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27 enero 2014

JUAN LUIS CEBRIÁN, AHÍ ES NADA

La manipulación en los medios de comunicación es agobiadora.  Incluso superior a la propia de los partidos políticos. Leyes cuestionadas por las empresas mediáticas, criticadas y puestas en entredicho con aviesa mala intención desde otras aristas de la información, se ve a las claras que el fin que persiguen no es otro que el de ser fieles al más ruin de los sectarismos.

Es el caso de Juan Luis Cebrián, presidente de El País,  quien en su condición de académico de la RAE, ni más ni  menos, no ha tenido el menor empacho en dejar bien a las claras algo así como lo que desde su juventud lleva incrustado en sí mismo: el germen de la intoxicación y al mismo tiempo el de la manipulación en su constante actitud de medrar desde su juventud y desde el interior del franquismo en su propio beneficio.  A costa de lo que sea.

Tras denunciar ahora de forma clara una realidad que todos sabemos, a buenas horas mangas verdes, señala que "la pobreza del lenguaje hablado con que se expresan nuestros jóvenes, la ausencia de vocabulario, torpeza de dicción, confusión en la construcción de las frases, abuso de palabras altimalsonantes(sic), dice él, que se debe a la ausencia en las escuelas de “programas de debate, de enseñanza de la oratoria o de introducción a las artes escénicas y de menosprecio a la retorica”(sic), para añadir finalmente que “la nueva reforma educativa con la que nos ha castigado el partido del gobierno, incide una vez más en su desprecio a las humanidades y a las artes, garantizando el deterioro perdurable del uso de nuestro idioma entre los jóvenes españoles”(sic).

Reforma, que por sus propias alertas, cuanto menos, debería el susodicho de mencionar de su urgente necesidad. 

Porqué vamos a ver, si crítica a la actual juventud por sus carencias estudiantiles, ¿a qué ley de la enseñanza hay que imputar su culpabilidad?

A la que pretende implantar el gobierno, o a la que desde 1990, la LOGSE del PSOE, que tanto ha contribuido, entre otros peligros, para adoctrinar a muchos millones de jóvenes en los últimos años, llevándonos a la actual situación de nuestro peligro como nación.

Juan Luis Cebrián,  presidente-ejecutivo de El País y académico.  Ahí es nada.

25 enero 2014

EL ROYALTY

EL ROYALTY

-Urbano, dame tres patas de elefante - le dijo serio Társilo, mientras sacaba la cartera sujeta con la faja, que al levantarse presionaría su pantalón de franela, para extraer un billete de diez duros que, con la generosa propina de siempre, más los fraudulentos cigarros de Bolbaite y el brillo que aquel había dejado en sus zapatos de Segarra, sobraba para satisfacer el servicio.

Társilo no era un agricultor espléndido, pero cuando estaba en el Royalty le gustaba hacer ostentación de ello. Por eso había alzado con toda la intención su voz. Quienes en aquella tarde ocupaban la mitad de la sala y que muy bien le conocían, de inmediato adivinaron que había cerrado un buen trato. Lo único que ignoraban eran las hanegadas de naranjas que había negociado su venta dispuestas para su recolección. En aquella cartera estaba el mondo de una transacción que media hora antes había cerrado con Celso: un comerciante oriundo de un pueblo de Teruel que trapicheaba con un grupo de paisanos cuya única relación era la de utilizarlos como jornaleros.

Társilo se levantó del sillón de mimbre, y tras reforzar su faja bajo el negro y lujoso blusón que nada tenía que ver con el sufrido de a diario, después de asegurar su cartera cercana al riñón izquierdo y de haberle dado una coloquial palmada en su espalda a Urbano, abandonó el Royalty para seguir sus pasos hacia el Chacalay,  seguido de Morgado a un par de metros, quien había esperado en la puerta a su salida: escasos, no fuera que otro le estuviera esperando con otra intención, mientras cruzaban rápidos la calle de las Barcas.

