Se dice que las mentiras tienen unas patas muy cortas por lo que mismamente debieran tener cierta dificultad en su propagación; pero lo cierto es que sus ideas arraigan como flechas y cual ventosas.
Se adhieren con mucha facilidad a las mentes más proclives a su aceptación, las que a falta de otros credos y necesitadas de algo en lo que creer, optan por aislarse de la realidad social en que se encuentran al tiempo que reducen su mente inhabilitándola para cualquier otro tipo de discernimiento, salvo el que en ellos se ha adherido cual lapa depredadora.
Goebbels sabía mucho de ello y las aplicó con eficacia. No obstante, son técnicas que vienen de antiguo y cual diente de sierra, tienen sus momentos de esplendor.
Cuando llega cada 25 de Abril surge en nuestra Comunidad Valenciana la necesidad de expresar una falsa creencia arraigada en una minoría para celebrar la derrota de una batalla que puso fin, según vocean, al nacimiento de un pueblo cuyo origen fijan con la Reconquista de Jaime I, quien, según ellos y en aquella fecha, dio origen al “pueblo valenciano” pasando a ser reconocido como el Reino de Valencia. Es decir, como Juan Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como, pero ofreciendo al festín a quienes están dispuestos para acudir al reclamo.
Como si antes de aquella fecha y durante muchos siglos, no hubiera existido una sociedad civil fruto del crisol de la historia en el que se fueron fundiendo pueblos y razas, desde una cultura autóctona que fue reconocida por los sabios griegos con el nombre de ibérica, cuyo epicentro, al fin y a la postre, estuvo situado en el ámbito de nuestra actual Comunidad Valenciana, crisol, cuyos vapores y matices aún persisten en todas las aristas de nuestra sociedad.
Sorprende la importancia que se le da a una derrota, la de Almansa, cuando los vencidos fueron gentes extrañas llegadas de tierras extranjeras y en cuyo bando no participó ni un solo soldado valenciano.
Cierto es que Felipe V centralizó el Estado, pero igual lo hizo el pretendiente austracista en el Sacro Imperio Germánico cuando abandonó España, como a la sazón se fue haciendo en toda Europa en su histórico avance contemporáneo.
Mientras que el Reino de Valencia -aun perdiendo Fueros y Cortes y sin que ello representara convulsión alguna en el pueblo valenciano- tuvo sus representantes en el Estado hasta su fin como Reino con la partición provincial de Javier de Burgos en 1833.
Dicen, que “quan el mal ve d'Almansa, a tots alcanza”. Panfletaria frase a la que hay que añadir que “tan sólo hace falta que alguien lo demuestre”. Cuestión difícil, por muchos “expertos en épocas forales” que existan, medievalistas panfletarios, más dedicados a arraigar mentiras y a las que procuran ponerles largas piernas, tal es su manifiesta intención.
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