Si das una vueltecita por mi Blog, espero sea de tu agrado.

28 octubre 2006

EL HOMBRE SENTADO ANTE EL MAR

Las raíces del árbol en la tierra son como los ríos que van al mar, un enredo caprichoso sometido a toda suerte de escollos. Sus nutrientes navegan hacia su fruto mientras que las aguas buscan transformarse en sal de la tierra.

Decía el hombre sentado ante el mar que alcanzar a ver todo lo que tenía ante sus ojos es más fácil que reconocerse a si mismo. El hombre sentado ante el mar sabía muy bien lo que se decía. Imaginar todo aquel horizonte lejano, comprenderlo, es muy fácil, se decía, pues siempre podrás conseguir ayuda de alguien para lograrlo. En cambio ¿quién puede hablarte de ti?

Sabemos del árbol comiendo su fruto siempre intacto, verde o maduro, constante en su sabor; las raíces de la tierra lo uniforman. Sabemos del inmenso mar, de su volumen constante que sazona la vida del hombre en la tierra.

En cambio, el hombre sentado ante el mar, sabía que era él, el gran desconocido, porque en su navegar por las aguas de la tierra unos le ven como goleta, otros como galeón y los más como un velero a la deriva. Y si acaso necesita preguntar cómo es, tendrá diferentes respuestas, nadie verá en él un mismo fruto sazonado con el mismo punto de sal.

Octubre 2006-10-28




11 octubre 2006

"EL LIBRO DE ..."

La biblioteca estaba llena de polvo y su aspecto denotaba que, aparte de él, en aquella vieja librería y en muchos años, no había entrado ni un solo rayo de luz. Su atmósfera densa gravitaba en la oscuridad y cuando abrí un ventanal, no sin esfuerzo, la sacudida de la luz solar delató los muebles enfundados y los cuadros como los candelabros igualmente protegidos mediante paños que en algún tiempo debieron ser blancos. Fue cuando tuve la certeza de que en muchos años, por allí, sólo había pasado el tiempo.

Tuve un libro en mis manos y su titulo me llamó la atención: “El libro de…”. Su color, como el de los miles de libros que le acompañaban era el del trigo maduro. Su aroma, semejante al alcohol de baja graduación, era la de siempre en este tipo de tomos que tienen mucho de reliquias, y, que al abrirlos, aparece en ellos, entre sus tapas, la amenaza de la carcoma. Quizá, la humedad del cantábrico sobre aquel palacio arriba del acantilado, propiedad del único indiano de la familia, era quien había dejado en ellos su huella destructora.

La razón de haberlo cogido fue que me fijé en el lugar donde más polvo había y al apartar éste con mis dedos, me llamó la atención por ser el único libro cuyo lomo, estaba vacío de letras. Su titulo indefinido aumentó mi interés y tras unos soplidos de limpieza quise saber de él. En aquel mismo instante sonó mi móvil: era una llamada de la Notaría que me confirmaban la hora de mi presencia. Me citaban como heredero universal de los bienes de un pariente de mi padre y dueño de aquel viejo caserón. El tiempo pues me apremiaba, me guardé el libro y abandoné el lugar.

De vuelta al hotel, para cambiarme de ropa, no lo pude resistir, me tumbé en la cama y abrí el libro. “El libro de…”, repetía en su primera página. Ni un solo dato. Ni la editorial, ni su año de edición, ni siquiera una dedicatoria, ni su autor. Todo aquello me resultó tan enigmático como sorprendente.

Pasé la hoja: Capitulo I; estaba en blanco, pero sin embargo, abajo, un “-3-“ daba vida al libro. Avancé por ellas y todas estaban huérfanas de palabras. El número impar a pie de página iba creciendo como único testimonio de lo que me asombraba.

Aquello era alucinante y tras abaniquear sus hojas allí estaban inmaculadas, solitarias, las entradas a los Capítulos II, III… XI y XII. Jamás había terminado un libro tan rápido cuando me impresionó ver al final, de forma inequívoca, sola, la palabra Fin; era el primer vestigio de algo claro, después de su título inicial, sin tener en cuenta, claro está, el de los “Capítulo” que sólo indicaban los inicios de la nada.

La siguiente impar era la del Epílogo con dos hojas más que le seguían y ya por fin, esta vez sí, con sus signos de escritura. Pero también ilegibles, porque si hay renglones torcidos en nuestra vida, allí solo habían como cagaditas de mosca. Ordenadas y con sus márgenes fijos, pero cagaditas de mosca. Terminaba el libro en la última línea de forma ya clara y concisa: El Autor. Ahí, lo más seguro, sí quería decir algo. Abajo el impar, el “-365-“.

Podía ser la historia de un año sabático de un autor genial que se había ganado el derecho a escribirla. Quizá el espíritu rebelde de un libro vendiendo su alma al diablo. O quizá, el homenaje entrañable al libro de quien como autor, sólo quiso dejar perpetuado su embalaje en la gran Biblioteca. Cualquiera de ellos podían ser el motivo, pero el real, jamás lo supe.

(“El Libro de…” es un relato que ha participado en el 10º Proyecto Anthology, tema: Bibliotecas/Libros)

09 octubre 2006

ESTAMBUL, EL PODER DE UNA FASCINACIÓN


Llegamos a Estambul el día 19 de Septiembre a las cuatro de la madrugada y tras el visado y la recogida de maletas nos fuimos al hotel. Llegamos a las seis y dormimos dos horas. Desayunamos en la terraza del hotel con vistas al Estrecho de Bósforo y aunque estaba nublado era magnifico disfrutar de aquella primera impresión de la ciudad y ver al mismo tiempo la gran cantidad de embarcaciones sobre el mar Mármara. Me fijé en todo el barrio alrededor del hotel y sus tejados daban sensación de abandono. La zona del hotel correspondía a la parte vieja de la ciudad y vi por primera vez la Iglesia de Santa Sofía. Estábamos muy cerca del Estambul histórico y había que descubrirlo, así que nos fuimos a ver la Mezquita de Solimán.

