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24 septiembre 2008

RUEDAS DE MOLINO

Nunca comulgues con el pan ázimo amasado con las ruedas de molino de lo políticamente correcto –oí decir muchas veces- porque ausente el chasquido de la absolución, los caminos hacía el mar del despropósito no tiene vuelta atrás, pese que algunos prefieran un paseo en barca a través de unas aguas pestilentes, cuyo aroma sus pituitarias presumen ignorar.

Son muchos los que genuflexos y ufanos acceden sobre una alfombra aborregada al cojín de los conversos, donde doblegan su cerviz llena de orgullo, perfumada de una humildad efímera cuyos vapores se diluyen por el botafumeiro de la vanidad; mientras alzan el cuello, mientras cierran sus ojos.

Nos dice uno de estos días desde la tele el “creyente” portavoz del PSOE Sr. Alonso, D. José Antonio, que ETA nunca conseguirá sus propósitos. Frase que queda muy bien tantas veces repetida desde su púlpito oficial, perorata en la que muchos creen y en ella confían, como somos muchos los que esperamos sea pronto una realidad. Mas lo cierto es todo lo contrario: la realidad es que ETA cumple su objetivo de matar y lo satisface tantas veces como quiere. O sea, que eso de que nunca conseguirá su propósito tiene un matiz, como poco, algo discutible.

Son tantas las veces que hemos oído la misma canción desde uno y otro bando –los que se alternan en el poder- que más nos suena a un pop estrafalario de música estridente que rechina y daña nuestros oídos, castigados por una batería de coches bomba, cuyo número de víctimas va en aumento.

La humildad en el reconocimiento a un penoso fracaso enfrentada a lo mezquino de lo políticamente correcto es una ecuación llena de incógnitas que quienes nos gobiernan no se atreven a despejar, ya por muchos años: los que van desde el primer día en que hiciera acto de presencia el terrorismo etarra en nuestras calles. Su resultado: el humo que nos envuelve cargado de metralla venteado por quienes utilizan el pasamontañas para ocultar su miseria humana. La que es capaz de anular en ellos todo discernimiento vencida la fecha de caducidad de su más pútrida mente. Los mismos que también son aplaudidos por personas cuyo único gen racial es el de la maldad; alimentados también, directa o indirectamente, por quienes desde un primer momento vieron en sus mentes mezquinas la posibilidad de sacarles renta justificando que eran víctimas de un escenario de bambalinas por ellos mismos montado, contrario a la realidad de pueblo deseoso de vivir en paz. Así pues, la falta de humildad en el convencimiento de un fracaso sólo nos lleva a que el humo siga latente un año tras otro año. Los que ya son demasiados y sin ver claro el final.

A la obligación moral de endurecer las penas hacen oídos sordos quienes seguramente el estruendo de las bombas ha roto sus tímpanos y no escuchan, pese al reto constitucional que les obliga a cumplir con un compromiso al que por lo visto son reacios.

Las penas al criminal impenitente dictadas por los tribunales de justicia no deben pasar por el tamiz desvergonzado que las reduzca a su más mínima expresión conducido por las manos de quienes a ellos también pertenecen.

Permitir mensajes embadurnados de xenofobia vecinal a la juventud vasca es un delito de lesa majestad en la persona de quien si la cara es el espejo del alma, en él, Dios, hizo su obra maestra con sus cejas de avieso diablo.

La cadena perpetua para seres vivos transformados en bestias es una obligación a la que todo buen nacido no puede sustraerse, pese la etiqueta de “hombre de paz” puesta a manos con los imperdibles de la desvergüenza, propio de cualquier sastre convencional dispuesto al vilipendio de las víctimas y al beneficio de los verdugos: los primeros son el pasado, los segundos el futuro, nos dijo un henchido Zapatero.

Los del futuro, los que tantas veces han sido protegidos y que como seres infames que son, se han vuelto contra los que antaño engordaron sus miserias haciendo posible en nuestros días el actual “estado de excepción”, al que se ve sometido todo hombre de paz nacido en tierras de España solidario con el que ciertamente se vive en las tres provincias vascas, del que se ven libres los verdugos.

Los que están dispuestos al coche bomba, que, protegidos por una parte de su sociedad cegada por el odio, tratan de soliviantar cualquier tipo de convivencia en ésta, nuestra tierra.

Pero las ruedas del molino siguen su camino, los minutos de silencio proliferan y el reclinatorio oficial permanece abierto, al que acuden los conversos, ausentes de cualquier tipo de confesión.

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