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13 febrero 2014

¡ENSÉÑAME LA LENGUA!

enseñame la gengua

Nuestras abuelas, que dominaban la práctica de la cocina como nadie a la que dedicaban todas las horas del día, tenían también un método muy determinante para saber la salud de sus nietos: ¡A ver, enséñame la lengua! Y de inmediato aplicaban el eficaz remedio de un purgante entre el que destacaba la cucharada de aceite de ricino. Sea como fuere la cosa funcionaba, y después de unos días de estar malito, desaparecían unos síntomas que en ocasiones había sido el de una ligera fiebre, seguramente por la fuerza de la juventud; saltabas entonces de la cama y a jugar por la calle el mayor número de horas posible.

-¡Enséñame la lengua, chiquet! -Vaya que si funcionaba.

Y es que el estado de la lengua marca el pulso cardíaco de la nación que en un estado de catarsis colectiva ahora resulta que no es una, sino varias, pues es lo que manifiestan en constante vocerío y en deslenguada y enfermiza postura, avivados por el “sálvame” ambiental y demás parafernalias tertulianas, que en  aparente buen rollito han profanado la presunción de inocencia, siendo la propia justicia quien de forma muy directa mejor ha contribuido a ello, al utilizar la mensajería del poder mediático, más interesado que nunca en la tele basura y el sensacionalismo malintencionado, en un propicio terreno donde  la clase política ha eliminado de su bloc de notas el verbo ilustrado, sustituido por el más bajuno, en un totum revolutum que no es más que un cóctel a base de vino peleón, a la sazón muy bien recibido por una  audiencia convencida, como cuando éramos niños, de que la lengua sucia nos iba a liberar del cole; práctica que se ha convertido en un deporte nacional merced a una cohorte de adictos que disfruta por ello.

Y es que la lengua muestra el estado de una nación en su órdago hacia ninguna parte, tanto en cuanto está necesitada cada vez más de una buena purga que la libere de tanta mentira que como valor añadido lleva consigo la más cruel manipulación.

-¡Chiquet, enséñame la lengua!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Una antigua tradición valenciana es la de "MEDIR" al que está empachado y tiene molestias en el estómago.
Por eso las abuelas hacían que al mínimo síntoma los nietos sacaran la lengua, pues enseguida los llevaban a la "MEDIDORA" y ésta mediante un pañuelo de cabeza o bien unos simples masajes estomacales además de unos rezos, quitaban el empacho o el "mal de pancha".
Eso sí, nunca cobraron por ello.

Julio Cob dijo...

Así era y entre aquellos rezos, la "oración del mal aire" que hacía milagros.

Un saludo