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24 agosto 2009

UN DÍA DE CARRERAS

UN DIA EN LAS CARRERAS

Confieso con la humildad de un cartujo que cuando observo en la prensa un número seguido de muchos ceros dentro de un titular de corte sensacional pincelando lo más parecido a una lombriz larga y rechoncha, su alcance llama mi atención, mi sentido de la medida pierde todo su control y mis ajustes emocionales quedan en el letargo de la incomprensión, por más que desde la torre vigía en la que observo el horizonte, trate de averiguar la justa medida del ciempiés que sobre el papel expande su soflama, al tiempo que ofrece la información del millonario número de personas que fijan su atención en Valencia desde el mundo virtual que según dicen nos hermana, en torno al Gran Premio de Europa de Formula Uno.

Es el domingo de un caluroso día en el que me refugio en mi cubil y cierro las ventanas, y más que por aislarme del fuego de la calle, sea por librarme del rugido de los abejorros que sobre el asfalto con vallas de Guantánamo circundan desde las primeras horas del día la antigua Vilanova del Grao. Callejón sin salida, donde la veloz carrera de los abejorros esparcen perfumes de goma quemada, destilados por el alambique de un asfalto ardiente que, vestido para la ocasión por un circuito de bruñido aspecto, refulge sobre la caja tonta a nuestras casas. Casas, en las que desde el confortable sillón de un salón, dicen, es presenciado a lo largo y ancho de la rosa de los vientos por cientos de millones de personas.

Es difícil saber con certeza el factor de conversión utilizado para certificar que el tamaño del gusano que fija la cuantía de quienes atornillan sus ojos ante la ventana abierta del televisor, alcanza tan larga cola.

Y salvado de toda esta grandilocuencia, cierro pues la caja tonta tranquilo en mi casa, ajeno al bramido de los abejorros dueños del viento, y caigo en la cuenta de anécdotas, algunas de ellas efímeras y otra, que más que de suceso, está envuelta de una gran humanidad.

De las primeras, la privacidad de mi reducto hace sentirme seguro de ser atropellado debido a la casualidad de una chancla trabada en el acelerador de un vehículo y que por ello, su conductora, ha invadido una acera causando un leve estropicio afortunadamente sin victimas.

De los bramidos que llegan hasta las Torres de Quart, un grupo de turistas, quizá al tanto de ellos, se han visto encerrados al abandonar las puertas su guardián, un instante antes del final de la jornada tras cerrarlas con llave.

Y aprovechando la ocasión, aunque su ejercicio lo ponen en practica todo el año, los gorrillas se adueñan de la calles, fijan su impuesto revolucionario y atemorizan a los conductores a la hora de aparcar sin que la autoridad municipal pueda poner veto a una práctica impuesta por los gorrillas en la ciudad, cuya picadura a ras de suelo no es como la de los abejorros que por una horas se apodera de nuestro descanso, pero quién sabe si algún día llegue el momento que tengamos que pagar por bajar a la calle para pasear tranquilos, protegidos por las mafias.

El factor humano llega con el recuerdo al Dr. Cavadas, el cirujano que trata de recuperar la dignidad en el quirófano de La Fe a quien tenía que esconderse por su desconsolado aspecto, dando con ello el mejor titular para la semana tras un exitoso trasplante de cara, aunque en este caso el afortunado sea una sola persona, cuya gran noticia trascenderá a todos los medios de información.

Anecdotario que nada tiene que ver, con la cifra espectacular del Gran Premio de Europa de Formula Uno que, pese al zumbido de sus abejorros que, como una “mascletá”, dañan nuestros oídos, también será noticia en las portadas de la prensa mundial luciendo el fondo azul de velas y vientos de nuestra dársena del Grao, universalmente de Valencia. GP, que aunque ajeno al devenir diario de las pequeñas cosas que suceden en las calles de mi ciudad fuera de su circuito con aromas de gasolina, luce espléndido en su aspecto gracias a una ciudad que a velocidad de Formula Uno camina hacía la modernidad.

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