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24 noviembre 2008

CALLEJÓN SIN SALIDA

“Haberlos, haylos”, como las brujas. Situado en el túnel de mi vida, buscando una salida hacia alguna parte, parece que no la encuentro. El suelo es de asfalto -mi pasado- ¡para qué buscar sus raíces! Vano intento.

¿Sus paredes? Están húmedas, negruzcas, muertas de vida en la desazón de mi silencio. Camino, busco, pero ni una tenue brizna de aire -mi futuro- alivia de forma grata mi rostro. Los SOS son puntos rojos inservibles. No funcionan. Ando por un arcén y me paso al otro. En el zigzag, me doy cuenta del peligro de quienes hacia mí vienen ignorantes de mi presencia.

Insisto, busco la luz, pero no la encuentro, debe de estar lejos; es el momento en el que me acerco al final imaginario (eso al menos creo) el instante que desde la oscuridad percibo su sordidez, su orgullo. Ahí sigo, sin saber si continuar en mi desamparo, o luchar hasta el encuentro de una señal que me ayude: empeño al que me decido.

Añoro las noches cerradas de libertad que me permitían aspirar profundo, gozar de suaves aromas, extasiarme en sus placeres. Pero me doy cuenta de la ausencia de aquellas estrellas errantes, generosas en su dulce lluvia, que me daba vida y brío al humedecer la juventud de mis cabellos.

Es, sin embargo, la misma lluvia que ahora llega a mí, pero filtrada a través de la tierra dura, prensada, que forma el caparazón que me encierra. Son como gotas de barro que ensucian mis ojos. Es como si buscara sonidos que alivien mis sentidos, mas sólo me llega el eco de lo inútil. Más bien es, como un “zumba zumba” que me golpea, que me acosa, pero que nada deja, porque, en su inconsciencia, pasa de largo alejándose de mi piel.

Es cuando te encuentras solo, sin brazos a los que sujetarte. Es entonces cuando utilizas lo único de que dispones, la imaginación que, blandiéndola, vence a las tinieblas.

Ya estás fuera del túnel, enfilas el ribazo, ya todo es diferente, y gozas el instante. Sientes la brisa, el airecillo, y te dices: ahora sí, ahora es cuando sé de mi camino. Bajo mis pies sólo quedan las hojas muertas del otoño. Y sobre mi cabeza, fijándome en lo alto, un anhelo: el fogonazo de una ilusión, sendero arriba, que me regale aromas de sándalo, de hinojo, de menta y de laurel.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay que ver que saltos tan bruscos y variables en lo temas. Cualquier día te leo hablando de las flores amarillas del papayo tropical. Muy bien Julio.
Iván