En la puerta del hotel pedimos un taxi y en el trayecto tuve la segunda impresión de Estambul en aquel barrio que me pareció muy atrasado y con mucha gente por las calles. Los coches antiguos, viejos, destartalados y con señales de pobreza. La gente por la calle caminaba muy deprisa al igual que mis elucubraciones. En unos días iba a descubrir la verdad del barrio de Beyazit, la zona donde estaba alojado el The President, un buen hotel con muchos españoles y a un paso de la historia de Bizancio, Constantinopla y Estambul.

La Mezquita de Solimán I el Magnifico es toda de mármol y sus alrededores están un poco abandonados. Nada mas entrar en el recinto vimos un cementerio con losas y piedras alzadas como troncos con adornos floreados. En el centro un gran mausoleo guarda los restos de Solimán y en otro cercano y más pequeño descansa su esposa Roxalena.

El patio central de la mezquita tiene cuatro minaretes en recuerdo del cuarto sultán de su dinastía. Solimán la mandó construir en el año 1550 y después de casi diez años, el arquitecto Sinán terminó su obra maestra. Una fuente cubierta viste el centro del patio a la entrada de la Mezquita. Uno de sus laterales al exterior es un esplendido mirador del Cuerno de Oro con la parte moderna de Estambul al fondo, destacando la Torre Galata.

La entrada a la Mezquita es gratuita aunque piden la voluntad. Entramos descalzos sobre el suelo alfombrado. En las entradas de todas las mezquitas hay pequeños muebles donde dejar los zapatos, sin embargo la mujer occidental no está obligada a cubrirse la cabeza. Imagino que es porque Turquía quiere abrirse a Europa y esto pudiera ser una prueba de ello; como es imposible entenderse con un turco, y sólo por cuestión de idioma, no pregunté el motivo.

Ya en su interior llama la atención la belleza tanto de sus bóvedas como de sus vidrieras. De los techos cuelgan una maraña de lámparas que llegan hasta poco más de un metro de nuestras cabezas. Antiguamente eran de aceite y en recuerdo a ello permanecen cercanas al suelo aunque han sustituido las lámparas por bombillas. En el interior no hay bancos y el único sitio para sentarse es en el suelo. Los musulmanes se arrodillan en dirección a La Meca y así inician su momento de oración.

Paseando por el exterior me encontré con una pareja española y tras una pequeña conversación me aconsejaron que fuera a comer al Puente de Galata. El día anterior comieron una dorada exquisita y un postre por veinte euros. Así que decidí aceptar el consejo y nos fuimos hacia el Puente Galata.

Como todo es cuesta abajo – Estambul al igual que Roma está situado sobre siete colinas – nos fuimos andando; vimos mucha gente por unas calles muy estrechas y llenas de comercios por todas partes al mismo tiempo que íbamos sorteando los coches. Pasamos por el Bazar de las Especias y quedé encantado porque lo descubrí de golpe, pues sin saber nada me encontré de repente dentro de él; resultaba una mezcla de colores y aromas entre murmullos de una increíble actividad. Escuché voces en español y es que sus vendedores están en un ejercicio constante de su función y tan pronto ven cercano al turista, identifican su nacionalidad y convierten sus palabras en eficaces reclamos.

Al lado del Bazar de las Especias está la Mezquita Nueva y en una de sus entradas hay una nube de palomas grises en constante revoltijo pero fijas ante una de las puertas de entrada a la Mezquita. Existen unos pequeños puestecillos donde venden cereal para las inquietas palomas. En un café bajo la sombra de unos plátanos nos sentamos para tomar un té de manzana. Es muy complicado entenderse con los turcos; le pedí algo que acompañara al té y me ofreció unas raciones de pollo. Acepté la propuesta pero le pedí una ración pequeña. Me trajo dos y un poco grandes. Era pollo asado y desmenuzado a tiras. Lo probamos y estaba riquísimo; acompañaba muy bien al té de manzana pero para que no nos quitara el apetito comimos muy poco.

Estábamos en el Cuerno de Oro y las vistas nos resultaban mágicas allá donde miráramos. Fantásticas mezquitas por todas partes y lejanos minaretes nos llenaban de satisfacción al encontrarnos en un lugar que hasta entonces no habíamos imaginado. Llevábamos pocas horas en Estambul y aquello era alucinante. Torre Galata a la otra parte del Cuerno de Oro que nacía en el Estrecho del Bósforo. A la otra parte Asia y en la amplía plaza, gente, mucha gente. Entre la explanada y los embarcaderos una amplia avenida con un tráfico intenso y muy veloz. Y en las aguas muchas embarcaciones que iban de una parte a otra, imagino que llenando de encanto a los embarcados en sus pequeños cruceros a través del Cuerno de Oro y el Estrecho que nos separa de Asia.

Fuimos hacia el Puente de Galata buscando su parte baja, la de los restaurantes. Comimos muy bien pero nos costó ciento diez euros. Fue entonces cuando me acordé de la parejita de los veinte euros, pero pese a ello, la comida me pareció fantástica y de un extraordinario sabor. Pero no por la comida en si, que estuvo exquisita, sino por el ambiente que nos rodeaba que será motivo de otro relato.

