El PSPV corre el peligro de convertirse en un partido minoritario salvo que de un giro de 180 grados tomando como referencia la política que iniciaron desde los primeros años de la transición.
A su llegada al poder enarboló la bandera cuatribarrada ante el estupor y sonrojo de los socialistas valencianos como lo fueron los Sotillo, Ruiz Mendoza, Millán, Del Hierro, entre otros, mientras que los abanderados Lerma, Ciscar, Guardiola, García Miralles, Cucó, etc. vendiendo su alma al diablo buscaron una falsa intelectualidad elaborada con la ausencia de rigor histórico, ansiosos ellos del negro sobre blanco de la manipulación. De tal guisa, se rindieron a los pies y se entregaron a las fauces de un catalanismo voraz como auténticos mentecatos encandilados en un mimetismo que les hacía despreciar la singularidad valenciana, lo que les fue apartando de la realidad social del “Viejo Reino”, y por ello del poder.
Con la llegada de Zapatero que tanto daño ha supuesto para toda la Comunidad, el PSPV claudicó con la bandera del servilismo ajeno a los intereses valencianos.
Sirva de ejemplo, como recientemente se ha demostrado, el fallo en defensa de la política urbanística de la Generalitat Valenciana de los últimos años. Produce indignidad ver cómo fueron los socialistas valencianos los causantes del daño que ha producido a la proyección internacional de nuestra Comunidad con su denuncia ante la Unión Europea.
Rendidos a la evidencia de sus continuos fracasos, enarbolaron en la última legislatura la bandera de la maquinación, de la difamación constante, uniformados desde la indignidad en la que Ángel Luna ha lucido sus mejores galas con el beneplácito de Jorge Alarte, quienes, ambos y al alimón, han conducido a su partido al borde del precipicio dispuestos a darle el último estoque si no surge en el interior del partido alguien capaz de recobrar la dignidad perdida.
Atrincherados en su caballo de Troya, “el curita de Alacuás” y el anterior portavoz salvado por la campana de su corrupta actuación municipal alicantina, se han adueñado de Blanquerías hacia su propia destrucción. Ahogados en su propio jugo que no es más que el de la naranja podrida que un día quisieron utilizar, pero que con ella sólo han logrado alimentarse de su propio zumo: el de la falsedad y con el resultado electoral por todos conocido.
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