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20 junio 2008

EPÍLOGO A UN VIAJE


La superficie de la mar, cuando recibe la caricia del viento próximo a Santorini, rompe sus crestas en suaves burbujas como el blanco del algodón. Presenta la textura de los grumos y su superficie parece densa, como el mercurio, brillante, metálica, amortiguándose en ella la luz.


Azul marino como de uva negra, morado de moras y con pinceladas blancas que forman caballitos de mar. El cielo, de tonos más suaves y con ligeras brumas, es el contrapunto en una línea que se pierde en el infinito y los separa en dos mitades: lo real de lo imaginario, hasta confundirlos. Cortinas de seda que ocultan las islas, cuando alejándose, se pierden en la inmensidad del Egeo; y quiero pensar, merced al suave impulso de los dioses, presentes en su morada de siempre, y que siglo tras siglo y hasta el fin de los siglos les mantendrán amos y vigilantes del mar en el que nacieron.


Un pequeño ferry rumbo a Ítaca pasa bajo el crucero, y le lanzo un saludo de amistad. Y tras él deja su rúbrica, que cortando el agua vuelve a unirse y responde a mi cumplido. Mientras, fijo mi mirada en la mar, que si azul por un instante, adquiere el negro color de su elegancia y se baña de plata por los reflejos del sol que atardece.

NUESTRO ÚLTIMO DIA

Día 16

Ya en el aeropuerto de Bari, la sorpresa de encontrarnos otra vez con el avión de la Federación Española de Futbol volvió a resultarnos agradable. Pensamos, que si la selección de España necesita del avión después del partido final de la Eurocopa, será muy buena señal.

De seguro, tendrá un hueco donde depositar la Copa para ofrecerla al aficionado hambriento de un título europeo, y si el único título logrado hasta ahora, lo fue gracias al gol de Marcelino, ahora lo será con una rabona de David Villa, el guaje valencianista.

Y con el vuelo Bari-Madrid, escala Barcelona, y Madrid-Valencia, dimos por finalizado un viaje de casi 4.000 kms por el Mar Mediterráneo, adentrándonos en sus hijos del Egeo, del Jónico y del Adriático, pisando las tierras firmes de Grecia, de Croacia y de Italia.

VENECIA


Día 15 Venecia

La tarde anterior andábamos preocupados, pues todas las informaciones meteorológicas anunciaban una lluvia intensa en la ciudad de Venecia. Pero el día amaneció limpio y cuando llegábamos a la ciudad lacustre, todo hacía presagiar que tendríamos un día soleado y del que íbamos a gozar por tantas cosas.

La panorámica que ofrece Venecia desde lo alto del MSC Música resulta una experiencia inolvidable, grata y de gran relajo, pero como había que estar preparado para el desembarco, imaginé que ya por la tarde, cuando abandonáramos la ciudad, sería el momento ideal de atender a tan bello escenario, una vez ya conocido y con más datos a nuestro alcance. En un cómodo vaporeto llegamos al embarcadero situado justo enfrente al Puente de los Suspiros, donde nos recibió la guía veneciana ante la estatua ecuestre de Víctor Manuel de Saboya el primer rey de Italia en su unificación de 1861.

Cuando la caída del Imperio Romano en siglo V, huyendo de los barbaros, los mercaderes venecianos más pudientes se refugiaron en esa zona de islas y estableciéndose en ellas, fueron habilitándolas para hacerlas más seguras y extensas, adquiriendo un gran poder económico, hasta independizarse de los bizantinos en el siglo IX e instaurando la República de Venecia gobernada por tribunos y recayendo el poder en el dux o dogo, cuyo lugar de residencia era el Palacio Ducal situado junto a la Catedral, formando un friso arquitectónico frontal a la Plaza San Marcos, patrón de la ciudad. Con el nuevo gobierno y su poder económico, se iniciaron la construcción de palacios gracias al tesón de las ricas familias no aristocráticas que crearon una nueva nobleza: los patricios del dinero. De Marco Polo, el famoso aventurero y mercader, se conserva su casa situada en el Gran Canal, al que convergen los demás esparcidos por toda la ciudad.

El Palacio Ducal sobre un largo soportal de columnas dóricas con sus capiteles diferentes, estaba formado por tres cuerpos diferentes que luego se unificaron, y era la residencia de los 120 duques a lo largo de su historia. Ciudad que nunca fue invadida hasta que con la llegada de Napoleón se dio por terminado el poder ducal.

Venecia está formada por 120 islas y más de 140 canales con una población cercana a los 300.000 habitantes, de los que 70.000 viven en la isla principal a pesar de la insalubridad existente y con la única protección de tener desocupadas las primeras plantas recayentes a los canales.

La actividad comercial gira en torno a la Plaza de San Marcos, patrón de la ciudad, construida entres los años 1582 y 1640. En ella destaca la Catedral, en cuyas puertas unos frescos muestran la retirada de las reliquias de San Marcos de Alejandría gracias a unos mercaderes venecianos, donde fue martirizado, y su llegada a Venecia, donde fueron respetuosamente recibidas. En su honor, construyeron la iglesia donde reposan sus restos, convertida en Catedral y adoptándolo como patrón de la ciudad en sustitución de San Teodoro, cuya imagen se puede observar sobre una elevada columna a la entrada de la Plaza, junto a otra gemela en la que se realza el león alado asociado a San Marcos.

Venecia está sustentada en su fondo por un gran bosque de troncos de roble que iban fijando sobre el suelo marino. Con el tiempo, momificados como piedras, son el más firme puntal de toda la superficie que en forma de S invertida dan consistencia a la multitud de templos, palacios y torres, algunas de ellas inclinadas, cuando por su peso, los troncos sumergidos cedieron a su fuerza. Fijamos la atención en la Catedral, en el Campanario, en la Torre que domina la plaza y nos adentramos por una calle de tiendas buscando el Puente de Rialto, el que domina el Gran Canal.
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Después de un recorrido en góndola y un ligero descanso sentados en la Plaza San Marcos tomando un café, dedicamos un tiempo a las compras hasta la hora fijada del regreso al crucero MSC Música.

Después de una pequeña siesta y cargado con la digital y los primaticos subí a la parte alta del crucero para gozar de la despedida de Venecia. En un largo recorrido despidiendo a la ciudad, desde tan alta atalaya, la panorámica que se observa resulta espléndida. A navegación lenta y situados sobre la ciudad de Venecia, ir abandonándola observando cada una de sus casas, su puentes, sus canales, sus torres, la Plaza de San Marcos tan alta y tan cercana al mismo tiempo, es uno de los recuerdos almacenados tanto en mi memoria como en la maquina digital que por ser ésta más duradera, resultará también más eficaz.