Octubre 2006-10-09

EL PALACIO IMPERIAL DE TOPKAPI


Entenderse con los turcos es imposible y la elección de un restaurante muy complicado, además de los traslados de una parte a otra de la ciudad que sin duda nos restarían tiempo. Por estas razones, en nuestro segundo día en Estambul decidimos solicitar las visitas guiadas durante nuestra estancia en la ciudad de los minaretes. Nos llevaron a la Mezquita de Solimán el Magnífico que ya habíamos visto el día anterior pero ahora la conocimos con más detalle. Luego fuimos en bus a conocer el Palacio Imperial de Topkapi. Un recinto grandioso y lleno de tesoros mandado construir por el sultán Mehmet Fatih pensando en Versalles pocos años después de la conquista de Constantinopla. El Palacio está situado en la ladera de una de las más bellas colinas de Estambul y “tal vez del mundo entero”, como decía Lamartine. El recuerdo de Roma y sus también siete colinas, como Estambul, resultó inevitable. Fue residencia de los sultanes y el sabor oriental está presente en toda su construcción. Es enorme y con cuatro patios interiores separados, pero comunicados, por puertas de gran belleza. Es una sucesión de salones y pabellones cada cual mas bello y cada uno con su función en los tiempos esplendorosos del imperio otomano. Los patios ajardinados compiten en belleza y en cada uno de ellos alberga historias y recuerdos diferentes. Los jardines, muy cuidados, nos deslumbraban a todos.

La vigilancia y control de entrada nos daba a entender que allí debía de haber algo muy especial Las joyas que atesora son auténticas y es la primera vez que vimos tantas esmeraldas juntas y de gran tamaño, así como brillantes, diamantes y mucho oro. También vimos, consideradas como reliquias de Mahoma, penachos de su pelo y huellas de sus pies. Y huesecillos de San Juan Bautista. Lo que fue una pena es que toda la información estaba en turco y en inglés, lo que nos impedía informarnos acerca de los tesoros que íbamos viendo con nuestros ojos. El Palacio es enorme, muy amplio, por lo que nos resultaba muy grata la visita a pesar de que había muchísima gente visitando el Palacio. En los laterales existen miradores sobre el Mar Mármara y la ciudad con vistas inolvidables. Qué pena por el día nublado que nos acompañaba. Las fotos, con cielo limpio, hubiesen sido magníficas.

Comimos en el único restaurante dentro del Palacio en un precioso mirador ajardinado sobre el estrecho de Bósforo. Comida turca con la que, quizá por el bello lugar, quedamos bastante complacidos. Terminamos la visita del Palacio y nos fuimos caminando, veinte minutos, a visitar la Mezquita Azul. Si por fuera es colosal, con una cascada de cúpulas y medias cúpulas, su interior es bellísimo. Sus adornos azules dan nombre a la Mezquita. Vimos a musulmanes jóvenes rezando con sus movimientos característicos y acompasados.

Al lado de la Mezquita está la plaza del hipódromo y vimos el obelisco egipcio construido por un faraón y transportado a Constantinopla en tiempos de Teodosio; la columna serpentina traída desde el templo de Apolo en Delfos y la fuente del kaiser Guillermo II regalada al sultán Abdil Hamit. En Estambul hay muchas fuentes de mármol y son utilizadas por los musulmanes antes de su entrada a las mezquitas que lo deben hacer con los pies limpios. Vimos a muchos turcos en esta práctica antes de su entrada al interior para la oración. Muchas de la fuentes que vimos son auténticas joyas urbanas que sorprenden por sus artísticos acabados.

Visitamos el Bazar de las Especias donde compramos el té de manzana y el té de jazmín en una tienda regentada por una española que nos dijo que el de jazmín es muy bueno para los huesos. No lo pensamos dos veces, ¿encontraremos alguna mejoría?, el tiempo lo dirá.

La visita guiada terminó en el Gran Bazar y en su parte exterior descansamos tomando una cerveza con la agradable compañía de dos parejas del grupo con las que poco a poco fuimos haciendo una gran amistad.

Nos metimos en el Gran Bazar para tener una primera impresión y conocerlo un poco. Teníamos mucha ilusión y no nos defraudó. Tiene a lo largo de todo su recorrido más de tres mil tiendas y no vi ni un solo hueco entre dos de ellas. Todas rebosantes y con una gran actividad comercial. En cada una de ellas, ante la puerta, están los vendedores llamando la atención del visitante. Para este fin son muy simpáticos y cuando detectan que somos españoles se nos dirigen con expresiones nuestras. Imagino que harán lo mismo con los de otras naciones. Creo que allí se encuentran los mejores vendedores del mundo, por lo menos en ese tipo de venta que tiene algo de bullanguera y alegre, pero que no puede ser de otra manera.

Conocerlo me ha resultado muy interesante y hemos decidido que el último día en Estambul lo dedicaremos a las compras. Hasta que llegue ese momento, todos los días pasaremos a dar una vuelta por ese laberinto interminable para ir conociéndolo mejor.

Cenamos en el Hotel y después de tomar un delicioso té de manzana dimos por finalizado el día.