En el Chacalay y ya avanzada la tarde, se reunían los días de entre semana, junto a la clase acomodada y precisamente por ello, un par de treintañeras de muy buen ver que, sentadas, cruzaban sus piernas con discreción; pero la justa. Se trataba de que quienes allí estaban se dieran cuenta del percal, siempre atentas a un guiño.

Társilo, que lo sabía pero que sus deleites se veían satisfechos con el fuerte aroma del cigarro que terminaba de prender, pese a ello, también quería alegrar sus ojos y al mismo tiempo dar apremio a su pensamiento lascivo sentado en un lugar desde el que dominaba todo el local; con Morgado, vigilante a unos metros, junto a la pequeña barra sobre un taburete con respaldo de cuero.

Al rato y tras un gesto de mano en la que los dedos sostenían un “pata de elefante”, Morgado se dirigió al barman solicitando un taxi, que pocos minutos después llegaba al chaflán de la plaza del Patriarca.

-¡Al City Bar!… pero antes pase por el Regina – dijo el lacayo que una vez ante el hotel, bajó del automóvil para reservar una habitación a nombre de D. Társilo que, para que no hubiese duda alguna, sólo hacía falta añadir “el de Burriana”.

Del piano Petrof surgían las notas de “la novia de España” a las que acompasaba con su voz una corista del Ruzafa, que, en el entresuelo del café de la calle de Játiva se presentaba como segunda vedette. Estaba allí recomendada por Társilo quien tenía amistad con su padre, un guardia civil de la Plana que años antes había ejercido las funciones de Morgado, hasta que le afectó un fuerte dolor de ciática pronosticado como crónico.

El afecto de Társilo hacia la joven sólo era paternal y cuando de sus labios escuchaba aquello de “Cariño, ay sentraña”, de sus ojos caía una lágrima, y era tal el arrebato que sentía, que le hacía una señal a Morgado para que lo llevara al hotel; y así siempre. Por lo que el lacayo ya sabía que pese a lo propicio del local, debía de abstenerse de los probables manjares que el lugar le ofrecía. Como en otras ocasiones, abandonaban el City Bar, y Luz Rojo, el nombre artístico de la corista y de pila, Leandra, se quedaba triste y al mismo tiempo enojada por la ilusión que tenía en ofrecer a Társilo todo su repertorio.

Pero en aquella ocasión algo iba a ser diferente; y ni Társilo, ni Morgado, ni Leandra, podían imaginar lo que en aquella noche iba a suceder en el Regina, donde muy poco después, el de Burriana, se quitaba su blusón de gala. Al introducir sus dedos en la ceñida faja, de lo que se percibió, fue de qué le habían quitado la cartera.

Ni cuando en el despertar después de la traicionera coz de una mula en sálvense las partes, cuando estaba recogiendo naranjas caídas de un árbol que lo mutilaron para siempre según le pronosticó el urólogo de guardia, y que al escuchar su dictamen le hizo blasfemar ante su cuñado, el cura del pueblo, lo hizo con tal intensidad, que mayor fue en esta ocasión en el primer piso del Regina de la calle Lauria.

Morgado, en la habitación de al lado, que en ese momento recibía la llamada de Leandra anunciándole que no podía eludir su compromiso en el Ruzafa porque esa noche tenía ocasión de ascender a primera vedette debido a una gastroenteritis de la titular, del susto, arrancó el teléfono de la pared, trastabillando en el suelo, toda vez que se estaba desnudando al mismo tiempo.

Mientras tanto, en la cafetería Lauria, Urbano, daba lustre a los zapatos de Celso, mientras ambos disfrutaban de unos “pata de elefante”, en esta ocasión especiales.

20 enero 2014

EL RUN RUN

el run run

León Valderas a través de la cristalera del café observa los puntos dorados del alumbrado de la calle en las últimas horas del atardecer. Los comercios del barrio en los bajos aun no han cerrado. Pero son los menos. Los más, tienen las persianas metálicas ancladas al suelo ya desde hace un tiempo y con el principio del año, dos más, se han sumado al apagón de la noche para no despertar con el amanecer, fatigados por la triste luz del día que ya no brilla como antaño.