En la última noche en el barco, la cena con los amigos resultó muy entrañable, y tanto Idoia, como Prado, como David, como Rogelio el amigo culipardo, y con el recuerdo permanente de Mireia y Eloy, los deseos de un próximo encuentro quedaron patentes en la mesa. Al levantarnos de ella, decidimos tomar una copa juntos en el Tucano Music Hall, donde pasamos la última velada a bordo del crucero.

Ya sólo quedaba hacer las maletas, dormir la última noche y emprender el regreso de cada uno a su lugar de origen, eso sí, a parejitas.

DUBROVNIK


Día 14 Dubrovnik

La llegada a la ciudad de Dubrovnik estaba anunciada para las ocho de la mañana, pero seguramente ausentes los vientos en contra, una hora antes, el crucero ya estaba amarrado al puerto.

Sin embargo, el cielo nublado lloriqueaba suave y la amenaza de lluvia preocupaba nuestra visita a la histórica ciudad croata. Al bajar del barco una ligera llovizna nos hizo retroceder a la boca abierta en su casco –una de tantas- solicitando unos ponchos de plástico que allí tenían dispuestos para quienes los necesitasen. La lluvia se mantenía insignificante y con un autobús nos trasladaron a la entrada de la ciudad amurallada. En la puerta de Pile, una de las tres existentes en todo su perímetro y antes de pasar por un puente elevadizo que franquea la entrada, bajo unos plátanos frondosos, la guía croata nos situó en la ciudad, tanto en su historia como en los lugares que íbamos a visitar. Existen otras dos puertas, la Buza y la de Ploce.

La ciudad de Dubrovnik, en la que predomina el estilo gótico renacentista, pertenece a la región de Dalmacia y es considerada como la “perla del Adriático”, por lo que su gran atractivo turístico está sobradamente justificado. Su historia hay que conocerla desde su pasado más reciente, cuando la desintegración de Yugoslavia abrió la espita de confrontaciones ajenas al pueblo, pero incentivadas por los iluminados que para desgracia del mundo siguen existiendo por doquier. La declaración de guerra de los serbios y montenegrinos contra los croatas en 1991 supuso el bombardeo de la ciudad, en una guerra que duró cuatro años. Dubrovnik, fue destrozada en un 70%, dejando a su habitantes sin techo e inmersos en su pobreza. Un plano en la Puerta de Pile, marca todos los puntos donde cayeron las bombas, indica sus casa destrozadas y los lugares donde incendios voraces se apoderaron de sus construcciones. Ciudad protegida por la UNESCO, ha sido totalmente rehabilitada y muestra la mejor de sus caras para solaz y disfrute de quienes la visitan.

Croacia, nación que perdió su independencia en 1945 por la fuerza invasora de Tito, quiso recuperarla en 1991, cuando los croatas votaron por su República. En la actualidad, el olvidar la guerra es un deseo inquebrantable de los croatas, como lo es también su entrada en la Unión Europea actualmente en proceso negociador. Croacia tiene cuatro millones de habitantes y la ciudad objeto de nuestra visita 50.000 personas, las que viven ilusionadas hacia un mundo mejor en el que el turismo ejerce un dinamismo inapreciable. Profesan la religión católica el 90% de la población, entre la que se encuentran sefarditas originarios de España y Portugal. San Blas es el patrón de la ciudad y la mayoría de sus habitantes utilizan los nombres de Blas, Ana y María, conformes con la religión que profesan, huyendo de complejos con rancio sabor modernista.

La guía, profesora de español y enamorada de su ciudad, es una bella mujer de ojos azules y raza eslava, orgullosa de sus hijos de quienes nos habló unos instantes para que conociéramos algo del aspecto mocetón de sus gentes, pues alcanzar la altura de los dos metros es lo más característico en la zona. El nombre de la ciudad significa bosque de robles, pues es el árbol que rodeaba a la ciudad, de cuya robustez nada tiene que ver con la de sus habitantes, lo que tendría un especial encanto.

Pasamos el puente elevadizo, y justo en la entrada, como la mejor de las recepciones, se encuentra la Plaza Luza, donde se encuentra la Torre del Reloj, la de los dos hombres verdes de Dubrovnik que marcan las horas; la fuente de Onofrio del siglo XV, la que suministra agua potable a la ciudad y el Monasterio Franciscano de estilo gótico-románico con su claustro considerado como una obra maestra de la arquitectura de Dubrovnik. En su interior, museo farmacéutico, sigue abierta al público una de las tres farmacias más antiguas de Europa, fundada en 1317.

Visitamos la iglesia de San Blas, patrono de la ciudad; el Palacio de los Rectores, quienes gobernaron la ciudad hasta que Napoleón se apoderó de la región sin llegaran a reponer su autoridad y que en su primer piso, sobre un dintel, reza el latinajo de “Obliti privatorv pvblicacvrate” “Deja lo privado oblígate a lo público” consejo que la clase política olvida con frecuencia. Y la Catedral barroca de San Blas del inicio del siglo XVIII, con una esplendida colección de relicarios de plata y oro de influencia bizantina de los siglos XII al XV.

Visitados los puntos más importantes, aprovechamos el tiempo libre para perdernos por sus calles, pese a la lluvia suave que de vez en cuando hacía acto de presencia. Mas de repente, un gran chaparrón desprendió sus aguas que cayendo a chorros, limpiaban aún más el suelo enlosado de la calle principal. Nos refugiamos en una cafetería para tomar un café hasta que menguara la lluvia. Las callejuelas de la ciudad son estrechas y llanas en la zona de tiendas orientadas hacia el mar, pero las que suben hasta las murallas, son auténticos callejones de menos de dos metros, escalonados y cubiertos de plantas que los hacen aún más angostos, donde la vegetación se apodera de la calle ocultando los zaguanes. En estas calles tuvieron su asentamiento los sefarditas, hoy esparcidos por cualquier punto de la ciudad. Llegado a lo alto, recorrí parte de la muralla haciendo fotos de los tejados, torres y murallas de Dubrovnik, encontrando una fuente a pie de una estrecha calle que me llamó la atención, pues siempre que había visto una fuente con un chorrito de agua nacido del sexo de un cuerpo desnudo, nunca había visto el de una mujer: hasta ese momento.

CORFÚ


Día 13 Corfú

El día amaneció algo nublado y al haber atrasado indebidamente el reloj, porque cuando correspondía era al amanecer del día siguiente, perdimos el desayuno al encontrarnos con las puertas cerradas, por lo que subimos a la zona de piscinas donde tomamos un café. La llegada a Corfú, Kerkira para los griegos, estaba anunciada para las doce y el inicio de la excursión contratada para las 13 horas, por lo que era cuestión de esperar un poco gozando de la navegación y de la brisa, cómodamente sentados, y en agradable conversación con Idoia y David, otra de las parejas con la que compartíamos no sólo la cena, sino cuando coincidíamos en las visitas a las diversas excursiones que diariamente nos ofrecían. Adelantamos pues la hora de la comida mientras ponía el reloj en su hora, y ya preparados, iniciamos la excursión elegida con visita al Palacio de Achilleion y al centro histórico de Corfú, con visita a una de sus playas más próxima.