Octubre 2006-10-09


08 octubre 2006

ESTAMBUL, UN DOMINGO CON PEDRO


Hoy domingo, primer día del Ramadán, hemos disfrutado de la amabilidad de Pedro, un amigo de Eli que trabaja en Turquía en cosas de prospecciones petrolíferas. Alquilar un coche sin conocer Estambul no se lo recomiendo a nadie, pero ir en el de Pedro, buen conocedor de Estambul, amigo tuyo y además español es todo un lujo. Nos ha llevado a las orillas del Bósforo europeo, a Ortakoy, pequeño barrio artesanal con su mercadillo junto a la mezquita Mecidiye Cami, preciosa por si misma y por estar junto a la orilla del mar. Ortakoy es un pequeño barrio de pescadores convertido en embarcadero cuyas calles tienen un sabor antiguo magnífico gracias a su estupenda restauración. Junto a los tenderetes, mirando al Bósforo, existen restaurantes y cafés donde tomamos el irremplazable té de manzana.

Pedro ha querido que conociéramos mejor Estambul y nos ha llevado por algunos de sus barrios, cada uno con su singularidad. Así hemos conocido la zona de Besiktas, nos llevó después a la zona de los rascacielos comunicadas por autovías con un intenso trafico pese a ser día festivo. Fuimos a comer a un restaurante, amigos de Pedro, en el que hablaban un buen español. Preferimos sentarnos en la calle junto a otros restaurantes. La comida fue muy agradable, por la grata compañía, por el ambiente y por el clásico licor de anís turco, el raki, que nos invitaron al final junto al té de manzana. Recorrimos la zona, próxima a Santa Sofía y me pareció muy coqueta, con sus casas de madera de auténtico estilo otomano. Entramos en una pequeña mezquita en los momentos de oración y el encargado no tuvo inconveniente en que grabara un video como recuerdo.

Pedro nos llevó a Fatih, barrio muy musulmán en el que me sorprendió la enorme cantidad de gente en un domingo a las cuatro de la tarde. Ignoro si el motivo era debido a ser aquel día el primero de Ramadán pero Pedro me dijo que los turcos hacen su vida en las calles. El ambiente en la zona es el más turco que he visto en Estambul. La vestimenta de las mujeres de negro total y con la cara casi tapada, resultaba la anécdota principal, además de ser nosotros los únicos turistas que vi por el barrio de Fatih. Nos fotografiamos junto a su grandiosa mezquita, compré unos dátiles estupendos y bajé a unos lavabos subterráneos de mármol donde hice más fotos.

Después de darnos una vuelta por otros barrios nos llevó al hotel. Pedro tenía que desplazarse a su ciudad, a cien kilómetros de Estambul y no podía estar más tiempo con nosotros.

Por ser el inicio de Ramadán, en las plazas mas grandiosas de Estambul, como la del Hipódromo o Taxim, habían instaladas muchas casetas, unas a continuación de otras. En ellas, a la puesta del Sol, se iban a reunir los musulmanes para romper la hora del ayuno en un ambiente muy festivo. Nos encontrábamos un poco cansados por lo que decidimos renunciar a conocer un momento que sin duda sería muy interesante. Quizá no tengamos otra ocasión semejante.

Cenamos en el Hotel, tomamos té de manzana y me puse a recabar información sobre los sitios que habíamos visitados. Fue cuando me enteré que Fatih es el barrio más peligroso de Estambul.

Octubre 2006-10-08

07 octubre 2006

EL PALACIO DE DALMABAHCE Y LA KARIYE CAPII


Hoy nos han llevado a visitar el Palacio de Dalmabahce situado en la orilla europea del Bósforo. Es un bellísimo palacio imperial, residencia de varios sultanes. En él falleció Ataturk, el instaurador de la actual Republica de Turquía que en 1923 destronó a los sultanes y creó un estado laico. Dicen que todos los relojes del palacio marcan la hora de su fallecimiento pero sólo sucede esto en el de su lujosa habitación, donde murió el 10 de Noviembre de 1938 a las 9,05 horas. Todos los años, en toda Turquía, recuerdan su fallecimiento en el mismo día y a la misma hora de su muerte guardando un minuto de silencio en su memoria.

A diferencia del Palacio de Topkapi de tendencia occidental, Dalmabahce es típicamente oriental. En la visita a los dos palacios me llamó la atención la gran vigilancia que existe, pero en Dalmabahce, el celo y las normas son muy superiores. Unos bellos jardines adornan su entrada y mientras esperábamos el turno que nos correspondía, contemplamos el cambio de guardia en la puerta principal del Palacio. Cada cincuenta minutos se produce la marcial ceremonia y terminado el cambio, sobre una pequeña tarima, queda en posición de firmes con su fusil, un soldado a quien se le somete a un puntilloso repaso para que se quede justo en el sitio y en la forma que las normas les exigen. Otro soldado lo observaba cuidando todos los detalles: su barboquejo, su correaje, toda su indumentaria, su fusil y milimétricamente situó al guardián en el sitio exacto donde debían descansar sus botas durante los cincuenta minutos siguientes y sin mover ninguna parte de su cuerpo. Pensé que era una escuela de mimos con gran porvenir.

En las visitas todos los grupos tienen un horario fijado. En la entrada, además de su precio, cobran seis liras turcas a quien desea pasar su maquina fotográfica, por supuesto sin flash. Durante la visita no pudimos abandonar la alfombra que va indicando todo el recorrido. De ello se encargaba un vigilante que nos seguía con gran atención y estaba al tanto de cualquier descuido. También nos obligaron a enfundarnos los zapatos con un plástico que nos ofrecieron en la entrada.

