Si das una vueltecita por mi Blog, espero sea de tu agrado.

27 enero 2025

SOMOS LO QUE FUIMOS

 

 Fusilamiento de Torrijos, el defensor de la libertad.

Las hojas del almanaque anunciaban el comienzo de un nuevo siglo, el que tras su paso ha tomado su apellido: el de Convulso. Tres enemigos iban a iniciar un ataque desenfrenado contra los intereses de una nación, en cuya centuria anterior, la de las luces, y pese a su carácter ilustrado, no se supo estar a la altura un imperio forjado con anterioridad, que, oscureciendo sus días, a partir de finales del XVII, llevaron a su desaparición.


Un rey infame, Napoleón y el púlpito, fueron las tres causas que desde la primera década del XIX iban a faenar al alimón, aunque cada una a lo suyo, creando una tormenta perfecta contra los intereses patrios.


Fernando VII fue un rey infame y desleal, sin embargo, aclamado y “deseado” por el pueblo. Napoléon cada vez más alejado de la revolución francesa, únicamente pensaba en ampliar sus dominios; su intromisión en la vida española significaba un insulto para el pueblo que en modo alguno permitía el ser invadido por una fuerza foránea. El clero, temeroso de los aires liberadores que llegaban de los pirineos, puso a trabajar sus púlpitos exhortando desde ellos a un pueblo que ya en pleno enfrentamiento bélico se equivocó de bando, y los llamados “afrancesados” fueron arrinconados.


Pero aquella guerra conocida como de la Independencia no fue la única y en ultramar las provincias españolas deseaban las suyas. Su logro, junto a las guerras carlistas en suelo patrio, significaron la bancarrota del erario español. Sus políticos, en aquellos años, vieron en las desamortizaciones la única forma de recaudo para unas arcas públicas tendentes a su extenuación.


Y aquello no funcionó. Las expropiaciones sólo sirvieron para que la casta dominante se hiciera dueña de unos latifundios en los que la mano de obra fuera cada vez menor, por su conversión en tierras de manos muertas, agravada la situación toda vez que el erario público no vio conseguido el fin propuesto. España se empobreció aún más si cabía.


Las guerras carlistas se repitieron por tres veces; se activaron las guerras cantonales, la solución propuesta por Prim tuvo sus horas contadas y Amadeo I, un rey de ideario progresista, abandonó España a sabiendas y denunciando que su enemigo estaba dentro. La I República fue un desastre y con la “restauración borbónica” llegaron unos años de bonanza donde Canovas y Sagasta supieron capear el temporal. O casi.


Pero el mal seguía estando dentro. Y el pueblo español, una vez tras otra, por causas dispares, se equivocó de bando. Hasta nuestros días.