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12 noviembre 2007

CABEZA FRÍA Y CORAZÓN CALIENTE


¡Y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra!

La frase era como un retumbe en mi cabeza y en su lapidaria expresión, sus ecos, como ondas intermitentes, golpeaban mis creencias dejándome en un mar de dudas, sin saber si con mi decisión, firmemente tomada, obtendría de Él su benevolencia o me condenaría a las tinieblas.

La mañana del domingo era lluviosa y el sol se ubicaba en todo lo alto escondido entre las nubes. Había terminado la Santa Misa y bajo los porches de la plaza del pueblo, los corrillos se arracimaban en conversaciones de cortesía deseándose unos a otros los mejores augurios. Correspondía a la hora de los saludos, en la que Don José, cincuentón y espléndido como siempre, invitaba a una copa de vino al amplio grupo de amigos entre los que me encontraba yo, capataz de su finca y fiel hombre de su confianza.

Don José, en un aparte, me encomendó que le preparase su mejor yegua, pues le apetecía trotar por el monte aquella fría tarde de otoño. Luego, en una más de sus habituales visitas y próxima como estaba la jornada electoral, acudiría al casino interesado, tanto en dar instrucciones, como en ordenar las voluntades de los vecinos.

-Descuide Vd. Don José, la tendrá lista en su cuadra. Qué tal su señora esposa, ya sabe, cualquier cosa que necesite, sólo tiene que llamarme.

-Lo sé, lo sé, Leandro, muchas gracias. Sigue encamada y muy débil- me contestó mientras volvía al grupo cercándome por el hombro- Confiemos en el Señor y en su bondad infinita. ¡Recemos por ella! Es lo único que podemos hacer, esperar de su misericordia. Por cierto, y la tuya, hace días que ya no viene por casa- Me preguntó molesto por ello y algo socarrón.

Fruncí el ceño avergonzado sin que nadie lo percibiera, y tras repetir mi ofrecimiento, me despedí de todos, deseándoles que tuvieran muy buen día.

La tarde del domingo seguía siendo lluviosa y en mi abatimiento cobarde, me rebelaba ante aquella situación de la que era consciente; y más, cuando por otra parte, nadie mejor que yo, conocía los entresijos del cacique más importante de la comarca en vísperas de las próximas elecciones al Congreso Nacional, cuyo resultado final, tanto canovistas como sagastinos tenían pactado de antemano.

Terminaba el día y encendí la chimenea, consumiendo un leño de encina que había traído a casa aquella misma tarde. Y tras pedir a Manuela, mi esposa, que rezáramos juntos como todas las noches, me abracé a su cuerpo entregándome a un turbulento sueño.

Amaneció, y me trasladé al solariego feudo de Don José, mi primer trabajo de todos los días. La finca estaba tomada por la Guardia Civil, alertada por una llamada de quien había visto huir a unos jóvenes saliendo por la puerta de la hacienda, avanzada la tarde anterior. En su interior, dentro de la cuadra, hallaron el cuerpo sin vida de Don José, destrozada su cabeza entre un reguero de sangre, junto a unos panfletos anarquistas sobre cuyos líderes existía una orden de detención.

Definitivamente, quedé convencido de haber engañado a la Justicia, pero también y al mismo tiempo, que nunca a aquella Voz que desde el púlpito sabía de nuestros pecados. Aquel de quien esperaba de su benevolencia, aunque aceptando, en su caso, mi destino a las tinieblas.

(“Cabeza fría y corazón caliente” es un relato que ha participado en el 24º Proyecto Anthology. Tema: Cabeza y corazón)

1 comentario:

Anónimo dijo...

De este relato, pienso que podr�amos sacar una moraleja ( aunque hay algo que se me escapa...): Se podr� enga�ar a la justicia, pero nunca a nuestra conciencia.
El ambiente descrito me ha recordado a " Los santos inocentes"
Un beso.