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24 julio 2008

MI ENTRAÑABLE TENIENTE


Le recuerdo con agrado. Quiso el destino que él que se fijara en mí en aquel acuartelamiento ceutí, al que recién llegado estaba y que iba a ser el lugar donde debía cumplir con mi servicio militar obligatorio. Lo de presentarme voluntario no terminaba de gustarme y la posibilidad de conocer nuevas ciudades hizo que me llevara a confiar en el sorteo de quintas, que caprichoso, me mandó al Norte de África. Como se decía entonces en el argot castrense, cuando existía el servicio militar por excelencia el de remplazo.

-¿Cómo te llamas y dónde trabajas?- Me preguntó nada más verme de la misma forma que podía habérselo dicho a cualquier otro soldado, una vez jurado bandera y a la espera de destino como estábamos. Y al responderle a sus preguntas y coincidir mi nombre con el de su anterior escribiente, esto fue motivo suficiente para que ocupara el puesto que estaba vacante desde hacía unos pocos días; por lo que una vez conocido mi destino y pasadas unas semanas, decidí a romper varias tarjetas de recomendación que traía desde mi Valencia de origen; acción de la que luego, en los meses más tarde, nunca me iba a arrepentir.

Sí, le recuerdo, y con especial agrado, tal era el carácter de aquel teniente, abierto y bonachón. Que ya sentados en la mesa no muy grande de trabajo de su pequeño despacho, la que compartiéndola juntos iba a ser también mía durante sus ratos de ausencia (los de la mayor parte del día) al decirle que era valenciano, fue cuando raudo y sin demora, le dio por mencionar a la fiesta de las fallas y con ello a criticarlas.

-No os entiendo a los valencianos- me dijo medio serio y convencido- Os gastáis mucho dinero en ellas, y luego las quemáis. Con la falta que hace para otras cosas más serias y provechosas.

Trataba de explicarle lo equivocado que estaba, pero no había manera. Su condición de oficial del ejército le daba aún mayor fuerza a sus argumentos sobre los míos, y de forma especial, que esgrimidos desde mi condición de un simple soldado de remplazo y agradecido por su elección de mi persona, la mayor razón estribaba en que me veía obligado a desistir. Por otra parte, mi nuevo destino me otorgaba la exención de cualquier servicio en la compañía y el beneficio añadido de que no iba a caer sobre mis espaldas ni una sola guardia en aquel acuartelamiento ceutí; aparte de otras ventajas, y todas de gratos recuerdos, por lo que le quedé muy agradecido.

¿Cómo iba a entender el entrañable teniente el significado de las fiestas falleras y lo que para Valencia representan, sí su único afán era el de criticarlas y de paso vacilar conmigo? O quizás era al revés.

Hablar de las Fallas a un mes de la inauguración de la Formula Uno en las calles de Valencia, tiene el único sentido de su analogía mediática, en que si por la fiesta fallera es mundialmente conocida nuestra ciudad, al ser sede de la Copa del Mundo de la alta velocidad, refuerza aún más nuestro atractivo turístico, y en especial durante los doce meses del año que atraídos por tantas cosas y una vez sabidos de nuestra modernidad, vienen a visitarnos.

La creación de un nuevo circuito dentro de la ciudad en unos pocos meses y que ya despierta todo tipo de elogios entre los entendidos que lo conocen, habla muy claro de la capacidad del buen hacer del pueblo valenciano, aceptando el reto de cambiar el aspecto de una degradada zona para convertirla en el mejor balcón, en el que fijarán sus ojos millones de personas.

Sin embargo, el entrañable teniente, no alcanzaba a entender los beneficios de nuestra fiesta universal, en la que si algo se quema -trataba yo de decirle- es el cierre de un ejercicio en el mismo instante de su final, el del inicio del siguiente, y de cuyas pavesas surgen nuevos proyectos en beneficio de amplios sectores de la ciudad, sin que él tratara de comprenderlo, ocultando sus auténticos pensamientos.

Valencia, convertida ya en parada obligatoria del
Campeonato Mundial de Fórmula Uno durante los próximos años y que con seguridad serán muchos, es la gran falla que jamás podíamos soñar los valencianos y de cuyo alcance, la ciudad entera, se va a beneficiar con unos resultados que recaerán sobre amplios sectores económicos, gracias a su especial tirón y proyección internacional que le acompaña. Fruto del que también disfrutaremos por la transformación de su zona más degradada en diseños de vanguardia, al igual que lo fueran en anteriores eventos otros barrios, a los que se consiguió dar el mejor lucimiento.

-¡Valencia cada vez está más bella!-, dicen quienes nos visitan de tiempo en tiempo, o disfruta al descubrirla quien llega por primera vez a nuestras calles.

Quizá, en la actualidad, el entrañable teniente dijera que tampoco entiende cómo se quema la gasolina tan cara como está, y que en lugar de tirarla por los tubos de escape, mejor sería que se utilizara su precio en cosas más aprovechables. Igual diría algo de eso.

Pero lo que sí es cierto, es que en nuestra ciudad aún existe gentes que, como el entrañable teniente, aún no entienden a nuestras fallas, y lo que es peor, que se resisten a entenderlas.

Aunque luego, claro está y sin duda alguna, que de una forma o de otra, y cuando les llega el momento de presumir de nuestra ciudad, glosarán con entusiasmo a nuestra fiesta internacional. Ahora, lo tendrán aún más fácil, pues gozarán del añadido de nuestros grandes eventos, cuya fijación e su interés universal es cada vez más patente.