Corfú, isla situada en el mar Jónico, es la segunda más poblada de Grecia, con su patrón San Espiridón y la famosa torre que lleva su nombre. Destaca en toda la isla su vegetación exuberante de la época veneciana, en la que abundan los cipreses y los olivos, con alturas estos últimos de doce metros. La madera del ciprés es utilizada para la construcción de iconos y la del olivo para utensilios domésticos. Los ingleses, los últimos dominadores de la isla, plantaron eucaliptus, y que junto a los almendros y buganvillas convierten a la isla de 120 pueblos y 140.000 habitantes en un auténtico vergel. Dos de sus pueblos se denominan Castellani en recuerdo a la Castilla española. En Corfú el 97 % de sus habitantes profesan la religión cristiana ortodoxa y el 3% la católica, mientras que para su culto existen más de 800 iglesias en toda la isla.

El punto más alto es el monte Pantocrátor: el todo poderoso, cuyo nombre se aplica al Dios Zeus. Su clima muy lluvioso durante el invierno, cambia después de la pascua ortodoxa –un mes después de la cristiana- hasta el mes de octubre, cuando vuelve la temporada de las lluvias que mantienen el verdor en toda la isla.

Actualmente, el turismo, cautivado por sus playas de aguas esmeraldas y cristalinas, representa uno de los mayores atractivos de la Isla, en la que Ulises, el rey más inteligente de Grecia, en su regreso a Ítaca, fue el primero de sus turistas cuyo nombre se conoce. Y en su recuerdo, entre otros muchos, según la mitología griega, destaca su barco petrificado en un pequeño islote que se forma en la roca. Hasta el siglo XIX vivió en Corfú la intelectualidad griega, enamorados de la isla y refugiados de la amenaza turca de la que eran perseguidos. En sus horas de tertulia tomaban con seguridad el exquisito licor de Kumquat, hecho de mandarinas y de un fruto ácido con semejanza al de un grano de uva grande, y del que me hice con una botella, que mientras me dure, mantendrá más cerca de mi memoria el recuerdo de su calles pequeñas y comerciales, de su amplia alameda paralela a los soportales, en los que las cafeterías y sus cómodos butacones invitan al descanso contemplando un centro histórico protegido, frente a una de sus fortalezas en la costa.

Los primeros pobladores de la Isla fueron los cristianos, los que llegaron junto a San Pablo en el inicio de sus predicaciones por toda Grecia.

Los turcos intentaron sin éxito apoderarse de la isla, lo que impidieron primero los almogávares, las tropas de la Corona de Aragón: las que durante ochenta años del siglo XIII gobernaron la isla, y más tarde lo hicieron los venecianos, evitando el asedio otomano y dueños absolutos de sus puertos, desde los que se suministraban el aceite deseado rumbo a la república veneciana. En su arquitectura destaca la influencia veneciana, como señal de su presencia, especialmente en la semejanza con las zonas portuarias italianas. Y fueron ellos los que construyeron las enormes fortalezas a partir del siglo XV, contra la amenaza turca.

Quien sí consiguió invadir Corfú fue Napoleón, en el siglo XVIII, hasta su expulsión por los ingleses cuando las Islas Jónicas pasaron a ser colonias británicas, dominio que finalizó con la reunificación de Grecia el 11-5-1864, según consta en un sencillo monumento de la amplia alameda junto a un bello kiosco musical.

Sissi, la emperatriz austriaca, mujer de vida triste y desgraciada casada con su primo de quien huía, encontraba su mayor fortaleza en sus constantes viajes. Cuando llegó a Corfú y contempló su belleza, semejante al mejor de los jardines de su tierra, mandó construir un palacio donde, entre viaje y viaje, pasaba largas temporadas. Visitamos su palacio de Achilleion, en el que permanecen algunos de sus efectos personales, su dormitorio, su despacho, sus retratos y una escultura que da fe de su alta y estilizada figura, de su porte real. Presa de problemas mentales y familiares murió asesinada en Ginebra, en uno de sus viajes, a la edad de 61 años víctima de un anarquista italiano.

En los jardines del Palacio neoclásico destacan dos estatuas de Aquiles, una de ellas mostrando toda su fortaleza, y la otra, el Aquiles moribundo, mirando al cielo y buscando la ayuda de los dioses, mientras intentaba quitarse la flecha de su talón herido de muerte: su único punto vulnerable al no ser bañado por las aguas sagradas en el instante en que su madre le sumergía sujetado por el talón derecho; estatua cincelada con mármol de carrara.

Recorrimos el jardín de las nueve musas, las que inspiraron a la cultura griega, rodeado de vegetación en la que destaca la estatua sedente de Lord Byron, el romántico enamorado de Grecia donde murió, en contrapunto con el embajador Lord Elgin, el gran depredador de Grecia y que en su beneficio hurtó todo cuanto pudo. Los dos eran Lord, pero sus sentimientos eran opuestos.

ATENAS


Día 12 Atenas

Era el día dedicado a la capital griega y nos recibió caluroso, pero con una suave brisa y bajo un cielo muy limpio. Desde nuestro balcón presenciamos la entrada al puerto del Pireo, el tercero más importante del Mediterráneo, situado a 10 kms de Atenas, ciudades que por su crecimiento están físicamente unidas. Lugar de residencia de más de cuatro millones de habitantes de los once que viven en toda Grecia. En la grandiosidad de su puerto, destaca la sencillez de la Iglesia de San Nicolás, de religión ortodoxa y patrón de los marineros.

Grecia que tuvo su Siglo de Oro en el V a.C. en el que alcanzó su gran esplendor, está situada entre los mares Jónico y Egeo. Hasta el siglo XI la Iglesia de Grecia estuvo unida a la Iglesia Católica, pero fue a partir de este siglo cuando por ansias de poder se separaron, practicando los griegos la religión cristiana ortodoxa. De ella participan el 95 % de la población, cuyo Patriarca no tiene la consideración de infalible, a diferencia del Papa de Roma, mientras lo que les une es su amor en Cristo, por lo que es lógico que se volviera a una unidad perdida.

Desde el siglo II hasta el IV, Roma gobernó Grecia, pero fue el espíritu griego el que conquistó a Roma. Constantino impuso el cristianismo, continuando después el imperio bizantino hasta su caída por los turcos en los inicios de la Edad Moderna, con la toma de Constantinopla por el poder otomano.

Los turcos invadieron Grecia en el siglo XV y durante 400 años sometieron a los griegos a la esclavitud, obligándoles al pago de tributos, lo que significó un largo periodo decadente y sin ningún tipo de progreso, reinando la miseria en sus pocos 100.000 habitantes. Tras su independencia conseguida en 1830 y con no pocas dificultades ha ido recuperando su prestigio, sin conseguir alcanzar el esplendor logrado en la antigüedad.