Como dato importante, en la construcción del Palacio, para su vestimenta y decoración interior se utilizaron catorce toneladas de oro y tuvieron que recurrir, por primera vez en Turquía, a un crédito exterior para acometer las obras. Asombra el mobiliario, los regalos de otros Jefes de Estado, los cortinajes, las alfombras, sus cuadros y sobre todo sus lámparas embellecidas con oro y piedras preciosas. El sesenta por ciento de todos los elementos que visten su interior son auténticos, el resto reproducciones de gran valor. El Palacio tiene dos partes, una que utilizaban los hombres y que es la que se muestra al público visitante y otra de las mujeres que permanece cerrada. Imagino que como en su época de gran esplendor. El Palacio de Dalmabhace es una visita obligada para el turista de Estambul y la hora asignada de visita me supo a poco. Salimos por una puerta al Bósforo donde hicimos unas fotos y recorriendo los jardines llegamos a la puerta principal donde nos esperaba el bus.

Estambul en su parte histórica tiene los restos de las murallas de Teodosio del siglo V. Fuimos a ver una pequeña iglesia cristiana y para llegar a su emplazamiento, el bus salió de las murallas y bordeándolas fuimos conociéndolas. Aún no habíamos visitado aquella zona y las veíamos por primera vez. Gran parte de ellas están abandonadas y sólo en los tramos de las antiguas puertas de Estambul presentan un mejor estado. Volvimos a cruzarlas para llegar a la Kariye Capii, conocida como la Iglesia de San Salvador de Cora, cerca de la cima de la sexta colina. Sus frescos y mosaicos son, con mucha diferencia, las obras pictóricas bizantinas más importantes del mundo tanto por su belleza como por su número. En sus bóvedas están los mosaicos representando la vida de la Virgen María y de su hijo Jesucristo y su estado de conservación es magnífico. Fue construida a finales del siglo XI y cinco siglos después, con el Sultán Bayaceto II convertida en Mezquita. Los mosaicos bizantinos fueron cubiertos por yeso y posteriormente en 1848 fueron restaurados mostrando en la actualidad toda su belleza. Representan los episodios del Nuevo Testamento ilustrando los momentos más importantes de María, de José y de Jesús. La Anunciación, la Virgen embarazada, el momento en que José se enteró del embarazo de María, el nacimiento en Belén de Jesús, la visita de los Reyes Magos, la huida de la Santa Familia a Egipto, los milagros de Jesús y la muerte de María rodeada de los apóstoles son todos ellos mosaicos de una gran belleza al igual que el fresco del Juicio Final y otras alusiones evangélicas. La Iglesia, pequeña, es una auténtica joya. La interpretación del Nuevo Testamento que allí vimos me resultó desconocida. En un mosaico vimos a los cuatro hijos de José fruto de su primer matrimonio. Viendo cosas uno llega a la conclusión de lo mucho que nos queda por aprender.

Llegó la hora de la comida y fuimos a un restaurante típico donde probé unas brochetas de pollo estupendas. De entrante los típicos platitos turcos, algunos picantes y otros no tanto. De postre arroz con leche pero preparado de forma diferente, como una masa muy consistente. Estaba delicioso.

El restaurante estaba junto a las cisternas de Estambul y allí nos llevaron. Están situadas en el centro de la antigua Constantinopla y el aljibe es conocido como la Stoa Basílica porque su construcción a base de columnas de mármol y de bóvedas así lo parece. Se construyó en la época de Constantino el Grande y tras ser destruido por un incendio, fue reconstruido por Justiniano en el año 532. Allí se recibía el agua para suministrar a la ciudad que venía del bosque de Belgrado. En la actualidad es una visita de mucho interés turístico y que resulta muy atractiva. Es una cisterna subterránea y en algunas de sus columnas vimos grabadas en su base unas medusas como alusiones a la mitología griega. En la actualidad celebran conciertos aprovechando la calidad de sonido que allí se produce. El guía era musulmán y cuando le dije que en Valencia también teníamos unos aljibes para el mismo fin y que en la actualidad son el Museo Histórico de la Ciudad, me preguntó qué es un aljibe. Esto me sorprendió pues es una palabra árabe. Él la desconocía, pero cuando se dio cuenta que efectivamente así era, la memorizó.

Como era costumbre nos dejaron en el Gran Bazar, hicimos algunas compras y regresamos al Hotel para descansar un rato, esperar la cena y tomar un té en la cafetería del Hotel junto a una fuente donde el sonido del agua nos producía un agradable relajo.

Octubre 2006-10-06

06 octubre 2006

SANTA SOFÍA Y EL BÓSFORO


Visitamos Santa Sofía. Fue primero iglesia cristiana y luego mezquita, hasta que Ataturk, después de crear la Republica de Turquía, la convirtió en Museo.

Es impresionante la grandeza de Santa Sofía. Recoge toda la historia de Bizancio, Constantinopla y Estambul. Bajo su inmensa cúpula se constatan las sucesivas agresiones del templo que fue destruido y reconstruido en tiempo de las cruzadas, así como las huellas de los terremotos que lo castigaron. Sus contrafuertes externos de protección así como los del interior, al asegurar las columnas vitales con bloques de mármol adheridos a ellas, fueron necesarios para asegurar que su cúpula no se fuera abajo. Cuando fue inaugurada, Justiniano dijo: ¡Salomón, te he superado!. A ras de suelo se ven las consecuencias de los terremotos, sobre todo en su primer piso, con el suelo de mármol ondulado y resquebrajado.

