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19 enero 2010

UNA BOTELLA DE BRANDY

Si tras la salida del sol, el amanecer de un nuevo día puede significar el comienzo de cualquier hecho insólito o inesperado, feliz o triste, en su hora final y cuando llega el momento de nuestra entrega al cobijo de la noche, ese instante que asumimos por unas horas a nuestro abandono a excepción de cuando el insomnio nos obliga a la vigilia, el único devenir que nos puede surgir es el que nazca producto de los sueños. Bien nos traslade a un profundo y fugaz descanso con el mejor de su aprovechamiento, o bien nos lleve a una noche tumultuosa cuya sufrida agitación desespere nuestro animo entre el desorden de las sábanas. Y de ambas consecuencias surgirá su resultado, feliz o triste, regenerador o agotador.

Sin embargo y fuera de mi costumbre a la ingesta de alcohol, había visto la extraña presencia de una botella de brandy sobre la mesita de noche, una vez ya tumbado sobre la cama cuando iba a apagar la luz: una especie de destello que me desconcertó.

Estaba de paso en la ciudad y mi única compañía era la soledad de la noche en un pequeño hotel situado en el centro histórico, limpio y silencioso. No hacía ni medía hora que había llegado al hotel, cansado de un viaje en su primera etapa, y con el deseo de acostarme de inmediato. Me desvestí, dejé el reloj sobre la mesita de noche cuando ni siquiera había abierto el portátil, abandonado en un sillón junto a la cama e ignorando cualquier tipo de mensaje profesional como solía hacer todos los días antes de acostarme.

Ignoro la causa que me llevó a ello, pero lo cierto fue que al ver la botella me levanté de inmediato; y tras salir del baño firme y decidido y con un vaso en mi mano, me dispuse a tomar un trago.

Uno sólo… me decía, como sabiendo que aquello no fuera conmigo, pero transpuesto ante la sorpresa de que la botella había aparecido justo en el instante que había mediado entre dejar mi reloj estando sentado en la cama y los inmediatos segundos de tumbarme sobre ella, por lo que me decidí a aceptar el reto de no sabía quién.

No fue un solo trago, ni dos, ni tres; y cuando me di cuenta que ni una gota quedaba en su interior, lancé con rabia la botella contra una marina en la pared, enmarcada arriba de un pequeño mueble-nevera en el que en un televisor encendido un mujer hacía presagios vía tarot, rompiendo la botella en mil pedazos al tiempo que encolerizado por la ausencia de licor, inicié una carrera de improperios sobre quien había tenido la desfachatez de haberme obsequiado con una sola botella de brandy.

Producto del alcohol, me enzarcé en una inusual disputa conmigo mismo, como también contra la del tarot amenazando al televisor con destrozarlo si no se callaba; y hasta con la almohada, que tras abrir su barriga con el filo enrabietado de mis dientes y a modo de onda, dándole una y mil vueltas sobre mi cabeza, la vacié por completo viendo cómo salían plumas de pájaros exóticos, extraños: desconocidos para mí. Una lluvia de plumas, cuya suavidad templó mi ánimo, me dejó en el letargo sobre una mullida alfombra en el suelo, en la que me tumbé rendido, abandonándome a un plácido sueño, profundo e inescrutable.

A las ocho en punto sonó el despertador según mis instrucciones dejadas en recepción, y tras percibir que no había apagado la luz en toda la noche, tras una agradable ducha y con mi portátil en banderola, abandoné el hotel continuando mi viaje.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Hola me gusto tu blog, esta muy bueno, visita el mio a ver que te parece www.odontologiauaplia.blogspot.com
saludos desde Machupichu Peru

solitario dijo...

Bonito Blog, muy estructurado y con buenas fotos y lectura. Felicidades. Yo espero poco a poco a crear uno com oel tuyo.

Ana Muela Sopeña dijo...

Muy buen relato, Julio.

Me ha gustado mucho.

Un abrazo
Ana