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10 octubre 2008

ASTURIAS, COSTA DE INDIANOS - I

02/10/2008
Hasta éste momento el buen tiempo nos iba acompañando generoso durante todo el viaje y nada hacía presagiar que nos iba a abandonar, por lo que de su fidelidad quedamos muy agradecidos. Así pues, pusimos rumbo a la costa asturiana para conocer algunos de sus pueblos cantábricos, todos ellos con el especial encanto de sus pequeños puertos, situados a lo largo de una costa llena de acantilados y de pequeñas playas en una paisaje de abundante vegetación verdosa salpicada por un florido, que pese a no alcanzar su punto más vivo, daba alegría a un paisaje en el que las nubes viajeras adornaban el cielo mientras paseaban ligeras de equipaje como contemplando el horizonte al igual que lo hacían nuestros ojos. Algún leve chaparrón perfumaba más si cabe los prados cercanos a la carretera, y las vacas tumbadas en la hierba mostraban sus ubres llenas, quizá necesitadas de alivio esperando llegara la hora de ofrecer su blanco cuajo.

Visitamos Tapia de Casadiego, en el que el legado del Marqués que da su nombre al pueblo permanece con el mejor de sus usos. Las construcciones que donó para el disfrute de sus vecinos en el siglo XIX dan vida y esplendor al poblado, destacando entre otras, su puerto pesquero, su Ayuntamiento y su Centro Escolar, edificios ambos enfrentados en la plaza principal y de estructura y construcción semejantes.

Recorrimos la dársena del puerto, mientras divisabamos sobre los acantilados cercanos las casas de indianos que tanto proliferan por las costas cantábricas.

Abandonamos Tapia y nos dirigimos a Puerto de Vega, un puerto ballenero que cumplía esta actividad durante los siglos XVI y XVII con decoraciones alusivas por sus calles empinadas y de cuyo testimonio sólo queda un frontal almenado en el centro del puerto.

Recorriendo su casco antiguo, nos encontramos con la casa donde murió D. Melchor Gaspar de Jovellanos, el personaje más representativo de la Ilustración española y cruelmente tratado en los últimos años de su vida en su encierro en el Castillo de Bellver.

Visitamos Navia, la ciudad más importante de la zona en la que desde un mirador, un monumento dedicado al peregrino homenajea “a los que dedicados a la gran aventura de las Américas marcharon y volvieron, como también a los que nunca más retornaron”

Llegada la hora de comer, nos aguardaban unas “andaricas” (nécoras) y “unes faves con almejas” de espeso y sabroso condimento, razón más que sobrada para caminar de un punto a otro de España.

Retornamos a Ribadeo, tras una corta visita a Vía Velez: un bellísimo pueblo costero de gran sencillez, sacudido por un leve oleaje que alzaba sus olas sobre su pequeño malecón lustrándolo de espumas.

Aprovechamos la tarde para visitar los miradores aún no conocidos, como el Mirador de Santa Cruz, el más alto de la ciudad con su monumento homenaje al Gaitero Gallego y el Mirador de la Atalaia dentro de la misma ciudad sobre el puerto, donde está ubicada la capilla de Nuestra Señora de la Trinidad, la más antigua de Ribadeo y junto a ella, en un pequeño jardín, dos cañones orientados al cantábrico representan la función defensiva del lugar en tiempos ya muy lejanos.

Por último, recorrimos una de las calles más céntrica de Ribadeo, la más representativa y rica por la sucesión de casa indianas que rivalizan en belleza a lo largo de todo su recorrido.

Ya sólo nos quedaba llegar al hotel para preparar las maletas camino a Gijón al día siguiente, gozosos de haber conocido una parte de las tierras gallegas repletas de una exuberante belleza natural.

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