De Santa Sofía nos fuimos a conocer la Colina de los Enamorados situada en el Estambul asiático. Dejamos Europa y nos fuimos a Asia. Dicho así es muy sencillo pero a mi me pareció algo increíble. Para cruzar ambos continentes hay dos largos puentes, construidos en la segunda mitad del siglo XX. En ocasiones cruzar por alguno de ellos puede suponer algunas horas debido al enorme tráfico; pero tuvimos suerte y lo cruzamos muy rápido. En este trayecto descubrí que hay muchos Estambules. Me habían hablado de dos zonas: de la parte vieja y de la moderna; pero no es del todo así. Dentro de ambas hay muchas situaciones que se diferencian. Decir cuantos Estambules hay es difícil, pero cuando íbamos de una parte a otra de la ciudad parecía que estábamos en una cultura diferente. Son casi dieciséis millones de habitantes y debe de ser muy complicado administrar una ciudad como Estambul. La zona antigua, aparte de lo que históricamente representa es una zona con una industria manufacturera en constante ebullición. Sus edificios no pueden ser derribados, sólo restaurados, por lo que adecentarlos se convierte en una tarea imposible y su estado en muchas ocasiones es bastante lamentable. Pero allí están, ocupados por industriales de la piel, muy activos y con mucha demanda exterior. Confeccionan de todo, abundando las prendas de piel y la fabricación de calzado para mayoristas. También hay talleres donde trabajan los plásticos, las telas y otros que manipulan los metales. Esta es la razón fundamental de que por las calles de esta zona los hombres turcos predominen sobre las mujeres que se ven muy pocas. El turco trabajando y su mujer en casa. En esta parte vieja es dónde más se ve el uso del chador por parte de la mujer turca. Pero nunca se ve la mujer con la cara tapada que está prohibido en Turquía.

Desde lo alto de la Colina de los Enamorados se ve el Estambul europeo y también el asiático asombrando en ambos su espacio habitado que resulta enorme. Estambul tiene más de dos mil mezquitas y desde lo alto de la colina si uno tuviera alguna duda de ello, se lo cree. La vista del Estrecho del Bósforo es esplendida, con sus puentes y el gran número de embarcaciones que navegan por sus aguas. Los grandes petroleros y los barcos de contenedores con sus idas y venidas entre Europa y Asia se mezclaban con los cruceros turísticos, los barcos de pesca y los yates privados. Impresionante.

Divisamos la zona europea de los rascacielos de muy elevado nivel; otro Estambul. Así como ambas orillas del estrecho, con sus casas y palacios alineados donde la residencia más barata cuesta un millón de euros. Es otro Estambul. Me informaron que Turquía está dominada económicamente por unas seiscientas familias e imagino que las casas a orillas del Bósforo, en Europa y Asia, son de ellas.

Volvimos Europa, cruzamos los bosques de Belgrado y nos llevaron muy cerca del Mar Negro a comer una dorada con los típicos entrantes de la cocina turca. Luego embarcamos y durante una hora y media conocimos el Estrecho del Bósforo en su salsa, desde el mar. Ambas orillas son una sucesión continua de bellas casas con diferentes estilos: algunas de madera, la clásica construcción otomana; vimos bellos edificios de diseño moderno; palacios, como el de Dalmabahce que conoceríamos al día siguiente; nos fijamos en los castillos que fueron fortalezas defensivas; nos encantaron las mezquitas que al estar a pie del mar resultaban mágicas y nos llamó la atención, especialmente, la casa más antigua del Bósforo que parece una cabaña de troncos y que está actualmente en restauración. El barco que nos transportaba iba acercándonos de una orilla a otra, según aconsejaba ver más cerca la belleza de aquellas casas. En la orilla europea está el hotel más caro de Estambul y el utilizar sus instalaciones sólo está al alcance de muy pocas familias.

Desembarcamos en el Cuerno de Oro, al lado de Puente Galata y nos llevaron al Gran Bazar, lugar donde siempre nos dejaba el autocar. Después de dar una vuelta por aquel laberinto comercial para ir viendo algunas de las compras que deseábamos, nos fuimos a nuestro hotel que lo teníamos a tres minutos caminando. Descansamos hasta la hora de la cena y después, el delicioso té de manzana al que nos habíamos acostumbrado tanto Mari como yo.

Octubre 2006-10-05

04 octubre 2006

UN DIA EN ESTAMBUL : 21 de Septiembre.


Había dormido muy bien pero al salir del hotel comenzó un fuerte chaparrón lo que me hizo temer que igual teníamos que suspender lo previsto para el día. Subí a la terraza del hotel y un cielo denso, cerrado cubría Estambul. Pregunté en el hotel qué tal se presentaba aquel día tan lluvioso y me dijeron que en un par de horas cesaría la lluvia y escamparía el cielo. Así pues optamos por esperar y retrasar la salida para iniciar el recorrido que nos habíamos propuesto. Cuando menguó un poco la lluvia Mari, Eli y Rosa fueron a ver una pequeña fábrica de prendas de piel cercana al hotel. Regresaron con una buena compra de dos abrigos de piel a un precio muy bajo y una vez dejados en la habitación nos fuimos a ver Estambul.

El plan del día era el siguiente: prescindimos del guía pues no nos hacía falta para ir a conocer la parte moderna de Estambul. Llegaríamos a ella subiendo a un tranvía cercano al hotel para coger luego un funicular que nos llevaría a la Plaza Taxim, centro del la zona moderna. Luego iríamos andando a la Torre Galata y después de comer y tomar café en el Pera Palas regresaríamos al hotel para descansar y esperar la noche que iríamos, ahora sí concertado con los guías, a una cena espectáculo de la danza del vientre.

