“Jamás pactaré con un partido populista”: es un frase que
cuelga en el éter de la noticia, clara, rotunda, sin matices, ni medias tintas.
Su único valor, el de la frase, viene dado por quién es su
autor, quien en este caso es dueño y esclavo de su palabras, aunque a él, esto
le importa un pito. Y aunque a los demás adversarios, en especial a los que
considera enemigos, les exige la rigurosidad de sus expresiones, el se mea con la
meticulosidad de las propias.
En el ejercicio de una profesión que por su escasa valía
personal él mismo desprestigia, en sus derivas, incapaz de tomar el camino de
villadiego que de ser hombre cabal lo haría y en alta velocidad, por supuesto
en clase turista, así debiera, en cambio, cuando procede hacerlo, ancla sus
posaderas asido a un antro cutre y
rancio, soez y tabernario, donde el palabro indecente recrea su halitosis.
"Un capitán no debe abandonar su barco cuando se hunde", igual
es su reflexión, sin tener en cuenta que no sirve la leyenda cuando la grieta
surge provocada por él mismo en su pertinaz tarea hacia el fondo de sus
miserias.
Ausente de un curriculum vitae de especial relevancia,
aunque como guaperas obtuvo sus rentas, se adhiere como una lapa al calor del
partido que le asegure jornal y patrimonio.
Pedro Sánchez es así, el abominable hombre del no, el del
vuelva Vd mañana de Larra, el del insolidario preocupado por los recortes, el
que hace gala de un partido, que, es lo cierto, cuando ostentó el poder hace
unos pocos años hizo aumentar el número de parados en la gruesa cifra de 3.5
millones más de personas, para quienes, dicho sea de paso, había que procurar
un fondo económico, que, dirigentes de
su propio partido desviaron a los bolsillos.
Los de ellos, por supuesto.