06 julio 2008

TÉMPANOS DE HIELO


Las incesantes cuchilladas las debieron sentir en sus carnes con un agudo dolor, como el de una descarga eléctrica que corriera por todos sus cuerpos. Fueron la señal de que aquella tragedia había llegado a su final, iniciada momentos antes, en el tiempo transcurrido desde que percibieron el primer aguijón de la muerte.

Aunque es difícil de imaginar, puedo presumir la sensación del frio acero cuando entra en la carne humana por las películas de acción, al ver los rostros de sus protagonistas, encogidos o desencajados en sus lamentos, cuando ofrecen sus muecas de espanto en una brillante interpretación. Sin embargo, nunca he visto morir por causa semejante a un ser humano y mis únicas referencias, junto a la del cinematógrafo, se limitan a la lectura de novelas de piratas o de batallas navales, que, al abordaje, rubrican firmas de muertes; o las de espadachines, esas de uno para todos y todos para uno, donde el honor y la frivolidad andan parejos, esclavos siempre de un orgullo herido, a la búsqueda de un duelo que lo libere.

También puedo imaginar las cosas que pasaron por sus mentes, por sus recuerdos, o en sus adioses a los seres queridos, al mismo tiempo de las continuas cuchilladas que iban recibiendo, y que unas tras otras sentían en el interior de sus cuerpos. Y como el boxeador grogui, más bien despojo y fardo humano, todos sus cuerpos debían de ser un desgarro, como una diana, en la que cientos de púas punzaban sus mentes y las recibían estoicos con sus cuerpos helados inmersos en las aguas del océano.

Todas las fuerzas las centraban en sus dedos, que asidos a algo firme, cifraban en lo desconocido su única esperanza: la que por instantes fenecía sobre cualquier tabla de salvación. Debieron de perder la cuenta, y el número de cortes salvajes adormecían sus cuerpos, de los cuales quedaba un ligero aliento, que aunque cálido, se perdía por la gelidez de la noche.

Hablan de un bosque de gritos, de chillidos, que si vivos se habían apoderado de la noche, fueron menguando en sus lamentos hasta convertirse en un silencio sepulcral. Y fue cuando cesó el dolor expandido e imperó el silencio abandonando su eco. Y a partir de ese momento, cuales témpanos de hielo, navegaron por las sombras de la noche guiados por su destino.

Los que lograron salvar sus vidas contaron que la muerte por congelación anuncia de su presencia en la carne como cientos de cuchillos, pero ante la ausencia de sangre. Así ocurrió aquella noche, en la que trescientos seis cuerpos humanos fueron rescatados inertes flotando sus cuerpos en las frías aguas del océano una vez hundidos al chocar contra David, el que fuera un simple copo de nieve convertido en la enorme masa de un iceberg vencedor sobre Goliat: la fascinación del Titanic, cuyo espíritu sigue navegando no solo por las aguas del océano, sino también por nuestras mentes.

(“Témpanos de hielo” es un relato que ha participado en el 34º Proyecto Anthology. Tema: Frio)

04 julio 2008

MIGUEL SEBASTIAN, MINISTRO CON CARTERA PERO SIN CORBATA

Ignoro si la esquila es a la vaca lo que la corbata al hombre. Porque nunca se lo pregunté; a la vaca, por supuesto. Sin embargo, en su orgullo de caminar lento, majestuoso y solemne -por supuesto me refiero a la vaca- por senderos empinados, a veces dificultosos, luce su bronce añejo como el mejor distingo de su presencia. Y de seguro, ufana y contenta de ser el centro de las miradas de quienes pasan por su lado como también honrada a carta cabal, que como siempre, se ofrece con lo mejor de sí misma.

La corbata que no es más que un trapo, es como el obligado colgajo incrustado al toro en el corral en contra de su voluntad, que momentos antes de salir a la plaza se le clava en sus carnes, y es entonces cuando ya está listo para la lidia. Sin que esté obligado a lucirlo de fosforito, de colores vivos, ni de marca cara, ni a que su nudo sea ancho y grande, que más parece la soga en la que se anuda la ausencia de toda personalidad.

Finales los cincuenta del pasado siglo era el sombrero la prenda más importante del vestir diario, sustituido por la boina de visera chulapona y con pañuelo blanco al cuello, en aquellos, cuyo tramo profesional iba desde el aprendiz locuaz al auxiliar con ínsulas de oficial. Desparecido el sombrero de la multitud de las calles, la corbata se luce en nuestros días como prenda obligada tanto en los de abrigo del frio invierno, como en los del suave estío, aunque cuando llega el calor rancio y pegajoso, es cuando se afloja el lazo en torno al sufrido cuello o en acto de rebeldía se deshace el nudo y con la camisa abierta, se ofrece la garganta como señal de libertad.

Nuestro Ministro de Industria y desde el banco azul del Congreso, con cartera pero sin corbata, nos lanza el mensaje de que sin ella se está mejor, más a gusto, y hasta más dispuesto al trabajo liberado del calor que nos asfixia, aunque sea sólo en parte.

Ojalá sirviera la genial anécdota para darnos cuenta de la inutilidad de la corbata, y de lo que se esconde tras la embustera enseña que algunos muestran en lo que ya nada es circunstancial, sino medido en el tiempo y en busca de los mejores mejor frutos. Remedios elaborados dentro de las carteras ministeriales, las de piel cara y algunas de vaca.

Los trasvases ya no son trasvases, son otra cosa; la crisis ya no es la crisis, es otra cosa; los referéndum ya no son referéndum, son otra cosa; las regiones ya no son regiones, son otra cosa y la paga para todos los españoles de los 400 euros es una mentira más, mientras que los más necesitados se van a quedar esperando la ayuda prometida tan convencidos de ella cuando votaron.

Sea con la corbata del engaño en lo políticamente correcto, o con la esquila de la bondad fruto de la ignorancia.