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20 junio 2025

LA IZQUIERDA ESPAÑOLA

 

Es mi deseo el hacer hincapié en cuatro momentos históricos que han suscitado grandes controversias entre la opinión pública, todos ellos con sus luces y sus sombras, características siempre presentes en cualquier movimiento social que se precie. Los correspondientes a  La Segunda República Española, a la Guerra Civil, al Franquismo y el Estallido de la Transición prestan mi atención de forma somera y puntual.


Si tomamos como punto de inicio en este análisis -invitándoles a su lectura- sobre la historia de España en sus últimos casi 100 años -el periodo comprendido desde 1931 hasta nuestros días- los cuatro periodos arriba citados son a mi parecer de suma importancia en el devenir del tiempo.


Períodos que por su desenlace negativo en nada han contribuido al avance de nuestra sociedad, siendo cada uno de ellos y en su deriva, como momentos sombríos en consecuencia de los errores cometidos en el ejercicio anterior, salvo el último de los citados en el que el protagonismo está a cargo de los herederos de aquellos causantes de las trifulcas acontecidas en los años treinta del pasado siglo. 


Como primer paso nos fijamos por sus consecuencias en el llamado  Pacto de San Sebastián, cuando sus protagonistas fijaron como objetivo la instauración de la II República ante la mala gobernanza de Alfonso XIII, quien se vió obligado a tomar las de Villadiego vía Cartagena, tras unas elecciones municipales en las que la mayoría de las capitales de provincias habían mostrado su rechazo.


Este nuevo periodo republicano y desde todos los sectores de la vida social española, incluido el religioso, fue acogido con sumo agrado, tal y como se demuestra mediante la lectura de la prensa de la época. Un 13 de abril marcó un antes y un después y el pueblo español se ilusionó con el proyecto. Sin embargo, 28 días después, unos acontecimientos funestos iban a significar la seña de identidad de sus autores, dispuestos al logro de un parlamento popular que nada tenía que ver con el democratico que soñaban los integrantes del citado Pacto de San Sebastián, y que, por desgracia para la misma República, con sus continuas agresiones durante el corto periodo de cinco años, las mismas harían temblar sus cimientos.  Un presidente de Gobierno, Azaña, para el que, según sus propias palabras aunque con boca pequeña “un dedo de un soldado español, valía más que todos los curas de España”. 


Como respuesta a todo ello, el filósofo Ortega y Gasset, quien había refrendado el Pacto, se manifestó rotundamente “No es eso, no es eso”. Frase célebre que configuraría el más acertado diagnóstico de cuanto estaba sucediendo en aquel periodo republicano.  


Fueron cinco años de continuos desafueros, en los que la palabra Revolución estaba latente. El Presidente de la República, Alcala Zamora, hombre de misa diaria, tuvo constantes enfrentamientos con el Presidente de Gobierno Manuel Azaña, quien años despues, ya a “toro pasado”, reconoció su parte de culpa, calificando la política republicana de izquierdas como tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y de botín. “A buenas horas mangas verdes”, dice el romance popular.


Tras las elecciones de febrero de 1936, se dice que amañadas, continuas agresiones en la piel de toro alcanzaron su mayor grado de virulencia con el asesinato de lider de la oposición por las fuerzas de asalto gubernamentales. Aquella deriva tuvo sus consecuencias y la guerra civil estaba cantada. 


España se partió en dos: quienes se consideraban fuerzas nacionales por una parte, los sublevados, y quienes decían defender la legalidad republicana. Sin embargo, la división interna de este último bando, con facciones enfrentadas entre sí con objetivos diversos, no hizo más que facilitar la victoria a las fuerzas del Caudillo, que no tenía más que observar cómo el enemigo se debilitaba por sus propios medios. Anarquistas, comunistas y socialistas no se llevaban bien, y acabaron dándose el guirigay unos a otros. Esta deriva tuvo sus consecuencias, el franquismo fuerte y unido surgió victorioso, avanzando palmo a palmo, hasta lograr su propósito.