Desde el interior del café, León Valderas ve cómo las lámparas del interior se reflejan en el cristal. Son puntos de luz que se suman a los del alumbrado en una falsa imagen por inexistente, pero que, sin embargo, al contemplarlos León Valderas se ilusiona como si hubiese más vida al exterior aunque fuera por un solo instante.

Falsa ensoñación, porque llega el momento en el que Raquel aprieta un botón y un run run baja la persiana y deshace el encanto; aunque sea por unas horas, porque tras el alba y con un nuevo run run, abrirá sus puertas.

17 enero 2014

GALLOS DE PELEA

gallos de pelea

España en el siglo XVI se aisló de Europa como reserva espiritual de occidente.  En el XIX hizo lo mismo, remarcando aún más la gruesa mole de los Pirineos como muro aislante que nos “pusiera a salvo” de las esencias ilustradas que nos amenazaban. Y ahora, en el actual milenio, continua alojado entre nosotros el permanente “Spain is different”, en esta ocasión de la mano de un nacionalismo mezquino y montaraz, que se aprovecha de un ancestral analfabetismo adocenado en esta ocasión, no sólo desde la tarima escolar, sino también a través de las nuevas tecnologías que se aprovechas de las redes sociales sin corrector neuronal. Triste sino el nuestro que ha dado pie a que la España cainita de siempre trate de imponerse a la noble y sufrida que asiste agraviada por unos gallos de pelea que se alimentan con un ruin polvo que a su vez esparcen por una tolva para saciar a su pollada.

15 enero 2014

LA SANGRÍA IBÉRICA

la sangria iberica La sangría ibérica ha recibido honores de la Unión Europea que ha tomado la decisión de otorgar apellido patrio a la más refrescante bebida que de forma generosa ofrece sus delicias veraniegas a quienes nos visitan, por lo que de forma reglamentada ha elevado su rango otorgándole denominación de origen, ceñida en exclusiva a las naciones de España y Portugal. Un aviso a navegantes de que la Eurocámara está más en su obligación de unir voluntades que de separarlas.

Sin embargo, las extrañas conjunciones de planetas y constelaciones, que como todos los fenómenos astrológicos tardan años e incluso siglos en repetirse, tal y como el último sucedido hace escasos cinco años, anunciado entonces por Leire Pajín en ocasión de la visita de Zapatero a Obama, no obstante, ahora, cuando es Rajoy quien va a su encuentro, es criticado por Soraya Rodríguez por la “inutilidad de su visita” según sus propias palabras. Igual tiene razón la portavoz del PSOE porque la repetición de los fenómenos interplanetarios sólo se produce tras largos espacios de tiempo. Esperemos que así sea.

Sin embargo, los hechos se repiten pues las monjitas dominicas de Santa Catalina de Siena de Paterna, han cambiado a su nueva sede por el impulso de una firma comercial interesada en su anterior ubicación, tal y como sucedió hace más de cuarenta años por idéntico motivo, cuando se fueron de la calle Juan de Austria para el alojo en sus solares de otra firma comercial; sucede cuando otras monjitas, las clarisas del Monasterio de la Trinidad abandonan su casa de cuatrocientos años para alojarse en el Convento de la Puridad, aunque en este caso la decisión ha sido Vaticana para un mejor cuidado de las cuatro monjas de clausura que hasta ahora se albergaban en tan histórico claustro.

“Todos somos iguales ante la ley, pero no ante los medios de comunicación”, ha dicho con rotundidad Esperanza Aguirre, terminando su manifiesto con la afirmación de que es una verdad como un templo ante el esperado “paseíllo” de la Infanta en los juzgados de Mallorca. Sin embargo, los hechos son tozudos y tratan de dejar mal a quien tiene la osadía de aseverar con tanta profundidad, pues es cierto que no todas las personas son iguales ante la Justicia, tal y como hemos visto en los últimos meses con la organización terrorista ETA que está recibiendo un trato de favor que para sí lo quisieran quienes han delinquido, víctimas de la actual situación social que en ningún caso han generado. Nada que ver con quienes incumplen la ley con su constante apología del terrorismo, mientras los jueces giran sus ojos hacia la otra parte de la ría del Nervión en dirección a la ciudad de Estrasburgo, amante de nuestra sangría.