En Grecia existen 476 islas, de las que sólo 140 están habitadas, siendo la de Creta la de mayor extensión. La base de su agricultura está en el olivo, la vid y el trigo, las tres riquezas por excelencia mediterráneas.

Forman parte de la vida ateniense los Juegos Olímpicos, los que se reanudaron en la ciudad de Atenas en 1896 y que se han ido repitiendo cada cuatro años con la única excepción de las dos guerras mundiales, las que cercenaron su celebración en tres ediciones cuando su único mensaje es el de la Paz simbolizado en una sencilla rama de olivo: al que por lo visto en tres ocasiones las potencias mundiales hicieron su vista ciega.

Cuando le dije a mi esposa que no había escaleras mecánicas para subir a la Acrópolis ateniense, entendió la broma, aunque ya tenía decidido renunciar desde un principio a la antigua ciudad de Atenas.

Recorriendo la ciudad ateniense en el autobús que nos llevó por sus calles más importantes, tuvimos ocasión de presenciar los edificios institucionales más importantes, de estilo neoclásico, captando la impronta de que la ciudad gira en torno a la Acrópolis, y la inexistencia de edificios altos que pudieran impedir su visión desde cualquier punto de la ciudad, llamándonos la atención una iglesia anglicana de estilo gótico poco común en Grecia; así como la existencia de una amplia y larga avenida en recuerdo del rey de Grecia Constantino. También Sofía, la reina de España, tiene dedicada otra calle con su nombre en una zona céntrica de Atenas, y cuando visita Grecia es recibida con grandes muestras de agrado.
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Paramos ante el Estadio Panathinion, construido en 1895 gracias a la generosidad de un acaudalado comerciante griego llamado George Averof –con una magnífica estatua de mármol junto a un lateral del estadio- residente en Alejandría, y sin cuya contribución hubiese sido imposible su construcción, toda de mármol y único en el mundo, capaz de albergar 70000 espectadores.

La ascensión a la Acrópolis es a través de un camino zigzagueante, enlosado de piedras sueltas de mármol que han ido haciendo callo sobre la tierra. Protegido del sol por una arboleda de olivos, principalmente, conduce a la puerta de entrada al recinto, en cuyo interior la imaginación de la Grecia pagana de Homero vuela sobre sus piedras esparcidas por la explanada. En proceso de restauración constante, su lentitud se debe a la falta de medios económicos, y de las ayudas de quienes fueron los causantes de su expolio, cuyo único interés fue el de apropiarse de todo cuanto pudieron.

Los restos del Partenón corresponden a sus ocho columnas frontales y dieciséis laterales, todas ellas dóricas -sin basa y sencillo capitel- y con una suave inclinación hacia el interior. Sus creadores la imaginaron como una pirámide, cuya prolongación aproximándose al cielo las unirían a dos mil metros, simbolizando la sabiduría.

Junto a él se encuentra el templo de Erecteion, de columnas jónicas –con basa y capitel con volutas-, y sus seis famosas columnas cariátides con forma de cuerpo de mujer en uno de sus lados. En él se introdujo el culto a Atenea, quien plantó un olivo a su entrada y que tras el paso de los siglos y en su recuerdo, su presencia es permanente.

Observando una hermosa panorámica de toda la ciudad, vimos la enorme roca de San Pablo, algo lejana, desde la que hiciera sus predicaciones el santo; el lugar público del ágora; y más cerca y pegados al Acrópolis en su ladera, el Teatro Griego del quedan los suficientes restos para su observación. Y el Teatro Romano, certeramente reformado y lugar de diversas actuaciones.

Bajo el dominio turco la Acrópolis fue profanada y el Partenón lo convirtieron primero en mezquita, con la instalación añadida de un minarete, y más tarde, ante las amenazas venecianas, los turcos lo convirtieron en un polvorín. Debido a una explosión producida por una de las bombas, voló por los aires quedando totalmente destruido.
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Particularmente quedé encantando de la visita a Atenas, en la que se representaba el origen de una civilización occidental a la que tanto debemos, y en la que la existencia de un algo que no se ve desde la Acrópolis rezuma en todo el ambiente: el orgullo griego.

SANTORINI Y MICONOS













Día 11 Santorini

Amanecimos frente a la isla de Santorini, con su capital Fira y la localidad de Oia, visitas obligadas en la isla y que más tarde conoceríamos. La mañana presentaba su aspecto más limpio y la luz resplandecía sobre la isla donde el mar y cielo se unían en una línea tan infinita como difuminada. Llegamos hasta Oia en autobús, localidad situada en un extremo escarpado de la isla, con bajada en teleférico hasta el mismo puerto, junto al embarcadero.

De la isla de Santorini, producto de una explosión volcánica, se desgajó Creta desplazándose ésta hacia el sur del Mediterráneo. Santorini, cuyo nombre lo recibe de Santa Irene de su época bizantina, forma parte de la boca de un volcán cuyo perímetro de 32 millas se observa desde lo alto de Oia. Su profundidad, mayor de 300 metros, queda oculta por la superficie del mar y pequeñas islas forman el círculo del cráter en una zona conocida como “caldera”. En una de ellas, aún caliente por las emanaciones que recibe de las entrañas de la tierra, existe una zona de aguas sulfurosas que son utilizadas para baños beneficiosos para la salud.

En Santorini, que forma parte del archipiélago de las Cícladas en el mar Egeo, existen unas 300 pequeñas iglesias privadas y sus casas de formación rectangular se rematan con techos curvos, encaladas en tonos blancos y azules en recuerdo de la bandera griega. Pese a sus intentos, los turcos no consiguieron dominarla, quedando a salvo los isleños de su huella destructora. La isla, de 69 km de costa, sufrió el último terremoto en 1955 y el nombre de su capital Fira es en homenaje a un espartano benefactor de la isla.

Visitamos el pueblo de Oia, situado en lo alto de un acantilado que nace desde una ladera que más parece una alfombra de tonos verdes y cobrizos, repleta de chumberas que asciende formando cortes de tierras rojas y negras que contrastan con el encalado de sus casas situadas en lo alto. En su corte escarpado, sus callejuelas estrechas repletas de tiendas ofrecen al visitante el amplio muestrario de iconos, guiñoles, marinas, bisutería, plata y oro incrustado sobre sus blancas paredes, las que pincelan bellos rincones e invitan al clic constante de la máquina digital. Al final del acantilado, las casas escalonadas descienden hasta el mar, recreando uno de los más bellos parajes griegos desde el que se observan las más bellas puestas del sol.