El largo periodo franquista tuvo sus momentos. La victoria aliada de la Segunda Guerra Mundial facilitó la permanencia del nuevo régimen español, obsesionado éste contra la URSS, pero en la misma medida que el estadista Churchill quien se decantó por el General Franco, siendo su principal abanderado.


Sin embargo los Pirineos dividían a Europa. Las libertades estaban ausentes en España, que no eran más que un freno para el parlamentarismo democratico. Curiosamente este error fue el mismo que llevó al desastre a la Segunda República española. El fin del franquismo era cuestión de tiempo, toda vez que los avances en lo económico hicieron que una gran mayoría de españoles aceptaran el caudillaje impuesto en nuestra sociedad. El General Franco murió en su cama.


La incorporación a Europa en todos los sentidos era un deseo del pueblo español, sustentado por Juan Carlos I, quien desde la ley supo configurar unas nuevas instituciones acordadas con todas las fuerzas políticas, en total consonancia con las existentes en nuestro continente. Fue el conocido proceso de la Transición que dictaminado como ejemplar, de esta guisa fue celebrado por todas las democracias europeas.   


Desde aquellos años de la Transición y durante tres largas décadas, los avances sociales en España han sido patentes. Auténticos hombres de Estado se han ido alternando en el poder. Sin embargo y en las dos últimas décadas, se ha ido imponiendo una nueva forma de gobernar cuyo principal Leitmotiv ha sido el de dividir a la sociedad. El Procés, consolidado desde la mentira, ha tratado de imponerse, facilitado en su labor por unos gobiernos dispuestos a mantenerse en el poder a costa de sus principios. 


Curiosamente, han vuelto a surgir unidos aquellos movimientos que,  en su enfrentamiento, tuvieron tan funestas consecuencias para el fin de la Segunda República, los mismos que después facilitaron la victoria del General Franco, aunque en el presente sin el recurso de las pistolas. 


Este cuarto periodo de los últimos casi cien años, el estallido de la Transición, así lo defino, tiene sus ejecutores en los mismos protagonistas de antaño, aquellos que facilitaron el fin de la Segunda República con la consecuencia de la Guerra Civil en la que influyeron en gran medida a la derrota del bando republicano, con la consecuencia del Franquismo en un largo periodo en el que las libertades del pueblo español estuvieron ausentes.


En nuestros días el principal objetivo de los protagonistas de siempre es la aniquilación del espíritu de la Transición y el  debilitamiento del Estado Español.


21 febrero 2025

EL RELATO

 


En el mundo de los relatos los hay variopintos, pero dos de ellos me fascinan. Y mucho. En su creación, de la leyenda al mito, su recorrido es tan amplio como largo y si tomamos como fórmula la fábula su horizonte es infinito. En cuanto al relato corto más bien resulta ser como el pan del día, que sí bien podría sernos útil para alimentarnos en lo básico, no nos sirve para una nutrición plena.

El relato que en verdad nos llena es el que nos conduce hacia la nobleza, hacia el “camino de la perfección”, tal y como un día Santa Teresa de Avila dejó en los manuscritos de su época. Y de esto es de lo que se trata en el acontecer de nuestros días que vela por nosotros, el de la perfección, lo que nos asegurará la dicha eterna para un mundo mejor, gestado ante un futuro al que tememos por la dudas que el presente nos plantea.

Pese a las dudas, ellas no son óbice para que creamos a pies juntillas al relato que por los medios se nos ofrece, siempre y cuando esté bien construido, independientemente de la falsedad de los datos en los que se sustenta, nacidos por la imaginación del autor, tan necesitado de su recurso.

Les decía que hay dos relatos que me fascinan por el poder conseguido en sus largos años de vida. Por supuesto, ambos con soflamas de “gran poder”. Uno de los dos nos viene de siglos, desde aquel año cero del comienzo de nuestra era, consolidado en el tiempo. También imitado por otras creencias, algunas incluso más antiguas, surgidas de lugares remotos alejados de nuestra civilización occidental. El otro relato es más moderno y se ha ido consolidando a la vez que el absolutismo decimonónico se veía agotado, pero deseoso de su recambio para seguir instalado en el poder.