13 enero 2014

¡VIVAN LAS CADENAS!

vivan las cadenas

Defendemos con votos lo que en 1714 defendían con bayonetas”

Mentirita y de las gordas. Hay que ver cómo le gusta al Artur Mas engañar a la gente. En especial a sus seguidores asilvestrados al igual que a los del mesiánico Oriol Junqueras, igualmente fieles súbditos.

El caso es que cuando el Artur vende sus quiméricas fantasías, lo hace enseñando sus dientes “profiden” con una estudiada sonrisa de mercachifle tendente a meterse en los bolsillos a cualquier bachiller de medio pelo que gracias a la LOGSE de 1990 haya superado apenas y por unas décimas el 4.9, o a quienes tan sólo han aprobado las cuatro reglas que seguramente sean los más.

En cambio, en esta ocasión ha optado por el semblante serio, escueto y académico con repuntes eruditos, como corresponde al lugar  de la soflama: la Catedral de Lleida que gracias a su robustez las crujías medievales han soportado estoicas al vocero y Molt Honorable de la Generalitat Catalana.

¡Qué mal miente, pardiez!, pero le creen. Algunos.

En su falso credo independentista ni más ni menos se atreve blasonar que el pueblo catalán sufrió el ataque del invasor castellano cuando una parte de los catalanes era también la que se enfrentaba a un ejército extranjero con la pretensión de destronar a un rey legitimo, para de esta guisa proclamar al austracista archiduque como Rey de España y con el nombre de Carlos III. Ni siquiera se les ocurrió presentarlo como Carles Tercer.

Cuanta mentirita... y de las gordas.

Así se reescribe la historia por ciertos campos de España.

¡Vivan las cadenas! Escenifican ellos, pero… con los brazos alzados.

07 enero 2014

MI SMARTPHONE

MI smartphone

Estoy citado a la consulta médica a las 19.30 horas y he llegado unos minutos antes. Al neurólogo. Un problema de temblor en mis manos que desde mi anterior visita y con la medicación recetada ha remitido en parte.

La sala de espera está al completo y por lo que dice la enfermera, tengo tres pacientes delante, por lo que calculo que tendré que esperar unos tres cuartos de hora. Más o menos.

Esto de empezar el año con una visita médica y a mi edad, no tiene nada de particular pues desde hace unos cuantos acudir en auxilio de los doctores por una u otra dolencia es lo que toca. Quehacer que en los últimos doce años ha ocupado parte de mi agenda como si de una tarea obligada se tratara.

Recuerdo de mi infancia cuando me operaron de anginas por el helado posterior que me compró mi padre. Imagino sin receta, porque era lo inmediato.  Y también cuando la primera extracción dentaria para la que tuvo que pasar un largo tiempo, que ahora me parece muy corto. Y es que los años, ahora, pasan muy rápidos.

Hasta los cuarenta todos mis problemas de salud tenían que ver con la caries.  Luego, un día, supe de la próstata hasta entonces desconocida para mí.

Un tirón muscular, años después, me obligó a reposo durante tres semanas: la única baja profesional durante mi vida laboral cuya lesión se produjo en acto de servicio. Y en este orden de cosas, con unas cuantas visitas al dentista años antes y más aún, en posteriores al de mi rotura fibrilar, se completó mi periplo laboral antes de pasar al paro por un ERE, antesala a mi jubilación. 

Y desde entonces el tobogán de la vida se desplaza en lugar de por caminos con peralte, cómodos, por recodos sin protección donde  cualquier imprevisto te sale al paso. Y a veces más de uno.

Ya han pasado al neurólogo tres personas,  iba a escribir enfermos, pero no me seduce la idea y el tiempo ha pasado volando, así que en muy poco tiempo valorará mi avance tras observar los tembleques en mis manos, tal y como hizo en mi anterior visita. 