Fuimos invitados a una degustación de vino, producto de sus viñedos, sobre una amplia atalaya donde imaginar el amplio cráter hundido en el mar era más perceptible, así como conseguir la mejor foto. Y tras recorrer las calles de Fira, la capital, visitar la catedral ortodoxa y tomar una cerveza en un mirador sobre el mar, nos dirigimos hacia el teleférico, que en rápida bajada nos situó en el lugar de embarque que en rápidas lanchas nos llevaron a nuestro crucero.

En Santorini, sus viñedos, la recolección de esponjas de mar y piedra pómez junto al turismo son las bases en las que gira la económica de la isla, así como las plantaciones de sus famosos pistachos en árboles de más de dos metros de alzada.
Santorini, donde sus puestas de sol, mundialmente famosas, son reconocidas como las más bellas. Y fue una pena no contemplarlas, porque MCS Música se pasa todas las noches viajando bajo las estrellas, tragando una milla tras otra en busca de un nuevo destino.

Descansado en el balcón de nuestro camarote, el mar de plata de las seis de la tarde ofrecía su calma reparadora. Las aguas del Egeo ofrecían el aspecto de una alfombra de plomo con baños de plata, merced a los reflejos incrustados en su tenue oleaje de suaves caricias que más aparentaban la textura de la lana, tan agradable al tacto siempre.


Miconos

Llegamos a Miconos para recorrer sus calles limpias, la pequeña isla del lujo y del glamur repleta de tiendas caras en las que el buen gusto y el mejor cuidado eran su mejor credencial. Pasear por sus callejuelas es un placer inolvidable mientras anochecía; y su media luna, generosa, desprendía su estela sobre las aguas de sombras negras, espiadas por pequeñas embarcaciones que ofrecían sus servicios al trasiego de gentes desde las orillas de Miconos a los cruceros anclados sobre las aguas. De ellos destacaba el gigante MCS Música, cual dios pagano que domina la pequeña y bella isla de las Cicladas.

Cenamos en un lugar de ensueño, eficazmente elegido por Mireia al que tanto Eloy, su esposo, como nosotros, dimos rápido el visto bueno, convencidos que la elección era de las mejores. Salvadas las dificultades idiomáticas gracias al inglés de los recién casados, todo salió perfecto, en una corta pero eficaz visita a la idílica isla de Miconos.

LA CIUDAD DE OLIMPIA


Día 10 Katakolon y Olimpia

Amanecer en alta mar por primera vez en nuestras vidas y bañar nuestro rostro con una brisa suave y al mismo tiempo contemplar el suave movimiento de las aguas, es la mejor puesta a punto para iniciar un día en el que la llegada a la pequeña ciudad de Katakolon estaba prevista para el mediodía.

Visitamos las ruinas de la ciudad de Olimpia, santuario en honor de Zeus, el padre de todos los dioses, antigua ciudad donde se celebraban los Juegos Griegos desde el año 776 a.C. hasta el 339 d.C, y que pasaron a denominarse Olímpicos en recuerdo de la ciudad, siglos más tarde, cuando se reanudaron en la ciudad de Atenas a finales del siglo XIX, gracias el interés mostrado por el Barón de Coubertín.

La ciudad fue descubierta gracias a las excavaciones iniciadas en el siglo XIX y llevadas a cabo hasta mediados del XX, en las que se hallaron los restos de templos y lugares de culto, destacando entre todos el Templo de Zeus, cuya colosal efigie de marfil y oro fue considerada como una de las siete maravillas del mundo antiguo, y que transportada a Atenas, desapareció ignorándose el motivo.

Sobre los laterales del Templo de Zeus permanecen las columnas tronchadas y amontonadas a la espera de una posible restauración del templo, cuya única dificultad estriba en el aspecto económico. Los restos arqueológicos más importantes allí hallados, fueron saqueados por los ingleses, franceses, alemanes y rusos, y aunque reclamadas sus compensaciones económicas que pudieran facilitar su restauración, la única respuesta ha sido la del silencio.

En su zona sagrada y en recuerdo de la diosa Hera, esposa de Zeus, cada cuatro años en ocasión de los Juegos Olímpicos se prende fuego a la antorcha como señal de paz y que se ofrece a todos los lugares del mundo.

En la entrada al estadio permanecen los restos donde se ubicaban las columnas de los tramposos: los que habían recurrido a algún tipo de ventaja para ganar los juegos, y que para su agravio dejaban grabado sobre la piedra tanto el nombre del atleta como el de su localidad, lo que suponía una gran vergüenza para sus vecinos.

Kalipatara fue la única mujer que consiguió entrar al estadio de 40.000 espectadores, deseosa de ver participar a sus dos hijos; nunca mujer alguna lo había conseguido hasta entonces. Para lograrlo tuvo que recurrir a un disfraz de hombre y al ser descubierta, en lugar de ser sometida a castigo, fue liberada gracias a la victoria que habían conseguido sus vástagos, lo que les investía de gran autoridad.

La visita en Katakolon terminó con la degustación de sus platos típicos junto al mar, amenizada por bailes donde el recuerdo de Antony Quin bailando el Sirtaki resultó inevitable. El sirtaki es una danza creada en ocasión de la famosa película Zorba (nombre con el que también es conocida la danza) y es una mezcla de todo el folklore griego, recreado en sus ritmos por momentos lentos, y en otros más rápidos.

De regreso al barco, nos llamó la atención junto a los bordes de la carretera la existencia continuada de unas pequeñas capillitas de hierro y madera como recuerdo de las víctimas de accidentes de tráfico, costumbre muy arraigada por la zona.

La tarde, como todas, servía para seguir descubriendo el barco hasta la llegada de la hora de la cena, donde en mesa reservada comentábamos el anecdotario diario junto a tres entrañables parejitas de recién casados, con las que iniciamos una entrañable amistad que poco a poco fue in crescendo en otra más de las gratas sorpresas, y también anuncio del mejor de los frutos de nuestro viaje.

NAVEGANDO POR GRECIA, CROACIA E ÍTALIA


Nuestro viaje del 9 al 16 de Junio

No entraba en nuestros planes viajar hacía la ciudad tirolesa donde la selección española de futbol iba a iniciar su andadura dentro de la máxima competición futbolística europea, pero al llevarnos la sorpresa de encontrarnos ante el mismo avión utilizado por Luis y sus muchachos unos días antes, al descubrirlo nada más bajar del autobús en las pistas del aeropuerto de Barcelona, el mismo que nos iba a trasportar a Bari para embarcarnos en un crucero rumbo a las islas griega, las muestras de asombro y júbilo corrieron como la pólvora presumiendo en la anécdota la señal del mejor augurio. Fue la primera sorpresa a la que seguirían otras muchas.