Ambos relatos se diferencian en lo peculiar de su esencia: el uno nos brinda el pase a la vida eterna, el otro, en cambio, nos promete la dicha terrenal. Sin embargo nacen unidos por la creatividad en la que se sustentan: la imaginación. La imaginación en su presentación teatral, en su núcleo y en su desenlace.

El primero, por razón de edad, es el relato de la Santa Iglesia Católica, con su proverbial eco excatedra, papal nos dicen, que nos obliga a creer ante la bondad del Creador y nos promete nuestra salvación. Un relato serio, bien construido, adornado en su ceremonial, con protocolos de buen gusto, refinados, cuidadoso en sus detalles. En los más mínimos. Nos asegura el cielo y nos salva de los infiernos.

El segundo es el relato del Izquierdismo Progresista, quizá el de Santo debiera tener como nombre propio, aunque no lo presentan con esta nominación. No se atreven. Pero sí con su proverbial correveidile de lo “políticamente correcto”, tan promulgado por los medios afines, que nos prometen un mundo mejor. Un relato serio, bien construido, adornado en sus detalles, constante con sus promesas, ceremonioso las más de las veces, respetuoso con el débil. O casi. Nos garantiza el progreso y nos salva de los infiernos. ¡El terrenal!

Y les confirmo: me fascina la imaginación como hilo conductor de cualquier relato. Fundamentalmente de los dos que les hablo.

27 enero 2025

SOMOS LO QUE FUIMOS

 

 Fusilamiento de Torrijos, el defensor de la libertad.

Las hojas del almanaque anunciaban el comienzo de un nuevo siglo, el que tras su paso ha tomado su apellido: el de Convulso. Tres enemigos iban a iniciar un ataque desenfrenado contra los intereses de una nación, en cuya centuria anterior, la de las luces, y pese a su carácter ilustrado, no se supo estar a la altura un imperio forjado con anterioridad, que, oscureciendo sus días, a partir de finales del XVII, llevaron a su desaparición.


Un rey infame, Napoleón y el púlpito, fueron las tres causas que desde la primera década del XIX iban a faenar al alimón, aunque cada una a lo suyo, creando una tormenta perfecta contra los intereses patrios.


Fernando VII fue un rey infame y desleal, sin embargo, aclamado y “deseado” por el pueblo. Napoléon cada vez más alejado de la revolución francesa, únicamente pensaba en ampliar sus dominios; su intromisión en la vida española significaba un insulto para el pueblo que en modo alguno permitía el ser invadido por una fuerza foránea. El clero, temeroso de los aires liberadores que llegaban de los pirineos, puso a trabajar sus púlpitos exhortando desde ellos a un pueblo que ya en pleno enfrentamiento bélico se equivocó de bando, y los llamados “afrancesados” fueron arrinconados.


Pero aquella guerra conocida como de la Independencia no fue la única y en ultramar las provincias españolas deseaban las suyas. Su logro, junto a las guerras carlistas en suelo patrio, significaron la bancarrota del erario español. Sus políticos, en aquellos años, vieron en las desamortizaciones la única forma de recaudo para unas arcas públicas tendentes a su extenuación.


Y aquello no funcionó. Las expropiaciones sólo sirvieron para que la casta dominante se hiciera dueña de unos latifundios en los que la mano de obra fuera cada vez menor, por su conversión en tierras de manos muertas, agravada la situación toda vez que el erario público no vio conseguido el fin propuesto. España se empobreció aún más si cabía.


Las guerras carlistas se repitieron por tres veces; se activaron las guerras cantonales, la solución propuesta por Prim tuvo sus horas contadas y Amadeo I, un rey de ideario progresista, abandonó España a sabiendas y denunciando que su enemigo estaba dentro. La I República fue un desastre y con la “restauración borbónica” llegaron unos años de bonanza donde Canovas y Sagasta supieron capear el temporal. O casi.


Pero el mal seguía estando dentro. Y el pueblo español, una vez tras otra, por causas dispares, se equivocó de bando. Hasta nuestros días.