Al menos la posibilidad ante el teclado de mi smartphone me permite escribir estas líneas y hacer mi vida más entretenida.

Que no es poco.

02 enero 2014

BIENVENIDO, DON CATORCE

BIENVENIDO DON CATORCE  En el viejo café no se oye una mosca. Seis mesas y cuatro taburetes junto a la barra ocupan todo su espacio. Una señora en edad de jubilar, peinada en permanente y de cabello rojizo, atiende a tres clientes que reposan sus brazos sobre el mármol, mientras sostienen en sus manos sendas copas de brandy.

Sin contar el taburete vacio, el café está al completo con sus mesas ocupadas por una clientela diversa que se mantiene en un silencio sepulcral. De la pantalla de un televisor de plasma de tamaño medio apenas se escucha un estribillo perenne, tanto en cuanto dos niños pulcramente vestidos fijan sus miradas en unas bolas que con sus manos han sacado de un canalillo acoplado a un bombo que por momentos está quieto.

El del centro, con su copa medio llena, de vez en vez, gira el cuello, mira a los niños cantores con gesto resignado y labios fruncidos. El que tiene a su derecha, lee la prensa del día con semblante serio, como si no le gustaran sus noticias, pero sin extrañarle, como esperándolas; con los dedos de la mano izquierda tamborilea la hoja de papel y con la otra acerca la copa a sus labios.  El de su izquierda, absorto, mira fijo hacia la puerta de entrada con la misma atención que si mirara a la máquina tragaperras de su cercano rincón, desconectada de la red.  De hecho, instantes antes, así lo hacía como esperando una respuesta a sus vacios pensamientos. 

En una mesa una pareja jovenzuela se coge las manos chocando sus miradas, pero sin decirse nada. De sus ojos emerge un código que sólo ellos entienden, y por su juventud, se diferencian del resto  de los presentes quienes permanecen atentos al televisor a falta de una mejor referencia que les distraiga.  La señora de permanente rojiza, tras la barra, coge el mando de la tv y cambia de canal, fijando en el que aparece una rechoncha mujer leyendo las cartas de un tarot que va dejando sobre la mesa a su frente, sin que ello suponga cambio alguno en la clientela del local, que a excepción de la pareja ensimismada en sí misma, sigue atenta a la pantalla con el mismo detenimiento que de manera alternativa se recrea en la nada.

Es cuando entra un policía que ocupa el taburete vacio y pide un vaso de agua que, con prontitud, es atendido.  De forma inmediata vacía el vaso y escudriña el bar. Es recio, de envergadura atlética y cuelga en su cintura unas esposas, al otro lado del cinturón una pistola con la funda desabrochada. Su semblante serio se muta al de sonrisa complaciente cuando descubre a la pareja ensimismada en el mismo instante que se levanta; y mientras la chica se pone el abrigo, el  joven que aparenta tener unos años más, saca diez euros y los deja sobre un lado de la barra en el extremo contrario a donde está el policía que observa a la joven.

La pareja abandona el local y el policía ocupa su mesa estirando las piernas, se recuesta sobre la silla metálica al tiempo que con un gesto de atención reclama la presencia de la de permanente rojiza a quien le enseña la foto de un hombre por si acaso le reconoce. Tras su negativa, vuelve tras la barra, coge el mando y retorna al canal televisivo cuyo estribillo se esparce por el café sin que nadie le preste atención.

De repente la imagen de los niños cantores de la tele ocupa toda la pantalla elevando la voz, mientras repiten una, dos, tres veces el premio mayor que es acogido con fuertes aplausos por el público expectante que llena la sala mostrado por el zum de la cámara televisiva.

La de permanente rojizo coge el mando de la tele y lo apaga y el vuelo de la mosca sigue imperceptible en un ambiente de silencios entre vahos de resignación.

Diez días después es Año Nuevo, el descorche del cava despierta ilusiones, el parte meteorológico anuncia días de bonanza, las líneas isobaras están en ascendente y en el concierto de Viena no cabe un alma.

Bienvenido, Don Catorce.