Bari nos recibió con un día algo nublado, aunque el azul se dibujaba en su mayor parte, y ya de tránsito hacía la zona portuaria fue tiempo suficiente para contemplar sus campos vestidos de adelfas, de olivos, de higueras, de almendros, de pinos y de palmeras, adornos puros mediterráneos como cualquier punto de la costa española, aunque con los carburantes más caros, según anunciaban los altos cartelones de sus gasolineras que, de aspecto destartalado, como las edificaciones que presenciábamos mientras nos aproximaban a la ciudad, nos intuían de una economía más débil que la nuestra, pese a ser Bari un ciudad próspera y de gran actividad portuaria.

Embarcamos en el crucero Música de MSC Cruceros y el capitán dio la orden de salida hacía el Peloponeso. En la primera tarde de nuestro viaje, como no podía ser de otra manera, intentamos conocer las instalaciones del barco Música a través de sus muchos puentes lujosamente vestidos y comunicados por varias redes a lo largo de su eslora de 293 metros, habilitada de rápidos ascensores y lujosas escaleras, siempre vestidos de mármol, de dorados, de espejos y de elegantes cortinajes, en donde desde los pasamanos hasta en su último rincón imperaban el brillo y la limpieza gracias a la constante dedicación que, paño en mano, procuraba el personal de a bordo en un constante caminar por los pequeños pubs, las grandes cafeterías, su teatro, sus diversas tiendas y amplias cubiertas, repletas de instalaciones deportivas y de recreo, así como de sucesivos solárium. El buen gusto del art déco y un esmerado servicio conformaba lo mejor de sus restaurantes en una cocina puramente mediterránea. El conjunto representaba un cúmulo de continuas sorpresas que, poco a poco, iríamos conociendo sin prisas, gracias a la tranquilidad y apacible estancia que aventurábamos para los próximos días.
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Todo pues invitaba a la tranquilidad y al sosiego. Para las prisas, su mejor camino era el de la borda, para dejarla caer al fondo del mar, al menos durante nuestra estancia en un barco capaz de albergar más de cuatro mil personas, de las que un millar, servicial y dócil, componían una tripulación cuyo único problema para nosotros venía dado por el número insignificante de quienes dominaban el castellano, lo que ocasionaba algún que otro problema para nuestra comunicación.

Así pues, todo invitaba a la calma, uno de los motivos del viaje, en la espera de conocer los lugares seleccionados que una vez conocidos nos han dejado la grata sensación de una elección en la que la diversidad y belleza de todos los destinos han sido fruto del mejor tacto. Desde lo paisajístico a lo histórico, desde la modernidad a las raíces de nuestra civilización occidental, cuyo único testimonio son las piedras que aún perduran junto a sus historias, que aunque algunas de ellas son leyendas mitológicas nacidas de la imaginación, otras, repletas de hazañas épicas se amalgaman como una piña en su mejor contribución a la cultura occidental, tan valiosa como decisiva, y de cuyos mejores logros disfrutamos en la actualidad.

Viajar sin aprietos y confraternizando con nuevos amigos a lo largo de 4.000 kms y sin ningún atisbo de agotamiento tiene su especial encanto, con el añadido de un confortable camarote cuya amplitud nos sorprendió. Lo esperábamos más pequeño, pero aún le daba mayor encanto su balcón, auténtico palco ante el proscenio de un mar inacabable, en el que su suelo de plomo barnizado por un baño de plata se perdía por la intensidad del piélago.

18 junio 2008

EL DÍA DE LA VISPERA


Tener al día la información del patrimonio vecinal era el deseo del alcalde y con la instalación de una eficaz computadora que recogiera en su memoria los bienes propensos a una mejor recaudación, se vería orgullosamente complacido. Por tal razón, pidió al pleno municipal, junto a la aprobación de su proyecto, la contratación de un informático que se encargara de todo lo necesario para poner en marcha la máquina recaudadora del municipio.

La moción fue aprobada por el pleno en sesión extraordinaria, pues en las cuestiones recaudatorias y sobre todo en las de fondo, es decir, en sus esencias, la unanimidad era absoluta en el momento propicio. Otra cosa eran los asuntos del día a día, que como las sabanas colgadas al viento que a la vista de todos muestran su blancura de armiño, cuando sucias, se esconden a los ojos para limpiarlas y ofrecerlas lúcidas y perfumadas en las horas que convenga de la forma más pulcra y convencional.

Y allí estaba el alcalde, sentado tomando el sol, mientras un vaso de vino calmaba su sed, al sabor de unas aceitunas de aliño que amargaban su boca, mientras la música de un organillo dejaba en el aire el suave martilleo de “si Adelita se fuera con otra” o un bolero de Machín, al tiempo que un perro corría tras un madero buscando el premio de un trozo de queso que luego le ofrecía su amo.

-¡Siempre con prisas señor cura!- le llamó a su atención el alcalde, cuando camino de la iglesia iba ligero Don Hilario portando bajo el brazo varios tubos de cartón en los que protegía, según su costumbre, unas láminas de vírgenes y de santos de rancio sabor tridentino.

-¡Venga!, y siéntese a mi lado, que aunque su presencia no me sea grata, como Vd. muy bien sabe, comparta al menos este vaso de vino. Pero… sin convertirlo en sangre de Cristo, eh. ¡Conmigo, ni lo intente!

-¡Si al menos sirviera para limpiarle la boca!- contestó el cura, obligado como estaba a buscar la oveja descarriada para acercarla al buen redil, aceptando la invitación.

-Sepa Vd. que en el plazo de una semana tiene que dar cuenta de sus pertenencias dejadas por el ayuntamiento para su inventario, según se le ha comunicado en notificación reciente. El ayuntamiento ya está informatizado, y todo lo que es del municipio debe de estar dentro del ordenador. Así que, ¡no se haga Vd. el remolón!, pues… ¡al Cesar lo que es del…!

-Ni lo piense, alcalde –le cortó al quite el cura- que lo que está en la casa de Dios sólo Él es su dueño; y si algo está en el templo es porque lo recibió en agradecimiento a lo mucho que ha hecho, ayudando a quienes a Él han acudido. ¡Pregunte por las calles del pueblo!- Y tras un segundo vaso de vino y de sacudir al aire los cristalitos de unas papas fritas imantados a su sotana preconciliar, el cura abandonó al alcalde con paso y gestos firmes, ufano de su decisión y convencido de una mayor jerarquía.

Pasaron los siete días, y un sábado, el alcalde en persona, acudió al templo investido de su autoridad, y ante el altar mayor discutieron acaloradamente como si estuvieran en cualquier trastienda, después de haber sido recibido el alcalde por el cura con cara poco amable y cierto desabrimiento como era normal en ellos huraños siempre de cordiales afectos.

-¿Cómo se atreve a incumplir la ley y a hacer caso omiso a mi advertencia? – le dijo alzando la voz, tanto que obligó a levantar el vuelo a un pajarillo asustado bajo la bóveda a la luz de los rayos que iluminándola más parecía el cielo.

