinante, la respuesta rápida, sola e inequívoca y quizá con la impronta de la fe.

Es cuando fui en su busca convencido de su necesidad. Si por separado cada uno de ellos podía ser conveniente para mi fortaleza interior, la suma de todos podía ser una solución. Si en ésta se resumía todo, las demás propuestas que llegaban a mis oídos ya no me importaban, eran innecesarias. Y di con ella.

Sentado en el suelo con una vieja jofaina entre mis piernas, mi almirez y una pequeña daga, convertía todos los medicamentos en polvo que amasado con mis dedos lo guardaba dentro de una pequeña cajita de madera con incrustaciones de marfil, semejante a un libro, colocada encima de una peana en forma de media luna. Todas las mañanas cuando la aldaba de mi alma anunciaba el nuevo día, acudía a mi cajita, engullía la droga salvadora y me sentía fortalecido.

Seguía mi ritual arrodillado en la alcoba, frente a un cóncavo espejo de plata que recibía mi mirada y a través de la ventana refractaba hacia un punto fijo, muy distante, como necesario ejercicio de relajación. El contenido de la cajita y aquel punto lejano eran mi única referencia, la ruta de mi almanaque, mi alfil salvador. Mi dosis diaria era de cinco tomas y siempre con la mirada fija en el espejo de mi alcoba. En mi relajo, tenía ensoñaciones semejantes a un cántico que debía llegar a mi interior desde un sitio alto pero cercano.

Un amanecer, las sabanas mojadas y mi frente ardiente me despertaron de una pesadilla en medio de una fiebre que me asustó. La fiebre hizo que sonaran mis alarmas pues algo desconocido me ocurría, jamás había tenido semejante sensación. Tenía sed, bebí agua. Desesperado, acudí a la ventana. Apoyado en el alféizar busqué mi punto lejano, redentor, mi ayuda necesaria. Su ausencia me llenó de congoja, no daba con él.


Volví a la alcoba arrodillándome hacía mi espejo y guía. Escudriñé con la mirada al igual que todos los días, pero resultó en vano. Me sentía inseguro, turbado, y seguía buscando por todo el espejo la salida que no encontraba, por arriba, por abajo, por la derecha, por la izquierda, por todos los puntos y lados.

En mi delirio lancé retos al espejo, lo veía (mejor no veía nada) como un enemigo que buscaba mi destrucción. Mi cabeza iba de un lado a otro buscando la luz, por allí, por aquí, como perro en presa. De repente, mi espejo cóncavo de plata empezó a mover sus bordes, como intentando hablar. Y con sonrisa indulgente me contestó: ¡Confía en mí! ¿Por alli? ¡Por Alá!

Diciembre 2006-12-09

(“Un espejo en mi alcoba”” es un que ha participado en el 12º Proyecto Anthology. Tema: El Islam)

08 diciembre 2006

AÑORADA CIUDAD

Por ser tema de actualidad, rescato de mi baúl este cuento de hace ahora dos años y unos días. Tiempos, como en otros tantos, en los que también sucedía lo mismo.

La historia de este relato es la propia de una ciudad con una población ligeramente superior a la media, la que nos indica el Centro de Estudios Medio Ambientales Europeo, para ciudades con la misma extensión y un nivel de riqueza semejante. El conocimiento de este dato, su número de habitantes, resulta fundamental para el Comité Pro Árbol, creado en el Ayuntamiento para determinar el número de árboles necesario en la ciudad, que contribuyan, por fotosíntesis, a enriquecer el aire y procurar mejor salud para sus ciudadanos. Por consiguiente, debido a la consideración hacia el referido Centro de Estudios, es fácil deducir que la ciudad en cuestión es europea.

Determinado el dato, es de utilidad tener en cuenta los años de vida de cada especie. El Centro Meteorológico Español, facilitará, a petición del Comité, los días de lluvia, temperaturas y grados de humedad de cada una de sus zonas climáticas. La importancia de este dato es muy aconsejable, pues de él, dependerán las especies idóneas para su plantación. Ya sabemos, por la fuente de información, que la ciudad en cuestión está situada en España.

De todos es sabido que las Comunidades Autónomas procuran y aconsejan a sus ciudades, a cambio de contraprestaciones económicas que no se pueden despreciar, el tipo de embellecimiento deseable como seña de identidad. Por tal motivo, nuestro Comité, contactó con la Consejería de Urbanismo y Embellecimiento de Cantabria para que informara del tipo de especie aconsejable. Sabemos pues, que nos estamos situando en la Comunidad Cántabra.

