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15 abril 2009

LA NIÑA DE LAS COLETAS

Ya me imagino a la niña de las coletas de la “alameditas de Serranos”, llegada a este mundo de las manos del escultor Esteve Edo, Medalla Nacional de Escultura 1968, quieta y callada.

Ya me la imagino en el jardín junto al rio a merced de un monstruito urbano que se acerca cuando la niña está sentada en una piedra y con un libro en sus manos. Observada la niña por el rufián, al verla con su vestido de bronce y cara angelical, su instinto animal se ha visto acelerado y la necesidad de ultrajarla se ha adueñado de su mente, accionado por el resorte de la bestia que lleva dentro, insaciable en su gesta.

¿Qué le habrá hecho la niña de coletas, tranquila y con un libro en las manos? ¿Se habrá dado cuenta acaso el monstruito de lo que sujetaban las manos de la niña de coletas? ¿Sabrá, acaso, lo que ello significa? ¿No será demasiado pedirle al nefando depredador de la noche?

Y de seguro que entre a su ademán zafio y cobarde de reptil baboso, un aberrante calidoscopio fluye por su mente, enfermo de lujuria contenida y se vuelca en su desenfreno sobre la inocente niña, allí quieta, frágil, pequeña, ante el palmeral de agua que la embellece leyendo en las páginas de un libro y ofreciéndose en singular ejemplo a quienes a ella se acercan.

Si el animal más salvaje destruye en su propio beneficio y por su afán de supervivencia, el que protegido por la noche ataca a una indefensa niña con coletas en su pequeño pedestal y deja en ella su firma de vándalo, no es más que la evidencia del animal salvaje orgulloso de la obra que en él se esconde, pero con el beneficio de su propia maldad.

Y el miserable deseo de que aparezca luego en la prensa el alcance de su proeza, más el disfrute de ver luego su hazaña en la foto impresa.

¿Reflejo de la sociedad en la que vivimos? ¡Qué triste es el aceptarlo!

1 comentario:

Ella dijo...

No conocía esta preciosa obra. Ves? siempre se saca algo positivo. Lo sucedido te ha llevado a escribir esta entrada que me ha permitido conocerla a mí.
En cuanto al bándalo, no le daremos más valor que el de la esponja jabonosa que limpiará su rastro. Ya sabemos lo valiente que es la ignorancia.
Un saludo cariñoso.