Fuimos a la plaza Beyazit a coger el tranvía y nos sucedió la primera anécdota del día. Dejé a las tres mujeres en el andén y me fui a por los billetes. Bueno, eso es lo que yo pensaba, pero en los tranvías de Estambul no hay billetes. Al lado de las paradas hay unas cabinas para el pago del peaje, 1,3 liras turcas o sea la mitad que en Valencia en recorrido urbano. Al abonar el importe me dieron cuatro monedas que son las necesarias para unos tornos que allí existen y que hasta ese momento desconocía. Pasé a través de ellos metiendo las cuatro monedas y me fui al andén. En la parada había mucha gente cuando llegó el tranvía. Se abrieron las puertas y mi esposa subió la primera entre mucha gente, luego Rosa y Eli y tras ellas subí yo. Pero justo en ese momento y abriéndose paso entre la gente subió una persona sin uniforme de ningún tipo y sin entendernos hizo bajar a mi esposa, a Rosa, y a Eli. Bajé tras ellas y le dije al señor que yo había pagado por los cuatro pero no me entendía ni yo a él. Así que las hizo ir hacia la entrada para pagar su billete. Como era imposible entenderme con el turco desistí y fuimos todos tras él. Junto a los tornos había un empleado que me había visto pasar con las cuatro monedas pues en aquel momento así se lo indiqué. Hablaron entre ellos y cuando el celoso guardián de su deber se informó que yo había pagado los cuatro pasajes se dirigió a mi y juntando las manos, ignoro si en cristiano o en musulmán, parecía que me pedía perdón.

Subimos a un tranvía lleno de gente, muy limpio y moderno. Poco a poco se fue vaciando hasta que nos sentamos y al poco, llegamos al final del trayecto. Justo allí se iniciaba el funicular hasta la Plaza Taxim. Así pues en poco menos de veinte minutos estábamos sentados en la terraza a la calle del Hotel Mármara, un hotel moderno, de muchas alturas y con una selecta cafetería. Tomamos un té de manzana mientras veíamos a la gente pasar por aquella gran Plaza Taxim. El ambiente era auténtico europeo y las mujeres iban vestidas igual que las de la calle Colón de Valencia. En la Plaza nos dimos cuentas que estaban instalando unas casetas para celebrar el próximo domingo la llegada del Ramadán.

Después de descansar un rato nos metimos de lleno en una calle peatonal, llena de gente, con muchas tiendas y que nos llevaría hasta Torre Galata, la Istiklal Caddesi. Es una calle muy comercial, a la europea, y así iban vestidas las mujeres, viendo algunas, muy pocas, con chador. Esto me sorprendió mucho más al ser un sitio muy concurrido y en la media hora del trayecto la masa humana que subía o bajaba era increíble. Pasamos por dos Iglesias cristianas y una mezquita, justo en el momento en que se oían las oraciones islámicas desde un minarate. No vi a nadie arrodillarse como tampoco lo he visto en ninguna de las mezquitas, al exterior de ellas, durante los siete días de mi estancia en Estambul. Las oraciones están grabadas y se escuchan a través de unos altavoces adheridos a los altos minaretes cinco veces al día.

Vimos muchos sitios de comida pero me llamó la atención un pasaje muy bello, lleno de flores, con techo abovedado del que colgaban centros de flores como si fuesen lámparas. En su interior solo hay restaurantes y comimos muy bien en uno de ellos. Luego me enteré que aquel sitio es conocido como el Pasaje de las Flores y es muy recomendado. No tomamos café pues teníamos previsto hacerlo en el Hotel Pera Palas que nos cogía de camino. El Pera Palas guarda todo su sabor de antaño y tomar un café entre tantos recuerdos fue un placer. El hotel fue creado en 1892 por la Compañía Wagons-lits para acoger a los viajeros del Orient Express y su lujo aunque deteriorado está presente. Allí tuvieron sus habitaciones el Presidente Ataturk, hoy convertida en museo. Fue residencia de Greta Garbo, de Mata Hari, de Sarah Bernhardt y fue dónde Agata Christie escribió “Asesinato en el Orient Express”. Subimos a su habitación que permanece intacta con sus recuerdos tal y como los dejó. Subimos en el viejo ascensor acompañados por un ascensorista que nos iba detallando su descuidado estado, aunque seguro. El turco buscaba una buena propina, pero valió la pena.

A unos pocos minutos llegamos a Torre Galata. Es una gigantesca construcción cuyo techo cónico alcanza los 67 metros y domina toda la orilla septentrional del Cuerno de Oro. Fue construida por los genoveses en el siglo XIV y ha sido utilizada para diversos usos a lo largo de su historia. Hoy se sube en ascensor. En lo alto hay dos plantas de restaurantes y su circular mirador es el mejor punto de observación del Cuerno de Oro, del Estambul histórico y de gran parte del Bósforo. Hice muchas fotos pero no acompañaba el día, estaba nublado y la monumentalidad de Estambul no se apreciaba con claridad. Una lástima.

Con un taxi regresamos al hotel para descansar, aún quedaba día y por la noche teníamos espectáculo. Fuimos al Kervansaray, en cena programada por lo que nos llevaron en autobús. Aprovechamos para ver la ciudad de noche y me quedé con las ganas de fotografiar no sólo la Mezquita de Soliman sino muchos sitios más. Aquel paseo de veinte minutos por la ciudad nocturna fue fantástico.