Y finalmente, fue necesario solicitar por parte del Comité al Departamento de Personal del Ayuntamiento de Santander, el conocimiento del material humano disponible, así como el presupuesto económico asignado, para asegurar el perfecto estado de conservación y reposición del arbolado de la ciudad. Si especulan que este prólogo ha servido para anunciarles que la ciudad de este relato es la capital de Cantabria, tengo que decirles que han acertado de pleno.

Introduzcámonos pues, en la historia de este relato sucedido en la mencionada capital. Ocurrió en el seno de una familia tan numerosa cuya magnitud en principio es de muy difícil cuantificación; sobre todo debido a los emparejamientos, divorcios, natalicios y fallecimientos que se fueron prodigando en sus últimas generaciones. Dado el carácter nada religioso de esta gran familia, los emparejamientos y los divorcios ocurrieron de forma reiterada. Si existen familias que destacan en la rama de la medicina, otras en la del derecho, y otras en las artes, la que nos ocupa destaca en todos sus miembros por su gran afición al apareamiento constante. Esta familia ha eliminado de sus costumbres la planificación familiar, tan avanzada en la sociedad gracias a los minuciosos estudios sobre el comportamiento de los espermatozoides en su captura por el hambriento óvulo. Las contradicciones de la vida se manifiestan en este clan, y en este sentido, su comportamiento es idéntico al que siguen los más fervientes seguidores de la doctrina de la Santísima Madre Iglesia en su afán procreador, pese a su condición atea y por ello tendente a ignorar las reglas y comportamientos que dicta la Divina Institución. Si especulan que esta introducción ha servido para anunciarles que la afición favorita de esta familia es la del pertinaz ayuntamiento carnal, tengo que decirles que han acertado de pleno.

En la bella y limpia ciudad de Santander existen varias zonas residenciales distribuidas al este, sur y oeste de la ciudad. Debido a la existencia de un mar de frías aguas situado al norte, en esta zona, la existencia de albergues es de imposible construcción. Por lo tanto, esparcidos por los tres puntos cardinales restantes, existen antiguas viviendas con baja ocupación; grandes y suntuosos palacios indianos con galerías subterráneas, muchas de ellas abandonadas; y amplias calles con edificios modernistas comunicados entre si. En el interior de todos ellos, estómagos agradecidos tejen y destejen sus vergüenzas, así como sus miserias. Y las celebran junto a fiestas y banquetes, donde hasta con gula sacian sus deseos a costa de sus confiados paisanos. Y es en estos citados lugares, donde conviven los principales personajes de este relato. Si especulan que este inicio en la acción sirve para anunciarles el lugar de residencia de esta estirpe mundana, tengo que decirles que han acertado de pleno.

Tenemos pues la localidad donde se producen los hechos, los hábitos más frecuentes en nuestra familia protagonista y el sitio preferido de su residencia. Nos falta por conocer a que se dedican y los medios con que cuentan para la ejecución de sus planes.

Pero antes de contarles tales extremos, deseo, pues es mi privilegio de autor, repetirles que elegí Santander para esta historia por ser la ciudad más limpia que he visitado, sorprendiéndome en ella la ausencia de hedores y toda clase de inmundicias. Pese a no profundizar con sus gentes, si detecté bondad y sencillez en aquellos pocos que traté. También me agradó su carácter austero, legal, desprendido, honrado y sobre todo, su disposición al ofrecimiento a quienes ni siquiera demandamos beneficio alguno.

Y ojalá así fuera en todos los lugares de la tierra. Pues entonces, no nos sería necesario soterrar, en su más oscura profundidad para que jamás pudieran aflorar -embutiéndoles hasta sus más negras entrañas, lugar donde existe el fuego eterno en el que perecieran- los enriquecidos promotores del ladrillo, auténticas ratas de ciudad.

Si especulan que este relato ha servido para denunciarles que las ratas escondidas en el hedor de la ciudad y dedicadas a la copulación insistente, son los promotores de la construcción gracias a sus ayuntamientos (nunca mejor dicho) carnales con miserables de su misma especie, tengo que decirles que han acertado de pleno.

Finalmente debo decirles que la acción de este cuento no sucedió en Santander, pero sí en cualquier otra ciudad de este mundo que llamamos civilizado y avanzado. Y con el deseo de que la limpieza de la capital cántabra sea ejemplo de todas las demás y podamos eliminar ratas y ratones, termino este cuento en el que les pido perdón si lento fui, siendo mi deseo que llegaran hasta el final.

Noviembre de 2004