-¡Le recuerdo que otros salieron de este templo expulsados a latigazos!- le respondió con el mismo tono y crispado el entrecejo- ¡Métase su ordenador donde le quepa y deje en paz esta casa, en lugar de profanarla, Sr. Alcalde!

-¿Yo? ¿Profanarla yo? Vd. es quién debe honrarla y respetarla aparcando sus gritos, ante quien ahí arriba está, la que llaman la Virgen Blanca y que mañana Vds. festejan- le replicó mientras señalando a la virgen daba ligeros saltitos, lo que le produjo un traspiés encima del escalón, paso al presbiterio.

-¡Fuera de la casa de Dios! Y cómo que me llamo Don Servando, mañana ajustaremos bien las cuentas, Don Hilario.

¿Estaría al alba en su hornacina la Virgen Blanca dispuesta y gozosa para un día de fiesta, o si triste, daría su espalda?

(“El día de la víspera” es un relato que ha participado en el 33º Proyecto Anthology. Tema: Computadora)


08 junio 2008

EL TEATRO EN UN TEATRO


Pues resulta que sí, que sí se puede hacer teatro sobre un teatro abarrotado de público y sobre un escenario, cuyo milenario enlosado, sirve con eficacia para la representación.

Las gradas restauradas con mimo y rigor histórico acogen a un público complacido que, sin duda, penetra en la obra en su auténtico sabor.

Y aquí, en Valencia, desde diversos sectores, ajenos a la riqueza cultural que ofrecían las viejas ruinas del Teatro de Sagunto y complacidos en su alistamiento servil de cuya causa obtienen buenos frutos, intentan frenar con subterfugios, imitando el estilo Zapatero, el cumplimiento de una sentencia del más alto tribunal.

Pues sí, ahora resulta que sí se puede hacer teatro sobre las piedras de un teatro milenario.

Y lamentablemente, ni Santiago Grisolía y sus correligionarios del Consell Valenciano de Cultura, ni Pepe Sancho y otros más, ni desde la misma Consellería, se dice de defensora de nuestro patrimonio, todos ellos, siguen sin querer enterarse.

El Teatro de Mérida, que más parece el de la época de antes de Cristo, nada tiene que ver con el Teatro de Sagunto: el que más bien representa los tiempos en que vivimos donde el respeto a la ancianidad, como las hojas del otoño, está por los suelos.

Setenta y cinco años llevan los actores actuando en el Teatro de Mérida, cuya semblanza actual es idéntica a la de entonces. Los mismos actores acuden a uno y a otro teatro en sus representaciones, especialmente homéricas, y sólo ellos saben si el influjo pagano lo reciben con la misma intensidad desde las viejas piedras de Mérida o desde las alicatadas de Sagunto.

La fotografía de un teatro lleno de gente corresponde a 1933 en la que se estaban Unamuno y Azaña, documento que debería de hacer reflexionar a más de uno.

06 junio 2008

LAS MIL RAYAS


Le identificábamos como el babero de mil rayas, que unas tras otras, juntitas y unidas para siempre, como desposadas en dogmáticos estampados, protegían nuestras ropas en las horas del colegio, especialmente en las del recreo. En nuestro aspecto uniformado, lo único inexistente era el margen a la duda, mientras que permanecía intacta, al mismo tiempo, la firme convicción de que bajo el tergal a rayas, si nuestra ropa estaba a salvo de cualquier amenaza, sí quedaba en cambio presa de cierto desaliño.

Nunca supe de nadie que se atreviera a contar su número, dando por cierto que si le llamaban el de las “mil rayas”, la razón se atribuía a que era el que mejor le asemejaba. Lo que a nadie le extraña, pues son tantas las falacias que creemos ajenos al más leve de los rastreos, es que dar por buenas las mil rayas hacia lo políticamente correcto es como lo más normal, tal cotidiana genuflexión servil y de tanta actualidad.

Al menos, que yo sepa, nadie pensó en demostrar que eran más o eran menos, las rayas que en él se alineaban, como si unas pocas más o unas pocas menos, no fuera motivo suficiente para cambiar el nombre de una prenda que, a rayas blancas a rayas azules, servía para vernos todos iguales, desde la primera hora de la mañana hasta las del atardecer, rumbo cada uno a su casa y con los libros a la espalda.

Las mil rayas eran como un biombo ceñido a nuestro cuerpo que, ya ocultaba las manchas de tinta Samas o Pelikan, ya los zurcidos producto de nuestros bizarros juegos, ya las del bocadillo –aún no existían los bocatas- de media mañana, el que envuelto en periódico y preparado por nuestras madres, guardado en la cartera, producía en el papel unas ventanas traslúcidas producto del aceite que en él se esponjaba, y que tras pasar a nuestras manos aceitosas, se perdía entonces por los faldones blanquiazules de nuestro babero juvenil, al igual que las huellas delatoras de haber limpiado con él las plumillas mojadas de tinta en la clase de dibujo, o en la de gótica caligrafía.

Las múltiples manchas, una vez secas, quedaban difuminadas a lo largo de la raídas falda de nuestro babero de mil rayas, entre un enrejado vertical que nacido desde nuestro cuello llegaba hasta las rodillas, las que más parecían mapas de ríos y montañas, cuyos cauces eran los rasguños y las cimas las costras de sangre que en ellas se formaban.

El babero de amplios bolsillos, refugios de aromas de tizas y de gomas Milán, servía también donde guardar la pequeña pelota de trapo que en el recreo, iba a convertirnos en kubalas y diestefanos enfrentados unos a otros con el mismo uniforme, pero con la única distinción existente que la alegría de los que goleaban y la rabia compungida de los que resultaban goleados.

Tanta ha sido su utilidad, que todavía permanece dentro de las aulas, siendo el único recuerdo añorado de aquellas clases, el que a los profesores se les trataba de Vd., y el alumno llegaba a casa contrito si lo hacía con malas notas.

El babero eliminaba entonces, por unas horas al menos, la distinción de clases entre los alumnos, mientras que ahora es al revés: cuando las diferencias sociales están cada vez más incrustadas, como la roca que encubre a la lapa, son los padres de los cursos de infantil y primaria quienes se niegan a que sus hijos vayan uniformados. Pero eso sí, recurriendo al sufrido babero de mil rayas sin que nadie se atreva a contarlas.

04 junio 2008

FERNANDO BOTERO EN EL IVAM


Fernando Botero nos regala en el IVAM una muestra, fiel a su estética, de “el circo” en el que vivimos, el que permanece inalterable pese al paso de los siglos. En el albero de la Roma imperial las alimañas glosaban su triunfo sobre seres famélicos, cuya única fuerza que les mantenía en pie era la de la fe. Nada ha cambiado pues desde entonces, salvo el mundo de opulencia manifestado por el firme pincel del colombiano Botero, en los que, gordos y lustrosos, sus personajes son utilizados para representar una parte del mundo actual en el que se enfrenta la crueldad de los verdugos, a la humanidad de sus víctimas. Y en torno a tal esperpento de vivos colores, cifra su esperanza en el mundo del circo confiado en que la disimulada red que le rodea, sirva para algo al menos.

