Si das una vueltecita por mi Blog, espero sea de tu agrado.

25 enero 2014

EL ROYALTY

EL ROYALTY

-Urbano, dame tres patas de elefante - le dijo serio Társilo, mientras sacaba la cartera sujeta con la faja, que al levantarse presionaría su pantalón de franela, para extraer un billete de diez duros que, con la generosa propina de siempre, más los fraudulentos cigarros de Bolbaite y el brillo que aquel había dejado en sus zapatos de Segarra, sobraba para satisfacer el servicio.

Társilo no era un agricultor espléndido, pero cuando estaba en el Royalty le gustaba hacer ostentación de ello. Por eso había alzado con toda la intención su voz. Quienes en aquella tarde ocupaban la mitad de la sala y que muy bien le conocían, de inmediato adivinaron que había cerrado un buen trato. Lo único que ignoraban eran las hanegadas de naranjas que había negociado su venta dispuestas para su recolección. En aquella cartera estaba el mondo de una transacción que media hora antes había cerrado con Celso: un comerciante oriundo de un pueblo de Teruel que trapicheaba con un grupo de paisanos cuya única relación era la de utilizarlos como jornaleros.

Társilo se levantó del sillón de mimbre, y tras reforzar su faja bajo el negro y lujoso blusón que nada tenía que ver con el sufrido de a diario, después de asegurar su cartera cercana al riñón izquierdo y de haberle dado una coloquial palmada en su espalda a Urbano, abandonó el Royalty para seguir sus pasos hacia el Chacalay,  seguido de Morgado a un par de metros, quien había esperado en la puerta a su salida: escasos, no fuera que otro le estuviera esperando con otra intención, mientras cruzaban rápidos la calle de las Barcas.

En el Chacalay y ya avanzada la tarde, se reunían los días de entre semana, junto a la clase acomodada y precisamente por ello, un par de treintañeras de muy buen ver que, sentadas, cruzaban sus piernas con discreción; pero la justa. Se trataba de que quienes allí estaban se dieran cuenta del percal, siempre atentas a un guiño.

Társilo, que lo sabía pero que sus deleites se veían satisfechos con el fuerte aroma del cigarro que terminaba de prender, pese a ello, también quería alegrar sus ojos y al mismo tiempo dar apremio a su pensamiento lascivo sentado en un lugar desde el que dominaba todo el local; con Morgado, vigilante a unos metros, junto a la pequeña barra sobre un taburete con respaldo de cuero.

Al rato y tras un gesto de mano en la que los dedos sostenían un “pata de elefante”, Morgado se dirigió al barman solicitando un taxi, que pocos minutos después llegaba al chaflán de la plaza del Patriarca.

-¡Al City Bar!… pero antes pase por el Regina – dijo el lacayo que una vez ante el hotel, bajó del automóvil para reservar una habitación a nombre de D. Társilo que, para que no hubiese duda alguna, sólo hacía falta añadir “el de Burriana”.

Del piano Petrof surgían las notas de “la novia de España” a las que acompasaba con su voz una corista del Ruzafa, que, en el entresuelo del café de la calle de Játiva se presentaba como segunda vedette. Estaba allí recomendada por Társilo quien tenía amistad con su padre, un guardia civil de la Plana que años antes había ejercido las funciones de Morgado, hasta que le afectó un fuerte dolor de ciática pronosticado como crónico.

El afecto de Társilo hacia la joven sólo era paternal y cuando de sus labios escuchaba aquello de “Cariño, ay sentraña”, de sus ojos caía una lágrima, y era tal el arrebato que sentía, que le hacía una señal a Morgado para que lo llevara al hotel; y así siempre. Por lo que el lacayo ya sabía que pese a lo propicio del local, debía de abstenerse de los probables manjares que el lugar le ofrecía. Como en otras ocasiones, abandonaban el City Bar, y Luz Rojo, el nombre artístico de la corista y de pila, Leandra, se quedaba triste y al mismo tiempo enojada por la ilusión que tenía en ofrecer a Társilo todo su repertorio.

Pero en aquella ocasión algo iba a ser diferente; y ni Társilo, ni Morgado, ni Leandra, podían imaginar lo que en aquella noche iba a suceder en el Regina, donde muy poco después, el de Burriana, se quitaba su blusón de gala. Al introducir sus dedos en la ceñida faja, de lo que se percibió, fue de qué le habían quitado la cartera.

Ni cuando en el despertar después de la traicionera coz de una mula en sálvense las partes, cuando estaba recogiendo naranjas caídas de un árbol que lo mutilaron para siempre según le pronosticó el urólogo de guardia, y que al escuchar su dictamen le hizo blasfemar ante su cuñado, el cura del pueblo, lo hizo con tal intensidad, que mayor fue en esta ocasión en el primer piso del Regina de la calle Lauria.

Morgado, en la habitación de al lado, que en ese momento recibía la llamada de Leandra anunciándole que no podía eludir su compromiso en el Ruzafa porque esa noche tenía ocasión de ascender a primera vedette debido a una gastroenteritis de la titular, del susto, arrancó el teléfono de la pared, trastabillando en el suelo, toda vez que se estaba desnudando al mismo tiempo.

Mientras tanto, en la cafetería Lauria, Urbano, daba lustre a los zapatos de Celso, mientras ambos disfrutaban de unos “pata de elefante”, en esta ocasión especiales.

No hay comentarios: