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11 septiembre 2008

JUGAR CON FUEGO

Es nuestro don más preciado, la vida, el que nos han regalado sin habernos puesto en ninguna lista de espera ni librado instancia alguna de solicitud. Llegó a nosotros sin necesidad de franqueo, ni timbre alguno de petición, cuando solo éramos un proyecto en ciernes en el que no teníamos ni voz ni voto. En cambio, cuando somos dueños de ella, luchamos por los más ambiciosos deseos, pero sin alcanzar el mejor de los puertos: el de lograr que se cumplan en su más sentida plenitud.

Por sus peligros, vale la pena el intento de saber de sus atajos, los que tanto abundarán allá por donde nos movamos. Pero no para perecer por ellos, echando por la borda nuestro más preciado don: el regalo de la vida.

Desaparecida en nuestro horizonte más cercano la mortalidad infantil, y siendo nuestras vidas más largas cuyos umbrales a la tercera edad son cada vez más lejanos, disponernos a hacer más fructíferos nuestros días es el mejor obsequio que podemos ofrecer a quienes nos la dieron.

Agosto, el mes del calor, el mes estival, el mes por excelencia de las fiestas paganas y religiosas, cubre su hoja de almanaque con fiestas patronales por doquier. En sus semanas grandes, son cada vez más variadas las formas de celebrarlas recurriendo a todo tipo de festejos, aunque con mayor o peor fortuna. En sus programas de fiestas, no falta el acto bizarro en el que mostrar la pericia, el valor, la hombría en suma, es el que ocupa incluso el lugar prominente, pese a que suponga lanzar un reto mortal a nuestro don más preciado.

Las más de las veces, cuando en plena juventud, son pocos los años los que hemos transcurrido por unos senderos que hasta ese momento nos han ofrecido lo mejor de sus caras, pero sin haberles exprimido el más sabroso de sus jugos.

Morir en un momento festivo por culpa de un acto bizarro es como en cualquier otro instante que ponemos en peligro nuestras vidas lanzados al falso estímulo de las drogas, fuente de la esclavitud, al éxtasis de la velocidad, falta de raciocinio, o al logro de una hazaña próxima a la gloria, pero rozando los circuitos incandescentes de la muerte.

Poner en peligro nuestro don preciado, consciente o sin pensar ello, es el peaje a que nos lleva la vida actual, en la que el ser humano no es más que una marioneta obligada a transitar por la autopista de la vida, acelerados ora por la vanidad, ora por el falso orgullo, ora por el mezquino premio de la gloria, pero ausentes siempre de la red de la prudencia, el mejor seguro garante de una larga vida en la que aprender a disfrutar de la fantasía de los muchos años que nos quedan por delante. Lo que es una obligación con la que corresponder a quienes nos ofrecieron el mejor de los regalos. Y sin carta alguna en la que lo pidiéramos.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay otra vida,la del toro. Deberías comentar el ensañamiento que se tiene con este noble animal en algunos pueblos de nuestra comunidad.

Iván