Nada pues queda difuminado, y en la luz de sus oleos sobre lienzo junto a las mordazas opresoras a voces y ojos, y la soga de esparto que ata manos, pies y cuellos, las figuras nítidas con pinceladas sanguinolentas posan desesperanzadas a un martirologio, donde la sodomía y la vejación castiga al desprotegido que se ve inmerso en un mundo rollizo, rasgo al que Botero siempre recurre.

Y su denuncia, pese a la deformación de sus renglones que tienden hacía la ampulosidad, la hace así más clara y más veraz, más rotunda, pertrecho de una iconografía donde la práctica de la reposición de antiguos sacrificios sobre la especie humana no es casual, porque su adición está y estará siempre latente en el detritus más abominable del ser humano.

La desnudez de los cuerpos la utiliza Botero como lienzo de llagas, huellas impecables de indefensos, fruto de las dentelladas de unos perros salvajes que si son el mejor amigo del hombre, adiestrados para la destrucción, cumplen en su compromiso voraz (auténtica manipulación como la que nosotros estamos sometidos) el encargo del martirio y de la desolación.

Fernando Botero, delator de tantas violencias y masacres sufridas por luchas tribales allí donde sucedieran, denuncia ahora las torturas que recibieron los reclusos de la prisión de Abu Ghraib, en Irak, por parte de los soldados americanos, gozosos de su hazaña. Presidio éste, donde también sufrieron torturas los prisioneros políticos en manos de Saddam Hussein, el genocida estadista, y a las que en un futuro y ojalá no ocurrieran seguirán sufriendo otros, por más que las instituciones al efecto traten de evitarlo.

Aprovechemos al menos, si es que para algo resulta útil, la lección del siglo pasado que debe servirnos para que las miradas de párpados bajados e instaladas cima de sus propios resortes propensos al giro de cuellos hacia otra parte, ostentando patentes de una supuesta intelectualidad, añada y cosecha propia, víctimas de una panfletaria buena fe, cuya simiente borde negara o justificara con su silencio los más horribles crímenes contra la humanidad, no vuelvan a repetirse.

Desde mi Bloc de Notas os recomiendo visitéis con frecuencia el IVAM: el Instituto Valenciano de Arte Moderno, situada en la calle de Guillem de Castro, donde cualquier genialidad os puede sorprender.

01 junio 2008

EL MUSGO DE LA ERMITA DEL GODO


Cuando noto la tibieza de su cuello en las yemas de mis dedos y la suavidad de sus cabellos sobre el dorso de mi mano, la necesidad de acariciar allí donde nacen y el goce de avanzar mimoso todo su rostro hasta alcanzar el escondido calor de sus pechos es un placer equiparable al del sentir su cálido aliento y húmedos besos sobre las palmas de mis manos. Mas todo aquello, no era sino un grato recuerdo mientras fijaba mis ojos en su retrato sobre la mesita de mi alcoba, al tiempo que con mis dedos sobre el frio cristal, dejaba con ellos un beso nacido de mis labios.

Abrí con mis dedos los postigos. La ventana daba al amanecer de un día nublado, que si bien me impedía recibir la caricia del sol, cuyos rayos se veían impedidos en atravesar un cielo acerado, nada reprimía sentir en mis manos la grata sensación de la suave lluvia, que a poco, se estancó en su cuenco que firme y estanco y al beber en él, supo a como si saciara mi sed acariciando la más fina de las porcelanas.

La puerta del hostal enfilaba hacia la ladera de una colina emboscada de encinas. La hierba desprendía el perfume del campo mojado y un camino empedrado, que más parecía aquella mañana un pequeño arroyo, era la ruta hacia una ermita de origen godo, que si no bien conservada, sí mostraba su encanto engrandecido aún más al presidir junto a ella un milenario roble que por su frondosidad y corpulencia la cubría toda entera.

La lluvia cesó, quizá ya agotada de una noche en la que había mostrado su generosidad y desprendimiento, o quizá se encontraba reponiendo sus fuerzas algo cansadas, mientras el cielo cubierto era el anuncio irrevocable de su marcha, alertando de que más pronto o más tarde volvería a besar la tierra que, romántica y cariñosa, la recibiría en su regazo acogiéndola con agrado cual amor lésbico y sensual.

El sendero, suave y de recodos poco abruptos, ascendía entre urdimbres de adelfas y madroños, decorados unos de flores rojas que arracimadas desprendían gotas de lluvia y los otros de ramas repletas de frutos. Los cogí con mis dedos y tras sentirlos en mis manos percibiendo su textura granulada, supe de su sabor agridulce y también exquisito, deleitándome con el frescor del bosque en aquella apacible mañana de campo avivada por los trinos sueltos de cualquier ave que se perdían por la espesura del encinar.

Poco me faltaba para llegar a la ermita, que ya la divisaba bajo su roble guardián, cuando una pequeña higuera emergía entre pequeños arbustos, rodeada de muérdagos y acebos. Aupado a una piedra que sobresalía del matorral me hice con media docena de higos gracias a mis manos, que tras comerlos, dejaron en ellas una untuosidad que relamí con mis labios, tan llenos de gozo, como endulzados tal hubiese sido miel la que impregnara mi boca.

Llegué a la cima y me abracé al roble intentando con mis brazos rodearlos para juntar mis dedos y sentirlos unidos, sin conseguirlo tan grande era su robustez. Junto a la ermita, unas piedras viejas, que igual tenían el tiempo del roble, estaban cubiertas de musgo, próximas a una fuente de la que salía un caño, hueco su corazón, que era un tronco incrustado en la roca de la que manaba el agua fresca y dulce. Apoyando allí mi mano, bebí hasta saciar mi sed, que era grande, como la placentera estancia en tan inhóspito paraje. Y con mis manos, sequé mi boca, sintiendo un placer inenarrable en aquel ejercicio tan complaciente como sencillo.

Pasé mis manos por el musgo aterciopelado, acaricié las piedras antiguas y las palmas de mis manos supieron del frio temple que emanaba de las graníticas paredes de aquella ermita, en la que monjes godos pasaron parte de sus vidas dedicados al rezo y laborando con sus manos el pan de cada día, trabajando una pequeña huerta que por una planicie junto a la fuente, se adivinaba como el mejor lugar.

Aquella tarde, postrado en la cama y ya despierto del quirófano, la historia cuyo sueño albergaba mi mente, tantas veces repetida, ya la veo como posible, como realizable, aunque sólo sea en parte, tras treinta años de un anhelo irrenunciable, víctima de un accidente mortal en el que la perdí para siempre, al igual que mis manos. Los muñones ya son el pasado y mis dedos mi futuro.