Como nos resultó la cena-espectáculo en la que varias mujeres turcas nos deleitaron con la danza del vientre. Fue una gran velada en la que coincidimos gentes de todo el mundo. Que recuerde bien, habían: japoneses, coreanos, indios, pakistaníes, de Dubai, Australia, Canadá, EEUU, México, Ecuador, Colombia, Argentina, Inglaterra, franceses, belgas, alemanes, suizos, italianos, rumanos, griegos, egipcios, irakies, por supuesto españoles y algunos más de otras naciones. Impresionante. Al menos a mi me lo pareció. Es difícil imaginar la reunión de tantas gentes diferentes por el único interés de un rato agradable. El final del show estuvo a cargo de un excelente artista que identificó a todos los presentes con sus melodías. Cuando entonó el clásico “Y viva España” todos los españoles nos sentimos hermanados al segundo y la melodía se extendió por toda la sala. Esto, que hubiese parecido lógico en cualquier ciudad turística española, me sorprendió que sucediera tan lejos, en Estambul.

Nadie de los presentes echó en falta a los políticos, allí sobraban. Quizá sin ellos, ignoro si las cosas nos irían mejor o peor, pero la buena armonía fue muy evidente.

En cuanto a la danza del vientre hay que ver la capacidad del cuerpo de una mujer para mover todo su cuerpo al mismo tiempo. También presenciamos números del folklore turco de una gran calidad.

Terminada la feliz velada nos devolvieron al hotel y aprovechamos el momento para seguir viendo el Estambul nocturno que por si solo es un auténtico espectáculo. Aún tuvimos ocasión a la llegada al Hotel de tomar un té de manzana.

Octubre 2006-10-04



02 octubre 2006

EL GRAN BAZAR DE ESTAMBUL

Es uno de los mercados más célebres del mundo, el Kapali Carsi o mercado cubierto y es conocido por todos como Gran Bazar. El Gran Bazar de Estambul es un laberinto; el Gran Bazar es un tornillo sin fin; el Gran Bazar es el cuento de nunca acabar. Alguien puede pensar que es como la cueva de Alibabá, pero el Gran Bazar de Estambul es cualquier cosa menos eso. La gente es muy amable y servicial y en su interminable túnel comercial es donde más se escucha el español en todo Estambul. Sus mercaderes son muy correctos aunque un poco pesados y recorriendo sus tres mil tiendas repletas de gente me sentía muy seguro.

Ellos se acercan a ti, te saludan cordiales, te dan una palmadita en el hombro y con una sonrisa te invitan a pasar a su tienda. Quizá los mejores vendedores del mundo están dentro del Gran Bazar y aunque no nacieron en sus pasadizos, muchos de ellos dieron sus primeros pasos por sus galerías cubiertas de adornos orientales, de alfombras, de pieles, de joyería, de miles de cosas y con el perfume del té de manzana que sirven como agasajo al futuro comprador.

Cuando estás dentro de sus bulliciosos subterráneos es muy fácil perderse pues después de un buen rato de caminar has perdido la orientación y ya no sabes donde te encuentras, pero al poco tiempo te das cuentas de que estás casi en el mismo sitio. Son tiendas, muchas tiendas, una tras otra, sin ningún hueco, y sin encontrar nunca el final. Los pasillos engalanados de luces y con el perfume de las prendas de piel, se cruzan unos con otros y cuando buscas tu norte, la estrella imaginaria del Gran Bazar destaca por todas partes y eliges un camino que no sabes hacia dónde va.

Hay una regla en el Gran Bazar y es la del regateo y como me dijo mi amigo Pedro, buen conocedor de Estambul, aunque no lo creas, al final de tu compra, siempre te han engañado. Pero yo no pienso así, pues “ese” es el precio que vale conocer y vivir el Gran Bazar. No comprar en el Gran Bazar es un imposible y la variedad de productos que se ofrecen ante tus ojos, su bajo precio porque allí nada es caro, y el exotismo que allí se encierra te incita a la compra. Luego viene el regateo que siempre existe. Y cuando llegas al precio medio después de que el vendedor haya bajado en su pretensión y tú hayas subido la tuya, es cuando cierras el trato y crees que has conseguido una buena compra. Y realmente así es. Pero luego, observando y viendo el mismo producto en otras tiendas te das cuenta que lo podías haber conseguido más barato. De ahí lo que dice mi amigo Pedro, pero como yo pienso, el precio que se paga por entrar en el Gran Bazar está en la compra. Nadie te engaña en el Gran Bazar, tú pagas su precio.

Hay zonas de Restaurantes dentro del Gran Bazar en un puro ambiente turco y vale la pena comer saciándote no por su comida que resulta agradable sino por el ambiente tan especial que allí se respira. Comer en el Gran Bazar y compararlo comiendo en la cafetería de un Corte Inglés cualquiera tiene la pena de un pecado mortal. Si hay cosas diferentes, pero que pueden tener algún parecido, este no es el caso. Nada que se le parezca. Comimos una deliciosa parrillada de carne con un entrante de yogurt exquisito. Siempre hay yogurt en todas las comidas turcas y nunca como postre. De postre, higos con nueces: pura delicia. A Mari, mi esposa, le encantó la comida y nos costó dieciocho euros con el té de manzana incluido.

Cuando sales del Gran Bazar colgando de tus manos las bolsas de tus compras siempre te queda el resquemor de una compra no efectuada. Aquel ábaco antiguo, gastado, sucio, que no compré y quizá nunca encuentre; debí comprarlo.

- Escucha, amigo, no encontrarás nada igual en todo el Gran Bazar.

Era mi último día en Estambul y pocas horas después subíamos al avión de regreso.

Octubre 2006-10-02